Nueva tragedia invernal en el
pueblo de Salgar, Antioquia, deja 85 muertos y decenas de desaparecidos.
Resignación,
no queda más que resignarse. Muchos
justificarán tantas tormentas y tempestades con un -así lo ha querido diosito. ¡Qué
le vamos a hacer!- La tragedia de Salgar, Antioquia, en el que un alud de
piedras y lodo ha provocado 90 muertos y decenas de desaparecidos es un claro
ejemplo de la gravedad de la situación medio ambiental que padece el país. Cada
año que pasa el crudo invierno no da tregua y deja un reguero de muertos
heridos y desaparecidos a lo largo y ancho del territorio colombiano. La
mayoría es gente pobre que habita o invade por física supervivencia las vertientes de los ríos, la loma de los cerros
o el filo de los barrancos. Zonas que no
cumplen con las mínimas garantías de seguridad y que se convierten en trampas
mortales.
Los meteorólogos
dicen que la inestabilidad atmosférica se debe al fenómeno del Niño (un
imprevisto enfriamiento de las aguas del océano Pacífico que desencadena
copiosas precipitaciones). Aunque lo cierto es que la causa principal son los
abusos cometidos por el ser humano contra la madre tierra. Y es que hoy hasta
un simple aguacero es capaz de demoler una montaña. Este es el dramático
resultado de siglos y siglos de colonización y barbarie. Había que domar la
naturaleza exuberante del trópico a punta de hacha y motosierra; había que incendiar
las selvas y bosques para abrirle paso al progreso. Los verdugos cumplieron a
cabalidad su cometido explotando los recursos madereros, la minería, la
agricultura, o la ganadería. El impacto ecológico ha sido devastador y al final
los ecosistemas han colapsado.
Los colonizadores
nunca se detuvieron a pensar en las consecuencias de sus actos ¿para qué? a
ellos lo único que les importaba era sacar una justa recompensa a sus
sacrificios y llenarse los bolsillos del vil dinero. La herencia maldita que
nos han legado es un precioso camposanto podrido y estéril. En fin, ¿qué nos
esperará dentro de 50 o 100 años? No hay
que ser un profeta o un visionario para advertir que por más velas que se le pongan
a la virgencita o a los santitos es imposible revertir el proceso.
El escenario
es dantesco y se necesitaría un parón de decenios para regenerar la agonizante
naturaleza. ¿Cómo devolver la fertilidad a esta tierra yerma y envejecida? La
economía colombiana como toda economía capitalista necesita explotar los
recursos naturales para mantener la curva de crecimiento económico. Sin consumo
el sistema capitalista se va a pique. Port lo tanto no hay ninguna esperanza
pues hay que seguir explotando a destajo las materias primas. Esto es algo
fundamental, sobre todo, en los países del Tercer Mundo tan castigados por una
crisis mundial. ¿Se podrá rectificar el camino? Esta es una decisión que debe
tomarse a nivel gubernamental y los políticos no están dispuestos a asumir los
costes.
En Europa y
los Estados Unidos los filósofos y pensadores comienzan a hablar del
«decrecimiento» es decir, una vuelta atrás, dejar de consumir, ser autosuficientes,
volver a una vida frugal y artesanal. «el crecimiento ilimitado es imposible en
un mundo limitado» En resumen: disminuir la producción económica para
restablecer el equilibrio entre el ser humano y la naturaleza. Los tecnócratas
y planificadores, por el contrario, se niegan a aceptar la realidad e intentan
una huida hacia adelante. Según ellos es imposible renunciar la desarrollismo.
El PIB tiene que elevarse hasta alcanzar las más altas cotas o de lo contrario
habríamos fracasado. Colombia es un país que no solo está en pie de guerra
contra su pueblo sino también contra la ecología. Sólo hay que ver los
incendios, la tala indiscriminada de los bosques, las fumigaciones con
glifosato. Este es un país cuyos gobernantes llevan en el ADN el gen de la
autodestrucción.
La temporada
de lluvias, que en el territorio colombiano se inicia en los meses de marzo,
abril y mayo y se repite en octubre, noviembre y diciembre, marcará un registro
histórico pues en algunas regiones puede sobrepasar los 10.000 mm por metro
cuadrado. Una cifra monstruosa si la comparamos con los 1.700 mm por metro
cuadrado que caen en la ciudad de San Sebastián, País Vasco, que es uno de los
índices pluviométricos más altos de la península ibérica.
En Colombia
no llueve sino que diluvia. Estamos en la zona ecuatorial y las tormentas
tropicales pueden durar días o incluso semanas. Entonces, sucede algo muy
simple de explicar: los suelos empobrecidos y despojados de la cubierta vegetal
no puede absorber tanta agua, los afluentes de los ríos, que no son más que
desagües de las grandes urbes, vienen cargados sedimentos y basura y se
desbordan anegando las llanuras o los valles interandinos. La creciente
arrastra todo lo que encuentren a su paso con una brutalidad demoledora. Las
laderas de las montañas completamente deforestadas se derrumban y taponan vías
o forman diques que agudizan aún más la tragedia.
Según el
ingeniero forestal Primitivo Briceño, experto en suelos, se necesitarían
plantar más de 100 millones de árboles para resucitar el río Magdalena y el
Cauca, las principales arterias fluviales de Colombia. Las predicciones no
pueden ser más pesimistas y para colmo el gobierno, ni a corto ni a largo plazo,
ha implementado unos planes serios para acometer tamaño desafío. Los
presupuestos del estado que se destinan para estos fines son irrisorios y la
mayor parte acaban en las arcas de los políticos corruptos.
Actualmente
el gobierno colombiano dedica todos sus esfuerzos en fortalecer el poderío
militar y promover la guerra fratricida que desangra a nuestra nación. La
consigna es matar, exterminar, bombardear. Estos pirómanos indolentes no tienen
piedad pues en ellos predomina un espíritu de sicarios asesinos. Hay que
armarse, comprar cañones, más aviones y helicópteros, más armas inteligentes o
reclutar más soldados que garanticen el éxito de la política de seguridad
democrática.
La
emigración del campo a la ciudad continúa imparable y millones de campesinos e
indígenas abandonan sus tierras a causa de la violencia y la pobreza. Su
destino no es otro que invadir los
extrarradios de las grandes ciudades confiados en que diosito se compadezca de
su suerte. Allá en las zonas más inaccesibles y peligrosas construyen sus
tugurios con materiales de desecho: ladrillos, palos, cartones o plásticos. Si
hace 60 años el 70% de la población colombiana habitaba el medio rural hoy es
al contrario, pues la mayoría de sus habitantes residen en las grandes urbes.
El gobierno
nacional presionado por las circunstancias ha tenido que declarar el estado de
emergencia social, económica y ecológica en 28 de los 32 departamentos en que
se divide el país. Se moviliza el
ministerio del Interior, el ministerio del Medio Ambiente, la oficina de
prevención de desastres, las ONGs, la Defensa Civil, la Cruz Roja, los
bomberos, la Iglesia, las fuerzas armadas porque estamos ante una de las
calamidades más espantosas de los últimos tiempos. La misión es remover los escombros,
a sacar los cadáveres, a curar los heridos, reubicar las familias en
campamentos temporales, hacerse cargo de los huérfanos y a repartir le maná de la ayuda humanitaria. Los
sepultureros no dan abasto. Los parias no les queda más remedio que rogar
clemencia: una monedita, por favor, un pancito, un aguapanelita, pan, arroz y
frijoles.
Como es
habitual las más graves inundaciones se han producido en la mojana cordobesa,
la cuenca del río San Jorge, el Sinú, la Ciénaga Grande, el Canal del Dique, el
río Ariari, los llanos orientales, y gran parte de la cuenca de los ríos Cauca
y Magdalena estimándose unas cinco millones las hectáreas inundadas. Las
pérdidas materiales y humanas son incalculables.
Colombia en
estado de excepción y se calcula que diez billones de pesos costaría rescatar
al país del actual invierno, se han perdido 1 millón de hectáreas de cultivo,
se requieren 500 mil millones de pesos para la reparación de carreteras y 5
billones de pesos para la reconstrucción total de las mismas, hay más de 52
vías con cierres totales, más de 4.000 viviendas han sido destruidas y 300.000
averiadas, con 300 muertos y dos millones de damnificados. Se prevé que el
desempleo y la inflación se disparen. La peste, el cólera, el dengue
enfermedades respiratorias y del aparato digestivo comienzan a ensañarse con la
población.
Mientras
tanto los expertos, los ingenieros, los ambientalistas buscan soluciones para
enfrentar la ola invernal. ¿Qué estrategia hay que aplicar para enfrentar la
emergencia? ¿El diseño de los proyectos, las licitaciones, las prospecciones, las
firmas de contratistas? Papeles y papeles que se arruman en los armarios de los
Ministerios pues por falta de presupuestos se tienen que engavetar.
Una y otra
vez, año tras año se repite la misma historia ¡socorro!, por favor, echarnos
una mano que estamos con el agua al cuello. ¡Hundidos en el fango de la miseria!
La situación es gravísima y los organismos de rescate trabajan 24 horas en su
penosa labor de remover los escombros a punta de picos y palas, volquetas y bulldozers.
El
territorio colombiano en el que en un pasado no muy lejano se creía que se
encontraba el mítico dorado o el mismísimo paraíso terrenal, el país de la
biodiversidad por excelencia, un país riquísimo en recursos naturales, selvas, cordillera
de los Andes y bañado por el océano Pacífico y el mar Caribe se ha trasformado
en un chiquero donde chapotean los cerdos mientras en los cielos revolotean los
gallinazos en busca de carroña.
Carlos de
Urabá 2015
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