Latinoamérica no es el patio trasero de
los norteamericanos sino el prostíbulo de los norteamericanos.
En 1823 con la declaración de la doctrina Monroe “de América para los
americanos” el imperialismo se erigió en el protector de las recién independizadas
colonias españolas. Principalmente porque las potencias europeas también ambicionaban
participar en el expolio de los inmensos recursos naturales y el dominio de las
rutas comerciales. La invasión de las tropas norteamericanas a México en 1848 iba a inaugurar la era
del intervencionismo que aún sigue vigente en el recién comenzado siglo XXI. Tras
la firma del humillante tratado Guadalupe
Hidalgo México perdió algo más de 2.000.000 de kilómetros cuadrados de su
territorio.
En 1898 como consecuencia del hundimiento
del acorazado Maine en el puerto de
la Habana, EE.UU le declara la
guerra a España. En esos instantes los
rebeldes mambises llevaban a cabo una encarnizada guerra de independencia
contra los colonialistas españoles que se vio abortada con la intervención
norteamericana. España pierde la guerra y Puerto Rico, Guam Filipinas y Hawái pasan
a manos de los EE.UU. A partir de
entonces el imperio yanqui comienza su expansión a nivel planetario.
La siguiente fase en esta fulgurante
escalada fue la intervención en Panamá que la describe perfectamente la célebre
frase “I Took Panamá” pronunciada
por el presidente Roosevelt. Este vil acto de piratería no tenía otra finalidad
que apoderarse de la ruta interoceánica más importante del mundo.
En 1903 se firmó en Washington el tratado Herrán-Hay en el que Colombia cedía las ciudades de Panamá y Colón
a EE.UU a cambio de una jugosa indemnización económica. Además le otorgaba en
propiedad la futura zona del canal
(según la constitución colombiana cualquier colombiano que contribuyera a la
enajenación de parte de su territorio se convertía en un traidor y por ende condenado
a muerte)
La verdad es que el presidente Marroquín mediante un pacto secreto entregó
el canal a los EE.UU. Theodoro Roosevelt
además le advirtió a los “indeseables indígenas” colombianos que de no
someterse a sus pretensiones la respuesta sería “muy dolorosa”. En todo caso la
invasión militar se materializó con la presencia de las cañoneras yanquis que
bloquearon los principales puertos en apoyo a los separatistas panameños.
Pronto el imperialismo se dio cuenta que lo
más práctico no era invadir países sino sobornar a los líderes políticos o la
clase dirigente. Cada individuo tiene su precio y hay que saber seducirlo con un buen botín en
dólares, lingotes de oro, joyas, propiedades, etc. Y quien se niegue a
colaborar se les ablanda con métodos más convincentes como el chantaje, la
coacción o las extorsiones.
La independencia de las colonias
americanas fue materializada por la oligarquía criolla, las castas de sangre
azul, aristócratas y terratenientes y los militares esclavistas. Con la bendición
del clero más reaccionario asumieron el papel de padres fundadores de las nuevas repúblicas. Honorables y excelentísimos
señores, una pléyade de apellidos ilustres y de rancio abolengo entre los que
cabe destacar los Herrán, los Marroquín, los Zea, los Sanclemente, los de
Brigad, los Urrutia, los Holguín los Mallarino,
los Ospina, los Caballero, los López Michelsen,
los Reyes, los Concha, los Valencia, los Pastrana, los Lleras, los Uribe, Los
Samper, los Santos…
Igual a lo que sucede en las monarquías
absolutistas en Colombia se transmite el poder de padres a hijos configurando así
unas zagas, castas o dinastías hereditarias. Los señores feudales elegidos por la
voluntad divina impusieron una perversa dictadura cívico-militar para someter a
esos millones de siervos empobrecidos y miserables. Siempre primaron sus
intereses personales y de clase robando a manos llenas el patrimonio nacional para
luego ponerlo a buen recaudo en bancos extranjeros o paraísos fiscales.
Los “padres de la patria” subastaron tierras,
las materias primas o los recursos naturales a las potencias extranjeras, llámense
Gran Bretaña, Francia Inglaterra o EE.UU. El mejor ejemplo de esta actitud rastrera y entreguista
fue la tristemente recordada “masacre de
las bananeras” acaecida en el año 1928. En ese entonces el presidente Miguel Abadía Méndez para congraciarse
con los patrones de la United Fruit ordenó
reprimir a sangre y fuego la huelga que llevaban a cabo los trabajadores que
reclamaban mejores salarios y condiciones laborales dignas. Para reestablecer
el orden y la ley el ejército colombiano masacró a cientos de obreros y jornaleros (la chusma comunista) pues ante la falta de mano de obra la
compañía americana reportaba cuantiosas pérdidas económicas.
Para
la burguesía, la alta sociedad y la aristocracia colombiana es más importante una
visa norteamericana que el propio pasaporte nacional. Los vendepatrias
se rinden sin condiciones en los brazos de Tío
Sam; lo idolatran, besan, abrazan la bandera de barras y estrellas y aprenden
a la perfección inglés con el mejor acento de Wisconsin o Texas. Su
apasionamiento es tal que muchos renuncian a la nacionalidad colombiana ansiosos
por pertenecer a la nación más poderosa de la tierra.
Y no solo pertenecer sino
también participar y enrolarse en la US
Army decididos a entregar sus vidas
en honor a la omnipresencia y la
omnipotencia del Tío Sam. No importa que el actual presidente de los EE.UU Donald Trump los insulte, los llame de
escoria, ratas o razas inferiores, no importan todas las humillaciones que
sufran: ¡colombian fucking! ¡colombian cocainoman!
¡colombian thief! pues siempre estarán
dispuestos a rendirse de rodillas ante el altar de ese Dios gringo blanco,
rubio y de ojos azules.
En el año 2015 un tal Andrés Blackburn, hijo de una prestigiosa familia bogotana, no pudo
soportar que su empresa de extracción de hidrocarburos cayera en la bancarrota -a
raíz de la bajada de los precios del petróleo- y decidió suicidarse. Le pareció poco honroso morir en
Colombia así que tomó un vuelo a Miami para luego trasladarse a un lujoso hotel en Savannah (Georgia) donde
se ahorcó en el cuarto de baño. Antes que una sucia muerte en Colombia, una
muerte gloriosa en EE.UU. Que hermoso es
morir en EE.UU donde las pompas fúnebres son tan exquisitas y se maquillan tan
bien los cadáveres que hasta parece que estuvieran dormidos y a punto de
despertarse.
De la manera más ruin se ha pisoteado la
soberanía colombiana. Es de sobra conocido que los que realmente mueven los
hilos del poder son el Pentágono, la CIA
y la Casa Blanca. Para mantener este estatus colonial EE.UU ha invertido miles de millones de dólares en
ayuda militar (plan Colombia, Plan Patriota) cuyo principal objetivo es
afianzar su dominio en una zona geoestratégica de primer orden. Estamos en
pleno corazón del continente americano y el imperialismo sabe que desde aquí
puede ejercer un férreo control político, económico y militar sobre Centro y
Sudamérica. Es necesario e imprescindible aniquilar los últimos rezagos de las
guerrillas comunistas, desmovilizar las luchas sociales, aplastar la revolución
bolivariana y su influencia desestabilizadora, erradicar los cultivos ilícitos,
neutralizar el tráfico de
estupefacientes o las rutas de inmigración ilegal.
La puta del Tío Sam reside en el mismísimo
Palacio de Nariño, en ese nido de ponzoñosas
alimañas concierta sus citas secretas la reina más complaciente y más apetecida
del lupanar. En nuestra memoria histórica siempre permanecerá grabado ese día en
el año 2009 en el que se celebró una de las orgías y bacanales jamás conocidas.
Por ese entonces el presidente Uribe Vélez le cedió al Tío Sam nada menos y
nada más que siete bases militares: Malambo, Palanquero, Apiai, Cartagena,
Bahía de Málaga, Tolemaida y Larandia. El Tío Sam jamás había recibido un
regalo tan apoteósico de una de sus amantes. De este modo se selló un diabólico
pacto de sangre eterno e imperecedero para que el imperialismo siga sembrando
el terror y la muerte sobre los pueblos de Latinoamérica.
Carlos de Urabá 2018