La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

dimanche 22 septembre 2013

¿Pueden ser los pobres ecologistas?

El capitalismo ha convertido a los pobres en los más peligrosos depredadores. Por física supervivencia explotan la naturaleza para gloria y grandeza del primer mundo. Esta es una pregunta primordial para entender muchos de los estragos cometidos en el medio ambiente de los países del "tercer mundo". Hablando de Latinoamérica, y por razones obvias, los recursos naturales representan para millones de personas un factor económico de primer orden pues de allí obtienen su sustento diario. Para colmo la situación social es tan calamitosa que entre las prioridades de los más desfavorecidos no se encuentra precisamente el cuidado de la tierra. En tiempos de crisis no valen argumentos filosóficos ni sentimentales y el pragmatismo se impone. De otro lado los estudiantes, profesores, intelectuales, las ongs y demás organismos conservacionistas no se cansan de denunciar la brutal destrucción de la selva, la contaminación de los mares y los ríos, la tala indiscriminada de los bosques o la extinción de las especies. Es muy claro que ellos pertenecen a un mundo en el que tienen todas las necesidades resueltas y disfrutan de un inmejorable nivel de vida. Cómodamente sentados en sus apartamentos, oficinas o universidades redactan manifiestos, libros y tesis doctorales donde se autoproclaman los redentores de la humanidad. El mejor ejemplo es el del político norteamericano, premio Nóbel de la paz y profeta del cambio climático Al Gore, quien reside en una mansión de 20 alcobas y ocho baños en el exclusivo barrio Belle Meade de Nashville. Como si fuera poco su gasto anual en gas y electricidad se eleva a la cifra de 30.000 dólares. Sin contar con las dos limusinas, tres carros deportivos y un jet privado que dispone para su heroica lucha contra “el calentamiento global”.

Tanto cinismo deja en evidencia “una verdad incomoda” ¿O sea que estos burguesitos son los que van a salvar el planeta? ¡qué estupidez! Definitivamente han perdido el norte y ni se imaginan cuales son las condiciones económicas imperantes en esas latitudes que lleva a millones de parias a convertirse en los más peligrosos depredadores. Hoy en día casi todos los partidos políticos incluyen en sus programas la defensa del medio ambiente. Tan inusitado amor por la naturaleza no es más que una estrategia para atraer a los votantes más críticos en el tema. Es curioso que esta preocupación surja cuando tras siglos de explotación indiscriminada ya sea demasiado tarde para rectificar el camino. Las cifras no mienten y las consecuencias son estremecedoras pues más del 60% de los bosques tropicales han desaparecido por completo. Aquel trópico exuberante que describieran los cronistas en un pasado no muy remoto, hoy no es más que una quimera. En conclusión: la ecología es cosa de privilegiados y su doctrina sólo sirve para justificar los millonarios presupuestos de la Fao, la Onu, la WWF, Green Peace, ongs y demás organismos internacionales donde un cartel de funcionarios y burócratas se lucran a costa de los abusos cometidos a la madre tierra.

El ecologismo se ha puesto de moda y ocupa la primera plana de los periódicos e informativos de la radio y la televisión, es un asunto trascendental que mantiene en vilo a la opinión pública. Los noticieros no cesan de trasmitir mensajes alarmantes: que si el calentamiento global, el efecto invernadero, el deshielo de los casquetes polares, la perdida de los arrecifes de coral en los océanos o la polución atmosférica. Es tal el fervor que hasta las grandes multinacionales han lanzado al mercado una nueva gama de productos bio, productos sanos y no contaminantes que por sus características generan un valor añadido. La denominación “verde”, multiplica las ventas y el éxito está asegurado porque a los ciudadanos no les importa pagar el doble con tal de lavar sus conciencias. Es imposible que una humanidad empobrecida, esclava del hambre, el analfabetismo, las enfermedades, sin trabajo y protección social reaccione. ¿A esos millones de seres que apenas ganan dos o tres dólares al día quién les puede exigir que protejan la tierra? Los proletarios, los obreros, los campesinos veinticuatro horas frente al televisor lo único que les interesa es embucharse de alcohol y bailar al son que toca el amo. El vínculo ancestral que los ligaba a la naturaleza ha desaparecido. Porque lo más práctico es abrir la ventana y arrojar la basura a la calle. Su nueva identidad es el consumo y aunque vivan en el campo su mente está urbanizada.

Durante el siglo XX la diversidad humana se ha reducido a la mínima expresión y tan sólo resta un 5% de los pueblos originarios. Algo parecido sucede con la biodiversidad ya que el colapso de los ecosistemas es irreversible. Ese maravilloso planeta azul, el único lugar que a ciencia cierta alberga vida en el universo, se ha transformado en un muladar invadido por millones y millones de toneladas de plástico, papel, chatarra, residuos tóxicos y nucleares, en fin, un hediondo basural que intentan esconder debajo de la alfombra. En unos siglos quien contemple la tierra desde el espacio se dará cuenta que no es más que un “inodoro cósmico”. La civilización del plástico ha triunfado, la cultura artesanal ha sido aniquilada por completo, la industria produce millones de objetos en serie a un ritmo enloquecedor; artículos desechables que tardan siglos en degradarse en el ambiente. En los países más ricos el despilfarro y la opulencia es la norma pues el ritmo de vida así lo exige. Ante la pregunta planteada de si los pobres pueden ser ecologistas, la respuesta es que de cierto modo sí los son pero no por devoción sino por obligación, ya que su poder adquisitivo no les permite un consumo desaforado. En el supuesto que esa gran humanidad excluida del banquete quisiera alcanzar el estatus de un ciudadano de la clase media norteamericana, el mundo se iría a pique. En los países desarrollados se consumen las ¾ partes de los combustibles fósiles y el gasto de energía es inconmensurable. Los índices de crecimiento se mantienen a base de expoliar las riquezas del tercer mundo. Porque sin esas reservas de materias primas la civilización occidental sería inviable. Cómo puede predicar el respeto a la naturaleza una sociedad que ha convertido los ríos, los lagos, los mares en letrinas, una sociedad donde millones de automóviles arrojan a la atmósfera el maldito Co2 que nos asfixia, una sociedad individualista y egoísta que le importa un pito el futuro de las generaciones venideras.

Es indiscutible que el sistema capitalista con su política demencial y suicida es el directo responsable de la crisis medioambiental. A pesar que la legislación de los estados modernos es muy celosa en cuanto a la protección de la naturaleza, el cumplimiento de esas leyes está sujeto a oscuros intereses económicos e inmobiliarios. Donde ayer había un precioso bosque hoy se construye un condominio de lujo o un gran complejo hotelero. En el lugar más perdido del Amazonas, por ejemplo, es muy fácil captar vía satélite cualquier canal de la TV mundial. Los medios de comunicación son la vanguardia del magno proyecto que la economía neoliberal denomina “globalización” y para ellos no hay fronteras, ni moral, ni ética posible. Su ideal supremo es colonizar mentes, controlar la masa, crearle falsas ilusiones y una vez sometida a sus caprichos, integrarla al sistema. En los últimos 50 años millones de campesinos e indígenas han emigrado a la ciudad redentora. Esto significa que el 65% de la población mundial reside en las grandes urbes. El mundo rural tras décadas de abandono y de despojo, agoniza. El nuevo “superhombre” es el homo sapiens urbano, un engendro que niega su animalidad, preso en una burbuja artificial desconoce por completo los ciclos naturales, no sabe sembrar ni cosechar y sus raíces se encuentran en el cemento y el asfalto. El paradigma de la democracia burguesa es la defensa de la propiedad privada. El capitalismo es un proxeneta que prostituye la tierra, la especula y la subasta. Sus leyes son tan perversas que el derecho individual prima sobre el colectivo.

Es aberrante pero ha legalizado que una sola persona pueda ser propietaria de una hacienda más grande que Suiza mientras millones de harapientos viven hacinados en favelas. En este juego de la oferta y la demanda a la tierra hay que sacarle el jugo. Todo tiene un precio, un árbol tiene un precio, un pájaro tiene un precio, una serpiente tiene un precio, una flor, un pez y hasta un indio disecado tiene su precio. Además, pertenecemos a una cultura Judeo-cristiana en la que el hombre fue nombrado por Dios el rey de la creación y su misión es someterla. Es increíble pero en este último siglo entre los colonos y la industria maderera han acabado con más de la mitad de los bosques andinos. También la ganadería extensiva ha deforestado los valles y las selvas para satisfacer el voraz apetito de una sociedad carnívora. El ganado es el rey de los latifundios y el gamonal lo cuida mejor que a su propio hijo. Parece mentira pero las bestias gozan de una calidad de vida superior a la de los seres humanos.

Colombia es un país amenazado por la erosión y en el invierno las catástrofes se desatan; las montañas literalmente se desmoronan y los ríos se desbordan anegando miles de hectáreas de terreno. Estos desastres dejan cientos de muertos y miles de damnificados. Un estudio de la Universidad Nacional de Colombia predice que con el tiempo los ríos Magdalena y Cauca se van a transformar en lagos pues el sedimento que arrastran lentamente los van a ir represando. Ante tal panorama sería necesario reforestar con 80.000.000 millones de árboles ambas cuencas hidrográficas para revertir ese proceso.

Como si fuera poco los científicos aseguran que para el año 2100 en algunas regiones del país habrá problemas de abastecimiento hídrico. (Colombia es uno de los países con mayores reservas de agua del mundo) Pero en nuestro continente la situación más dramática es la de Haití donde los suelos han quedado estériles a consecuencia de los incendios y la tala intensiva de los bosques. La agricultura está en ruina, no hay agua potable y la hambruna se recrudece. A los haitianos les llegó por anticipado el juicio final y su supervivencia depende por completo de la ayuda humanitaria.

Actualmente en los países subdesarrollados el gran boom son los biocombustibles. Es tal la fiebre que los terratenientes y multinacionales bajo el patrocinio del gobierno siembran miles y millones de hectáreas de palma africana, caña de azúcar, maíz o remolacha. Pese al déficit alimentario los gobiernos han apostado por el etanol pues en los mercados internacionales su precio se cotiza alza. Pero está demostrado que el gasto de energía necesario para fabricar etanol es prácticamente es el mismo que el extraer y refinar petróleo. Quieren sacrificar la alimentación de los habitantes de los países pobres para alimentar automóviles en los países ricos. Los ecologistas o ambientalistas luchan por conservar los restos del ecocidio. Resignados se conforman con crear "zoológicos" o parques nacionales en un intento por salvarlos del aniquilamiento. En Colombia esas áreas protegidas sólo ocupan el 5% del territorio y muchas son el campo de batalla donde se enfrentan los carteles de la droga, las guerrillas y el ejército. Esos santuarios de una fauna y flora endémica excepcional se bombardean y fumigan para imponer la paz y erradicar los cultivos ilícitos. Para colmo el gobierno ha entregado en concesión los parques nacionales a las agencias de turismo.
 

Entonces, ¿Quiénes disfrutan del exotismo y la virginidad de la naturaleza? Indudablemente que solo la élite puede costearse unas vacaciones de ensueño en estos paraísos perdidos. El negocio de los tour operadores es redondo pues los nativos, por un sueldo de miseria, laboran de meseros, camareros, cocineros o mucamas en los hoteles, lodge y resorts. La naturaleza no es la única que está en peligro de extinción, pues la especie humana también se encuentra amenazada. El cambio climático, la desertización, la hambruna y las enfermedades no perdonan. Según la teoría de la evolución de las especies de Darwin, el más fuerte se impone sobre el más débil. Argumento que justifica la lucha de clases pues los más pobres de la tierra mueren como moscas ante la mirada indiferente de los poderosos.

¿Alguna vez la organización ecologista Green Peace va a protestar por los cientos de inmigrantes que mueren ahogados en el estrecho de Gibraltar? Seguro que están más preocupados en salvar las ballenas o delfines que les da más publicidad En los foros, las cumbres y congresos los dirigentes, los políticos, los gurús ponen el grito en el cielo y una y otra vez repiten las mismas palabras: que si el desarrollo sustentable, las energías alternativas, el protocolo de Kyoto, la cumbre de la tierra, infinidad de cónclaves donde se emiten proféticas resoluciones, se firman tratados, se exponen estudios a corto, mediano y a largo plazo; más presupuestos, más intermediarios y comisiones. Nadie se aprieta el cinturón, nadie quiere renunciar a sus privilegios. Lo principal es que los índices de la bolsa de valores se mantengan al alza. Los políticos temerosos no se atreven a tomar decisiones impopulares y como lo hiciera Nerón prefieren tocar la lira contemplando el incendio universal. Se culpa al el ser humano de la destrucción de la tierra. Pero, ¿qué clase de ser humano es ese? Se echa en el mismo saco a dominadores y explotados. Sin embargo los indígenas tras miles de años de vida sobre el planeta la han conservado prácticamente indemne. Lo cierto es que el colonialismo y el imperialismo han provocado el apocalipsis. ¿Es que acaso un campesino de Etiopia o un pastor de llamas del altiplano se pueden comparar con los verdugos?

El desarrollo tecnológico de la civilización occidental no tiene parangón y su poder lo imponen con las armas, armas capaces de borrar toda huella de vida sobre la faz de la tierra. Cuando estuve en Paraguay visité en el norte del país el territorio de los indios Chamacocos. Su vida la dedican a cazar taninos para venderlos a una fábrica de pieles en Bahía Negra. Su decadencia es espantosa: alcoholizados unos, prostituidos otros, cantando alabanzas en las iglesias los más se abandonan a su triste destino. Aquellos que se resistan a los designios divinos, serán castigados por antisociales. El gran jefe Calonga, del alto Paraguay, me hablaba de su comunidad: "No se cansan, parece que no se conforman con lo que nos han hecho. Nos quieren convertir en paraguayos, que nos pongamos firmes frente a la bandera o que besemos la cruz; nos visten con sus trajes, nos obligan a cumplir el servicio militar y nos colocan de nombre un número. Para consolarnos nos regalan latas, galletas y medicinas como quien le echa a las fieras un pedazo de carroña. Somos parte del negocio y con nosotros justifican sus presupuestos. Por favor, déjenos ser pobres, eso es lo que hemos elegido; déjenos con la poca tierra que nos queda, con nuestros ríos, con nuestra selva. Queremos ser salvajes. Déjenos en paz"

Carlos de Urabá 2009
Investigador de Colombia.

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