La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mardi 28 juin 2011

El cholo manguera


Siempre que pienso en Manguera vuelvo a sentir ese escalofrío que me paralizó cuando me hizo ese tremendo golazo de chilena. Para mi será el mejor jugador que jamás haya conocido. Pero mi recuerdo no es el de un jugador cualquiera sino el de un verdadero chamán que nos hechizó con sus malabarismos y que burlaba a los defensas más poderosas y levantaba la pasión de multitudes.

Toda nuestra familia llegó a Lima finales del año 1957 procedentes de las pampas de Junín, en la sierra peruana, con el sueño de iniciar una nueva vida en la ciudad. Mi padre desde muy joven trabajó en la mina metido en los socavones de cerro de Pasco, mientras mi madre se llenaba de hijos pues por entonces así eran los designios de Dios. Porque nosotros somos 8 hijos entre hermanos y hermanas que compartíamos todo lo habido y por haber; desde la ropa a los libros, cuadernos y cubiertos, las penas y las alegrías.

Ese frío tremendo de los Andes siempre perseguirá mi memoria. Como buenos hermanos dormíamos todos juntos en el suelo sobre un colchón de totora tapados con pieles de llama. Nos pegábamos unos contra otros para darnos calor como si fuéramos cuyes. Parece mentira que hubiéramos sobrevivido a esa existencia tan penosa.

Por vez primera presencié un partido de fútbol en las calles de Cerro de Pasco a 4600 metros sobre el nivel del mar. Los cholos a patapelada se marcaban sus juegos con una bola de trapo. Qué fiereza la de mi raza para aguantar todas las calamidades desde la altura a la intemperie y la lluvia. Se batían como gladiadores en el circo romano jugándose la vida. Y todo por apostar un par de canastas de cerveza. Los partidos cerraban las calles, el tráfico se interrumpía y se desviaban la circulación pues esos eventos eran sagrados. Toda la ciudad sew convertía en un inmenso campo de fútbol los fines de semana. A nadie se discriminaba aunque fuera enano, gordo, viejo o machucado. Todos tenían derecho a participar en el juego. Así aprendí las mañas de la viveza criolla que me enseñaron los más avezados maestros.

Más tarde, cuando ya vivíamos en Lima y la temperatura de la costa se hizo calida y húmeda, se vino a repetir la misma comedia con prácticamente los mismos actores. Todos los serranos del barrio de San Luís, ese barrio invadido por los cholos, se reunían a rumiar su soledad en los campos agrestes cerca del cerro de San Cosme, donde "las papas queman". Y allí se improvisaban los tremendos partidos que congregaban al vecindario. Nadie se perdía los encuentros donde la pasión futbolística se desataba hasta límites insospechados. Incluso por un gol dudoso se desenfundaba una pistola, se blandían las navajas o se daban de trompadas en unas peleas callejeras que no las paraba ni la fuerza pública.

Yo estudiaba en el colegio distrital Miguel Grau y como era la época del Mundial de Fútbol México 70 imitábamos a nuestros jugadores favoritos y nos creíamos sus reencarnaciones. Lo más fascinante fue ese choque entre Perú y Brasil en el estadio Jalisco de Guadalajara. Inolvidable. El mejor de todos por el juego bonito y hasta poético. Por Perú jugaron sus estrellas Challe, Gallardo, Baylón, Mifflin, Perico León, Cubillas, Sotil y Chumpitaz , enfrentados al Brasil de Pelé, Tostao, Everaldo, Clodoaldo, Jairzinho y Ribelino. Perdimos 4 por 2 pero nos dejó un sabor a victoria. Ese día lloramos todos los del barrio en la plazoleta del Señor de los Milagros donde don Pancha, el dueño del bar de la esquina, había instalado una televisor en blanco y negro para que viéramos el partido. Ese era el único televisor del barrio y una multitud se agolpaba todos los días a ver los juegos. Luego nos poníamos la camiseta peruana: la blanca y listón rojo y nos tragábamos el mundo a patadas. Esos pasajes de mi juventud son los más dulces y me hacen sonreír cuando los rememoro. Hoy, aquí en España, en ciertas noches de nostalgia recuerdo con tristeza ese tiempo pasado que es mi único consuelo.

La ciudad de Lima de entonces era muy fea, abandonada y sus casas coloniales se caían a pedazos. Una garúa permanente la cubría y en ciertas épocas la niebla se echaba encima como si fuera una mortaja. Compadre, y esos cerros pelados y esos campos yermos, ese desierto inmisericorde que invadimos donde el sol curtía las piedras. Levantamos un rancho de estera y cartón y nos parapetamos conquistando la tierra prometida. Sin agua, sin luz, sin esperanza. Comenzamos a trazar las calles y parques del futuro barrio y ladrillo a ladrillo construimos nuestra casa entre toda la familia. Nos sentimos pioneros y llenos de optimismo nos presentabamos como limeños. Jamás los propios capitalinos nos aceptaron -esos cholos de mierda vienen a empuercan a Lima, la ciudad de los Reyes - eso es lo que realmente pensaban los pitucos o los caballeros de fina estampa sobre nosotros los invasores.

Como buenos serranos nos daba mucha curiosidad ver el mar, queríamos conocerlo, sentirnos acariciados por sus olas. ¿Sería tan grande como dicen? Pero las playas se encontraban en los distritos más finos y castizos. Nosotros nos acercábamos y a lo lejos veíamos a los pitucos limeños jugando en la playa disfrutando de su baño, y esas hembritas bien buenas blanquiñosas de pelo rubio que tomaban el sol medio calatas. Eso nos ponía bien arrechos. Sólo mirábamos y no nos atrevíamos a violar la intimidad de los señores.

Los clásicos futbolísticos protagonizados por el lumpen hacían historia. Los hampones, atracadores y carteristas que se criaban en el barrio de San Luís eran muy aficionados a jugar pelota y ellos en sus horas de asueto se entregaban al deporte. Todo el mundo sabía a lo que se dedicaban pero por mutuo respeto nadie los señalaba o les recriminaba. Al contrario a algunos se les consideraban héroes y benefactores del barrio. En cualquier momento uno de los rateros ya sazonado se paraba en medio de la barra de una cantina y gritaba "la gracia de la casa" e invitaba a todo el mundo a cerveza. O a veces llegaban cargados con regalos para sus patas o la collera. Y el pueblo los tenía como los Robin Hood cholos más alabados y bendecidos.

En ese mundo tan enajenado el balompié relajaba a los malandros y así se hacían más humanos. Las fieras se domaban y se convertían en defensas, medio campistas y delanteros buenos para driblar con su cintura criolla a sus contendientes. – charco de sangre sonríe y sus dientes de oro encandilan al rival y con una gambeta se filtran en las dieciocho baja con el pecho el balón y se lo deja servido en bandeja a su yunta y ¡¡¡Goool carajo!!! ¡¡¡Goool !!! de pollo gordo ¡La cagada, compadre! Y todas las putas y maricones se le echaban encima besándolo y felicitándolo. Más tarde entre canastadas de cerveza celebraban sus hazañas hasta caer jinchos de la borrachera. ¡Seco y volteao, hermanito!

Muchas veces me pasaba las noches en vela escuchando radio el Sol, un Perú en sintonía,. Yo me echaba sobre mi cama y encendía el transistor para escuchar al pocho Rospigliosi y sus comentarios sobre los partidos del domingo o las entrevistas a los jugadores de moda. El Sporting Cristal y el Alianza de Lima se enfrentan en el clásico capitalino. ¡Huy! eso va a ser memorable. El Alianza es el equipo de los "cocodrilos" o los negros de la Victoria, de los indios, de los zambos, de los pobres que tiene la mayor hinchada entre los barriobajeros y su rival, el Sporting, representa a los acomodados con un juego más europeo y estilizado.

Yo creo que el fútbol es más cosa de los condenados que se tienen que ganar el cielo en la tierra porque de antemano son unos perdedores. Eso te obliga a esforzarte al máximo para poder salir de una vida tan mísera. Los más jodidos se tienen que superar y brillar con luz propia para conseguir la gloria porque de los contrario las únicas salidas son la delincuencia y la droga. Un buen contrato en un equipo grande es la ilusión de todo chibolo para dejar este limbo de los pueblos jóvenes y escapar de ese desierto de guacas donde el futuro es más áspero que la arena candente.

En el año 72 arribó una familia de emigrantes de Abancay, como tantas otras de la sierra central. Venían con todos sus cachivaches a cuestas. Vestidos de poncho y ojotas se instalaron a media cuadra de nuestra casa. La indiada levantó un rancho con palos y esteras y decidieron fundar su hogar dulce hogar. Entre los nuevos vecinos había un joven de unos 15 años como yo alto y flacuchento y con cara de tumi incaico, del que más tarde me hice amigo. Tímido y reservado el patita apenas si se comunicaba en un mal español de serrano, en ese lenguaje cojo de los quechuas en el que apenas si se hacen explicar. En todo caso como quería progresar entró en mi colegio a seguir los estudios. Y allí comenzó a integrarse en la vida de los criollos- como a nosotros también nos pasó en su momentode. Así que un día botó su poncho y ojotas y se disfrazó de ciudadano renunciando a sus raíces. Siguió el consejo de otros tantos travestidos: ya eres un peruano, hermanito, tienes que cambiar de actitud y dejar esas maneras de indio con olor a guanaco.

Se llamaba Walter Mamani. Sus padres le pusieron ese nombre gringo para que subiera en al escala social. Pero su apellido y su rostro lo delataban y no podía disimular su procedencia. En el recreo se quedaba en silencio mirándonos jugar al fútbol en la cancha del patio. Y así se pasaba las horas muertas ensimismado y sin que cambiara un ápice la expresión de su rostro.

Mi padre se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para ir a trabajar a un aserradero en el Callao. Mi madre siempre tan hacendosa le tenía listo el desayuno; su cafecito y un pancito con palta. Ese era el destino del serrano en la gran ciudad de los limeños, o sea, la carne de cañón, obreros y trabajadores que realizaban los oficios más pesados. Junto a mis siete hermanos crecíamos en medio de la más absoluta precariedad y apenas si nos quedaba tiempo para la diversión y el esparcimiento. La vida era una lucha continua por conseguir los soles y poder sobrevivir. Por eso cuando salía de la escuela a mi me tocaba chambear lavando carros para llevar algunos centavos a la casa.

Yo quería ser un agente secreto de la policía de investigaciones del Perú, me obsesionaba la idea de hacer justicia en este mundo de mierda y devolverle a los peruanos, a los verdaderos hijos del sol su orgullo perdido.

Para el 28 de Julio, día de las fiesta patrias, se organizaron los juegos escolares y todas las clases presentaron los equipos que iban a participar en dicho acontecimiento. Nuestra clase tenía la delantera más letal del colegio y por eso siempre salíamos campeones. Y esta vez nadie podría hacernos frente. Yo jugaba de arquero aunque era chatito saltaba como gato y volaba de palo a palo eliminando cualquier peligro. La clase de 5b prometía ser nuestro rival más fuerte y ustedes ya saben hasta donde puede llegar el fanatismo de los colegiales.

Inesperadamente se corrió la voz que en el equipo e 5b iba a jugar Walter Mamani, el cholo recién bajado del monte, pues varios muchachos se habían ausentado de las clases porque tenían que trabajar de ambulantes vendiendo dulces o galletas. Ahora con el cholo Walter entre sus filas las cosas se ponían aún más fáciles. Así que confiados de nuestra victoria ni siquiera nos entrenamos. Hasta que llegó el día de la verdad. La jornada comenzó con la formación de todos los alumnos en el patio y la izada del pabellón nacional. Cantamos con toda el alma el himno del Perú como si estuviéramos en la final del campeonato del mundo.

Pero la verdad es que no dábamos la talla pues muchos de nosotros estábamos desnutridos. Que se podía esperar si apenas si desayunábamos un pancito con un vasito de leche Gloria y de almuerzo ni se diga. Y eso se notaba en las piernas enclenques de los jugadores cholos y zambos que más parecían zancudos. El colegio en pleno presidido por el director y los profesores se congregó entorno a la cancha de fútbol ya que este partido nadie se lo quería perder. Yo me puse a hacer ejercicios de calentamiento para salvaguardar los tres palos con tenacidad imitando el mejor estilo de Rubiños. Nuestro equipo lucía una raída camiseta blanca con listones azul marino como la del Alianza donada por la asociación de padres de familia.

El profesor Bustos dio el pitazo inicial y nos echamos todos al ataque como si se tratara de una jauría de potros desbocados. Echabamos los restos sin medir la fuerza. La barra del colegio estaba con nosotros pues éramos los que mejor acariciábamos el cuero y le poníamos más salsa al juego. Porque el fútbol es cosa de artístas y a nosotros nos divertiamos bailando al contrario. El crack de nuestro equipo se llamaba Quispe al que todos conocían con la chapa del zambo, un gran goleador muy escurridizo y difícil de marcar. El zambo culebreaba de derecha a izquierda del campo y con sus florituras enloquecía a los jugadores. Siempre un cerrado aplauso de la hinchada premiaba sus magistrales lances. En el primer tiempo nosotros los de 5a ya ganábamos por dos cero con goles del zambo Quispe y de Chuqui. Los muchachos de 5b definitivamente no podían con nuestro ritmo frenético.

Para la segunda parte, el profesor Otero ordenó que el flaco Walter calentara. -entra ese cholo mudo de Abancay- todo el mundo profirio interjecciónes de asombro. Cuando saltó sobre el terreno de juego los alumnos lanzaron una estruendosa carcajada pues parecía una caricatura que se sostenía sobre dos palillos y encima el muy primitivo jugaba sin guayos, patipelao pues todavía no se acostumbraba a llevar zapatos. Un verdadero futbolista de la edad de piedra. Al comienzo del segundo tiempo el equipo de 5b reaccionó pues el cholo Walter no era cualquier pendejo. Parecía una mosquita muerta pero en el campo se transformó en un verdadero titán, una figura endiablada dificil de marcar. De taquito o túnel con habilidad driblaba a nuestros jugadores Hasta hizo una bicicleta espectacular engañando a tres defensores. ¡Qué concierto más hermoso! el pastor de llamas interpretaba una danza celestial. Yo me atrincheré en el arco presintiendo una debacle. El arbitro marca tiro libre a favor de 5b. Yo coloco la barrera y como desde 20 metros el cholo Walter de un tremendo balazo con la zurda puso el cuero en la cruceta. ¡Qué golazo! Hasta yo lo celebré. Las risas burlonas del principio se transformaron en una gigantesca ovación !Walter! ¡Walter!

Sin duda alguna asistíamos al alumbramiento de una estrella. Walter se consagraba en olor a multitudes. Su elasticidad era insólita; hacía el ocho, amagaba, cambiaba de ritmo y escondía la pelota de una forma magistral. De pechito paraba el balón y con un requiebre le rompía la cintura al más guapo. Con sus pases mágicos nos encandilaba. Definitivamente el cholito se erigió en la figura de la cancha. De pronto se escuchó una voz entre la multitud que gritó "Si parece manguera el muy concha de su madre". ¡Manguera, Manguera! y así se quedó su chapa o apodo.

En el minuto veinticinco en un rebote al cobro de un tiro de esquina Manguera se elevó, dobló su escualida figura en el aire y de una fantástica chilena marcó el gol del empate. El delirio fue tremendo y todo el mundo se metió al campo a felicitarlo y acariciarlo. Es que ni Pelé, ni Cubillas o Chumpitaz tienen ese quiebre – comentaban los espectadores- El muchacho no se daba por aludido, una frialdad de sapo marcaba su personalidad: un delantero letal y calculador que ni siquiera se emocionaba con sus propios tantos.

Desmoralizados nos encerramos en nuestra área para intentar capear el temporal. Faltaban como 20 minutos para terminar el juego y el cholo Manguera parecía un torero que nos había clavado un par de banderillas y nos tenía contra el burladero. Era como ese matador que espera ver al toro desangrado para aniquilarlo fácilmente. En un contragolpe del equipo 5b se vinieron cinco contra dos, de toquecito en toquecito se quedó solo Manguera ante mi. Yo salí a cortarle el ángulo de tiro y en ese instante me amagó una y otra vez y me tragué el engaño. Ya se marchaba en solitario a meter el gol cuando no me quedó otra que agarrarlo de las patas y se fue al suelo. Sin pensarlo dos veces el profesor Bustos pitó penalti. La gente bramaba de la emoción por el mano a mano del que habían sido testigos.

Como en las fiestas indias en los Andes yo era ese toro que debajo de los tres palos estaba a punto de ser sacrificado. Manguera con cara de matarife colocó el balón en el círculo de cal que marcaba los fatídicos doce pasos. Seguro que me va a fusilar, me dije a mi mismo, intuyendo el método que utilizaría para finiquitar el encuentro. Pero ni siquiera tomó impulso, se paró al lado del balón esperando la orden de ejecutar por parte del arbitro. Yo veía en su cara esos rasgos de indio de tez cobriza, nariz aguileña y ojos rasgados, y sin saber por qué también tenía pinta de del karateca Bruce Lee y otras veces su rostro se transfiguraba con esos ojos de cóndor de Tupac Amaru. La suerte estaba echada y sonó el pitazo del verdugo. Manguera se quedó quieto como una estatua de piedra y yo me tiré al lado derecho por adivinarle el pensamiento pero él lo único que hizo fue una rabona pegándole a la bola con precisión matemática y ésta mansamente se introdujo por el centro del arco. ¡¡¡Golazo carajo!!! ¡¡¡ Golazo!!! y ahí se acabó el partido porque todo el mundo invadió a la cancha levantando en hombros a su nuevo ídolo para entronizarlo. Lo nunca visto. Y cabizbajos nos retiramos con el rabo entre las piernas a mascullar nuestra derrota.

La noticia se regó como la pólvora por todo el barrio. El cholo Walter acaba de realizar un partido de antología en el colegio, dicen que ese guevón bailó a medio equipo y se los pasó por las armas. Déjense de cojudeces que eso es imposible si el cholito apenas salía de su rancho y nunca ha tocado una pelota en su vida. Se le apareció la virgen a ese ¿cómo? Manguera, ja ja ja, Manguera ¿y qué tal? Habrá que verlo aquí en un picadito con los más bravos.

Los sábados había más gente en nuestro barrio de lo común pues venían de otros distritos a disfrutar de los partidos donde se alineaba el tal Manguera. Sin duda se reveló como un niño prodigio y le tapó la boca a todo el mundo. Su fanaticada lo consentían y lo invitaban a las polladas y fiestonones en su honor. Al cholito se le subieron los humos a la cabeza pues sus aduladores lo divinizaron. Cambió radicalmente con la recién ganada fama y se dedicó a la bohemia y a libar licor en las cantinas, pues bebía gratis y encima otras malas compañías lo iniciaron en el mundo del hampa. Al final cayó en las garras del alcoholismo que lo persiguió hasta el fin de sus días. La gloria le duro bien poco igual que la dicha en la casa del pobre pues estaba a punto de ser contratado por las divisiones inferiores del Alianza de Lima, pero se ahogó a pocos pasos de la orilla como a tantos otros. Y esa frustración dejó una profunda huella en nuestra promoción que lo tenía como un ejemplo a seguir. Esta sociedad de consumo te sube y te baja y luego te engulle, no tiene compasión y te deshecha como un trasto inútil en la cuneta.

Mi hermano Hugo y yo fuimos encomendados por la familia para buscar un mejor futuro. Antes de partir prometimos sacarlos a todos de ese maldito agujero. Nos fuimos a pie y a dedo intentando colarnos en los EE.UU con el fin de derrotar a la pobreza aliándonos a los gringos. Pero al cruzar la frontera panameña los designios inescrutables del destino nos llevaron a Madrid, España, donde llegamos en el año de 1980. Allí me dediqué a trabajar en distintos oficios como las mudanzas, vigilancia o de lavaplatos en los restaurantes. Entonces, comprendí que estuviera donde estuviera siempre seguiría siendo extranjero pues si fue bien difícil integrarse en la sociedad limeña, en la española la cosa se puso áun más peliaguda. Por eso casi todos mis amigos eran latinoamericanos. Con todos ellos nos reuníamos los sábados y domingos a jugar los picaditos de fútbol en la Ciudad Universitaria para terminar bebiendo como siempre las mismas cajas de cerveza como si estuviéramos en Lima. Como no tenía la documentación en regla no pude volver al Perú y eso fue para mí como si me clavaran una puñalada en el corazón, una herida dolorosa , un golpe del que nunca he logrado levantarme.

En el año 1986 los titulares de los periódicos españoles anunciaron la muerte de 118 presos que se amotinaron en la cárcel del Frontón, Lurigancho, en Lima. Muchos de ellos ejecutados con tiros de gracia. De inmediato, llamé por teléfono al Perú para hablar con mi madre quien me confirmó la mala nueva. Entre la lista de nombres publicada por la prensa aparecía claramente el de Walter Mamani, mi querido amigo Manguera, mi pata del alma. Manguera había muerto en el motín reprimido a sangre y fuego por las fuerzas militares a ordenes del presidente Alán García. Llevaba tres años en el penal pues cayó por atraco a mano armada a un banco del estado y lo acusaron de terruco.

Esa tarde de caluroso verano nos dimos cita en la casa del Dr Hidrobo para asistir a la transmisión del partido entre Inglaterra-Argentina, en el estadio Azteca, por el mundial México 86. Era el duelo a muerte tan esperado y estábamos ansiosos por presenciar la venganza de la guerra de las Malvinas. A mi no se me quitaba el luto que llevaba por la desaparición de Manguera pero al ver a Maradona haciendo de las suyas no puede disimular una sonrisa de satisfacción.

Nos reunimos toda la patota de amigos y habíamos preparado un cebiche de conchas negras para la ocasión. Además, nos pertrechamos con un tremendo arsenal de cervezas. Qué juego más dramático en los cuartos de final, era el todo o nada y esa incertidumbre nos llenaba de angustia. Yo apenas si me concentraba en el juego así que me puse a beber chelas sin medir las consecuencias. A los cinco minutos del segundo tiempo Maradona recibe el balón y se lo pasa a Valdano quien dispara sin mucho tino y lo despeja el defensor inglés Hodge. El cuero se eleva y queda muerto en medio del área de candela. Parece fácil de atrapar por el espigado arquero Shilton, pero Maradona de tan sólo medio metro salta por encima de él y toca el balón nos se sabe bien con qué –Luego dirían que fue la "mano de Dios" y …¡¡¡goool!!! ¡¡¡goool concha de su madre!!! brincamos de alegría, nos abrazamos y se regó por el suelo todo el trago y la comida. Pero cuando celebraba el gol Maradona, ya él no era el mismo. Yo veía a un cholo, a un indio… es increíble si es mi compadre Manguera. Y en mi locura pensé, claro es Manguera, fue Manguera el que marcó. Todos se quedaron mirándome seguro creyendo que ya estaba demasiado bebido y se reventaron a carcajadas. Yo no sé que había tomado o fumado pero juraría que era el cholo el que jugaba con Argentina. O sea, que Maradona no era Maradona, sino que era Manguera, cabrones.

¿Otra cerveza, hermanito? me convidaba el doctor Hidrobo y yo sin rechistar agarraba la chela como un naufrago el salvavidas y brindaba con todos los compadres. Bebía como un cosaco disfrutando del encuentro. Pero el Apocalipsis Now estaba aún por llegar. Cinco minutos después ese diablo del Manguera recibe una pelota del defensa Enrique unos diez metros antes del medio campo. Al toque el cholo se embala sacando a relucir sus estilo inconfundible y en esos sesenta metros que lo separan del arco inglés dribla, engatusa y fulmina a Hodle, Reid, Samson, Butcher y Fenwick y ante la salida del arquero le hace un amagué con su cintura criolla y Shilton se lo traga y así lo bate de un tiro raso. En ese momento un impulso sobrehumano nos elevó hasta las nubes y la casa tembló amenazando con venirse abajo. ¡Manguera, Manguera! ¡qué hermoso hermanito, qué GOLAZO! y él con ese pasito tun tun tan característico se fue corriendo a la banda para celebrarlo con la hinchada del barrio de San Luís. ¡Gracias, cholito, por mi madre que eres lo máximo, gracias Manguerita! vociferaba mientras arrodillado y con los puños en alto miraba al cielo llorando de felicidad.

Carlos de Urabá
Bogotá 2008




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