La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

dimanche 30 septembre 2012

Juicio sumarísimo a Marinaleda. 2012

Por sorpresa este verano con el equipo de Malefigue films nos fuimos a visitar el pueblo de Marinaleda, situado en plena campiña sevillana. Nuestro principal objetivo era recoger el mayor número testimonios de la gente ubicadas al azar y sin ningun tipo preparativos. Todas las entrevistas incluidas en este documental “Juicio sumarísimo a Marinaleda”se caracterizan por un aire de improvización y espontaneidad que reflejan la versión personal de los testigos acerca del proyecto libertario que se viene desarrollando desde hace más de treinta años en Marinaleda.


Marinaleda y su lucha por la tierra, la última utopía campesina y jornalera de la Europa capitalista merece un análisis exhaustivo que nos permita esclarecer todas las facetas de su proceso revolucionario.

Carlos de Urabá 2012
Mar Muerto

samedi 22 septembre 2012

Jean Vaz- Exilio republicano español en Francia. Pensamiento crítico libertario.


Todavía hay personas y colectivos que continúan la lucha libertaria, antifranquista, antimonárquica y que jámas traicionarán sus ideales. Aunque hayan pasado ya más de 70 años del fin de la guerra civil española ellos siguen en pie de lucha en sus barricadas. Este es el caso del exilio republicano español en Francia y sus descendientes que se han sido injustamente discriminados y excluidos por la democracia burguesa españolista. Aunque en  los últimos años quisieron lavar sus conciencias implementando la Ley de Memoria Histórica, al final  boicoteada por las fuerzas más reaccionarias de la ultraderecha española.

En este documental Jean Vaz, hijo del exilio republicano español en Francia, hace un alegato valiente contra la resignación y la sumisión que impera entre los súbditos del monarca Juan Carlos I, quienes  sin rechistar han aceptado un régimen heredero del franquismo criminal y genocida.


Carlos de Urabá
Mar Muerto

lundi 17 septembre 2012

El juglar Inca.

Le estoy muy agradecido a mi primo pucho el haberme enseñado a tocar la guitarra. El no se cansó en repetirme una y mil veces que me ejercitara, que la música era un tesoro incalculable. Y yo sin muchas ganas le seguía la corriente por no contrariarlo. Mi primo me regaló un método de aprendizaje en el que se juraba que en tres semanas ya sería un experto. Practicaba una o dos horas al día intentando sacar las canciones de los Ángeles Negros o los Pasteles Verdes. Una tarea ardua porque mis dedos parecían tullidos y apenas si podía distinguir las notas o los trastes. No tenía el oído muy fino que digamos pero eso poco importaba pues el reto de sentirme todo un artista me obligaba a superarme. La primera canción que aprendí fue "el gato en la oscuridad" de Roberto Carlos. Esa noche me dirigí a la casa de paty, una jeva de la que estaba tragado y me puse a interpretarla al pie de su ventana a ver si la serenata ablandaba su corazón. Pero lo único que me gané fue un madrazo de mi compadre vladi que vivía en el segundo piso y como se iba a trabajar bien temprano no aguantaba esos chistecitos.

Aunque mi primer concierto no tuvo el éxito previsto porfiado seguí ensayando en la casa de mi primo todos los sábados a las tres de la tarde. Con el pasar de los meses llegué a perfeccionarme e incluso me propusieron integrar el conjunto chicha del chino beto. Y es que la música desarrolla una sensibilidad muy especial que sin saberlo te transforma. – como tiempo después pude comprobarlo se convirtió en mi tabla de salvación-

A la escuela me iba con la guitarra al hombro y junto a otros patas a la hora del recreo practicábamos los temas de moda, sobre todo, los más románticos con la intención de conquistar a las hembritas. Pero al final todo quedaba en puros amores platónicos que nunca cuajaban. En todo caso soñaba con ser algún día un artista reconocido y triunfar en los escenarios. Pero desgraciadamente el todo poderoso no me dotó de una gran voz y de vez en cuando se me escapaba un gallo o desafinaba.

Como es común en estos casos el profesor de religión al darse cuenta de nuestra habilidades nos metió al coro de la parroquia para que acompañáramos esos himnos celestiales como "que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del señor…" o "de qué color es la piel de Dios…" Y bueno no estaba mal el hacer parte del mismo ya que siempre había alguna que otra muchacha a la que le echábamos carta y endulzábamos con nuestros versos. Pero esa fiebre me duró bien poco pues como todo poeta bohemio lo que yo deseaba era acción y aventuras. Así que el cura Quispe tuvo un gran disgusto cuando le dije que no volvería más al coro pues me uniría a un conjunto de música salsa del negro pancha. Y es que por entonces estaba de moda Hector Lavoe, los Latín Brothers y Fruco y sus Tesos. Aunque por mis venas corría sangre de serrano bailaba la salsa mejor que cualquier sambo del Callao.

Un buen día la patria tocó la puerta de mi casa y tuve que entrar en el ejército. Entonces abandoné mis delirios musicales y me dediqué a marcar el paso al ritmo del himno nacional. La vida castrense no permitía debilidades ni refinamientos. Quien tocara la guitarra se le consideraba un maricón. En la milicia se cargan las armas y ese era el instrumento a interpretar. Según el sargento Gamboa estábamos allí para convertirnos en hombres y aprender a sufrir pues los triunfadores en la vida primero tenían que sacrificarse para engrandecer al Perú. Las principales leyes: la disciplina y el respeto a la jerarquía. Todo tenía que estar impecable, desde el uniforme, las botas, la camisa pues por cualquier defecto podríamos ser castigados. Y a mi me cayeron muchos palazos por parte de mis superiores ya que a veces olvidaba abotonarme bien la guerrera o lustrarme las botas. -Los soldados del Perú tienen que ser los más elegantes, bravos y valientes ¡viva el Perú y muera Chile!

Los domingos cuando salía de permiso me iba a Barranco a pasear mi soledad por el puente de los Suspiros. Allí me sentaba en el malecón a contemplar el mar y soñar despierto:es la hora de partir a EE.UU a Europa donde se dice hay chamba y en poco tiempo se puede hacer un buen billetón. Hasta que pasaron sin enterarme los meses de servicio militar y ya me encontraba otra vez en la vida civil. Resuelto a continuar mis estudios postulé a la universidad de la Cantuta. Quería estudiar ciencias políticas pues deseaba afiliarme al APRA y defender a las clases sociales menos favorecidas. Desgraciadamente la educación pública era un desastre pues las continúas huelgas apenas si permitían desarrollar las clases dos o tres semanas al año. Y encima el golpe de estado de Velasco Alvarado agravó aun más la crisis económica.

Decidí entonces buscar un trabajo y mi padre me recomendó en una carpinteria de su compadre chacalón a ver si sentaba cabeza de una vez por todas. Me tocaba levantarme tempranísimo y tomar como dos buses para llegar hasta Comas. Pero no había otra pues no es nada fácil darle de comer a ocho bocas. Me colocaron de ayudante del tornero y debía cortar la madera con una sierra para luego apilarla en el deposito. El ruido en el taller más la alienación de estar repitiendo siempre lo mismo me destrozó el cerebro y comencé a deprimirme.

Así que al cabo de un par de semanas decidí retirarme Yo lo que sirvo es para un trabajo intelectual y no para ser un robot. En esa época mi padre comenzó a trabajar como carpintero en la Nunciatura Apostólica del Vaticano en Lima pues lo contrataron para reformar la residencia del Nuncio. Con el tiempo se ganó la confianza de los prelados y estos le comenzaron a profesar un gran cariño y siempre lo premiaban con regalitos. Y esa carta había que jugársela. Por lo que le rogué a mi viejo que me hiciera palanca con alguno de los curas a ver si tenía algún chance de entrar a estudiar en una institución de la iglesia en Lima o lo que sea, si era en el seminario para ser cura, a mi no me importaba.

Pero primero tenía que demostrar mi fe y ganar puntos así que me matriculé en los cursillos de cristiandad dirigidos por el padre Filipo en la Nunciatura Apostólica. Me presentaba a eso de las siete de la mañana y recibía las clases en las que analizábamos los capítulos más relevantes del antiguo y nuevo testamento. Yo me manifesté como un alumno aventajado y comentaba correctamente las parábolas de Jesucristo dejando con la boca abierta a mis preceptores. Sin duda alguna iba por el buen camino pues además hacía comentarios defendiendo a ultranza la ortodoxia católica.

Al final del año el padre Filipo nos mandó llamar a mi y a mi padre a la Nunciatura para comunicaros una buena nueva. -Sr Tinoco, lo felicito, su hijo tiene un coeficiente intelectual muy alto, es un cristiano ejemplar y no hay duda que en un futuro no muy lejano ocupará puestos relevantes en la institución eclecial. Por lo tanto nosotros hemos decidido concederle una beca en el Seminario Diocesano de Roma donde iniciará sus estudios sacerdotales- Mi viejo no podía creerlo, me abrazó y me besó, un Tinoco partía a estudiar al Vaticano junto la Santo Padre. Qué gran noticia ahora yo tenía la sagrada misión de interceder ante el santísimo a ver si se acababan de una vez por todas nuestras penurias y calamidades. – lo cierto es que a mi la religión me importaba un bledo, aunque en mi familia el fanatismo cristiano de cholos conversos marcaba nuestra existencia. Mi vieja tenía hasta un altar en su dormitorio en el que se la pasaba rezando a todos los santos y vírgenes. En todo caso mis verdaderos planes consistían en que tras unos meses enclaustrado sacaría la disculpa de una repentina crisis vocacional y abandonaría el seminario.

En la víspera de mi partida la patota del barrio organizaron una despedida en mi honor. Pusimos el tocadiscos con la salsa de moda chupamos cerveza y nos fumamos unos cuantos cohetes de marihuana, bailamos hasta altas horas de la madrugada. Renunciaba al mundo materialista, a Sodoma y Gomorra, a los placeres de la carne dispuesto a convertirme en un ministro de Jesucristo. Mis patas me hacían bromas sobre que si se me iban a escapar los gatos o afeminar pues tendría que jurar votos de castidad - pero yo en mi interior me reía porque ellos ni sospechaban cuales eran mis verdaderas intenciones. Así que al amanecer les di mi bendición, agarré mi maleta y me fui al aeropuerto.

Italia me dio la bienvenida con una ola de frío invernal que helaba hasta los cojones. Roma es la llamada "ciudad eterna" y todavía le queda la pinta de haber sido la capital del gran Imperio Romano. En la ciudad todas las cosas son viejas y más bien se parece a un museo algo que les encanta a los pitucos latinoamericanos que siempre tan pretenciosos vienen por acá a tomarse fotos en los monumentos como el Coliseo o la fontana de Trevi para luego darle envidia a sus amistades.

Cuando no llevaron a la ciudad del Vaticano al toque reconocí la magnífica y omnipotente catedral de San Pedro, que tantas veces había visto en un retrato colgado en la sala de la Nunciatura Apostólica, el más grande templo de la cristiandad donde vive Dios rodeado de tesoros tesoros, la capilla Sixtina y todas esas fantochadas. Qué derroche y qué opulencia en nombre de Jesucristo un pobre hippie que fue sacrificado por Pilatos. Nadie sabe para quien trabaja.

El padre Albino, el rector, me recibió con una sonrisa de cumplido y me asignó de inmediato una litera en una de las salas del gélido seminario. Habían estudiantes de diferentes continentes y de todos los colores; negros, mulatos, indios, blancos, chinos, que como yo deseaban iniciar una nueva vida comprometidos en la defensa de la cristiandad. La farsa apenas comenzaba y ya me estaba tirando de los pelos. Los curas no nos dejaban ni un minuto de descanso y además nos sometían a una disciplina espartana: a las cuatro de la mañana nos levantaban para los maitines, después del desayuno, más oraciones, luego el rosario por las intensiones del Papa, las lecturas bíblicas y de remate la clase de teología para buscarle el sexo a los ángeles. ¡Qué aburrimiento! Y yo me persignaba con cara de yo no fuí y torcía los ojos suspirando medio alucinado. -va bene fratelli, a estudiar piú forte- me aconsejaba el padre Bruno. Querían prepararnos para continuar la evangelización y el sometimiento de los pueblos del tercer mundo. -Ustedes son los nuevos apóstoles que llevaran la palabra de Dios por toda la tierra.- La vocaciones sacerdotales en Europa estaban de capa caída y había que echar mano de los jóvenes subdesarrollados para intentar salvar a la santa madre iglesia.

Lo peor es que tengo que aprender el italiano y eso me va a costar un poco pues yo soy más bien negado para los idiomas. -El Papa parla con Dio en italiano, ¿capisco? -Qué boludo el padre Bruno. Pero yo asentía con la cabeza aunque por dentro me cagaba de la risa. Cara de palo y que todo sea por la causa. Apenas si me dejaban salir a la calle y, por supuesto, me quitaron el pasaporte. De consolación el domingo por la tarde nos llevaban a los seminaristas a visitar las atracciones de Roma, es decir, las iglesias, los museos, los monumentos y todas esas pendejadas para intentar distraernos y que nos sintiéramos más a gusto. A mi se me iban los ojos detrás de las hembras romanas pero eran muy engreidas y ni siquiera me determinaban. Seguro me despreciaban por ser extranjero, un bárbaro, un indio rebelde que se coló en el Imperio Europeo. La pizza y los espaguettis, caneloni, fetuchini o raviolis no nos faltaban pues las monjitas se esmeraban por mantener nuestros estómagos felices para que olvidáramos las tentaciones de la carne.

En las horas de asueto comencé a escuchar en una grabadora las canciones de Domenico Moduño y al genial Nicola di Bari y poco a poco me aprendí alguna de sus letras. El padre Baldo me prestó su guitarra y entonces me dejaba llevar por la nostalgia interpretando los temas en un italiano acholado que nadie entendía aunque yo no me daba por vencido "paese mio che stai sulla colina / disteso come un vecchio addormentato/ la noia/ l'abbandono sono la tua malattia / paese mio, ti lascio vado via. / che sará, che sará, che sará/ que será de mi vida que será/ si se todo o no se nada ya mañana se verá /y será será lo que será…”

Ya tenía seis meses en el presidio y así que decidí que había llegado la hora de escaparme. Porque uno se cansa de masturbarse todos los días inspirándose en el escote de María Magdalena que era la única imagen erótica del seminario. Sin ningún contacto con mujeres fuera de las abominables monjitas estaba que me subía por encima de las paredes. ¡Qué cagada! ¿no? Incluso a veces por la noche entraba en nuestro cuarto el padre Felice y nos manoseaba con la excusa de darnos el besito de buenas noches. Y eso si que no me vacilaba porque yo ya no le entro a estas mariconadas. En algunas misas me tocaba hacer el papel de monaguillo y cuando recogía las limosnas ni corto ni perezoso pasaba por los bancos de la iglesia a recaudar las donaciones de los burguesitos italianos que venían a tranquilizar su conciencia dejando jugosas propinas al santísimo. De antemano sabía que sin dinero no iría a ninguna parte así que me las arreglaba para que un par de billetones cayeran en mi bolsillo. No he olvidado lo que hicieron los misioneros en el Perú con los indígenas: los esclavizaron para sacarles el ancho y el largo en una explotación infrahumana.

En silencio tramaba como escaparme del seminario pero tenía que ser muy astuto para no levantar sospechas. Un día por tantear la situación me fui a confesar y le comenté al padre Bruno que mi vocación ya no era la de antes y que no sabía que hacer. El cura me contestó que una crisis vocacional la tenía cualquiera y que le rezara al santísimo para que me iluminase pues el seminario no era un centro vacacional y si no me regresarían en el primer avión al Perú. Desde ese momento supe que no podía renunciar y que tendría que utilizar otros métodos para volarme.

Un acontecimiento providencial vino a acelerar mis planes de huída. A las tres de la tarde del día 6 de agosto de 1978 llegó el padre Albino apresurado y nervioso y exclamó compungido "il Papa e morto" -Pablo Sexto ha muerto. Una tragedia de las más cabronas para el orbe cristiano. De inmediato muchos de los seminaristas se rasgaron las vestiduras y se echaron a llorar y yo por no quedarme atrás les seguí la corriente. Era tal la conmoción que perfectamente se escuchaban al unísono los golpes de pecho y los rezos por el alma del papa muerto de todos los conventos y seminarios del Vaticano. Doblaron las campanas de la catedral de San Pedro anunciando oficialmente el deceso. A mi se me hizo que había muerto el faraón y que el sol ya no volvería a salir y todos sus súbditos serían enterrados vivos junto a él. Los curas con cara de viernes santo se secaban las lágrimas con sus pañuelos al tiempo que con el rosario en sus manos recitaban amargas letanías.

Esa noche como necesitaban voluntarios para ir a la catedral a encender cirios y arrodillarse en el altar cual plañideras me apunté curioso por ver el panorama. La plaza de San Pedro se llenó de gente enlutada para expresar el duelo, algunos llevaban grandes cruces, otros la foto del Papa con un lazo negro. Teníamos que orar por su alma y una y mil veces repetíamos el Padre Nuestro y el Ave María. Al regresar al seminario cerca del amanecer me dije: de noche todos los gatos son pardos, este es el momento preciso para dar el golpe. Voy a pillarlos a todos con la guardia baja. Tomé un par de camisetas y un pantalón y de ñapa la guitarra del padre Baldo como recuerdo de mis días de condena, amarré una sabana a la pata de la cama y me descolgue por la ventana del seminario y ¡arrivederchi Roma!

Ya era libre y podía respirar a mis anchas. Y caminaba altivo por las calles de Roma igualito a Espartaco en la película la “rebelión de los esclavos”. Qué maravilla ver a la gente pasear y todas la tratatorias y restaurantes repletos a pesar del duelo. Incluso mucha gente bailaba en las discotecas. ¡Qué hipócritas! Lo primero que hice fue comprarme una botella de vino y un paquete de cigarros y me senté en la piazza de España a ver pasar el tiempo. -A la conquista de Europa, concha de su madre, me voy a tragar el mundo y consumar la venganza de Atahualpa- Y emocionado empecé a tocar mi canción preferida “…dale tu mano al indio/ dale que te hará bien/y encontrarás el camino/ como ayer yo lo encontré…" Sólo me dolía una cosa: el golpe que se iba a llevar mi familia cuando le comunicaran mi deserción. Sobre todo mi vieja se derrumbaría pues hasta ya me había reservado un puesto en el altar al lado de San Martín de Porres. Pero no podía dejarme llevar por los sentimentalismos porque sino siempre seguiría en la cuneta como un don nadie. Qué grande es sentirse dueño de uno mismo aunque esta noche tenga que dormir a la intemperie tapado con unos periódicos. Pero me vale huevo. A la orilla del río Tiber levanté mi campamento y a roncar a pierna suelta sin la preocupación de despertarme con los campanazos de las 4 de la madrugada a rezar el rosario.

Mi plan consistía en partir con destino a Bélgica al encuentro de mi amigo Chubi que vivía hace como tres años en Bruselas y que seguro me auxiliaría en mi orfandad. Y por supuesto que sin papeles la cosa se ponía brava. Decidí colarme en los trenes que iban con dirección al norte de Europa. Desde la Estación Termini tomé un expreso que me llevaría a Milán. En el vagón de segunda busqué un lugar en donde esconderme cuando viniera el controlador. Menos mal que a la gente le caí simpático y se hicieron cómplices de mi atrevimiento. Un indio con esa guitarra terciada y con pinta de judío errante, un romántico sin sitio ni lugar. Para ganármelos me puse a cantar para amenizar el viaje. Incluso los pasajeros aplaudían emocionados siguiendo el ritmo de mis canciones. Definitivamente me di cuenta que tenía un ángel guardián muy berraco que me protegía. En el instante en el que asomaba el controlador me avisaban mis aliados y yo me metía debajo de los bancos tapado por todos los pasajeros.

Al atardecer llegamos a Milán y me entró tremenda euforia: ¡lo conseguí! y pisando fuerte me fuí al centro de la ciudad en busca de aventuras imprevistas. En un edificio pintado de colorines se escuchaba música a todo volumen. Así que curioso entré a ver de lo que se trataba. Era una comuna anarquista ocupada por un ejército de jóvenes revolucionarios que querían cambiar el mundo. Y sin pensarlo dos veces me uní a ellos atraído por la bohemia y el amor libre. Gracias al dinero ahorrado a costa de las tumbadas que le hice a las limosnas de la iglesia invitaba a mis camaradas a tomar licor y a fumar yerba. En esa vida sin Dios ni amo fácilmente haces amistades. Siempre he sido un derrochador y me gusta ver la gente feliz así que cuando faltaba algo sacaba unos miles de liras y todo corría de mi cuenta.

Hasta que la plata se me esfumó y una mañana me di cuenta que apenas me quedaba unas miseras monedas. Y ahora a apretarme el cinturón. Menos mal que fuí bien aleccionado por los curas en el seminario y recordé lo que aprendí sobre san Francisco de Asís y su orden; los votos de pobreza y la entrega al prójimo. Entonces, me puse a buscar algún monasterio franciscano esperanzado en que me auxiliarían en estos momentos tan aciagos. No tardé mucho en encontrar uno muy cerca de la plaza Sordello. Toqué la campana anunciándome y, de pronto, una voz grave pronunció el “pace e bene” característico de la orden y yo respondí -pace e bene, fratelo. -Soy un peregrino peruano que va a Roma a ganarse las indulgencias plenarias y precisa algo de comida- Y esas fueron las palabras mágicas como el ábrete sésamo de la cueva de Ali Baba y los cuarenta ladrones. Al cabo de un cuarto de hora a través del torno apareció un apetitoso almuerzo con canelone, queso de mozarela y una copa de vino. ¡Gracias Dios mío por los favores recibidos!

En esos días en que fumaba un pucho de marihuana con los anarquistas conocí a una tal Ilaria, que vestía con una túnica hindú y que se dedicaba a hacer collares y pulseras de bisutería barata. Cuando yo le confesé que había venido a Italia a hacerme cura y que me había escapado del seminario me dio un beso en la boca. Y sin quererlo las cosas se enredaron aún más y ante mi sequía sexual me propuse conquistarla. A ella le gustaba bastante el hachís y el trago fino y desesperado no sabía como conseguir la plata para intentar seducirla pues con los franciscanos la cosa no daba más que para llenar el buche. De repente me iluminé: ¡claro! ¿para qué me he llevado la guitarra del padre Baldo? pues para tocar a la calle y sacar billete. Y desde ese momento comenzó mi carrera de juglar.

Para esta misión me ayudaba mi pinta forajido y mis facciones exóticas de indio indómito. Además la música andina para ese entonces estaba de moda. Mi estreno lo hice en la estación Milano Centrale. Coloqué una gorra en el suelo y me dispuse a iniciar el concierto. Me sentía un poco inseguro pues jamás había hecho estas cosas en público. Pero sacando fuerzas de flaqueza vencí la timidez e interpreté "cholo soy y no me compadezcas" un vals peruano muy sentido "esas son monedas que no valen nada/ y que dan los blancos como quien da plata/ nosotros los cholos no pedimos nada/ pues faltando todo, todo nos alcanza…" Yo sólo escuchaba el trasiego de los viajeros y pensé que nadie me iba a dar boleta. Pero al terminar mi canción sentí que caía en mi sombrero una lluvia de monedas. Y ahí me emocioné elevando aun más la voz y la moral. Ese día hice un buen billete con el que invité a Ilaria a cenar en un exclusivo restaurante además de beber y fumar a discreción. Ilaria se loqueó y yo aproveché la oportunidad para meterle mano y besarla apasionadamente. ¡Que chévere! estábamos volando y nos fuimos a pasear por las calles agarrados del brazo hasta que encontramos un parque donde la hice mía entre los jardines floridos.

Pero mi corazón no podía comprometerse con nadie, mis metas eran sagradas, así que al otro día me alisté a partir con dirección a Francia. Mi prueba de fuego: cruzar la frontera sin papeles. Para superar semejante escollo debía aplicar todo el poder de la viveza criolla. A las once de la mañana partió el tren de París, que por ser fin de semana, se hallaba abarrotado de pasajeros. Y otra vez utilicé la misma táctica de mezclarme en el vagón de segunda clase a ver si el pueblo apoyaba mi causa. Comencé a interpretar sentidos huaynos peruanos y a fe que lo conseguí porque se desató una algarabía tremenda. A eso de la medianoche nos acercábamos al primer pueblo francés así que me tuve que esconder porque los gendarmes ya estaban pidiendo papeles. Como siempre me metí debajo de las butacas de los pasajeros cubierto por una manta. Y a comer callado. Llego la ley y todo el mundo medio dormido entregó los pasaportes a los agentes, éstos los revisaron, los sellaron y benvenue a la France, liberté, egalité, fraternité, ja, ja, ja…

Cuando en el tren se anunció nuestra pronta llegada a París me sentí todo un héroe. París, la ciudad luz, el no da más de la bohemia y la vie en rose. El sueño dorado de todo latinoamericano, la ciudad donde los intelectuales se les cae la baba y donde los poetas venían a morirse de tristeza como Cesar Vallejo. No, ¡qué monstruo! Ahora si que me iba a dedicar a gozar de la vida a cuenta de estos franceses atorrantes. Al rato con mi guitarra al hombro ya estaba marchando por los Campos Eliseos tal y como si fuera un sinchi victorioso. En el Arco del Triunfo se me subió el ego y decidido grité con toda mi alma "¡aquí está este perucho comiendo sus anticuchos!" y crucé la puerta grande como si fuera Napoleón. No podía creerlo frente a mi tenía el símbolo supremo de la ciudad luz: la torre Eiffel. ¡Qué impresionante! Jaque mate, gané la partida y mis sueños se cumplieron. Yo un cholo, el hijo de un carpintero del barrio de San Luis ya era todo un hombre cosmopolita. Pronto me di cuenta que por las calles transitaban muchos inmigrantes agarrados a la cintura de semejantes rubias mamacitas y encima había gran cantidad de grupos latinoamericanos tocando música a cuyo alrededor se agolpaban los parisinos.

De entrada me fui al centro Pompidou donde las tribus urbanas se reunían a interpretar música al aire libre. Allá se podía uno encontrar grupos africanos, hindúes, peruanos, bolivianos que con sus ritmos amenizaban el ambiente. En esa verdadera torre de babel donde se mezclaban todas las lenguas y las razas del mundo y yo estaba allí para dejar bien en alto la bandera peruana. Había llegado la hora de lanzarme al estrellato y tomé la guitarra y comencé a tocar un variado repertorio de mis canciones favoritas. A veces la gente se fijaba en mí y me premiaba con monedas o simplemente con una sonrisa. Estoy en París quien lo iba a pensar si hasta hace un par de semanas me encontraba recluído en ese detestable seminario. Incrédulo me pellizcaba para comprobar que estaba despierto.

No fue difícil encontrar amigos latinoamericanos que me pusieron al tanto del panorama parisino Al final llegué a la conclusión que el mejor sitio para asilarme era la Ciudad Universitaria. Al hacer un recorrido por las facultades descubrí que existían varias residencias estudiantiles y en el sótano de una de éstas, en el cuarto de calderas instalé mi madriguera. La verdad es que pasaba desapercibido pues me mimetizaba con los estudiantes e incluso me daba tremendos banquetazos gratis en el comedor de la cité. Apenas si levantaba sospechas y así disfrutaba de la piscina, sauna y el gimnasio. ¡Qué más podía pedir! Además, entre la basura que botaban los estudiantes encontraba comida, vestidos, libros y hasta plata. Hice amigos entre los becarios latinoamericanos y cuando me preguntaban qué estudiaba yo presuntuoso decía que ciencias políticas, mi vocación frustrada. Con todo el descaro mentía porque ni hablaba francés ni nunca en mi vida había pisado una aula. Todo hacía parte del teatro y tenía que interpretar mi papel a la perfección si deseaba seguir disfrutando de tan inestimables privilegios. Para sacar plata me iba a tocar la guitarra en la estación del metro de la Defense donde en un rincón interpretaba mis canciones con mi voz desgarrada por la nostalgia. Las muchachas francesas apasionadas caían fácilmente en mis redes y a veces me guiñaban el ojo o me lanzaban un besito. Sin lugar a dudas me sentía un príncipe al que le hacían venías y hasta le echaban piropos Menos mal que recibía generosas propinas con las que patrocinaba mi vagabundería. Trabajaba desde las siete de la mañana a la una de la tarde y luego me dedicaba a hacer turismo por París. Colado en el metro recorría los sitios más emblemáticos: el bosque de Bolonia, Montmartre, las galerías Lafayette, el museo del Louvre, el barrio Latino. Muchas veces en la universidad se celebraban fiestas donde siempre era bienvenido pues ya me conocían como el “perucho de la guitarra”, el pata que se escapó del seminario para venirse a estudiar a Francia.

Allí conocí la verdadera realidad de los hijos de la aristocracia latinoamericana, unos niños mimados que manejaban grandes cuentas bancarias ya que sus padres importantes políticos, empresarios o militares les pagaban sus estudios y les daban carta blanca para realizar sus más extravagantes caprichos. Yo también aprovechaba la situación pues me convertí en el amigo hippie y me llevaban a sus lujosos apartamentos donde casi todos los días había farra y corría el trago, la caspa de Atahualpa o coca y la marihuana. Aunque me la pasaba a lo grande me dio mucha rabia pues mientras esos holgazanes despilfarraban el dinero fruto tal vez del saqueo y la corrupción en nuestros países el pueblo se cagaba de hambre sufriendo una delirante pobreza.

Entonces, los remordimientos comenzaron a perseguirme, se despertaron los fantasmas de mi querido Perú, los mendigos, los obreros, los campesinos que a las duras y las maduras conseguían unos soles para mitigar el hambre atrasada. Ya ni siquiera podía dormir y el recuerdo de mi familia en Lima ni se diga ¿qué pasará con ellos? ¿y mi madrecita? Hace ya más de dos meses que me volé del seminario y la cosa debería estar echando candela en mi casa. Una mañana tomé la decisión de llamar por teléfono al Perú. Me contestó mi hermano Wilmer a quien casi le da un ataque pues ya me daban por muerto. Mi madre desde que supo de mi deserción no hacía sino berrear desconsolada. Hablé con ella y se me cayó el alma al suelo. -¿Qué haces, hijo mio ? El cura Filipo está muy ofendido y a tu padre lo botaron del trabajo en la vicaría por tu culpa. El demonio a entrado en tu alma, hijo, arrepiéntete vuelve a Roma y pide perdón- Yo le prometí que lo pensaría pero que ahora tenía planes de trabajar en París para mandarles plata y aliviar sus problemas económicos.

Todo era un verso pues como indocumentado nadie iba a darme trabajo y si me descuidaba en cualquier momento la policía podía deportarme. El espejismo se hizo añicos y la cruel realidad me propinó tremenda bofetada en el rostro. Deprimido decidí marcharme a Bélgica donde mi pata chubi con toda seguridad me echaría una mano.

Hice mi mochila y sin despedirme de mis amistades me fuí a la estación de Austerlitz para tomar el primer tren con destino a Bruselas. Ya me había especializado en colarme así que utilizando mis tácticas secretas pude escamotear a los controladores. Unas veces me escondía en el baño y otras en vagón del restaurante donde me mezclaba con los clientes. Un clandestino sin rumbo, o mejor, el fugitivo que huía de si mismo. En unas cuantas horas llegamos a la Gare Central de Bruselas, otro país más para mi colección particular ¡carajo! El tiempo era pésimo, en pleno verano hacía frío y la bruma cubría por completo la ciudad. En el sobre de una carta que me envió mi compadre chubi venía escrita la dirección de su casa: rue de la Tulipe 28. Le di un beso y me persigne para que mi buena estrella me siguiera iluminando. En él tenía puesta toda mi confianza para superar la dura prueba que me había reservado el destino.

El ambiente de la ciudad se notaba a leguas que estaba marcado por el amor al trago, era el reino de los beodos pues existían más de doscientos tipos de cerveza. Al llegar a la Grand Place, a esa hora atiborrada de turistas, me impresionó su belleza, el estilo arquitectónico con sus edificios majestuosos que parecían esculpidos en oro. Me sentía en un cuento de hadas y no pude reprimir una exclamación de sorpresa ¡la concha de su madre! ¡Qué bacán! En las terrazas los ciudadanos se sentaban a comer y beber mientras escuchaban una orquesta que interpretaba piezas de música clásica. Yo embobado comencé a dar vueltas a la plaza contemplando ese paisaje de ensueño. Persignándome desenfundé mi guitarra y me puse a cantar el huayno preferido de mi padre “adiós pueblo de Ayacucho “ “...adiós pueblo de Ayacucho, perlaschallay, donde he padecido tanto, perlaschallay, ciertas malas voluntades, perlaschallay, hacen que yo me retire, perlaschallay”

En la rue de la Tulipe, situada cerca de la Port de Namur, residía la familia de chubi, unos humildes emigrantes del Cusco que vivían al lado de nuestra casa allá en el barrio de San Luis en Lima. Para darles una sorpresa me presenté sin anunciarme en su apartamento. Toqué la puerta y una voz de mujer me saludó -Bon jour, ¿que vou voulé ?- a lo que yo respondí -buenas tardes señora, soy el pollo Raúl de Lima ¿no me reconoce? Se abrió la puerta y pude distinguir a la madre de chubi con el pelo pintado de rubio y maquillada como un payaso -¿qué haces por acá cholito?- con voz áspera me interrogó- Mira la pinta que traes de vagabundo ¿Qué quieres, pues? ¿que vou voule?. --Por favor, señora, necesito ayuda, estoy pateando latas. ¿dónde está chubi?. -No, no, chubi se fue a la universidad. Lo mejor es que te vayas. Ni te juntes con mi hijo ¡Qué vergüenza! Pobrecita tu madre. Si supiera que tiene un hijo marihuanero. Y de un violento portazo cerró la puerta. Me basuriaron de la manera más humillante y se me calló el alma al suelo.

Hay que ver como cambia la gente. Esa señora antes trabajaba en el Mercado Central de Lima vendiendo frutas y ahora se cree una dama de la alta sociedad. Si no es más que una cholita acomplejada que tiene que disfrazarse de blanca. ¡qué lamentable!

Me quedé de piedra, después de recibir ese balde de agua fría ya me daba igual todo así que en despecho me fuí a la Gare Central y uno de los pasillos del metro comencé mi concierto con mi himno de combate, el tango "porque canto así" -"pido permiso señores: este tango habla por mi. Porque cuando pibe, cuando guagua me acunaba en tangos la canción materna pa llamar el sueño… y yo me hice en tangos, me fui modelando en barro, en miseria, en las amarguras que da la pobreza, en llantos de madre, en la rebeldía del que es fuerte y tienen que cruzar los brazos cuando el hambre viene… "

Lloraba desconsolado, que dolor, que golpe bajo el de la familia de chubi, mis vecinos más queridos de Lima Y sin saber muy bien el porqué la gorra se comenzó a llenar de monedas y billetes. ¡milagro! Esto es increíble soy como el rey Midas. Y al caer la tarde se me acercó un muchacho que me preguntó por mi procedencia
- Soy un artista peruano que vive en la calle. Le contesté cariacontecido -hombre, yo conozco el Perú y me encanta la música andina ¿por qué no vienes a tocar a mi casa? Y así fue como conocí a la comunidad de exiliados vascos en Bruselas.

Los vascos me abrieron las puertas no sólo de su casa sino también de su corazón. Por fin tenía un hogar como Dios manda y una cama donde dormir cómodamente. Gorka vivía con Mayte y Edurne y con gran cordialidad me hicieron uno más de la familia. En las tertulias que se armaban con sus amigos se dedicaron a adoctrinarme sobre la historia del País Vasco y su proceso revolucionario. Algo que yo desconocía por completo. “España es un país imperialista que nos quiere devorar igual que lo hicieron un día con los indígenas peruanos” Poco a poco me di cuenta que ellos también estaban desterrados y que pertenecían a un pueblo que luchaba por su emancipación y de veras que no me fue muy difícil entender sus justas reivindicaciones.

Todas las mañanas coincidiendo con la hora punta me iba a tocar en los pasillos de la Gare Central. La gente salía a ocupar su puesto de trabajo y necesitaba empujoncito emocional para comenzar el día con buen pie. Y yo con mi guitarra le ponía otro sabor y otro color a la rutina diaría a una ciudad tan gris y aburrida. De veras me sentía alagado pues al cabo de un tiempo la gente me conocía y muchas mujeres me dejaban poemas y mensajes de amor. Y es que en una sociedad donde los problemas económicos por ley están resueltos, pues el gobierno cubre todas las necesidades vitales, falta saciar el hambre del alma. A medio día me retiraba con la bolsa llena de monedas y de billetes. Jamás en mi vida había ganado tanta plata. Entonces cual papá Noel regresaba a la comuna vasca cargado de comida y regalos para todos mis camaradas. Y encima Mayte y Edurne me adoptaron como su mascota y por la noche me llevaban a dormir en sus camas como si se tratara de un bebé para consentirme y darme cariño.

Una tarde cuando viajaba en el tranvía con dirección a la Grand Place encontré una pareja de cholos vestidos con ponchos, chalecos, chullos y ojotas que cargaban sus kenas, zampoñas, el charango y el bombo. Emocionado me dirigí a ellos para saludarlos. Se presentaron como Libardo y Deidad, su mujer y me comentaron que venían de la Paz, Bolivia, y que desde hacía mas de seis meses viajaban por Europa viviendo de la música. La pura verdad es que su pinta impresionaba pues sus facciones de huacos y su piel cobriza del altiplano les convertía en el centro de atracción. Me invitaron a la Place Royale donde iban a realizar su espectáculo al aire libre. El público ya se agolpaba en las inmediaciones ansiosos por presenciar el concierto. El cholo Libardo comenzó haciendo una ofrenda a la pachamama con hojas de coca. Luego cuando interpretaron el celebre tema "el cóndor pasa” se desató el delirio. Al final los aplaudieron a rabiar y fueron premiados con una lluvia de monedas y billetes. Yo también efusivamente los felicité y ellos al verme con la guitarra en el hombro me dijeron que si quería acompañarlos. Y al instante acepté la oferta y me uní oficialmente al grupo “Inti Raymi”

Nos fuimos de gira por distintas ciudades belgas donde nos acogían con mucha cordialidad y respeto. Sitio en el que actuábamos, sitio que nos rodeaba una gran fanaticada ansiosa por disfrutar de los cantos y la poesía de nuestra tierra. Lo exótico vende, el enigma de los Incas, la magia del Machu Picchu, las pistas de Nazca, el lago Titicaca. Al caer la tarde felices y contentos nos repartíamos como buenos hermanos las jugosas ganancias para después sentarnos en alguna terraza a chupar cerveza sin medida ni clemencia.

Un día en la place de Vrijdagmarkt de la ciudad de Gante cuando terminamos nuestra presentación se acercaron un matrimonio belga que se quedó encantado con nuestra música. Tanto que nos invitaron a tocar en una fiesta de matrimonio de su hijo que se iba a celebrar ese fin de semana en su finca. Madame Leroy nos dijo que ella era una enamorada del Perú y que hasta tenía un ahijado en Puno. Aceptamos su ofrecimiento pues nos calentarían la mano con buen billete aparte de disfrutar de barra libre, comida y bailongo.

Así fue como el sábado por la mañanita nos vinieron a buscar en una limosina para llevarnos a donde madame Leroy que vívía en una espectacular mansión rodeada de hermosos bosques. Según nos contaron ella pertenecía a una familia de acaudalados banqueros y su fortuna se cuantificaba en varios millones de dólares. Al medio día llegaron los novios en un lujoso Mercedes Benz descapotable quienes fueron recibidos por una banda militar que interpretó polkas en su honor. Detrás en una caravana de autos lujosísimos venían los convidados. Por un tapete rojo extendido sobre la grama fueron desfilando los novios a los que homenajearon lanzándoles pétalos de rosas. La gente vestía sus mejores galas; los hombres con sus trajes de paño y sombreros de copa y las mujeres cargadas de joyas luciendo pamelas y vestidos diseñados por modistos famosos. Nosotros nos quedamos con la boca abierta pues nunca nos habíamos codeado con la crem de la crem. Pero no nos chupamos pues también nosotros teníamos nuestro jale ya que el colorido de nuestros trajes daba un toque exótico a la ceremonia. Una mesa de unos 50 metros de largo había sido preparada para servir el banquete. Y todo de categoria con platos de porcelana fina y cubiertos de plata. Madame Leroy inesperadamente se nos acercó y sonriente nos dijo que nos tenía preparada una gran sorpresa. ¿Una sorpresa para nosotros? ¿para unos indios patipelados?

Una compañía de mozos empezaron a servir los platillos más selectos de la comida internacional: las langostas, el marisco, el caviar, churrasco argentino, marranito asado, fondiu, gulasch. Además, las botellas del mejor vino del mundo se descorchana en un dos por tres. La gente después de beber un par de copas cambia y se hacen más amigables así que sin ningún pudor nos pusimos a departir con los invitados. Nosotros en tono grandielocuente les íbamos describiendo los atractivos turioswticos de nuestros países: el lago Titicaca, Tiahuanaco y la ciudad pérdida de Machu Picchu. Yo no pude resistir la tentación y le eché mano a una langosta de la concha de su madre que devoré avaricioso. Nos bebimos hasta el agua de los floreros. ¡a la chucha! mientras en otras partes del mundo se pasa un hambre atroz aquí se derrochaba a manos llenas. Con razón la gula es uno de los siete pecados capitales. Para rematar la función aparecieron cuatro pajes cargando una tarta de siete pisos coronada por un volcán de fuegos artificiales. Inolvidable sorpresa que fue recibida con una salva de aplausos. Los novios se besaron apasionados y como mandan los cánones tomaron un sable entre sus manos y cortaron el pastel. A continuación madame Leroy anunció con bombo y platillo nuestra actuación. -con ustedes el grupo “Inti Raymi”, los auténticos descendientes de los Incas.- Mi compadre Libardo pronunció un discurso en quechua felicitando a los contrayentes lo que provocó una gran algarabía. Y como de costumbre iniciamos nuestro concierto con "el cóndor pasa". Esas notas inspiraron a la concurrencia que embriagada por los efluvios etílicos se lanzarton a bailar como posesos. A continuación le dedicamos el tema "Ojos azules" a la novia y entonces se armó tremendo despelote. A una señal de madame Leroy los sirvientes fueron destapando un arsenal de botellas de champagne para brindar por la eterna felicidad de los enamorados.

Al finalizar nuestra actuación madame Leroy nos tomó de la mano llevándonos hacia un pequeño lago para enseñarnos la sorpresa que nos tenía reservada. Nosotros intrigados nos preguntábamos qué podría ser. De repente, vimos a un rebaño de llamitas que retozaban sobre la hierba. Eso fue como si nos hubieran dado una puñalada en el corazón. Nosotros nos quedamos lívidos y hasta se nos quitó la borrachera. ¡Qué emocionante! Tanto tiempo fuera de nuestro terruño y nos entró una gran nostalgia la contemplarlas. La señora bien caprichosa se las había traído a desde el Perú para exhibirlas ante sus amistades. Los novios escoltados por su séquito quisieron hacerse una foto con las llamas pero la presencia de los gringos las puso cardíacas y de inmediato los bañaron a escupitajos. Pero parece mentira ¿cómo se darán cuenta de eso?

A mi compadre Libardo se le ocurrió que teníamos que interpretar alguna canción para intentar calmarlas. Y así lo hicimos con el huayno "valicha", mi pata tocaba la kena y la chola la zampoña y yo los acompañaba con mi guitarra. La manada de llamas presurosas se acercaron a nosotros y hasta seguían el ritmo de la música una danza ceremonial bellísima. Esa mágica escena hizo que los invitados a la boda enmudecieran. Y lo que nos golpeo más fuerte fue cuando las llamitas se acercaron a olernos y a lamer nuestros rostros. Nos besaban y sus ojos brillaban de alegría no había duda nos reconocían y manifestaban sentimientos casi humanos. Sí, estos animales nos identificaban como de su familia y nos echamos a llorar cual niños de brazos. Ahí mismo comprendimos lo que significaba el exilio, el sabernos huérfanos y desarraigados Me desangraba en llanto cómo es posible que hayamos caído tan bajo -Soy un traidor, un cobarde que huyen y no defiende su tierra ni a los suyos.- Las llamitas me arrebataron, mi sangre hervía de rabia. Se cayó la venda de mis ojos, era completamente consciente de lo que acontecía y ante la mirada atónita de los presentes comencé a quitarme la ropa con la que estaba disfrazado. -Se acabó esta parodia, basta ya de seguir haciendo de bufón de estos carajos europeos ¡vale verga!- y rabioso estrellé la guitarra contra un piedra haciéndola añicos. La gente sorprendida se llevó las manos a la cabeza mientras yo gritaba furioso: ¡Kausachun Tupak Amaru! ¡ayaya pachamama!


Carlos de Urabá 2012
Mar Muerto.