La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mardi 21 juin 2011

El arrecho



Apreciada Doctora Corazón:
Soy un joven de la alta sociedad cachaca que se ha enamorado de una de las tantas desplazadas que han llegado a la capital. Es una mulata chocoana de un cuerpazo enloquecedor. Nos vimos por primera en un semáforo de la calle 94 con séptima. Yo iba manejando el jeep de papi y ella como vendía fruta me ofreció un trozo de patilla.  Yo se la compré porque tenía el mismo color  de sus carnosos labios. Emocionado  le di un mordisco a la patilla y de lo nervioso que estaba pegué un acelerón bien berriondo. No sé lo que me pasó pues desde ese instante me quedé tragado de ella ¿será que me dieron burundanga? Yo soy hijo de una familia prestante y no puedo aceptar esta relación.¡ y menos siendo una negra!
Quedo a la espera de una respuesta, atentamente,

El arrecho.

El programa de radio se emitía a las cuatro de la tarde y Juan Camilo después de tomar sus clases de golf se subió a su jeep Mercedes Benz GL 500 y encendió el transistor para escuchar el consultorio sentimental de la Doctora Corazón, un programa de radio muy popular entre los estratos más bajos de la sociedad. Y él como estaba en el club de los Lagartos le tocaba tomar las precauciones necesarias para que nadie supiera que sintonizaba Radio Santa Fe, la emisora de los "lichigos". Bajó el vidrio de la ventana del súper jeep y se comió un brownie de chocolate esperando ansioso las respuestas a la correspondencia enviada por los oyentes. Uno de ellos era él y eso lo mantenía en suspenso. Esa mulata de labios libidinosos, mirada de tigresa y de pechos robustos de palenquera lo ponía cardiaco.
- Una negra se ha colado en mi vida, una de las tantas desplazadas con un Dugand Gnecco ¡no!
Si su papá se enterara de este asunto seguro que lo mataría a trompadas.

Juan Camilo estudiaba sexto semestre de economía en la universidad de los Andes y se codeaba con la flor y nata de la burguesía bogotana, es decir, los elegidos para tomar las riendas del país en un futuro no muy lejano. La economía era algo que le atraía desde pequeño pues su padre el prestigioso senador conservador el doctor Julio Cesar Dugand Gnecco lo aleccionó desde la más tierna infancia en esas lides. Y claro, la economía es lo que manda en este mundo. sólo hay que ver la plata que mueven los bancos, consultorías y multinacionales que se dedican a los negocios o al comercio internacional. Perdón del Business como él lo pronunciaba tan bien –b u s i n e s s- en un inglés refinado que aprendió en Miami en la casa de su tío Cesar Agusto.

Él después de graduarse seguro que entraría a trabajar al City Bank recomendado por algunos amigos de papi.

Desde la época de la colonia en el Chocó buscaron refugio los cimarrones o negros rebeldes que escapaban de las cadenas de la esclavitud. Hoy sus descendientes ya no se esconden en lo profundo de la selva sino que emigran a otras regiones del país con las mismas ansias de libertad de sus antepasados. En Samurindó nació Jenny Paola, fruto de la unión de Jackson Carabalí, un pescador del río Atrato, y Tomasa, una lavandera del puerto. Las cosas se pusieron color de hormiga en el Chocó cuando la guerra entre paramilitares y guerrilleros se recrudeció a finales del año 1998. Y eso fue lo que motivó la estampida de sus habitantes. Cada nada habían enfrentamientos que dejaban un montón de muertos entre los alzados en armas y la población civil. El terror se apoderó de sus vidas por lo que resolvieron partir al exilio; primero a Quibdó y más tarde a Bogotá. Ahora les tocaba ganarse el pan con la familia en un semáforo vendiendo patillas. Jenny Paola de 18 años estaba en edad de merecer y se robaba las miradas de todos los hombres que la deseaban como un fruto pecaminoso. Su cuerpazo y ese cimbrear de cintura le rompía la cabeza a sus admiradores que como perros en celo se les caía la baba.

Cuando Juan Camilo escuchó en la radio el seudónimo de “el arrecho” y de inmediato se ruborizó.
-Están leyendo mi carta, ¡carajo!-
La Doctora Corazón con voz firme le aconsejó primero prudencia y luego discreción pues su caso era bastante delicado. Qué un joven de tan buena familia cayera tan bajo dejándose arrastrar por tales tentaciones era una insolencia. En todo caso lo primero que debería hacer era reprimir sus instintos básicos pues no podía manchar tan ilustre apellido. Además, en la alta sociedad sobraban las mujeres divinas y de rancio abolengo y la doctora no comprendía el porqué de este desliz tan absurdo. Seguramente, como relataba en su carta, esa negra le había dado burundanga ya que en el Chocó es común esta práctica de hechicería. “Esos poderosos espíritus africanos son capaces de robarle el alma al tipo más guapo.” Así que necesitaba con urgencia un tratamiento de choque en su gabinete particular. De esa manera pronunció la sentencia la Doctora Corazón en el caso de " el arrecho". A Juan Camilo se le puso la carne de gallina y echó mano de su camándula besando la imagen del Sagrado Corazón de Jesús para que lo protegiera.

Jenny Paola vivía junto a sus padres en una estrecha pieza de estrato uno en el barrio de Rionegro. Los tres tenían que compartir la misma cama pues no había espacio ni para que entrara el sol. La familia Carabalí solía levantarse a las cinco de la mañana para iniciar la rutina diaria. Tras desayunar un titnto con calados y huevos pericos cargaban en una carreta de madera las patillas para  llevarlas hasta el barrio el Chicó. Allí  en el  estratégico semáforo de la esquina de Bancafé las vendían a los conductores y transeúntes. Ya habían cumplido más de  un año de venturas y desventuras en la capital y lo que más echaban de menos era su humilde ranchito a orillas del Atrato y la sabrosa comida chocoana como la malanga y la sopa de viudo con guineo. Ahora como desplazados les tocaba adaptarse a la dieta de los cachacos con su ajiaco, la papa chorreada o la changua. Lo peor de todo era el frío sabanero que se hacía aún más intenso en la época invernal y que como negros calentanos aguantaban con resignación cristiana.

En Bogotá existen miles de desplazados y ellos al menos tenían un trabajo humilde que les daba para mantenerse dignamente. Se consideraban afortunados si se comparaban con otros que dormían debajo de los puentes y comían las sobras que tiraban a la basura. Y encima se codeaban con la élite del barrio el Chicó y a veces les caía una que otra jugosa propina.

Juan Camilo tomaba el desayuno a eso de las nueve de la mañana cuando la muchacha del servicio lo despertaba y le servía en su cama una bandeja con su juguito de naranja, los corn flakes, waffels y donnuts con leche chocolatada. Luego prendía la televisión para ver su programa de música favorito en MTV.  Pero últimamente le había dado por sintonizar los canales provincianos y empezó a aficionarse por el reguetón, la salsa brava de los Niches o la orquesta Guayacán. Se estaba proletarizando desde que conoció a esa negrona que lo tenía como un pelele. Pensativo se emocionó al saber que al medio día tendría que pasar con el jeep de papi por el consabido semáforo de la 94 y su hembra estaría allí vendiendo las patillas, voceándolas con ese acento de chocoana: ¡paaatilla, rojiiiita paaatilla!

En Bogotá el tráfico es enloquecedor, los carros vienen y van en una carrera hacia ninguna parte. De ahí que los grandes trancones sean la tónica dominante. Y encima como el trabajo informal campea a sus anchas por las calles y avenidas las cosas aún se ponen más peliagudas. Igual que los Carabalí existen otras miles de familias que han elegido el oficio de ambulantes para sobrevivir dado el creciente desempleo que azota a las clases más desfavorecidas.
Jenny Paola sabía que no le quedaba otra alternativa que sacrificarse para intentar salir de esa situación tan ingrata. Anhelaba estudiar y superarse a como diera lugar para sacar a los suyos adelante. Se sentía desterrada y la rabia contenida la hacía luchar con más verraquera. Y para colmo le tocaba  esforzarse el doble en una sociedad donde el racismo y la exclusión es el pan de cada día. Por ahora no le quedaba más remedio que resignarse a arrastrar la carretilla junto a sus progenitores e instalarla en el andén de la calle 94 con séptima. Su padre cortaba con un gran cuchillo las tajadas de patilla y ella en el momento en que el semáforo se ponía en rojo aprovechaba para venderlas.

A nadie le debe extrañar la pereza y dejadez de un hijo de papá criado en el seno de una familia aristocrática. Juan Camilo es tan descarado que se la pasa juegue que juegue en  el computador, chateando o mirando peliculitas y cuando se aburre descuelga el teléfono celular y se pone a conversar con sus  amigos y amiguitas. De alguna manera tenía que llenar el tedio y el vacío pues su vida estaba resuelta ya que papi y mami le consentían todos sus caprichos. Por eso el muchacho tirado en el sofá de la sala de su lujoso penthouse no hacía más que rascarse los huevos al saberse un privilegiado
- Si le entraba sed sólo tenía que chillar:
- ¡Maria, una coca cola!
-y al instante aparecía la muchacha del servicio como el genio de la lámpara maravillosa para cumplir con todos sus deseos. Siempre andaba retrasado y para colmo esa mañana tenía el examen final de contabilidad al que le había prometido a su papá aprobar con un sobresaliente. Cuando se dio cuenta que estaba retrasado salió corriendo con sus libros debajo del brazo lanzando madrazos a diestra y siniestra. Tomó el jeep de papi y a la brava apretó el acelerador embalado a toda por la calle quinta con dirección a la carrera séptima hasta que se encontró de frente con el semáforo de la calle 94. Como estaba en rojo paró en seco y observo a su  amor platónico acercarse a los carros ofreciendo las deliciosas patillas. Pero a él lo que le preocupaba en esos instantes era su examen ya que si no lo aprobaba papi no le pagaría el viaje a Miami. Vio los labios bembones de la negra  que amenazaban devorarlo, ese culo respingón y los robustos pezones  y lo sacudió  un escalofrío. Le entró la arrechera y  se mordió la lengua arrebatado. Ante tal provocación su auto parecía un pene que iba a penetrar a ese potro de ébano. Juan Camilo perdió los papeles y le lanzó un "mamacita" y despistado se saltó el semáforo en rojo. A esa hora en el cruce de la carrera séptima el tránsito es bastante pesado con tan mala suerte que  una buseta embistió al campero de Juan Camilo, que se volcó en la calzada.

Jenny Paola lanzó un grito de espanto pues el jeep estuvo a punto de atropellarla. Al ver el tremendo choque tiró las patillas y se acercó a auxiliar al conductor del jeep; un muchacho blanco y mono vestido con prendas finas que yacía inmóvil agarrado al timón. Jenny Paola  abrió la puerta e intentó reanimarlo dándole unas cuantas palmaditas en los cachetes. Pero el muchacho estaba privado y no reaccionaba. Asustada tomó la bayeta de la carretilla y le pidió a su padre un poco de agua y mientras acariciaba su cabello se la colocó en la frente. Juan Camilo se encontraba en estado de shock y creyó que la negra de labios carnosos le desabrochaba la bragueta. Atortolado sintió en su boca el agua bendita que la virgen le ofrecía. Juan Camilo abrió los ojos y  vio una figura borrosa que lo sujetaba en su rebozo.
-¡Es ella! ¡es mi diosa negra! ¿qué me ha pasado?

Jenny Paola le quitó la chaqueta para que pudiera respirar mejor.
-¡La fiera me está desnudando!, ¡qué chévere!—

¡Que ha pasado, por Dios! –preguntó Juan Camilo —
y Jenny Paola le contestó --Tranquilo, mi amor, todo está bien.
Pero, ¿qué hago aquí? --
--Ha tenido un accidente. Se saltó el semáforo en rojo—
-¿Cómo? no puede ser—
Mientras los pasajeros de  la buseta salían azorados temblando del susto,  el chofer iracundo gritó:
¡Maricón, me jodiste la buseta!
Juan Camilo no entendía nada, estaba en brazos de su ángel negro y no sabía lo que ocurría. Jenny Paola seguía acariciándole el pelo cariñosamente.
-¡Ya eres mía mamacita!
La negra patillalera sorprendida le dijo- ¿Pero qué dice usted? ha tenido un accidente y está herido. Se saltó el semáforo y estrelló su auto contra una buseta-- En ese instante Juan Camilo recobró la conciencia.
-- Sí, claro, tengo un examen y voy a llegar tarde--
Agitado se levantó y ahí se dio cuenta de la tragedia. El jeep Mercedes Benz GL 500 de papi estaba vuelto mierda en mitad de la calzada ¡un súper jeep de 100 millones de pesos!
- No, no, no el carro de papi. Esto le va doler en el alma y me va a desheredar.
- ¡El carro, el carro! -
- Apartó a la negra de un manotazo y se echó a llorar desconsolado encima del capot del jeep por su único y verdadero amor.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008.












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