Un gran panel anuncia la
exposición “Syria’s war: a Jornal of Pain”
en la Srebrenica Memorial Gallery en
Sarajevo, capital de Bosnia. Las
fotos que cuelgan de las paredes no pueden ser más evocadoras: cadáveres, fosas comunes, tiros de gracia, refugiados que huyen despavoridos, destrucción
y dolor, mucho dolor. La mayoría de los
espectadores son pequeño burgueses: jóvenes universitarios, intelectuales,
profesores, o activistas que acuden al vernissage presidido por su autor: el
renombrado fotógrafo mejicano y premio
Pulitzer Narciso Contreras. Sobre una mesa se han servido deliciosos canapés
y pasabocas y varias botellas de vino, quizás para pasar el mal trago de todas
esas escenas dantescas que pueden causarles a los invitados un shock traumático severo.
El público abarrota la
sala con un morboso deseo de curiosidad. Siria acapara los titulares de la prensa
internacional desde que se iniciaran hace casi cuatro años las revoluciones árabes.
Una señora de mediana edad se queda observando fijamente la foto de un niño muerto ¡qué tristeza más grande! Desde
luego que no se merecía un final así. Ese
niño bañado en sangre con la boca torcida, los ojos en blanco y los brazos en
cruz cual postrer gesto de impotencia. ¿Quién
era? ¿Qué delito cometió? Nadie lo sabe y es difícil dar una respuesta. Al
fin y al cabo son tantos los que han caído que poco importa uno más. La mujer impresionada se echa manos a la
cabeza y de repente por sus mejillas ruedan un par de lágrimas No comprende esa muerte inútil, una muerte
absurda y sin sentido. El cuerpo inerte ensangrentado
lo transportan en el platón de una camioneta con dirección a la morgue. ¿qué habrá sido de su familia, de sus padres o
hermanos? Esto es igual que visitar la
cueva del horror de un parque de atracciones. En ese mundo lejano y salvaje el fotógrafo ha
conseguido captar con su sofisticada cámara hasta el último suspiro del precoz
mártir.
Porque según los
especialistas es necesario transmitir a través de las imágenes lo que las
palabras no alcanzan a describir. De ahí que los reporteros de guerra más avezados
se jueguen la vida para dar fe de lo que sucede en Siria, Irak, Afganistán,
Pakistán, Somalia o en cualquier lugar del mundo en la que estalle la
conflagración.
Ellos también apuestan la
vida por una exclusiva; se infiltran por las fronteras y pagan cualquier precio
con tal de llegar hasta el frente de batalla y ser testigos directos de uno de los
capítulos más sangrientos de la historia contemporánea. Esas imágenes crudas y
desgarradoras son una denuncia de aquellos que no tienen voz, afirman los
entendidos en la materia. Lo importante es exponer el drama que envuelve todo
conflicto bélico con el fin de remover la conciencia de la opinión pública. Pero,
sobre todo, buscan una exclusiva que les otorgue prestigio y la fama, una
exclusiva que los haga merecedores a los más altos galardones y premios
internacionales. Cueste lo que cueste hay que estar sobre el terreno pues
la recompensa económica supera con creces los más altos sacrificios.
Para eso es
imprescindible una tragedia inspiradora: la barbarie, el caos, los combates, los
bombardeos, sangre, mucha sangre y lo más importante: las víctimas, miles de víctimas
que el destino ha dispuesto para que ellos se cubran de gloria. Cabezas
cortadas, niños degollados, crucifixiones
en masa, asesinatos de seres anónimos que jamás podrán reclamar los derechos de
autor. El Copyright de la desgracia
ajena les pertenece a ellos por ley. La prensa occidental funciona de esa
manera y la competencia es abrumadora. Todos
se pelean por una foto impactante que será publicada en primera página de los
periódicos, semanarios y revistas.
La guerra no sólo es un
negocio para los traficantes de armas sino también para las agencias
internacionales de noticias y sus reporteros o enviados especiales que se van
de safari fotográfico en busca del mejor trofeo. ¿Mercenarios?
La muerte como
espectáculo, la miseria como espectáculo, el dolor como espectáculo, una
muerte comercial que se exhibe enmarcada con su passepartout ribeteado en oro, una
muerte que debe cumplir con los cánones estéticos más exigentes de la crítica.
Es necesario despertar
los sentimientos de compasión, de caridad y conmover a un mundo preocupado por
cosas banales y superfluas. Que se estrellen de frente con la realidad cruel y desgarradora.
Es la hora de lavar las conciencias. En
occidente se encuentran los centros del poder donde se toman las decisiones
políticas y donde tienen sede las organizaciones dedicadas a la defensa de los
derechos humanos y la solidaridad internacional. Aquí se mueven los
presupuestos millonarios destinados a la ayuda humanitaria imprescindibles para
intentar salvar ese mundo agónico y desvalido.
Carlos de Urabá 2015
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