Si las mafias blanquean el dinero negro, porque
España no puede blanquear su historia criminal.
Los descubridores con arrojo y valentía vencieron
los peligros del mar de los Sargazos desembarcaron en esas playas vírgenes
cometiendo un vil acto de piratería -que
luego transmutaron en una heroica odisea- Los adelantados tomaron posesión de
las míticas tierras de Cipango -la
isla recubierta de oro- y Catay –la
cuna de los sultanes de las Mil y una Noches-. hundiendo el estandarte real con
el águila de San Juan y las armas de Castilla y Aragón. Y entonces el verbo se
hizo carne.
Gracias a las Bulas Alejandrinas los reinos castellanos recibieron por donación
de la Santa Sede apostólica de los
justos y legítimos títulos de señor de las Indias occidentales, islas y tierra
firme del mar océano. La bula de Alejandro
VI decretaba: “le damos, concedemos y asignamos a vos rey de Portugal y
reyes de Castilla y de León, a vuestros herederos y sus sucesores; y damos,
constituimos y deputamos a vos, a dichos vuestros herederos y sucesores de
ellas, con libre, llano, y absoluto poder, autoridad y jurisdicción” Y así los
extranjeros cristianos despojaron a sus legítimos propietarios esas tierras
ignotas a las que llamaron equivocadamente como las “indias”.
Se produjo un brutal ataque bacteriológico
importado de Europa que inoculó la peste,
el cólera, la viruela, el sarampión, tosferina, paperas o la gripe, virus desconocidos
que aniquilaron a buena parte de los 60.000.000 millones de indígenas durante
el periodo de la conquista y colonización.
Desde luego que en esta inmensa cruzada civilizadora intervino la mano de Dios-aseveraban
los doctores de la Santa Iglesia- pues el supremo hacedor eligió a los hijos
del imperio español para expandir la fe cristiana por la faz de la tierra. Esos
hombres buenos y piadosos asumieron el reto de redimir a millones de gentiles, paganos
idolatras y sanguinarios antropófagos que adoraban el sol, la luna y las
estrellas.
Lo cierto es que los nativos debían
aprender a la fuerza el español, la lengua oficial del imperio, además de aceptar
la religión cristiana, católica y apostólica renegando de sus heréticas
creencias. Esas tribus hostiles, de cuerpos desnudos concebidos en pecado
mortal tuvieron que aceptar a sangre y fuego una religión que predicaba unos mitos
procedentes de Oriente Medio condensados en la Biblia (Adán y Eva, Abraham,
Moisés, la virgen María, el dogma de la santísima trinidad o Jesucristo, el
hijo único de Dios que murió en la cruz) completamente ajenos a la realidad de
ese continente.
La historia imperial española denigra los
pueblos indígenas calificándolos de “salvajes”, “paganos”, “depravados”, “caníbales”,
“herejes”, “hijos del demonio que realizaban sacrificios humanos” para de esta
forma tan artera justificar los crímenes de la conquista y colonización del
“nuevo mundo”.
Pero estos cínicos argumentos no son más
que una forma de escabullirse de sus responsabilidades pues los europeos
olvidan intencionadamente su macabro prontuario: las cruzadas, las terribles
guerras de religión y dinásticas que dejaron miles y miles de muertos; el
exterminio de poblaciones enteras acusadas de herejías por el poder vaticanista
como es el caso del genocidio los albigense
o cruzada Cátara, la caza de brujas, la persecución de los musulmanes
y los judíos y los gitanos. Sin olvidar la santa inquisición exportada al Nuevo
Mundo por la Corona que sometía a los acusados a execrables torturas: el potro, el castigo del agua,
aplasta pulgares, la pera vaginal, oral o anal, la garrucha, la cuna de Judas,
la doncella de hierro o la sierra. El sadismo españolista no conocía límites
pues gozaban con el dolor ajeno ejecutando a los condenados en las hogueras o
el garrote vil.
Según
los inquisidores el Nuevo Mundo (al que comparaban con el paraíso
terrenal) estaba poseído por satanás
y era necesario exorcizarlo. De ahí
la incesante represión monárquico papista, una persecución cruel y despiadada
que pretendía extirpar las idolatrías, inmolar a los sacerdotes, destruir los
adoratorios, templos y deidades, quemar los códices y libros sagrados con el
objetivo de borrar cualquier vestigio de esos cultos
que calificaba de “supersticiones
del averno”. Con perros de presa los verdugos capturaron a esos indios
salvajes a los que marcaron con fierros candentes para luego domarlos a latigazos igual que se hace con
los potros ariscos.
Los invasores aseveraban que los indígenas
pertenecían a un sustrato pre-humano; eran ágrafos, no conocían la rueda, ni el
hierro, ni la pólvora, ni demás adelantos tecnológicos. Despectivamente los
calificaron de “razas inferiores”
relegadas a la edad de piedra, salvajes sin alma susceptibles de ser redimidos
por obra y gracia del espíritu santo.
Con arrogancia los conquistadores impusieron
a la fuerza sus leyes y principios; el respeto y obediencia debida a la
jerarquía, a los nobles, aristócratas, los castellanos viejos e hidalgos (el
estamento clerical-militar) ante los cuales debían descubrirse y bajar la
mirada ante sus señorías o vuesamercedes. A los frailes doctrineros, las órdenes
mendicantes como franciscanos,
dominicos, agustinos, jesuitas se
lanzaron a la magnánima empresa de la evangelización de los gentiles.
A los conversos se les obligó a aprender
la lengua para hablar con Dios, se les bautizó con nombres y apellidos cristianos
inspirados en el santoral o en honor a sus padrinos españoles. Porque era
necesario dotarlos de identidad y legalidad. Pagar las indulgencias plenarias para
ganarse el cielo y expiar los pecados; confesarse y arrepentirse en un acto de contrición
y propósito de la enmienda “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…” auto
flagelándose presas del éxtasis místico.
1492 marcó un antes y un después; antes
solo reinaba la oscuridad, la ignorancia, la brutalidad, y el bestialismo, no
existían sentimientos humanos de cariño,
ni amor, las madres como las perras criaban a sus hijos, los padres eran lo más
parecido a engendros maléficos. Hasta que el padre eterno dijo: “hágase la luz, y la luz fue hecha”
Los colonos
españoles se negaban a trabajar porque como se afirma en el Antiguo Testamento:
“el trabajo es un castigo de Dios”
(Génesis 2:15) de ahí que la explotación de las haciendas, plantaciones o minas
recaía en los siervos y esclavos
(indígenas y negros) bajo el control de un capataz que se encargaba de disciplinarlos
a latigazos y rendir cuentas (que
generalmente tenían que alcanzar el superávit)
La máxima aspiración de los conquistadores
y aventureros era adquirir un blasón de nobleza otorgado por su majestad el rey
como premio a los servicios prestados a la corona. Servicios relacionados con
las razias o campañas militares contra los gentiles (paganos o razas inferiores
que representaban un obstáculo para la civilización)
La
conquista y colonización de las Indias la hicieron los hombres (con la excepción
de un número reducido de mujeres) y por lo tanto esos rudos hombres tenían que
satisfacer sus instintos básicos y no les quedó más remedio que “relacionarse”
con las nativas. ¿Quizás cortejaron a las indias, las enamoraron, les brindaron
flores y poesía? ¿Aunque no hablaban su lengua les cantaron versos
y luego les pidieron su mano a sus padres para unirse en matrimonio? ¿Las
consideraron sus legítimas esposas o simplemente como objetos del placer? Una
relación completamente desigual entre unos seres sobrenaturales ¿dioses? que las
sometieron a la fuerza para complacer a sus bajos instintos. Sus mercedes se
reservaban los mejores harenes de concubinas y barraganas para fornicar a su
libre albedrío.
El mestizaje se forjó en esos execrables
crímenes sexuales que cometieron contra niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres maduras o madres que para siempre
quedarán impunes. Nunca se hablara de violaciones sino de uniones amorosas
bendecidas por la santa madre iglesia. La
historia de los nobles peninsulares y de los criollos es una historia de
patriarcas machistas y misóginos. A
las mujeres se les relegaba a los trabajos del hogar; no tomaban decisiones y
eran discriminadas siguiendo los preceptos bíblicos de sumisión y obediencia
debida a su padre o esposo. @
En este viaje trasatlántico solo embarcaban hombres, los hombres
más rudos, los más fuertes y aguerridos - en muchos de ellos delincuentes que
iban redimir sus penas a las Indias, también
moriscos renegados, judíos fugitivos, reos liberados, hijos de la
picaresca, el fraude, la corrupción, los sobornos y las malas artes, es decir,
aventureros dispuestos a arriesgar sus vidas en una travesía que muchas veces terminaba en tragedia.
No importaba acometer los mil y un
peligros de ese temido viaje trasatlántico (el mar de los Sargazos) pues era
preferible arriesgar la vida que seguir soportando la miseria y el vasallaje de
la España feudal donde solo los hidalgos y aristócratas gozaban de privilegios
y riquezas. Fueron tantos los voluntarios
que la Casa de Contratación
fijó un cupo y un pasaporte de averiguación o limpieza de sangre para que no
viajaran herejes a las Indias. Solo
querían cristianos viejos embarcados.
Aunque como suele suceder en estos casos algunos funcionarios de la Casa de Contratación comenzaron a
vender permisos clandestinos a gentes de dudosa reputación como moros, judíos y
gitanos.
Una de las historias más delirantes quizás
sea la que protagonizó doña Catalina de
Erauso (1592-1650) acuerpada mujer de ascendencia vasca conocida como
la “monja
alférez”, reconocida lesbiana que
en su adolescencia escapó de un convento
disfrazada de hombre embarcándose como grumete a las Indias en Sanlúcar de
Barrameda. Tras servir como soldado en varias campañas de conquista y sacar a
relucir sus grandes dotes de guerrera indómita fue distinguida con el grado de
Alférez -gracias a su actuación en la campaña de Arauco (en la batalla de
Valdivia) Los españolistas la consideran
una heroína, un personaje de leyenda ya
que tanto en Chile, Perú, o en Bolivia aniquilaba indios a diestra y siniestra
demostrando su extrema crueldad y grandes dotes de matarife.
Entre los aventureros que se embarcaron
con Colón se encontraba el genovés Miguel
de Cuneo quien en una carta que le envío a su amigo Gerolamo Annari de Savona, le refiere lo que aconteció en una isla
grande poblada de caníbales (probablemente Juana o Jamaica)
“Nos apoderamos de doce mujeres harto
hermosas y harto de carnes entre edades de quince y diez y siete años…” Cuneo
relata sin miramientos cómo violó a una de esas jóvenes que el Almirante Colón
le había regalado:
“La cual, teniéndola yo en mi cámara, a
bordo de la carabela, desnuda, según es costumbre de estas mujeres naturales,
me vino el deseo de solazarme con ella, y deseando poner en ejecución mi deseo,
y no admitiéndolo ella, me trató de tal manera con sus uñas, que más me
conviniera haber comenzado; visto lo
cual, si he de deciros verdad, tomé una cuerda y la até fuertemente, de
resultas de lo cual daba gritos increíbles. Por fin nos pusimos de acuerdo, de
tal suerte, que puedo aseguraros que en cuanto a los hechos, parecía amaestrada
en una escuela de rameras” Este es el primer relato de violación en el Nuevo
Mundo y una prueba más de cómo se aprovecharon los europeos de la inocencia y
la ingenuidad de las mujeres indígenas.
El
primer prostíbulo del nuevo mundo se fundó en Santo Domingo en 1526 con el beneplácito
del rey Carlos I para atender a aquellos aventureros y navegantes que
ávidos solicitaban la compañía de una moza que consolara sus cuitas de amor
tras sortear la larga travesía interoceánica.
El fruto de estas uniones violentas y bajo
estado de shock no son otros que niños
bastardos, niños huérfanos de padre y no reconocidos cuya crianza tenían
que asumir las madres indígenas sin ninguna posibilidad de reclamar sus
derechos. Los historiadores monárquicos pretenden hacernos creer que esas
uniones eran legales y que ambos contrayentes habían dado su consentimiento
mutuo. ¿Se conocieron en qué lengua? Tendríamos que presuponer que los españoles
dominaban el quechua, el tzeltal, el chichimeca, el tolteca, el chibcha, el arahuaco
o el guaraní. El mestizaje se trató de un trauma, un fenómeno biológico que
generó gran inestabilidad emocional y un terrible complejo de inferioridad. “El
hombre inferior admira y sigue al superior, para que lo dirija y proteja” -como lo expuso en su momento Ramiro de Maetzu. En el virreinato los mestizos no
tenían derecho a heredar o a ejercer cargos públicos pues su sangre estaba
impura. La tendencia de ese fruto hibrido era la de identificarse más con el español o el europeo despreciado por
completo su “origen salvaje”. Por paradójico que parezca el racismo del mestizo hacia el indígena es
mucho mayor que el del blanco hacia al negro. Los conversos salieron más
fundamentalistas que los propios frailes doctrineros.
La pregunta clave es: ¿cuántas mujeres
españolas viajaron solas a las Indias en ese periodo de trescientos años de
conquista y coloniaje? La corona estimulo la emigración de mujeres peninsulares
para evitar que los conquistadores y colonizadores se mezclaran con las nativas
con el propósito de preservar la pureza racial (eugenesia) y la cultura
española- Porque había que mantener impoluto el rancio abolengo de los nobles
castellanos. Entre 1493 y 1518 tan solo
pasaron 308 mujeres españolas a América, en 1600 se contabilizaron un total
de 10.000. Es difícil dar una cifra fidedigna pero seguro que durante el
virreinato no superaron las 30.000. La población española en el siglo XVI no
superaba los 6 millones de habitantes.
Hay que tener en cuenta que hasta bien
entrada la década de los ochentas en el pasado siglo XX, es decir, al finalizar
la dictadura franquista, las mujeres españolas aún estaban tuteladas por sus
maridos. Así que ya podemos imaginar lo que sucedía en esos siglos pretéritos. A
las mujeres se les prohibía viajar solas pues necesitaban una carta de autorización
del esposo o del padre reclamándolas o un tutor masculino que las acompañara.
La mayoría de las colonas pertenecían a la nobleza, esposas de virreyes, de
militares, oidores, altos funcionarios reales, soldadas, adelantadas y
gobernadoras, hijasdealgo, otras viajaban como doncellas, criadas,
institutrices, y otras las monjas adscritas a las órdenes religiosas. No
existían permisos para solteras o mujeres solas ya que podrían ser confundidas
con prostitutas o vagabundas. ¿Acaso alguna española se casó con un indígena o
un negro? No seamos ilusos, en esa época los prejuicios religiosos y racistas
impedían cualquier unión anti natura que sería vista como una provocación inaceptable.
Toda mujer decente estaba obligada a
imitar las vidas ejemplares de sor Juana Inés de la Cruz y Santa Rosa de Lima.
Las
leyes de Burgos y Guerra Justa (1512) se decretaron para el “buen
regimiento y tratamiento de los Indios” (o se sometían pacíficamente o se les declaraba
la guerra) Connotados juristas y teólogos defendían a los indígenas (súbditos de la
corona) de los posibles abusos de los españoles. Como consecuencia de la
denuncia de Fray Antón de Montesinos
por el mal trato que sometían los encomenderos a los indios en Santo Domingo
(se dice que son las precursoras de los “derechos humanos”) entre las que se
les garantiza la libertad y la abolición
de la esclavitud, derecho a la propiedad, el ser considerados ciudadanos libres
y a un salario digno. Pero su aplicación fue muy limitada por no decir casi nula.
Los doctores de la universidad de Salamanca embebidos en la piedad y la caridad cristianas
escandalizados por el maltrato que recibían los nativos protestaron ante la
corona. Como consecuencia de sus reclamos se promulgaron en 1542 las Leyes Nuevas de Indias que prohibían su explotación y
la esclavitud de los gentiles. –Esas leyes que siguieron funcionando hasta 1748
no eran más que papel mojado.
Las Leyes de Indias ordenaron a los funcionarios
coloniales, a las audiencias reales, los capitanes generales, gobernadores,
corregidores, alcaldes y cabildos que se ofreciera un buen trato de los
nativos. Pero hay un dicho castellano
muy conocido que reza: “Las leyes se
acatan, pero no se cumplen”
Los esclavos indígenas o negros eran
explotados en duras jornadas de sol a sol en las plantaciones, las haciendas,
las minas, las canteras, las obras públicas, en la construcción de templos, catedrales o palacios; mientras que las
mujeres cumplían las funciones de siervas o mucamas dedicadas a tiempo completo
a la atención de sus amos y de las órdenes religiosas.
En América al igual que en la península
cobró un gran protagonismo la figura del terrateniente, del gamonal, del hacendado. Ese
señor feudal se reservaba las mejores tierras y la mayor
cantidad de esclavos indígenas a su servicio (derecho de pernada incluido) En
esos barracones de las mitas, obrajes, encomiendas, reducciones y resguardos se
obligaba a la indiada a ejercer las penosas labores como si se tratara de
bestias humanas que trabajaran a destajo sin importar si estaban enfermos o mal
alimentados. Un insoportable sufrimiento que conmovió a Bartolomé de la Casas que compadecido reclamó al rey católico para
que los indígenas fueran sustituidos por esclavos negros. La institución de la encomienda
era un calco de la reconquista cristiana en los territorios de Al Ándalus: un señor feudal protegía a
sus súbditos a los que explotaba y cobraba un tributo. La fundación de las
nuevas ciudades requería imperiosamente de mano de obra para levantar palacios
solariegos, iglesias, catedrales, grandes obras públicas como puentes, acueductos,
caminos, murallas, castillos o puertos.
La segregación racial obligaba a los
indígenas a usar determinadas vestimenta muy distinta a la de los amos españoles
e igualmente confinarlas en guetos o reservas indias lejos de las zonas habitadas
por los hidalgos y señores en una clara reminiscencia del apartheid.
La mayoría de los cronistas eran clérigos
o misioneros (que por ese entonces eran de los pocos que sabían leer y
escribir) que imbuidos por los prejuicios religiosos mezclaban la fábula y las fantasías
en sus narraciones. Esos seres superiores, por la gracia de Dios, analizaron con
lupa de entomólogos a unos curiosos insectos llamados equivocadamente “indios”
porque en un principio los españoles creían haber llegado a la India de las especies -donde se
situaban los ríos del Edén o fuentes de la eterna juventud. Pero no se trataba
de las Indias, ni de un Nuevo Mundo, ni de América así que ninguna de esas
denominaciones se ajusta al origen de sus primitivos habitantes.
En España Existen innumerables organismos
e instituciones donde reposan los legajos y la documentación de los cinco
siglos de historia de los territorios de ultramar: Archivo de Indias de Sevilla (mandado construir por Carlos III) el archivo general de Simancas, el Archivo Histórico Nacional de Madrid,
Archivo de la Corona de Aragón en
Barcelona, archivo de la Real Chancillería de Valladolid, archivo Histórico de
la Nobleza de Toledo, archivo central de Cultura en Madrid o archivos
particulares como el duque de Veragua
o el General Polavieja o el Virrey del Perú José Abascal. Se
trata de documentos generados por instituciones coloniales, cartas
correspondencia, especialmente de los clérigos y misioneros. También se
encuentra una importante documentación en los archivos ingleses, franceses, de
los países bajos, alemanes, italianos (Vaticano) aunque a estos últimos se pone
en duda su credibilidad al tratarse de los principales impulsores de la Leyenda
Negra.
Los documentos redactados por
cronistas, prelados, misioneros, geógrafos, botánicos aventureros, cartógrafos,
cosmógrafos, navegantes, militares, bachilleres que se reconocían como testigos
directos de los sucesos acaecidos en las Indias durante el periodo del
Virreinato. Personajes tales como Cervantes de Salazar, el mestizo Inca
Garcilaso de la Vega, Alonso de Ercilla, Alonso de Góngora, Bernal Díaz del
Castillo, Pedro Cieza de León, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernandino de
Sahagún, (padre de los antropólogos) Bartolomé de las Casas o el mestizo Felipe
Huamán Poma de Ayala.
Pero lo cierto es que los nativos jamás
pudieron escribir su propia historia, dar la versión de la invasión y despojo
de sus tierras. Son sujetos pasivos tratados como menores de edad, carentes de
uso de razón que tenían que resignarse a aceptar los designios divinos.
Cualquier acto de rebelión se castigaba con la pena de muerte ejecutada
públicamente para que sirviera de escarmiento a sus congéneres.
Ante tantas injusticias y desmanes la Junta de Valladolid convocó un debate
entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés
de Sepúlveda. En primer término el fraile sostuvo que todas las gentes del
mundo son seres humanos hechos a imagen
y semejanza de Dios y no bestias, ni esclavos, mientras el que el filósofo
defendió a capa y espada la superioridad de los españoles sobre los indígenas
en el cumplimiento del mandato de la corona y nuestro señor Jesucristo. También el fraile dominico Francisco de Vitoria desarrolló la
filosofía moral y humanista en defensa del orden natural, la libertad e
igualdad de derechos de las personas. Pero
si los gentiles no se sometían pacíficamente
a la voluntad de la autoridad real era lícito declararles la “guerra justa”.
Isabel
la Católica,
fundadora del imperio teocrático hispánico y patrona de la unidad proverbial, en
su testamento dejó bien claro que tenían que tratarse con respeto a sus “ahijados
indígenas”: “Suplico al rey mi señor muy
afectuosamente , y encargo y mando, a la princesa, mi hija, y al príncipe su
marido que no consienten ni den lugar a
que los indios, vecinos y moradores de las dichas indias en sus personas ni
bienes reciban agravio alguno” En 1542
se promulgaron las Leyes Nuevas
que prohibían la esclavitud de los indígenas confinados en reservas bajo condiciones
infrahumanas. Esta institución siguió funcionando hasta 1748 sin que se pueda
demostrar que haya cumplido las ordenanzas.
Demostrando de esta manera que dichas leyes no eran más que papel mojado
pues los funcionarios y autoridades obligadas a aplicarlas en la mayoría de los
casos se inhibían.
La
Leyenda Negra
se define como una visión falsa de la
conquista española que empezó a extenderse por Europa a partir del siglo XVI
tras la publicación de “Americae”
(ilustrada con sus propios grabados) del flamenco Theodor de Bry. Obra que se publicó
en 1590 como parte de la batalla política que se llevaba a cabo en ese
entonces entre católicos y protestantes (Martín
Lutero y Guillermo de Orange son sus máximos exponentes) que acusaba a los españoles del genocidio y la
destrucción de las Indias. El paradigma de la leyenda negra es Felipe II fundador de la santa Inquisición.
En todo caso las razas nórdicas, anglosajonas y germánicas consideraban a los
españoles “razas inferiores” por haberse mezclado con los judíos y musulmanes. De ahí que se les conociera peyorativamente
como “marranos”. Motivo por cual
estuvieran tan obsesionados con la limpieza de sangre (supercasta eugenésica
hispana)
Los historiadores españoles revisionistas desesperadamente
tratan de demostrar que la obra del descubrimiento
la conquista y la colonización de las indias, Asia o África fue la más grande
epopeya jamás realizada por el ser humano. “Una sagrada misión llevada a cabo
por virtuosos varones impregnados de altruismo y filantropía” “Los verdaderos
genocidas son los anglosajones xenófobos y racistas que no mezclaron su sangre
con los indígenas y prefirieron exterminarlos”.-replican-
El reino de España denuncia la clara
intención de sus enemigos históricos de desacreditar la epopeya del
descubrimiento de América, las Filipinas y demás territorios e ínsulas del mar
océano. Se siente ofendidos por esas
sucias mentiras inventadas por los protestantes y masones envidiosos de tan
colosal empresa – Es preciso subirle la moral a los súbditos imperiales,
convertir las derrotas en victorias donde ese imperio hundido y decadente
resucita invicto.
En el Nuevo Mundo se libró una guerra
entre católicos y protestantes (la
reforma y la contrarreforma) El imperio
español además ejercían un monopolio comercial del que se excluían a las
potencias rivales y que dio como resultado al auge de la piratería y el
contrabando. Piratas ingleses, franceses, holandeses con patente de corso capturaban
las naos españolas cargadas de oro, plata y piedras preciosas y que contribuyeron
a cimentar el embrión del capitalismo.
Los historiadores e investigadores, los
filólogos y antropólogos pro monárquico a sueldo del CSIC, del Ministerio de
Cultura y patrocinado por la casa Real, la casa de Alba y los Grandes de España
se han comprometido de cuerpo y alma a blanquear
la leyenda negra. Y para ello cuentan con millonarios presupuestos y el
apoyo incondicional de instituciones oficiales y privadas (fundaciones y
asociaciones)
Los muy astutos eligen los textos más
favorables para resaltarlos con letras de oro obviando los más críticos que se ocultan
bajó un tupido velo. Al fin y al cabo la corona españolas siempre ha pretendido endiosarse
manipulando la historia imperial a su acomodo. Aducen que todo está
documentado, que todo está archivado y compulsado con sellos de autenticidad. Nadie puede refutarlos pues ellos son los
notarios de la verdad.
Los
españolistas se enorgullecen de la supuesta conquista solidaria y compasiva. Las nuevas tesis
de los historiadores revisionistas afirman que a Hernán Cortés y Francisco
Pizarro deben ser considerados libertadores
de los pueblos indígenas oprimidos por el yugo dictatorial tanto de los Aztecas
como de los Incas.
Los
nostálgicos del imperio español intentan blanquear la leyenda negra igual que hacen
las mafias con el dinero negro. Desde principios del pasado siglo XX una pléyade de brillantes escritores, intelectuales cierran filas en defensa de la Hispanidad:
Miguel de Unamuno, el sacerdote Zacarías
Vizcarra, Francisco Rodríguez San Pedro, Ramiro de Maeztu, el arzobispo Isidro Gomá,
Manuel García Morante, José María Pemán, Vallejo Nájera o Camilo José Cela. La
dictadura franquista igualmente pretendió ensalzar a los héroes de la conquista de América para insuflar en sus súbditos
las más altas dosis de orgullo y vanidad.
La Hispanidad es un movimiento que también
reclutó a muchos intelectuales reaccionarios de derechas de América Latina
comprometidos con enaltecer el buen nombre de la madre patria como: el
nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, el mexicano Alfonso Junco, Eduardo Carranza
de Colombia, Pablo E Victoria, Luis Corsi Otálora de Colombia, José Manuel González,
Argentina, Riva Agüero, Víctor Andrés Belaunde o Vargas Llosa del Perú. En
contradicción surgió una corriente antiespañola de tendencia izquierdista entre
los que cabe destacar a José María Arguedas, Mariátegui, Ciro Alegría, Jorge
Icaza, Fausto Reinaga, Manuel Gamio, Pablo Neruda, Nicolás Guillen, García Márquez,
Eduardo Galeano, Jorge Amado o Miguel Ángel Asturias, Diego de Rivera, Orozco,
Siqueiros…
En estas últimas décadas una nueva generación
de intelectuales y escritores, profesores, documentalistas o cineastas se han
lanzado al rescate de ese imperio donde jamás se ponía el sol. La monarquía a
la cabeza de su católica majestad el rey Felipe VI está completamente decidida
a defender el glorioso legado imperial borbónico patrocinando ediciones, publicaciones,
conferencias, películas, documentales, etc. Al llamado de ¡Despierta Ferro! los
súbditos más preclaros desenfundan la espada justiciera del Cid Campeador prestos
a arremeter contra sus enemigos: Pedro Insua (1492, España contra sus
fantasmas) Iván Vélez (El mito de Cortés)
María Elvira Roca Barea (“Imperiofobia y Leyenda Negra” -éxito editorial sin
precedentes y libro de cabecera de los ultra nacionalistas españoles) el famoso
escritor Pérez Reverte, Luis María Ansón, Jesús Ángel Rojo Pinilla (“Cuando
éramos invencibles” -editado con el patrocinio de Luis Alfonso de Borbón) Carlos
Martínez Shaw, Jesús G Maestro, Elvira Menéndez, las historiadoras María Beltrán y Carolina Aguado (“La última
batalla de Blas de Lezo”), Jorge Bustos (Vidas Cipotudas) Alberto Gil Ibáñez
(Leyenda Negra, historia del odio a España) Iván Vélez (Sobre la Leyenda Negra)
León Arsenal (Enemigos del Imperio) Francisco García del Junco (Eso no estaba
en mi libro de España) Javier Santamarta (Siempre tuvimos héroes- La impagable
aportación de España al humanitarismo)
La prensa, radio y televisión, las
editoriales y redes de Internet de los países latinoamericanos – están
dominadas por las multinacionales españolas de la información que
constantemente emiten la propaganda imperial en un intento por convencer a la
opinión pública de los más preciados
parabienes.
El franquismo utilizó la ideología de la hispanidad como el eje
principal de sus relaciones exteriores. El
nacionalcatolicismo proclamó la consigna del “Imperio hacia Dios” como parte del evangelio fascista que transmitía
las virtudes de la unidad de destino en lo universal. La hispanidad es sinónimo
de fortaleza, furia, valentía y arrojo. Los españoles demostraron ser los más fuertes,
los más arriesgados guerreros que lograron emular al imperio romano en su
magnificencia.
Durante el franquismo surgieron una
pléyade de escritores e intelectuales decididos a santificar a las maravillas
de ese imperio y elevar a los altares a sus héroes y mártires, levantar monumentos al descubrimiento,
conquista y colonización de las Indias; especialmente santificar a los clérigos
y misioneros que abrieron el camino a la evangelización redentora. Los actuales historiadores pro monárquicos
aseveran que España no tuvo colonias, sino provincias. Los tres siglos de periodo virreinal han sido
los siglos más fecundos y esplendorosos.
Existen pocas obras que reivindiquen la
memoria histórica de los nativos y su increíble espíritu de resistencia ante la
bárbara invasión europea. A las víctimas de este atroz genocidio se les
silencia pues sus palabras están cargadas de ira y resentimiento. Les robaron sus
tierras, les robaron su identidad, sus lenguas, su cultura y su única esperanza
es que el Dios blanco se compadezca de su cruel destino y los premie con el paraíso
celestial.
El sabio Vasconcelos habló de la raza
cósmica, la quinta raza, una raza mestiza oprimida en busca de la
redención; todas las sangres todas de donde saldrá el hombre nuevo procreado en
Universopolis. Porque esa raza cósmica
es el resultado del aporte del gen asiático indígena original, del africano, y el
blanco europeos que engendra un sinfín de
mezclas sanguíneas donde se revelan un impresionante sincretismo religioso y
cultural. Aunque hoy el blanco ocupa la
cima de la pirámide relegando a los demás estratos sociales al limbo de la
discriminación social. Lo paradójico del
caso es que los propios mestizos son los que más odian a sus ancestros
indígenas.
A partir de la llegada de los europeos al
continente americano comenzó el colapso de los ecosistemas naturales y la destrucción
del medio ambiente cuya onda expansiva se proyectan hasta nuestros días.
Ese
continente sin nombre ha sufrido una gran mutación en todos los órdenes empezando
por el genocidio de los pueblos nómadas que para un mejor control-fueron
obligados a sedentarizarse por los invasores. A estas alturas del siglo XXI la
colonización europea ha producido un devastador impacto en la diversidad
genética de las poblaciones indígenas que progresivamente han ido
desapareciendo (tan solo sobrevive un 20%)
El finado escritor uruguayo Eduardo Galeano, autor del libro “las venas abiertas de América Latina” que
es una obra crítica con la historia oficial del descubrimiento y conquista y en
la que se revela el grito desgarrador de los desheredados reclamando justicia y
dignidad. Sus capítulos más relevantes
son: “fiebre del oro”, “fiebre de la plata”, “el rey azúcar y otros monarcas
agrícolas” “fuentes subterráneas del poder”. En éstos se describe de la manera
más cruda la huella maldita del colonialismo y el imperialismo español, europeo
y norteamericano. A Galeano los monárquicos españolistas lo acusan de “hispanofobia” pues su narrativa rezuma “odio
y rencor”
La élite criollo-mestiza conserva un vínculo
indestructible de fidelidad con la madre patria y el santo padre que vive en
Roma. Los países latinoamericanos, salvo las contadas excepciones de Venezuela,
Bolivia, Nicaragua, Cuba o Ecuador, continúan celebrando el 12 de octubre, el día de Colón-Columbus Day, el descubrimiento
de América, o el día de la Raza. En España se denomina “la fiesta nacional” que se
festeja por todo lo alto con una espectacular parada militar presidida por su
majestad el rey como homenaje al heroico almirante Cristóbal Colón. “La madre patria nos legó la fabulosa herencia de
la civilización cristiana, la lengua, la
sangre, su cultura y genio creador. Estamos eternamente en deuda y
debemos sentirnos agradecidos y orgullosos” -son apartes del discurso oficial
que por lo regular se pronuncia cada 12 de octubre en muchos países
latinoamericanos.
Los
primitivos habitantes del continente americano no tienen nada que celebrar, muy por el
contrario el 12 de octubre es un día de luto en el que se recuerda las millones
de víctimas del holocausto.
Desde luego que la conquista aún no ha
terminado, entramos gracias a los avances científicos y tecnológicos en una
fase más sutil y despiadada. El neoimperialismo
español toma las posiciones de vanguardia y los conquistadores ahora de
traje y corbata desembarca nuevamente en nuestras playas con sus bancos y
multinacionales, con sus empresarios y ejecutivos prestos a finiquitar el
expolio que iniciaron hace más de 500 años.
La leyenda negra no es leyenda, es una historia
real, son hechos irrefutables, no son cuentos ni fabulaciones. Estamos hablando de la
banalidad del mal, el negacionismo de
ese espantoso genocidio. Según los sabios
doctores todo es un invento, una falsificación para desprestigiar la grandeza
del noble imperio español. Los perversos descendientes de los conquistadores quieren convertir las matanzas en una oda épica, quieren
convertir las torturas inquisitoriales en un cantar de gesta, quieren convertir los abusos y violaciones en
una proeza, quieren convertir una de las páginas más sangrientas de la historia
de la humanidad en una inolvidable epopeya.
Carlos de Urabá 2018