La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

jeudi 30 juin 2011

BIOGRAFIA ANAL DE PEDRO ALMODOVAR




Un homenaje al mariquita power y su bienamado profeta.

En España tras la muerte del dictador Franco se inició un periodo denominado por los historiadores como “el destape”. El destape fue una respuesta a la censura y la represión impuesta por el nacionalcatolicismo.

Se acabaron las verdades absolutas y los dógmas inamovibles. Había llegado la hora de probar la fruta prohibida y disfrutar de los más bajos instintos sin complejos de culpa ni remordimientos.

La juventud de ese entonces eligió la filosofía nihilista como modelo de vida, es decir, “el pasotismo” -paso , paso de todo, tío -dedicándose de lleno la marcha y el desmadre. “a quién le importa lo que yo haga/ a quién le importa lo que yo diga./Yo soy así y así seguiré/ nunca cambiaré...” Con la llegada de la democracia el pragmatismo burgués mató al ideal revolucionario. Se habían cumplido los objetivos propuestos y ahora entrabamos en la famosa “transición democrática”. Tras 40 años de dictadura los líderes políticos nos convencieron que tendríamos poder de decisión y que nuestra voz sería escuchada. Pero pronto nos dimos cuenta que sólo era un ardid para llenarse los bolsillos a costa de nuestra ingenuidad. Los movimientos sociales que tanta importancia cobraron en la lucha clandestina, se desmovilizaron Esto supuso la quiebra del pensamiento utópico. No te comas el coco, armate un porro, colega, sírvete un cubata, pon la música a todo volumen y alucina.

El capitalismo se ha empeñado en convertir al sexo en un artículo de primera necesidad. Los consumidores exigen carne, carne fresca y bien adobada. Los medios de comunicación como la radio, la prensa la televisión, el cine, las revistas, amparados en el derecho constitucional de la libertad de expresión se dedican a estimular la libido con el fin de explotar a destajo este filón inagotable.


En esa España profunda habitada por gañanes y paletos ignorantones surgió un personaje que con el paso de los años se convertiría en uno de sus genios más preclaros: Pedro Almodovar. Un chico pobre pero honrado que emigró a la capital a comerse el mundo y muchas cosas más. ¡y vaya que cosas! El trasgresor por antonomasia, el hereje homosexual que encendió el fuego fatuo de la movida madrileña. Bendito sea el fruto de tu vientre. En aquel Madrid provinciano de los años setentas y ochentas se jugó el parné al todo o nada y por un extraño capricho del destino se transformó en la reinona de la villa y corte.

Pedro Almodovar no tuvo ningún complejo en salir del armario. -hay que reconocer la casta y el bravío de este hermoso ejemplar- se depiló el cuerpo, se maquilló el rostro y comenzó a usar zapatos de tacón y minifalda. Con un tonito amanerado y ademanes mariposones pronunció su declaración de guerra.

De inmediato, los inquisidores de la España sacrosanta lo señalaron como el anatema infernal del fin del milenio. Almodovar el exhibicionista por antonomasia, el sátiro, el fauno, el rufián desvergonzado que nos induce a pecar y fornicar, una mente retorcida que nos escupe en la cara lo más degradante de la condición humana: las aberraciones y parafilias, la carne fresca de las rameras exhibida en los escaparates, los prepucios, los falos más prodigiosos, los anos, las vulvas, el monte de Venus, los cuerpos bañados en aceite de coco y la miel en los labios. ¡Aprovechad la ocasión! Todo es válido con tal de apaciguar los espíritus insatisfechos.


Almodovar nos induce a caer en las más delirantes tentaciones: el cunilinguis, las tetas como melones, los culos bien aderezados, los coños excitados que se abre como una flor de loto, las vergas empalmadas dispuestas a batirse a duelo.

Los principios éticos y morales que nos regían desde épocas inmemoriales se han resquebrajado. ¿Quién iba a pensar que el hijo del arriero de Calzada de Calatrava revolucionaría el séptimo arte y pondría en jaque nuestras tradiciones más vernáculas? ¡Qué paradoja! Su cerebro es una fuente inagotable de inspiración: los orgasmos múltiples y tocamientos libidinosos, los cornudos apaleados, celos, dramas, crímenes, torturas, venganzas, sangre y semen, ríos de semen como marca indeleble de su personalidad. 

¡Gloria eterna a nuestro libertador! Sus patologías enfermizas nos incita a sacar ese caníbal que todos llevamos dentro. Sin escrúpulos mancilla la pureza del cuerpo y del alma, el pudor cristiano, la castidad, y hasta la virginidad de María puesta en entredicho. Almodovar es un iconoclasta que con las depravaciones más procaces rompe los moldes establecidos: un helado de chocolate que se derrite en el pene tieso y furibundo de un efebo, una drag queen que se dedica a mamar el pirulí de su maromo, la loba en celo que aúlla en la madriguera mientras su amante le come la guinda del pastel, el torero que desenfunda su cipote y posee a una manola en el albero. Una fábula antológica jamás escrita.


El mito del macho ibérico, aquellos salvajes prehistóricos de pelo en pecho, cejijuntos y agitanados que se llevaban a las rubias escandinavas al huerto se extingue irremediablemente. ¡oh! que nostalgia de esos días de esplendor cuando los albañiles y camioneros conquistaban con los piropos más obscenos a las damas más estrechas de la alta sociedad. Hoy los chicos afeminados con sus blue jeans ceñidos marcando paquete, la camiseta ajustada a sus bíceps y tríceps, bien engominaditos y bañados en colonia Hamijo enarbolan la bandera del arco iris y se pasean triunfantes por las grandes avenidas.

Los críticos sin ninguna objeción elevaron a Almodovar a lo más alto del Olimpo. La Academia Francesa no ahorró palabras de elogio: ¡superbe! ¡magnifique! ¡stratosphérique! No seáis tan retrógrados, deshinibios, tenemos que despojarnos de todos los tabúes para comprender la magnitud de su obra. En sus películas la cámara penetra hasta hasta lo más profundo del ser, eso si, con mucho aceite y vaselina, y todo a media luz con una copla o un bolero de música de fondo.

Entre manantiales de alcohol y toneladas de coca la flor y nata de la intelectualidad aplaude a rabiar al gurú de la teología liberadora. Las musas, sus divas, sus vampiresas defecan sobre un esclavo sumiso que se arrastra como una lagartija por el suelo, una ninfómana de labios exageradamente protuberantes inicia al danza nupcial, el beso lenguaraz de las lesbianas, las potras arrechas domadas por un gladiador musculoso, las divas, los divos, los marimachos, las rameras, los maricones y ¡qué viva España! un imaginario colectivo que ya hace parte de nuestra identidad.



Los grandes genios son muy maniáticos y en el momento menos esperado nos tienden una celada: los pepinos, la zanahoria y la mantequilla siempre tan recursiva, los tríos, el intercambio de parejas, la cama redonda y el farolillo rojo de los cabarets donde las vedettes embrujan con su lencería fina a los viejos verdes. ¡Qué vivan las orgías y bacanales!

Si no me dan el Oscar me suicido” llegó a amenazar Almodovar a la academia. Y Hollywood se postró de rodillas ante sus bravuconadas. Al fin y al cabo el universo Almorovadiano es una clonación de los grandes clásicos del cine americano. Fascinado por el glamour de Marilyn, Elisabeth Taylor, Ava Gardner, Escarlata O´Hara, fanático de William Wyler, Alfred Hitchcock, o Tennessee Williams; imitador del melodrama, la comedia o el thriller que ha aplicado con notable éxito en su simpático karaoke. Este exótico ejemplar manchego se sabe todo los trucos: el voyerismo, el mirar a través del ojo de la cerradura y contemplar escenas escalofriantes: una maricona abierta de piernas en el altar mayor, las ninfas seducidas por un apóstata, Luzbel que desflora a una colegiala, las masturbaciones místicas o el apasionado idilio entre un monje trapense y una muñeca hinchable. ¡Provocador!

¡Bienaventurado seas noble caballero! las universidades más prestigiosas del mundo lo premian con las más altas condecoraciones por su valiosísimo aporte a la cultura universal. Pedro Almodovar el trasgresor, el profanador que deslumbra a las masas con un lenguaje jamás concebido: el verbo hecho carne, el chorizo de Cantimpalos, las migas con champagne, las tetas de silicona, el pene de látex ultrasensual, los consoladores de diseño, el botox que realza los labios de una vampiresa, la madame que se deleita con su perrito faldero, la histeria colectiva de sus actrices y actores, el arte del fetichismo, el foot fetish o el smoking fetish, las braguitas color fucsia que nos ponen cachondos o el tótem fálico de un mandinga que coloca el listón muy pero muy alto.


Almodovar retrata con destreza las clásicas españoladas:  los personajes gritones y horteras y una fauna variopinta de travestis, punkis, rockeros, yonquis, traficantes y camellos. ¡Qué no decaiga la fiesta! más alcohol, anfetaminas, éxtasis, hachís, coca, marihuana y un pico de heroína para endulzar la velada. Gratia plena. No se puede improvisar, todo está perfectamente calculado. Almodovar ha sabido interpretar a la perfección las aberraciones y depravaciones más sutiles: el enfermero que viola la paciente en coma y la deja embarazada, el chico se masturba en la ventana eyaculando sobre los transeúntes, el exhibicionista que invita a su esposa al lupanar para que observe como se folla una ramera. Desde luego tiene carácter el fenómeno de masas más exitoso de los últimos tiempos.

Almodovar ha sido merecedor de los más preciados trofeos urbi et orbi: Caballero de la Legión Francesa, el Oscar hollywoodiano, el Cesar, el Goya, la Palma de Oro, Globo de Oro, la Concha de Oro, el premio Príncipe de Asturias de las artes, ¿las artes de la felación y el beso negro? ¿El ano, las vaginas y las tetas ? medalla de honor al mérito de las Bellas Artes, y vaya si son bellas las artes: la pedofilia, la sodomía, las parafilias, el onanismo, y como postre la lluvia dorada ¡que apoteosis! Es el cineasta más laureado de todos los tiempos, Doctor Honoris Causa por su inestimable contribución a la cria de machos cabríos y lobas en celo. ¿Cómo aplacar el ego de esta criatura superlativa? los más reputados doctores le consideran el máximo representante de la cultura popular española contemporánea. En sus obras reluce la plástica y la estética más refinada: los culos respingones, chochos ardientes, las pollas en vinagre, felaciones en cadena, amazonas que cabalgan a la grupa de una alazán mulato o el sepulturero que hace el amor con los muertos. ¡Qué tierno! Un estallido orgiástico indescriptible. Más semen y efluvios sexuales, la retórica del himen roto tras el estupro y la sangre de las defloraciones que manchan las sábanas de la suite nupcial, los curas pedofilos que conducen al matadero a las criaturitas más tiernas del redil. No os escandalicéis que todo está consentido y tolerado pues de su noble imaginación brota un universo onírico de una vitalidad arrolladora.


El laureado director  manchego aplica dosis letales de su afrodisiaco favorito: un ama dominante azota con su fusta los glúteos de un esclavo sumiso. Revive la pasión de Cristo que chorrea sangre en la cruz y gime y gime, sufre y sufre, goza y goza hasta la extenuación. Desde luego que el sadomasoquismo debe ser contemplado como materia básica de nuestra educación superior. Almodovar magistralmente utiliza las metáforas más sublimes para darle versatilidad al hilo conductor de sus películas. Con una trama bien hilvanada nos mantiene en la zozobra. Nerviosos nos comemos las uñas y afiebrados no podemos disimular nuestra calentura.

El icono la España progre se desmelena y saca a relucir toda su irreverencia, la madre del cordero, el prócer del mariquita power posee un karma pervertido y morboso pocas veces descrito. ¡Alto! arriba las manos, abajo las bragas. Tanto frenesí nos deja obnubilados. En las sábanas humedecidas de efluvios sexuales los amantes retozan cual tortolitos practicando las lecciones del kamasutra castizo y en la platea se le caen las babas al personal. Nuestro director es único e indivisible, el español universal lúbrico y concupiscente que brilla con luz propia. Más pelucas y medias veladas, el traje de faralaes, el abanico, las peinetas, las ligas, las cadenas, las correas, los brazaletes y collares, botas de motero, los zapatos de tacón de aguja, los tatuajes camaleónicos, un piercing traspasando la lengua, el rímel que se corre en los ojos llorosos de un travesti, el yonki que se chuta su dosis de “caballo”adulterada. ¡Magistral! La clave radica en estimular la libido y manipular los sentimientos de los Homo Erectus, lobotizar su cerebro, sobreexcitarlos y cuando estén a punto de caramelo ¡zas! que beban de tu manita cual mansos corderitos.



Escrito en letras de oro resplandece en los cines y lupanares el nombre del director de culto idolatrado en los cinco continentes: Pedro Almodovar. Bulle la testosterona, hierve la progesterona y ansiosos por calmar el voraz apetito de la carne los frígidos y las frígidas, las reprimidas y estrechas, las premenopaúsicas, las menopaúsicas, los eyaculadores precoces y los impotentes se desgarran las vestiduras. Hay que perder el miedo a lo desconocido, cierra los ojos y déjate llevar por las nuevas sensaciones: las trompas de Falopio, el punto g, el incesto, la necrofilia, la zoofilia, y el público se levanta de sus butacas aplaudiendo a rabiar al maestro más vicio, más vicio, por favor, os lo suplico, nuestra sociedad decadente y perniciosa está ávida de bilis y estiércol.

España ya tiene su rey Midas, Almodovar convierte la caca en oro pues explota toda la riqueza genital que palpita en nuestro inconsciente colectivo, esa furia prehistórica que heredamos del hombre de Atapuerca. Su cerebro sucio y retorcido trasforma las perversiones más soeces en obras de arte. Versos floridos que no admiten comparación e impregnan de un aire fresco el mundo del celuloide: una furcia masturbándose con el teléfono móvil, don Juan que escala la tapia de los conventos y embaraza monjas, una abuela drogadicta que no aguanta el mono y se tira por la ventana del asilo, las relaciones incestuosas, el hijo que está enamorado de su madre, dos transexuales bellamente maquillados que fornican en un sofá Luis XVI, el enfermo de Sida que acaricia con sus manos cadavéricas a una niña tierna. La erótica obsesiva y la violencia sin límites, un asesino que dispara su pistola a bocajarro y le vuela la tapa de los sesos a una fulana ¡surrealista! ¡Oh! esnifate una rayita de coca, dabuti colega y me haces una felación express, por fa. Guay. ¡Me cago en Dios! ¡me cago en la virgen ! un lenguaje soez que compite con los autores del siglo de oro español. Los eructos de los gorrinos en el jacuzzi, la pata de jamón roñosa con la que una maruja mata a Caín y el porno duro rompe catres que nos deja patidifusos.

¡Vaya éxitazo! el marketing almorovadiano arrasa con todo, es un superventas que mueve millones de euros. En las taquillas se cuelga el cartel de no hay entradas. Este proxeneta llena el vacío que nos acongoja y nos pone los dientes largos; reímos, lloramos, odiamos, amamos y follamos como máquinas. La sociedad de consumo exige carne, carne fresca, sangre joven y virginal, más colegialas defloradas, más rameras, homosexuales, transexuales, metrosexuales, hembras adúlteras, cornudos y lunáticos.


Necesitamos sentir más placer satisfaction gemir, morder, arañar, chupar, besar, fornicar, y, sobre todo, eyacular ...bien pertrechados de palomitas de maíz y a reír a carcajadas contemplando sus melodramas cómico- patéticos. Es tan fácil alcanzar la felicidad, ¿no? Almodovar es un Dios benévolo y complaciente que exorciza nuestro aburrimiento. Pero también es un juez implacable que condena al españolito heterosexual a la hoguera. El odio hacia el género masculino hierve en su sangre, la sed de venganza le retuerce las entrañas: el macho ibérico merece un castigo ejemplar. Los hombres son monstruos que encarnan el mal. El bien y el mal, los ángeles y demonios, la clásica dicotomía; los buenos son las mujeres; esposa, hija, madre o amante y los homosexuales, claro, las víctimas perseguidas desde tiempos inmemoriales. Los hombres son malos, feos, tontos, locos, esquizofrénicos, oligofrénicos, es decir, los culpables del caos. Si una mujer mata a su marido es una heroína que hace justicia; si un hombre mata a su mujer comete un crimen merecedor de la horca. Los raros son los demás, ¿no? Nuestro director bate las alas y vuela muy, muy alto. Pedro Almodovar, la divinidad suprema, el sodomita universal. Dadme un pene y moveré la tierra.

Almodovar es uno de los miembros más prestigiosos del lobby gay o la “mafia rosa” que extiende sus poderosos tentáculos por los sectores más influyentes de nuestra sociedad. Un club reservado a una élite de alto poder adquisitivo y refinamiento exquisito. ¡Qué cuerpazos! ¡qué músculos! siempre acompañados por un harén de efebos y gigolos que guardan muy bien sus espaldas. ¿nos tomamos un daikiri, querido, antes iniciar el coito? Vale. Un espectáculo subvencionado por el Ministerio de Cultura español y la European Commission Culture; millones y millones de euros invertidos en patrocinar la cultura anal -ponte en cuatro chico que estoy cachondo.

Y es que con ese currículum culum no hay quien se le resista. Según sus biógrafos es el director de cine más original que atraviesa fronteras y cautiva a millones de espectadores con amor, melancolía, ternura y humor. Este castellano manchego lúbrico y generoso ha conseguido una síntesis estética impresionante, retratos valiosísimos de la condición humana expresadas con un lenguaje insuperable: sus monjas toxicómanas, el lesbianismo ilustrado, la parafilia en todas sus variantes, la coprofilia, master en ciencias clitoridianas, matrícula de honor en necrofilia ¡aleluya! Toda una lección de vida y compromiso social. Gracias a su extensa obra cinematográfica las nuevas generaciones podrán afrontar con mayor seguridad su desarrollo psicomotriz.


El gobierno en pleno, los representantes del poder legislativo, ejecutivo y judicial, los reyes, los príncipes se rinden a sus pies. Se extiende la alfombra roja y un coro de eunucos interpreta loas épicas en su nombre ¡Hosanna en el cielo, bendito el que viene en el nombre del señor! sus depravaciones son memorables, los actos lascivos, el pene, el ano, la lengua, el pubis, la vulva, sus patologías compulsivas de escándalo: el cunilingulis, el beso negro, las bolas chinas. No cabe la menor duda que es un rupturista, un innovador nato que marca un antes y un después en el arte contemporáneo. No seas cateto ponte la mano en la barbilla y lanza un quejío de alabanza, coño, que estás ante el héroe civilizador de la España postmoderna.

Sí voy a ser mamá. Voy a tener un bebé para jugar con él, para explotarlo bien. Voy a tener un bebé, le vestiré de mujer, le enseñaré a vivir de la prostitución, le enseñaré a matar...” (Almodovar´s song I) Besos, abrazos, aullidos, platos rotos y no pares no pares chico que ya veo las estrellas, que llego ¡ ay loca! que “he bajado a las cloacas y las ratas me dieron su amor” (Almodovar song II)

Carlos de Urabá 2011
Investigador de Colombia


mercredi 29 juin 2011

La carga



Resignación cristiana y menos mal que Dios vela por nosotros.
No queda otra que asistir a misa los domingos y confesar nuestros pecados, sobre todo, el más imperdonable, el de la vejez.

La edad dorada, el premio a toda una vida de trabajo es como una medalla que le ponen al héroe antes de enterrarlo en el cementerio. Se suponía que ya jubilados íbamos a hacer realidad nuestros sueños y a disfrutar de los lindo. Pero, ¿así encorvado y dando palos de ciego con un bastón? Si por lo menos pudiéramos hincharnos de comer. Pero nada. A cuidarse con una sopita de pollo, el jamón york y sin beber ni una copa de vino porque de lo contrario te puede dar un patatús.

Tantos años de trabajo en el campo, de gañan en un cortijo en una época donde el señorito nos trataba a las patadas. Y a obedecer al amo porque sino la Guardia Civil te zurraba a palos.
Ni siquiera teníamos vacaciones a no ser las fiestas de San Juan, claro. El campo te hace un esclavo y a sembrar y cosechar de sol a sol o darle de comer a las bestias o criar las gallinas y conejos. Sin contar con la familia que eso es harina de otro costal. Todos los días a las cinco de la mañana en pie y a cumplir como Dios manda. Vamos, que tuvimos que sudar la gota gorda para sacar a mis hijos de ese chiquero, darles una educación digna y hacerlos unos ciudadanos de bien.

La semana pasada tuve que ir al médico pues la cabeza me daba vueltas. La cola en el hospital era larguísima; pacientes y más pacientes, todos con esa cara de ovejitas que llevan al matadero. Para no variar la misma conversación de siempre: que si la presión alta, el azúcar, los trigliceridos ¡ay! que el reuma o la próstata. Un viacrucis de condenados suplicando el milagrito. No hay más que viejos achacosos, la mayoría hipocondríacos que vienen a desahogarse con el doctor. Sólo desean que alguien los escuche. ¡Es tanto pedir!. Si la única enfermedad que padecemos es la de la soledad y el olvido. En todo caso, Dios es bondadoso y nos da la vejez para que nos vayamos acostumbrando a la muerte.

De vez en cuando mis hijos vienen a la residencia a que les firme algún papel o simplemente a saludarme por el día de mi santo o en las navidades. Llegan y me dan unas cuantas palmaditas en la espalda y me dejan un regalito. Mis nietos se sientan en el televisor y no dicen ni hola. Sólo cuando quieren que les dé una propina se acercan y mueven la colita a ver si los premio con algunos cuartos. Aunque no lo merezcan se me ablanda el corazón y al final los complazco.

Mis hijos dicen que no tienen tiempo, que viven muy apurados pues deben pagar deudas e hipotecas, y que por eso no me visitan más a menudo. Es una manera de disculparse pero a mi no me importa. Están muy nerviosos y gritan por cualquier cosa. ¿Será el ambiente del asilo o vaya a saber qué cosas? lo cierto es que se marchan rapidito. Por mi cumpleaños me regalaron un teléfono móvil, según ellos, para que esté comunicado. -Papá si es que estás muy aislado.- Qué granujas! Si yo no entiendo nada de estos cacharros, yo soy un gañan, un cateto de pueblo que sólo sabe de bueyes y arados. Ni siquiera se leer ni escribir porque para arrear las mulas no se necesita ser una lumbrera.

Desde que enviudé mis hijos insistieron en que tenía que venirme a una residencia en Madrid, que ellos la pagaban, que no podía estar allí abandonado en Castuera tan lejos de la familia. De puro bruto acepté marcharme convencido de sus buenas intenciones. El primer día en la capital casi me da un infarto: tantas luces, el ruido y ese tráfico enloquecedor. Millones de personas venga de aquí para allá y todos amontonados en esos edificios peor que los pollos del gallinero. Cuando estoy deprimido salgo al balcón del asilo a ver si diviso mi terruño pero ¡qué va! todo es un mar de asfalto y de cemento. Al menos en Castuera me acompañaban los vecinos y me entretenía en el huerto sembrando tomates y cebollas.

El Buen Pastor es como un parking de vejestorios, las familias no saben donde meternos somos una carga, mejor dicho, unos estorbos. Porque ¿qué vamos a ser  sino muebles viejos que se meten al trastero cubiertos de polvo y telarañas?

Para colmo los enfermeros de la residencia viven cabreados y nos tratan a los madrazos ¡Me cago en Dios!, ¡me cago en la hostia! Son las expresiones más decentes Y no es para menos pues tienen lidiar con nosotros, limpiarnos la mierda y hasta cambiarnos los pañales igual que a los bebés. Algunos abuelos no están bien de la cabeza y les entra el berrinche, entonces se arma la de San Quintín. Todo se repite, un día tras otro la misma rutina : nos levantamos a las nueve y después del desayuno nos vamos al salón a jugar al mus o al domino. Jugar es un decir porque ¿qué se puede esperar de unos viejitos amargados y gruñones ? Nada más que peleas y reproches. Se nos acabó la pascua y de buenas a primeras el crudo invierno marchitó nuestros corazones. Después de la comida nos vamos a la salita a mirar en la televisión alguna película o los toros o el fútbol, Aunque la mayoría se hecha la siestecita en los mullidos sillones y a roncar a pierna suelta.

Si no existiera la televisión, que es nuestra verdadera compañía, no quiero ni pensar lo que sería de nosotros, sin ese invento, más de uno ya se habría suicidado; incluso hablamos con los presentadores de los programas. Ellos son nuestros mejores amigos y los saludamos como si los conociéramos de toda la vida.

En este país se perdió la fe, los jóvenes no quiere tener hijos, son muy egoístas y adoran la juerga. De nada valen los sentimientos. A trabajar y trabajar destajo, luego que si las horas extras para engordar la nómina y quedarse a gusto. Luego se quejan de que no tienen un duro pero mira por donde como les gusta llenar el carrito de la compra en los supermercados y satisfacer todos sus caprichitos.

A las nueve en punto cenamos una tortillita y un yogur y ya estamos despachados. A las diez de la noche algunas beatas rezan el rosario y a la camita a ver si en el mundo de los sueños se nos aparece la virgen.

Hoy me llamó mi hijo Justino. Qué raro. -Papá tienes que venirte con nosotros a Benidorm- Y es que en la residencia en el mes de agosto cobran el triple. Y ahora con esto de la crisis la cosa se pone cuesta arriba. ¿A Benidorm? ¡a la playa! Por primera vez en mi vida voy a ver el mar. Me puse tan contento que hasta me dieron ganas de cantar una copla. Porque la temporada más dura para los viejos es el verano. Aguantar 45 grados achicharrados en una mecedora no es cosa fácil. La ciudad se desocupa pues todo el mundo se va a la costa o a la montaña y no queda ni el gato. Ahora al menos tendré la compañía de mis hijos y mis nietos. Digo yo.

Salimos de Madrid muy temprano para aprovechar la fresca. El coche estaba lleno de maletas y cachivaches. A mi me pusieron atrás junto a mis dos nietos y el perro. Mi hijo Justino conducía acompañado de su mujer que no paraba de llamar por el teléfono móvil. Salir de Madrid fue más que una aventura pues tuvimos que aguantar una fila interminable de coches, horas y horas de embotellamiento.¡Qué agobiante! Y para colmo mi nuera puso a todo volumen la radio con esa música diabólica del chun chun pan pun que te destroza los oídos. Mis nietos, venga a jugar con las maquinitas o a hacerle gracias al perro, y yo como un monigote allí sentado sin saber que hacer. Apenas me distraía un poco mirando el campo yermo por el estío donde el solazo incendiaba la meseta. Recordé mi niñez cuando junto a mi padre salíamos a faenar en los trigales. ¡qué tiempos aquellos! Si pudiera cogería una hoz para ir a segarlos. En la autopista mi hijo hundió el acelerador y embaló el coche para recobrar el tiempo perdido. Cruzábamos pueblos y ciudades; uno tras otro a una velocidad vertiginosa. Me entró tal un mareo que tuve que abrir la ventana para respirar un poco de aire fresco. A mi lado los niños continuaban matando marcianitos en la maquinita y mi hijo no paraba de tararear esas canciones modernas, su mujer, para variar, de juerga en el teléfono móvil. Si por lo menos me hubieran dicho ¿Abuelo necesita algo ? ¿ tiene usted sed ?¿está todavía vivo ?

Antes de comer paramos en una gasolinera a repostar. Miré a mi alrededor y pareció que estaba en Castuera, de veras que era igualito a mi pueblo; con la misma plaza y la misma iglesia. Una verdadera alucinación. -Me voy al baño a mear -le dije a mi hijo- y él ni siquiera me prestó atención. Detrás de los servicios había un bosquecillo y de prisa me metí entre los matorrales como una liebre que huye del cazador. ¡Qué maravilla! olía a jara y espliego. Allí acurrucado cerré los ojos y aguardé que se marcharan. Seguro que ni me habrán echado de menos. Escarbé la tierra y la froté en mi rostro arrugado, más arrugado que esos campos resecos por la sequía y me sentí resucitar. De repente, alguien me llamó ¡pedrito, pedrito! No puede ser, si es mi padre. Me dio la mano y me ayudó a levantarme. Ala chaval a faenar que se nos hace tarde mientras cargaba las alforjas besó mi frente y me acarició y yo no pude reprimir una carcajada de felicidad.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008.




mardi 28 juin 2011

León Canales, confesiones de un revolucionario chileno en el exilio. parte II

El cholo manguera


Siempre que pienso en Manguera vuelvo a sentir ese escalofrío que me paralizó cuando me hizo ese tremendo golazo de chilena. Para mi será el mejor jugador que jamás haya conocido. Pero mi recuerdo no es el de un jugador cualquiera sino el de un verdadero chamán que nos hechizó con sus malabarismos y que burlaba a los defensas más poderosas y levantaba la pasión de multitudes.

Toda nuestra familia llegó a Lima finales del año 1957 procedentes de las pampas de Junín, en la sierra peruana, con el sueño de iniciar una nueva vida en la ciudad. Mi padre desde muy joven trabajó en la mina metido en los socavones de cerro de Pasco, mientras mi madre se llenaba de hijos pues por entonces así eran los designios de Dios. Porque nosotros somos 8 hijos entre hermanos y hermanas que compartíamos todo lo habido y por haber; desde la ropa a los libros, cuadernos y cubiertos, las penas y las alegrías.

Ese frío tremendo de los Andes siempre perseguirá mi memoria. Como buenos hermanos dormíamos todos juntos en el suelo sobre un colchón de totora tapados con pieles de llama. Nos pegábamos unos contra otros para darnos calor como si fuéramos cuyes. Parece mentira que hubiéramos sobrevivido a esa existencia tan penosa.

Por vez primera presencié un partido de fútbol en las calles de Cerro de Pasco a 4600 metros sobre el nivel del mar. Los cholos a patapelada se marcaban sus juegos con una bola de trapo. Qué fiereza la de mi raza para aguantar todas las calamidades desde la altura a la intemperie y la lluvia. Se batían como gladiadores en el circo romano jugándose la vida. Y todo por apostar un par de canastas de cerveza. Los partidos cerraban las calles, el tráfico se interrumpía y se desviaban la circulación pues esos eventos eran sagrados. Toda la ciudad sew convertía en un inmenso campo de fútbol los fines de semana. A nadie se discriminaba aunque fuera enano, gordo, viejo o machucado. Todos tenían derecho a participar en el juego. Así aprendí las mañas de la viveza criolla que me enseñaron los más avezados maestros.

Más tarde, cuando ya vivíamos en Lima y la temperatura de la costa se hizo calida y húmeda, se vino a repetir la misma comedia con prácticamente los mismos actores. Todos los serranos del barrio de San Luís, ese barrio invadido por los cholos, se reunían a rumiar su soledad en los campos agrestes cerca del cerro de San Cosme, donde "las papas queman". Y allí se improvisaban los tremendos partidos que congregaban al vecindario. Nadie se perdía los encuentros donde la pasión futbolística se desataba hasta límites insospechados. Incluso por un gol dudoso se desenfundaba una pistola, se blandían las navajas o se daban de trompadas en unas peleas callejeras que no las paraba ni la fuerza pública.

Yo estudiaba en el colegio distrital Miguel Grau y como era la época del Mundial de Fútbol México 70 imitábamos a nuestros jugadores favoritos y nos creíamos sus reencarnaciones. Lo más fascinante fue ese choque entre Perú y Brasil en el estadio Jalisco de Guadalajara. Inolvidable. El mejor de todos por el juego bonito y hasta poético. Por Perú jugaron sus estrellas Challe, Gallardo, Baylón, Mifflin, Perico León, Cubillas, Sotil y Chumpitaz , enfrentados al Brasil de Pelé, Tostao, Everaldo, Clodoaldo, Jairzinho y Ribelino. Perdimos 4 por 2 pero nos dejó un sabor a victoria. Ese día lloramos todos los del barrio en la plazoleta del Señor de los Milagros donde don Pancha, el dueño del bar de la esquina, había instalado una televisor en blanco y negro para que viéramos el partido. Ese era el único televisor del barrio y una multitud se agolpaba todos los días a ver los juegos. Luego nos poníamos la camiseta peruana: la blanca y listón rojo y nos tragábamos el mundo a patadas. Esos pasajes de mi juventud son los más dulces y me hacen sonreír cuando los rememoro. Hoy, aquí en España, en ciertas noches de nostalgia recuerdo con tristeza ese tiempo pasado que es mi único consuelo.

La ciudad de Lima de entonces era muy fea, abandonada y sus casas coloniales se caían a pedazos. Una garúa permanente la cubría y en ciertas épocas la niebla se echaba encima como si fuera una mortaja. Compadre, y esos cerros pelados y esos campos yermos, ese desierto inmisericorde que invadimos donde el sol curtía las piedras. Levantamos un rancho de estera y cartón y nos parapetamos conquistando la tierra prometida. Sin agua, sin luz, sin esperanza. Comenzamos a trazar las calles y parques del futuro barrio y ladrillo a ladrillo construimos nuestra casa entre toda la familia. Nos sentimos pioneros y llenos de optimismo nos presentabamos como limeños. Jamás los propios capitalinos nos aceptaron -esos cholos de mierda vienen a empuercan a Lima, la ciudad de los Reyes - eso es lo que realmente pensaban los pitucos o los caballeros de fina estampa sobre nosotros los invasores.

Como buenos serranos nos daba mucha curiosidad ver el mar, queríamos conocerlo, sentirnos acariciados por sus olas. ¿Sería tan grande como dicen? Pero las playas se encontraban en los distritos más finos y castizos. Nosotros nos acercábamos y a lo lejos veíamos a los pitucos limeños jugando en la playa disfrutando de su baño, y esas hembritas bien buenas blanquiñosas de pelo rubio que tomaban el sol medio calatas. Eso nos ponía bien arrechos. Sólo mirábamos y no nos atrevíamos a violar la intimidad de los señores.

Los clásicos futbolísticos protagonizados por el lumpen hacían historia. Los hampones, atracadores y carteristas que se criaban en el barrio de San Luís eran muy aficionados a jugar pelota y ellos en sus horas de asueto se entregaban al deporte. Todo el mundo sabía a lo que se dedicaban pero por mutuo respeto nadie los señalaba o les recriminaba. Al contrario a algunos se les consideraban héroes y benefactores del barrio. En cualquier momento uno de los rateros ya sazonado se paraba en medio de la barra de una cantina y gritaba "la gracia de la casa" e invitaba a todo el mundo a cerveza. O a veces llegaban cargados con regalos para sus patas o la collera. Y el pueblo los tenía como los Robin Hood cholos más alabados y bendecidos.

En ese mundo tan enajenado el balompié relajaba a los malandros y así se hacían más humanos. Las fieras se domaban y se convertían en defensas, medio campistas y delanteros buenos para driblar con su cintura criolla a sus contendientes. – charco de sangre sonríe y sus dientes de oro encandilan al rival y con una gambeta se filtran en las dieciocho baja con el pecho el balón y se lo deja servido en bandeja a su yunta y ¡¡¡Goool carajo!!! ¡¡¡Goool !!! de pollo gordo ¡La cagada, compadre! Y todas las putas y maricones se le echaban encima besándolo y felicitándolo. Más tarde entre canastadas de cerveza celebraban sus hazañas hasta caer jinchos de la borrachera. ¡Seco y volteao, hermanito!

Muchas veces me pasaba las noches en vela escuchando radio el Sol, un Perú en sintonía,. Yo me echaba sobre mi cama y encendía el transistor para escuchar al pocho Rospigliosi y sus comentarios sobre los partidos del domingo o las entrevistas a los jugadores de moda. El Sporting Cristal y el Alianza de Lima se enfrentan en el clásico capitalino. ¡Huy! eso va a ser memorable. El Alianza es el equipo de los "cocodrilos" o los negros de la Victoria, de los indios, de los zambos, de los pobres que tiene la mayor hinchada entre los barriobajeros y su rival, el Sporting, representa a los acomodados con un juego más europeo y estilizado.

Yo creo que el fútbol es más cosa de los condenados que se tienen que ganar el cielo en la tierra porque de antemano son unos perdedores. Eso te obliga a esforzarte al máximo para poder salir de una vida tan mísera. Los más jodidos se tienen que superar y brillar con luz propia para conseguir la gloria porque de los contrario las únicas salidas son la delincuencia y la droga. Un buen contrato en un equipo grande es la ilusión de todo chibolo para dejar este limbo de los pueblos jóvenes y escapar de ese desierto de guacas donde el futuro es más áspero que la arena candente.

En el año 72 arribó una familia de emigrantes de Abancay, como tantas otras de la sierra central. Venían con todos sus cachivaches a cuestas. Vestidos de poncho y ojotas se instalaron a media cuadra de nuestra casa. La indiada levantó un rancho con palos y esteras y decidieron fundar su hogar dulce hogar. Entre los nuevos vecinos había un joven de unos 15 años como yo alto y flacuchento y con cara de tumi incaico, del que más tarde me hice amigo. Tímido y reservado el patita apenas si se comunicaba en un mal español de serrano, en ese lenguaje cojo de los quechuas en el que apenas si se hacen explicar. En todo caso como quería progresar entró en mi colegio a seguir los estudios. Y allí comenzó a integrarse en la vida de los criollos- como a nosotros también nos pasó en su momentode. Así que un día botó su poncho y ojotas y se disfrazó de ciudadano renunciando a sus raíces. Siguió el consejo de otros tantos travestidos: ya eres un peruano, hermanito, tienes que cambiar de actitud y dejar esas maneras de indio con olor a guanaco.

Se llamaba Walter Mamani. Sus padres le pusieron ese nombre gringo para que subiera en al escala social. Pero su apellido y su rostro lo delataban y no podía disimular su procedencia. En el recreo se quedaba en silencio mirándonos jugar al fútbol en la cancha del patio. Y así se pasaba las horas muertas ensimismado y sin que cambiara un ápice la expresión de su rostro.

Mi padre se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para ir a trabajar a un aserradero en el Callao. Mi madre siempre tan hacendosa le tenía listo el desayuno; su cafecito y un pancito con palta. Ese era el destino del serrano en la gran ciudad de los limeños, o sea, la carne de cañón, obreros y trabajadores que realizaban los oficios más pesados. Junto a mis siete hermanos crecíamos en medio de la más absoluta precariedad y apenas si nos quedaba tiempo para la diversión y el esparcimiento. La vida era una lucha continua por conseguir los soles y poder sobrevivir. Por eso cuando salía de la escuela a mi me tocaba chambear lavando carros para llevar algunos centavos a la casa.

Yo quería ser un agente secreto de la policía de investigaciones del Perú, me obsesionaba la idea de hacer justicia en este mundo de mierda y devolverle a los peruanos, a los verdaderos hijos del sol su orgullo perdido.

Para el 28 de Julio, día de las fiesta patrias, se organizaron los juegos escolares y todas las clases presentaron los equipos que iban a participar en dicho acontecimiento. Nuestra clase tenía la delantera más letal del colegio y por eso siempre salíamos campeones. Y esta vez nadie podría hacernos frente. Yo jugaba de arquero aunque era chatito saltaba como gato y volaba de palo a palo eliminando cualquier peligro. La clase de 5b prometía ser nuestro rival más fuerte y ustedes ya saben hasta donde puede llegar el fanatismo de los colegiales.

Inesperadamente se corrió la voz que en el equipo e 5b iba a jugar Walter Mamani, el cholo recién bajado del monte, pues varios muchachos se habían ausentado de las clases porque tenían que trabajar de ambulantes vendiendo dulces o galletas. Ahora con el cholo Walter entre sus filas las cosas se ponían aún más fáciles. Así que confiados de nuestra victoria ni siquiera nos entrenamos. Hasta que llegó el día de la verdad. La jornada comenzó con la formación de todos los alumnos en el patio y la izada del pabellón nacional. Cantamos con toda el alma el himno del Perú como si estuviéramos en la final del campeonato del mundo.

Pero la verdad es que no dábamos la talla pues muchos de nosotros estábamos desnutridos. Que se podía esperar si apenas si desayunábamos un pancito con un vasito de leche Gloria y de almuerzo ni se diga. Y eso se notaba en las piernas enclenques de los jugadores cholos y zambos que más parecían zancudos. El colegio en pleno presidido por el director y los profesores se congregó entorno a la cancha de fútbol ya que este partido nadie se lo quería perder. Yo me puse a hacer ejercicios de calentamiento para salvaguardar los tres palos con tenacidad imitando el mejor estilo de Rubiños. Nuestro equipo lucía una raída camiseta blanca con listones azul marino como la del Alianza donada por la asociación de padres de familia.

El profesor Bustos dio el pitazo inicial y nos echamos todos al ataque como si se tratara de una jauría de potros desbocados. Echabamos los restos sin medir la fuerza. La barra del colegio estaba con nosotros pues éramos los que mejor acariciábamos el cuero y le poníamos más salsa al juego. Porque el fútbol es cosa de artístas y a nosotros nos divertiamos bailando al contrario. El crack de nuestro equipo se llamaba Quispe al que todos conocían con la chapa del zambo, un gran goleador muy escurridizo y difícil de marcar. El zambo culebreaba de derecha a izquierda del campo y con sus florituras enloquecía a los jugadores. Siempre un cerrado aplauso de la hinchada premiaba sus magistrales lances. En el primer tiempo nosotros los de 5a ya ganábamos por dos cero con goles del zambo Quispe y de Chuqui. Los muchachos de 5b definitivamente no podían con nuestro ritmo frenético.

Para la segunda parte, el profesor Otero ordenó que el flaco Walter calentara. -entra ese cholo mudo de Abancay- todo el mundo profirio interjecciónes de asombro. Cuando saltó sobre el terreno de juego los alumnos lanzaron una estruendosa carcajada pues parecía una caricatura que se sostenía sobre dos palillos y encima el muy primitivo jugaba sin guayos, patipelao pues todavía no se acostumbraba a llevar zapatos. Un verdadero futbolista de la edad de piedra. Al comienzo del segundo tiempo el equipo de 5b reaccionó pues el cholo Walter no era cualquier pendejo. Parecía una mosquita muerta pero en el campo se transformó en un verdadero titán, una figura endiablada dificil de marcar. De taquito o túnel con habilidad driblaba a nuestros jugadores Hasta hizo una bicicleta espectacular engañando a tres defensores. ¡Qué concierto más hermoso! el pastor de llamas interpretaba una danza celestial. Yo me atrincheré en el arco presintiendo una debacle. El arbitro marca tiro libre a favor de 5b. Yo coloco la barrera y como desde 20 metros el cholo Walter de un tremendo balazo con la zurda puso el cuero en la cruceta. ¡Qué golazo! Hasta yo lo celebré. Las risas burlonas del principio se transformaron en una gigantesca ovación !Walter! ¡Walter!

Sin duda alguna asistíamos al alumbramiento de una estrella. Walter se consagraba en olor a multitudes. Su elasticidad era insólita; hacía el ocho, amagaba, cambiaba de ritmo y escondía la pelota de una forma magistral. De pechito paraba el balón y con un requiebre le rompía la cintura al más guapo. Con sus pases mágicos nos encandilaba. Definitivamente el cholito se erigió en la figura de la cancha. De pronto se escuchó una voz entre la multitud que gritó "Si parece manguera el muy concha de su madre". ¡Manguera, Manguera! y así se quedó su chapa o apodo.

En el minuto veinticinco en un rebote al cobro de un tiro de esquina Manguera se elevó, dobló su escualida figura en el aire y de una fantástica chilena marcó el gol del empate. El delirio fue tremendo y todo el mundo se metió al campo a felicitarlo y acariciarlo. Es que ni Pelé, ni Cubillas o Chumpitaz tienen ese quiebre – comentaban los espectadores- El muchacho no se daba por aludido, una frialdad de sapo marcaba su personalidad: un delantero letal y calculador que ni siquiera se emocionaba con sus propios tantos.

Desmoralizados nos encerramos en nuestra área para intentar capear el temporal. Faltaban como 20 minutos para terminar el juego y el cholo Manguera parecía un torero que nos había clavado un par de banderillas y nos tenía contra el burladero. Era como ese matador que espera ver al toro desangrado para aniquilarlo fácilmente. En un contragolpe del equipo 5b se vinieron cinco contra dos, de toquecito en toquecito se quedó solo Manguera ante mi. Yo salí a cortarle el ángulo de tiro y en ese instante me amagó una y otra vez y me tragué el engaño. Ya se marchaba en solitario a meter el gol cuando no me quedó otra que agarrarlo de las patas y se fue al suelo. Sin pensarlo dos veces el profesor Bustos pitó penalti. La gente bramaba de la emoción por el mano a mano del que habían sido testigos.

Como en las fiestas indias en los Andes yo era ese toro que debajo de los tres palos estaba a punto de ser sacrificado. Manguera con cara de matarife colocó el balón en el círculo de cal que marcaba los fatídicos doce pasos. Seguro que me va a fusilar, me dije a mi mismo, intuyendo el método que utilizaría para finiquitar el encuentro. Pero ni siquiera tomó impulso, se paró al lado del balón esperando la orden de ejecutar por parte del arbitro. Yo veía en su cara esos rasgos de indio de tez cobriza, nariz aguileña y ojos rasgados, y sin saber por qué también tenía pinta de del karateca Bruce Lee y otras veces su rostro se transfiguraba con esos ojos de cóndor de Tupac Amaru. La suerte estaba echada y sonó el pitazo del verdugo. Manguera se quedó quieto como una estatua de piedra y yo me tiré al lado derecho por adivinarle el pensamiento pero él lo único que hizo fue una rabona pegándole a la bola con precisión matemática y ésta mansamente se introdujo por el centro del arco. ¡¡¡Golazo carajo!!! ¡¡¡ Golazo!!! y ahí se acabó el partido porque todo el mundo invadió a la cancha levantando en hombros a su nuevo ídolo para entronizarlo. Lo nunca visto. Y cabizbajos nos retiramos con el rabo entre las piernas a mascullar nuestra derrota.

La noticia se regó como la pólvora por todo el barrio. El cholo Walter acaba de realizar un partido de antología en el colegio, dicen que ese guevón bailó a medio equipo y se los pasó por las armas. Déjense de cojudeces que eso es imposible si el cholito apenas salía de su rancho y nunca ha tocado una pelota en su vida. Se le apareció la virgen a ese ¿cómo? Manguera, ja ja ja, Manguera ¿y qué tal? Habrá que verlo aquí en un picadito con los más bravos.

Los sábados había más gente en nuestro barrio de lo común pues venían de otros distritos a disfrutar de los partidos donde se alineaba el tal Manguera. Sin duda se reveló como un niño prodigio y le tapó la boca a todo el mundo. Su fanaticada lo consentían y lo invitaban a las polladas y fiestonones en su honor. Al cholito se le subieron los humos a la cabeza pues sus aduladores lo divinizaron. Cambió radicalmente con la recién ganada fama y se dedicó a la bohemia y a libar licor en las cantinas, pues bebía gratis y encima otras malas compañías lo iniciaron en el mundo del hampa. Al final cayó en las garras del alcoholismo que lo persiguió hasta el fin de sus días. La gloria le duro bien poco igual que la dicha en la casa del pobre pues estaba a punto de ser contratado por las divisiones inferiores del Alianza de Lima, pero se ahogó a pocos pasos de la orilla como a tantos otros. Y esa frustración dejó una profunda huella en nuestra promoción que lo tenía como un ejemplo a seguir. Esta sociedad de consumo te sube y te baja y luego te engulle, no tiene compasión y te deshecha como un trasto inútil en la cuneta.

Mi hermano Hugo y yo fuimos encomendados por la familia para buscar un mejor futuro. Antes de partir prometimos sacarlos a todos de ese maldito agujero. Nos fuimos a pie y a dedo intentando colarnos en los EE.UU con el fin de derrotar a la pobreza aliándonos a los gringos. Pero al cruzar la frontera panameña los designios inescrutables del destino nos llevaron a Madrid, España, donde llegamos en el año de 1980. Allí me dediqué a trabajar en distintos oficios como las mudanzas, vigilancia o de lavaplatos en los restaurantes. Entonces, comprendí que estuviera donde estuviera siempre seguiría siendo extranjero pues si fue bien difícil integrarse en la sociedad limeña, en la española la cosa se puso áun más peliaguda. Por eso casi todos mis amigos eran latinoamericanos. Con todos ellos nos reuníamos los sábados y domingos a jugar los picaditos de fútbol en la Ciudad Universitaria para terminar bebiendo como siempre las mismas cajas de cerveza como si estuviéramos en Lima. Como no tenía la documentación en regla no pude volver al Perú y eso fue para mí como si me clavaran una puñalada en el corazón, una herida dolorosa , un golpe del que nunca he logrado levantarme.

En el año 1986 los titulares de los periódicos españoles anunciaron la muerte de 118 presos que se amotinaron en la cárcel del Frontón, Lurigancho, en Lima. Muchos de ellos ejecutados con tiros de gracia. De inmediato, llamé por teléfono al Perú para hablar con mi madre quien me confirmó la mala nueva. Entre la lista de nombres publicada por la prensa aparecía claramente el de Walter Mamani, mi querido amigo Manguera, mi pata del alma. Manguera había muerto en el motín reprimido a sangre y fuego por las fuerzas militares a ordenes del presidente Alán García. Llevaba tres años en el penal pues cayó por atraco a mano armada a un banco del estado y lo acusaron de terruco.

Esa tarde de caluroso verano nos dimos cita en la casa del Dr Hidrobo para asistir a la transmisión del partido entre Inglaterra-Argentina, en el estadio Azteca, por el mundial México 86. Era el duelo a muerte tan esperado y estábamos ansiosos por presenciar la venganza de la guerra de las Malvinas. A mi no se me quitaba el luto que llevaba por la desaparición de Manguera pero al ver a Maradona haciendo de las suyas no puede disimular una sonrisa de satisfacción.

Nos reunimos toda la patota de amigos y habíamos preparado un cebiche de conchas negras para la ocasión. Además, nos pertrechamos con un tremendo arsenal de cervezas. Qué juego más dramático en los cuartos de final, era el todo o nada y esa incertidumbre nos llenaba de angustia. Yo apenas si me concentraba en el juego así que me puse a beber chelas sin medir las consecuencias. A los cinco minutos del segundo tiempo Maradona recibe el balón y se lo pasa a Valdano quien dispara sin mucho tino y lo despeja el defensor inglés Hodge. El cuero se eleva y queda muerto en medio del área de candela. Parece fácil de atrapar por el espigado arquero Shilton, pero Maradona de tan sólo medio metro salta por encima de él y toca el balón nos se sabe bien con qué –Luego dirían que fue la "mano de Dios" y …¡¡¡goool!!! ¡¡¡goool concha de su madre!!! brincamos de alegría, nos abrazamos y se regó por el suelo todo el trago y la comida. Pero cuando celebraba el gol Maradona, ya él no era el mismo. Yo veía a un cholo, a un indio… es increíble si es mi compadre Manguera. Y en mi locura pensé, claro es Manguera, fue Manguera el que marcó. Todos se quedaron mirándome seguro creyendo que ya estaba demasiado bebido y se reventaron a carcajadas. Yo no sé que había tomado o fumado pero juraría que era el cholo el que jugaba con Argentina. O sea, que Maradona no era Maradona, sino que era Manguera, cabrones.

¿Otra cerveza, hermanito? me convidaba el doctor Hidrobo y yo sin rechistar agarraba la chela como un naufrago el salvavidas y brindaba con todos los compadres. Bebía como un cosaco disfrutando del encuentro. Pero el Apocalipsis Now estaba aún por llegar. Cinco minutos después ese diablo del Manguera recibe una pelota del defensa Enrique unos diez metros antes del medio campo. Al toque el cholo se embala sacando a relucir sus estilo inconfundible y en esos sesenta metros que lo separan del arco inglés dribla, engatusa y fulmina a Hodle, Reid, Samson, Butcher y Fenwick y ante la salida del arquero le hace un amagué con su cintura criolla y Shilton se lo traga y así lo bate de un tiro raso. En ese momento un impulso sobrehumano nos elevó hasta las nubes y la casa tembló amenazando con venirse abajo. ¡Manguera, Manguera! ¡qué hermoso hermanito, qué GOLAZO! y él con ese pasito tun tun tan característico se fue corriendo a la banda para celebrarlo con la hinchada del barrio de San Luís. ¡Gracias, cholito, por mi madre que eres lo máximo, gracias Manguerita! vociferaba mientras arrodillado y con los puños en alto miraba al cielo llorando de felicidad.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008




mardi 21 juin 2011

Mariquita power

El arrecho



Apreciada Doctora Corazón:
Soy un joven de la alta sociedad cachaca que se ha enamorado de una de las tantas desplazadas que han llegado a la capital. Es una mulata chocoana de un cuerpazo enloquecedor. Nos vimos por primera en un semáforo de la calle 94 con séptima. Yo iba manejando el jeep de papi y ella como vendía fruta me ofreció un trozo de patilla.  Yo se la compré porque tenía el mismo color  de sus carnosos labios. Emocionado  le di un mordisco a la patilla y de lo nervioso que estaba pegué un acelerón bien berriondo. No sé lo que me pasó pues desde ese instante me quedé tragado de ella ¿será que me dieron burundanga? Yo soy hijo de una familia prestante y no puedo aceptar esta relación.¡ y menos siendo una negra!
Quedo a la espera de una respuesta, atentamente,

El arrecho.

El programa de radio se emitía a las cuatro de la tarde y Juan Camilo después de tomar sus clases de golf se subió a su jeep Mercedes Benz GL 500 y encendió el transistor para escuchar el consultorio sentimental de la Doctora Corazón, un programa de radio muy popular entre los estratos más bajos de la sociedad. Y él como estaba en el club de los Lagartos le tocaba tomar las precauciones necesarias para que nadie supiera que sintonizaba Radio Santa Fe, la emisora de los "lichigos". Bajó el vidrio de la ventana del súper jeep y se comió un brownie de chocolate esperando ansioso las respuestas a la correspondencia enviada por los oyentes. Uno de ellos era él y eso lo mantenía en suspenso. Esa mulata de labios libidinosos, mirada de tigresa y de pechos robustos de palenquera lo ponía cardiaco.
- Una negra se ha colado en mi vida, una de las tantas desplazadas con un Dugand Gnecco ¡no!
Si su papá se enterara de este asunto seguro que lo mataría a trompadas.

Juan Camilo estudiaba sexto semestre de economía en la universidad de los Andes y se codeaba con la flor y nata de la burguesía bogotana, es decir, los elegidos para tomar las riendas del país en un futuro no muy lejano. La economía era algo que le atraía desde pequeño pues su padre el prestigioso senador conservador el doctor Julio Cesar Dugand Gnecco lo aleccionó desde la más tierna infancia en esas lides. Y claro, la economía es lo que manda en este mundo. sólo hay que ver la plata que mueven los bancos, consultorías y multinacionales que se dedican a los negocios o al comercio internacional. Perdón del Business como él lo pronunciaba tan bien –b u s i n e s s- en un inglés refinado que aprendió en Miami en la casa de su tío Cesar Agusto.

Él después de graduarse seguro que entraría a trabajar al City Bank recomendado por algunos amigos de papi.

Desde la época de la colonia en el Chocó buscaron refugio los cimarrones o negros rebeldes que escapaban de las cadenas de la esclavitud. Hoy sus descendientes ya no se esconden en lo profundo de la selva sino que emigran a otras regiones del país con las mismas ansias de libertad de sus antepasados. En Samurindó nació Jenny Paola, fruto de la unión de Jackson Carabalí, un pescador del río Atrato, y Tomasa, una lavandera del puerto. Las cosas se pusieron color de hormiga en el Chocó cuando la guerra entre paramilitares y guerrilleros se recrudeció a finales del año 1998. Y eso fue lo que motivó la estampida de sus habitantes. Cada nada habían enfrentamientos que dejaban un montón de muertos entre los alzados en armas y la población civil. El terror se apoderó de sus vidas por lo que resolvieron partir al exilio; primero a Quibdó y más tarde a Bogotá. Ahora les tocaba ganarse el pan con la familia en un semáforo vendiendo patillas. Jenny Paola de 18 años estaba en edad de merecer y se robaba las miradas de todos los hombres que la deseaban como un fruto pecaminoso. Su cuerpazo y ese cimbrear de cintura le rompía la cabeza a sus admiradores que como perros en celo se les caía la baba.

Cuando Juan Camilo escuchó en la radio el seudónimo de “el arrecho” y de inmediato se ruborizó.
-Están leyendo mi carta, ¡carajo!-
La Doctora Corazón con voz firme le aconsejó primero prudencia y luego discreción pues su caso era bastante delicado. Qué un joven de tan buena familia cayera tan bajo dejándose arrastrar por tales tentaciones era una insolencia. En todo caso lo primero que debería hacer era reprimir sus instintos básicos pues no podía manchar tan ilustre apellido. Además, en la alta sociedad sobraban las mujeres divinas y de rancio abolengo y la doctora no comprendía el porqué de este desliz tan absurdo. Seguramente, como relataba en su carta, esa negra le había dado burundanga ya que en el Chocó es común esta práctica de hechicería. “Esos poderosos espíritus africanos son capaces de robarle el alma al tipo más guapo.” Así que necesitaba con urgencia un tratamiento de choque en su gabinete particular. De esa manera pronunció la sentencia la Doctora Corazón en el caso de " el arrecho". A Juan Camilo se le puso la carne de gallina y echó mano de su camándula besando la imagen del Sagrado Corazón de Jesús para que lo protegiera.

Jenny Paola vivía junto a sus padres en una estrecha pieza de estrato uno en el barrio de Rionegro. Los tres tenían que compartir la misma cama pues no había espacio ni para que entrara el sol. La familia Carabalí solía levantarse a las cinco de la mañana para iniciar la rutina diaria. Tras desayunar un titnto con calados y huevos pericos cargaban en una carreta de madera las patillas para  llevarlas hasta el barrio el Chicó. Allí  en el  estratégico semáforo de la esquina de Bancafé las vendían a los conductores y transeúntes. Ya habían cumplido más de  un año de venturas y desventuras en la capital y lo que más echaban de menos era su humilde ranchito a orillas del Atrato y la sabrosa comida chocoana como la malanga y la sopa de viudo con guineo. Ahora como desplazados les tocaba adaptarse a la dieta de los cachacos con su ajiaco, la papa chorreada o la changua. Lo peor de todo era el frío sabanero que se hacía aún más intenso en la época invernal y que como negros calentanos aguantaban con resignación cristiana.

En Bogotá existen miles de desplazados y ellos al menos tenían un trabajo humilde que les daba para mantenerse dignamente. Se consideraban afortunados si se comparaban con otros que dormían debajo de los puentes y comían las sobras que tiraban a la basura. Y encima se codeaban con la élite del barrio el Chicó y a veces les caía una que otra jugosa propina.

Juan Camilo tomaba el desayuno a eso de las nueve de la mañana cuando la muchacha del servicio lo despertaba y le servía en su cama una bandeja con su juguito de naranja, los corn flakes, waffels y donnuts con leche chocolatada. Luego prendía la televisión para ver su programa de música favorito en MTV.  Pero últimamente le había dado por sintonizar los canales provincianos y empezó a aficionarse por el reguetón, la salsa brava de los Niches o la orquesta Guayacán. Se estaba proletarizando desde que conoció a esa negrona que lo tenía como un pelele. Pensativo se emocionó al saber que al medio día tendría que pasar con el jeep de papi por el consabido semáforo de la 94 y su hembra estaría allí vendiendo las patillas, voceándolas con ese acento de chocoana: ¡paaatilla, rojiiiita paaatilla!

En Bogotá el tráfico es enloquecedor, los carros vienen y van en una carrera hacia ninguna parte. De ahí que los grandes trancones sean la tónica dominante. Y encima como el trabajo informal campea a sus anchas por las calles y avenidas las cosas aún se ponen más peliagudas. Igual que los Carabalí existen otras miles de familias que han elegido el oficio de ambulantes para sobrevivir dado el creciente desempleo que azota a las clases más desfavorecidas.
Jenny Paola sabía que no le quedaba otra alternativa que sacrificarse para intentar salir de esa situación tan ingrata. Anhelaba estudiar y superarse a como diera lugar para sacar a los suyos adelante. Se sentía desterrada y la rabia contenida la hacía luchar con más verraquera. Y para colmo le tocaba  esforzarse el doble en una sociedad donde el racismo y la exclusión es el pan de cada día. Por ahora no le quedaba más remedio que resignarse a arrastrar la carretilla junto a sus progenitores e instalarla en el andén de la calle 94 con séptima. Su padre cortaba con un gran cuchillo las tajadas de patilla y ella en el momento en que el semáforo se ponía en rojo aprovechaba para venderlas.

A nadie le debe extrañar la pereza y dejadez de un hijo de papá criado en el seno de una familia aristocrática. Juan Camilo es tan descarado que se la pasa juegue que juegue en  el computador, chateando o mirando peliculitas y cuando se aburre descuelga el teléfono celular y se pone a conversar con sus  amigos y amiguitas. De alguna manera tenía que llenar el tedio y el vacío pues su vida estaba resuelta ya que papi y mami le consentían todos sus caprichos. Por eso el muchacho tirado en el sofá de la sala de su lujoso penthouse no hacía más que rascarse los huevos al saberse un privilegiado
- Si le entraba sed sólo tenía que chillar:
- ¡Maria, una coca cola!
-y al instante aparecía la muchacha del servicio como el genio de la lámpara maravillosa para cumplir con todos sus deseos. Siempre andaba retrasado y para colmo esa mañana tenía el examen final de contabilidad al que le había prometido a su papá aprobar con un sobresaliente. Cuando se dio cuenta que estaba retrasado salió corriendo con sus libros debajo del brazo lanzando madrazos a diestra y siniestra. Tomó el jeep de papi y a la brava apretó el acelerador embalado a toda por la calle quinta con dirección a la carrera séptima hasta que se encontró de frente con el semáforo de la calle 94. Como estaba en rojo paró en seco y observo a su  amor platónico acercarse a los carros ofreciendo las deliciosas patillas. Pero a él lo que le preocupaba en esos instantes era su examen ya que si no lo aprobaba papi no le pagaría el viaje a Miami. Vio los labios bembones de la negra  que amenazaban devorarlo, ese culo respingón y los robustos pezones  y lo sacudió  un escalofrío. Le entró la arrechera y  se mordió la lengua arrebatado. Ante tal provocación su auto parecía un pene que iba a penetrar a ese potro de ébano. Juan Camilo perdió los papeles y le lanzó un "mamacita" y despistado se saltó el semáforo en rojo. A esa hora en el cruce de la carrera séptima el tránsito es bastante pesado con tan mala suerte que  una buseta embistió al campero de Juan Camilo, que se volcó en la calzada.

Jenny Paola lanzó un grito de espanto pues el jeep estuvo a punto de atropellarla. Al ver el tremendo choque tiró las patillas y se acercó a auxiliar al conductor del jeep; un muchacho blanco y mono vestido con prendas finas que yacía inmóvil agarrado al timón. Jenny Paola  abrió la puerta e intentó reanimarlo dándole unas cuantas palmaditas en los cachetes. Pero el muchacho estaba privado y no reaccionaba. Asustada tomó la bayeta de la carretilla y le pidió a su padre un poco de agua y mientras acariciaba su cabello se la colocó en la frente. Juan Camilo se encontraba en estado de shock y creyó que la negra de labios carnosos le desabrochaba la bragueta. Atortolado sintió en su boca el agua bendita que la virgen le ofrecía. Juan Camilo abrió los ojos y  vio una figura borrosa que lo sujetaba en su rebozo.
-¡Es ella! ¡es mi diosa negra! ¿qué me ha pasado?

Jenny Paola le quitó la chaqueta para que pudiera respirar mejor.
-¡La fiera me está desnudando!, ¡qué chévere!—

¡Que ha pasado, por Dios! –preguntó Juan Camilo —
y Jenny Paola le contestó --Tranquilo, mi amor, todo está bien.
Pero, ¿qué hago aquí? --
--Ha tenido un accidente. Se saltó el semáforo en rojo—
-¿Cómo? no puede ser—
Mientras los pasajeros de  la buseta salían azorados temblando del susto,  el chofer iracundo gritó:
¡Maricón, me jodiste la buseta!
Juan Camilo no entendía nada, estaba en brazos de su ángel negro y no sabía lo que ocurría. Jenny Paola seguía acariciándole el pelo cariñosamente.
-¡Ya eres mía mamacita!
La negra patillalera sorprendida le dijo- ¿Pero qué dice usted? ha tenido un accidente y está herido. Se saltó el semáforo y estrelló su auto contra una buseta-- En ese instante Juan Camilo recobró la conciencia.
-- Sí, claro, tengo un examen y voy a llegar tarde--
Agitado se levantó y ahí se dio cuenta de la tragedia. El jeep Mercedes Benz GL 500 de papi estaba vuelto mierda en mitad de la calzada ¡un súper jeep de 100 millones de pesos!
- No, no, no el carro de papi. Esto le va doler en el alma y me va a desheredar.
- ¡El carro, el carro! -
- Apartó a la negra de un manotazo y se echó a llorar desconsolado encima del capot del jeep por su único y verdadero amor.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008.