La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mercredi 29 juin 2011

La carga



Resignación cristiana y menos mal que Dios vela por nosotros.
No queda otra que asistir a misa los domingos y confesar nuestros pecados, sobre todo, el más imperdonable, el de la vejez.

La edad dorada, el premio a toda una vida de trabajo es como una medalla que le ponen al héroe antes de enterrarlo en el cementerio. Se suponía que ya jubilados íbamos a hacer realidad nuestros sueños y a disfrutar de los lindo. Pero, ¿así encorvado y dando palos de ciego con un bastón? Si por lo menos pudiéramos hincharnos de comer. Pero nada. A cuidarse con una sopita de pollo, el jamón york y sin beber ni una copa de vino porque de lo contrario te puede dar un patatús.

Tantos años de trabajo en el campo, de gañan en un cortijo en una época donde el señorito nos trataba a las patadas. Y a obedecer al amo porque sino la Guardia Civil te zurraba a palos.
Ni siquiera teníamos vacaciones a no ser las fiestas de San Juan, claro. El campo te hace un esclavo y a sembrar y cosechar de sol a sol o darle de comer a las bestias o criar las gallinas y conejos. Sin contar con la familia que eso es harina de otro costal. Todos los días a las cinco de la mañana en pie y a cumplir como Dios manda. Vamos, que tuvimos que sudar la gota gorda para sacar a mis hijos de ese chiquero, darles una educación digna y hacerlos unos ciudadanos de bien.

La semana pasada tuve que ir al médico pues la cabeza me daba vueltas. La cola en el hospital era larguísima; pacientes y más pacientes, todos con esa cara de ovejitas que llevan al matadero. Para no variar la misma conversación de siempre: que si la presión alta, el azúcar, los trigliceridos ¡ay! que el reuma o la próstata. Un viacrucis de condenados suplicando el milagrito. No hay más que viejos achacosos, la mayoría hipocondríacos que vienen a desahogarse con el doctor. Sólo desean que alguien los escuche. ¡Es tanto pedir!. Si la única enfermedad que padecemos es la de la soledad y el olvido. En todo caso, Dios es bondadoso y nos da la vejez para que nos vayamos acostumbrando a la muerte.

De vez en cuando mis hijos vienen a la residencia a que les firme algún papel o simplemente a saludarme por el día de mi santo o en las navidades. Llegan y me dan unas cuantas palmaditas en la espalda y me dejan un regalito. Mis nietos se sientan en el televisor y no dicen ni hola. Sólo cuando quieren que les dé una propina se acercan y mueven la colita a ver si los premio con algunos cuartos. Aunque no lo merezcan se me ablanda el corazón y al final los complazco.

Mis hijos dicen que no tienen tiempo, que viven muy apurados pues deben pagar deudas e hipotecas, y que por eso no me visitan más a menudo. Es una manera de disculparse pero a mi no me importa. Están muy nerviosos y gritan por cualquier cosa. ¿Será el ambiente del asilo o vaya a saber qué cosas? lo cierto es que se marchan rapidito. Por mi cumpleaños me regalaron un teléfono móvil, según ellos, para que esté comunicado. -Papá si es que estás muy aislado.- Qué granujas! Si yo no entiendo nada de estos cacharros, yo soy un gañan, un cateto de pueblo que sólo sabe de bueyes y arados. Ni siquiera se leer ni escribir porque para arrear las mulas no se necesita ser una lumbrera.

Desde que enviudé mis hijos insistieron en que tenía que venirme a una residencia en Madrid, que ellos la pagaban, que no podía estar allí abandonado en Castuera tan lejos de la familia. De puro bruto acepté marcharme convencido de sus buenas intenciones. El primer día en la capital casi me da un infarto: tantas luces, el ruido y ese tráfico enloquecedor. Millones de personas venga de aquí para allá y todos amontonados en esos edificios peor que los pollos del gallinero. Cuando estoy deprimido salgo al balcón del asilo a ver si diviso mi terruño pero ¡qué va! todo es un mar de asfalto y de cemento. Al menos en Castuera me acompañaban los vecinos y me entretenía en el huerto sembrando tomates y cebollas.

El Buen Pastor es como un parking de vejestorios, las familias no saben donde meternos somos una carga, mejor dicho, unos estorbos. Porque ¿qué vamos a ser  sino muebles viejos que se meten al trastero cubiertos de polvo y telarañas?

Para colmo los enfermeros de la residencia viven cabreados y nos tratan a los madrazos ¡Me cago en Dios!, ¡me cago en la hostia! Son las expresiones más decentes Y no es para menos pues tienen lidiar con nosotros, limpiarnos la mierda y hasta cambiarnos los pañales igual que a los bebés. Algunos abuelos no están bien de la cabeza y les entra el berrinche, entonces se arma la de San Quintín. Todo se repite, un día tras otro la misma rutina : nos levantamos a las nueve y después del desayuno nos vamos al salón a jugar al mus o al domino. Jugar es un decir porque ¿qué se puede esperar de unos viejitos amargados y gruñones ? Nada más que peleas y reproches. Se nos acabó la pascua y de buenas a primeras el crudo invierno marchitó nuestros corazones. Después de la comida nos vamos a la salita a mirar en la televisión alguna película o los toros o el fútbol, Aunque la mayoría se hecha la siestecita en los mullidos sillones y a roncar a pierna suelta.

Si no existiera la televisión, que es nuestra verdadera compañía, no quiero ni pensar lo que sería de nosotros, sin ese invento, más de uno ya se habría suicidado; incluso hablamos con los presentadores de los programas. Ellos son nuestros mejores amigos y los saludamos como si los conociéramos de toda la vida.

En este país se perdió la fe, los jóvenes no quiere tener hijos, son muy egoístas y adoran la juerga. De nada valen los sentimientos. A trabajar y trabajar destajo, luego que si las horas extras para engordar la nómina y quedarse a gusto. Luego se quejan de que no tienen un duro pero mira por donde como les gusta llenar el carrito de la compra en los supermercados y satisfacer todos sus caprichitos.

A las nueve en punto cenamos una tortillita y un yogur y ya estamos despachados. A las diez de la noche algunas beatas rezan el rosario y a la camita a ver si en el mundo de los sueños se nos aparece la virgen.

Hoy me llamó mi hijo Justino. Qué raro. -Papá tienes que venirte con nosotros a Benidorm- Y es que en la residencia en el mes de agosto cobran el triple. Y ahora con esto de la crisis la cosa se pone cuesta arriba. ¿A Benidorm? ¡a la playa! Por primera vez en mi vida voy a ver el mar. Me puse tan contento que hasta me dieron ganas de cantar una copla. Porque la temporada más dura para los viejos es el verano. Aguantar 45 grados achicharrados en una mecedora no es cosa fácil. La ciudad se desocupa pues todo el mundo se va a la costa o a la montaña y no queda ni el gato. Ahora al menos tendré la compañía de mis hijos y mis nietos. Digo yo.

Salimos de Madrid muy temprano para aprovechar la fresca. El coche estaba lleno de maletas y cachivaches. A mi me pusieron atrás junto a mis dos nietos y el perro. Mi hijo Justino conducía acompañado de su mujer que no paraba de llamar por el teléfono móvil. Salir de Madrid fue más que una aventura pues tuvimos que aguantar una fila interminable de coches, horas y horas de embotellamiento.¡Qué agobiante! Y para colmo mi nuera puso a todo volumen la radio con esa música diabólica del chun chun pan pun que te destroza los oídos. Mis nietos, venga a jugar con las maquinitas o a hacerle gracias al perro, y yo como un monigote allí sentado sin saber que hacer. Apenas me distraía un poco mirando el campo yermo por el estío donde el solazo incendiaba la meseta. Recordé mi niñez cuando junto a mi padre salíamos a faenar en los trigales. ¡qué tiempos aquellos! Si pudiera cogería una hoz para ir a segarlos. En la autopista mi hijo hundió el acelerador y embaló el coche para recobrar el tiempo perdido. Cruzábamos pueblos y ciudades; uno tras otro a una velocidad vertiginosa. Me entró tal un mareo que tuve que abrir la ventana para respirar un poco de aire fresco. A mi lado los niños continuaban matando marcianitos en la maquinita y mi hijo no paraba de tararear esas canciones modernas, su mujer, para variar, de juerga en el teléfono móvil. Si por lo menos me hubieran dicho ¿Abuelo necesita algo ? ¿ tiene usted sed ?¿está todavía vivo ?

Antes de comer paramos en una gasolinera a repostar. Miré a mi alrededor y pareció que estaba en Castuera, de veras que era igualito a mi pueblo; con la misma plaza y la misma iglesia. Una verdadera alucinación. -Me voy al baño a mear -le dije a mi hijo- y él ni siquiera me prestó atención. Detrás de los servicios había un bosquecillo y de prisa me metí entre los matorrales como una liebre que huye del cazador. ¡Qué maravilla! olía a jara y espliego. Allí acurrucado cerré los ojos y aguardé que se marcharan. Seguro que ni me habrán echado de menos. Escarbé la tierra y la froté en mi rostro arrugado, más arrugado que esos campos resecos por la sequía y me sentí resucitar. De repente, alguien me llamó ¡pedrito, pedrito! No puede ser, si es mi padre. Me dio la mano y me ayudó a levantarme. Ala chaval a faenar que se nos hace tarde mientras cargaba las alforjas besó mi frente y me acarició y yo no pude reprimir una carcajada de felicidad.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008.




Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire