La
región rusa de Vólogda –el corazón
eterno de Rusia- se caracteriza por ser un ecosistema montañoso y cubierto de
bosques impenetrables. En este paisaje de una hermosura sinigual tiene su
hábitat el oso pardo ruso. El oso pardo
es el amo y señor de los bosques y los campesinos le profesan un sagrado
respeto ya que le consideran un animal totémico o protector. Incluso existen
narraciones que hablan de la existencia de seres mitológicos mitad osos y mitad
humanos. El oso pardo ruso es un ejemplar majestuoso de complexión robusta que puede llegar a pesar hasta 600 kg de peso
– y alcanzar una altura de 2.50 mts.
Según las antiguas tradiciones queda
terminantemente prohibido matarlo
sin una causa justificada. (Hambre o
defensa propia) Quien ose transgredir tal advertencia se arriesga a que le
caiga una terrible maldición.
La
realeza europea -entre ella la española, por supuesto- son muy aficionadas a la caza, a las
monterías y los torneos cinegéticos. A los reyes y soberanos estos rituales
sangrientos les producen un irrefrenable placer que colman sus más bajos
instintos.
El
oso Mitrofán nacido en el pueblo de Novlenskoye
(Vólogda) fue capturado por los guardabosques cuando tenía dos años de edad
para utilizarlo en el entrenamiento de los perros de caza. Pero pronto por su
carácter simpático y bonachón se fue ganando el aprecio de los visitantes y
turistas que lo adoptaron como su mascota preferida.
Hasta
que un fatídico día el gobernador de la región Vólogda recibió la llamada del presidente ruso Vladimir Putin quien le ordena preparar un regalo de caza para un
invitado muy especial.
Y ese
invitado muy especial no era otro que su
majestad el rey don Juan Carlos I
de España que iba a participar en una cacería en la aldea Novlenskoye en la región de Omogaevskoe.
Y el
regalo era nada menos y nada más que un apuesto y robusto oso de 160 kilos de
peso llamado Mitrofán. A él se le
había reservado el papel de víctima propiciatoria para que el monarca se
luciera en sus pasatiempos feudales.
El
rey don Juan Carlos I es un gran amante de las cacerías ya que estas
justas hacen parte del acervo “cultural”
de la familia real borbónica. Recordemos
aquel incidente -aún sin esclarecer- que se produjo en el palacio de Villa Giralda de Estoril allá por el
año 1956 cuando su majestad le
descerrajó “accidentalmente” un balazo a su hermano Alfonsito provocándole la muerte. El infante se convirtió por
caprichos del destino en una de sus primeras piezas de caza.
A don
Juan Carlos se le preparó un lujoso alojamiento en una de esas típicas dachas rusas (“la Casa Urogallo”) en
las montañas de Kirilovski. Además
también participaría en los banquetes
gastronómicos, sesiones de sauna
o baño ruso con masajistas incluidas. Un merecido descanso para aliviar las
tensiones derivadas de tan alta investidura. Indudablemente que las autoridades
rusas querían homenajearlo y celebrar así la buena marcha de las relaciones
diplomáticas y comerciales entre ambos países.
Tal y
como ordenó el presidente ruso Vladimir
Putin los responsables de la granja de caza pusieron en marcha el montaje o
la farsa para facilitarle la faena a su majestad el rey. Los guardabosques mediante un cóctel de vodka y miel emborracharon a
Mitrofán con el propósito de convertirlo en una presa fácil. Don Juan Carlos I
junto a un nutrido séquito de guardaespaldas, consejeros y guías se trasladó
hasta Limonovo ilusionado con abatir
un magnifico ejemplar de oso pardo ruso.
Apostado
tras los matorrales y atento ante cualquier movimiento sospechoso el capitán
general de los ejércitos españoles altivo montaba la guardia. Recordemos que su
preceptor el Caudillo de España Francisco
Franco hizo especial énfasis en que perfeccionara su instinto depredador.
Con su escopeta en ristre y el dedo en el gatillo el presidente de honor de ADENA (asociación para la defensa de la
naturaleza) se preparaba a descerrajarle un tiro al primer bicho que se le
atravesara en el camino. Es entonces cuando los guardabosques que transportaron
en un camión a Mitrofán abren la puerta de la jaula y lo liberan. Desde luego que era un blanco
fácil para que don Juan Carlos demostrara toda su destreza y bravura.
De
repente aparece Mitrofán en un claro del bosque dando tumbos muy cerca del
parapeto donde se encuentra el zar de
las Españas. Acostumbrado al olor de los humanos se muestra confiado y
juguetón. Don Juan Carlos lo tiene en su ángulo de tiro; apunta con su rifle
Remington del 338 Winchester Magnum y sin que le tiemble el pulso dispara sobre
un oso ¡domesticado y borracho! Pero el monarca hierra el tiro. Entonces
enrabietado le descarga otro disparo que lo deja malherido. Mitrofán se
desploma emitiendo espantosos gruñidos de dolor como anticipo de su cruel
agonía. Para aliviar su terrible sufrimiento el jefe de la granja de caza le
pega un tiro de gracia en la cabeza. Don Juan Carlos eufórico levanta los
brazos y de inmediato la comitiva que lo acompaña se desvive en felicitaciones
y cumplidos ¡viva el rey! ¡Viva España! El rey ha conseguido hacerse con una pieza de
incalculable valor que seguramente exhibirá orgulloso en su sala de trofeos.
Lo
que no imaginaba su majestad es que el asesinato a sangre fría de Mitrofán iba
a desencadenar la maldición del oso pardo ruso.
Poca
gente da credibilidad a estas supersticiones porque van en contra de la lógica
y la razón. Aunque existen antecedentes como los trágicos sucesos que golpearon
a los miembros de la expedición del egiptólogo Howard Carter tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Misteriosamente se produjeron varias muertes que se
atribuyen a la terrible maldición de los faraones.
Puede
que tan sólo se trate de una
coincidencia pero desde ese día 24 de
agosto del 2006 en que don Juan Carlos I aniquila cobardemente a Mitrofán
comienza el ocaso de la dinastía borbónica. Y lo más increíble del tema es que
por esas fechas el diputado socialista Antoni Diéguez denuncia en el
parlamento balear el comportamiento delictivo de la fundación Nóos. Este
asunto inexplicablemente fue silenciado por el gobierno del socialista Rodríguez Zapatero. Años después el juez Castro reactiva las pesquisas que
desembocan en la instrucción del caso Nóos.
.
La
fundación sin ánimo de lucro Nóos gestionada por Iñaki Urdangarín y su esposa la infanta Cristina se constituyó con el objetivo de captar dinero de
instituciones públicas y privadas para destinarlo a proyectos de carácter “humanitario”.
Los
jueces acusan a los responsables de la fundación Nóos de delitos tributarios,
prevaricación, malversación, fraude, delito fiscal, blanqueo, estafa y falsedad
en documento público. Es decir, que conformaban una mafia con la que obtuvieron sumas millonarias para
luego blanquearlas en diversos paraísos fiscales. Esta es una muestra más de
hasta donde ha llegado la podredumbre y el latrocinio en las instituciones del
reino de España.
La
fundación Nóos desarrolló todas sus acciones en connivencia con los entes
gubernamentales dirigidos por políticos del PP (Partido Popular). Aprovechaban
el prestigio de la institución monárquica para beneficiarse de los presupuestos
destinados por las comunidades autónomas y ayuntamientos para patrocinar
eventos de carácter cultural, deportivo o institucional. “Lo
que mande la Casa Real es palabra de Dios”.
Lo más curioso es que ni el CNI (Centro Nacional de Inteligencia), los
inspectores de hacienda, la fiscalía anticorrupción, la Policía Judicial, la
Guardia Civil o el Ministerio del
Interior jamás se dignaron investigar las fechorías cometidas por Iñaki
Urdangarín y su esposa la Infanta Cristina.
Todo
está repugnante trama corrupta se ha destapado gracias a la titánica labor de
los topos periodísticos, jueces y algunos personajes de la esfera política que
manejaban información privilegiada.
Don
Juan Carlos I cuenta con una exorbitante fortuna difícil de cuantificar y que
se calcula en cientos de millones de euros.
Porque él ha sido y es el relaciones públicas, intermediario y representante exclusivo de la marca España. Con lo que todo esto supone en contratos, transacciones a nivel nacional y
mundial.
El patrimonio de la dinastía borbónica es un secreto imposible de
revelar ya que es un asunto privado
que no le atañe a los súbditos.
Uno de los episodios más oprobiosos en los
que se ha visto envuelto ha sido el safari de Botswana Mientras su reino atravesaba una masacrante
crisis económica él se dedicaba a cazar elefantes junto a su concubina y comisionista Corina zu
Sayn-Wittgenstein. El soberano en su
decrépita vejez tropieza, cae y se rompe la crisma; ya no puede sostenerse en pie y tiene que
abdicar en su hijo Felipe VI antes
de que la casa real se hunda en el fango y pierda toda credibilidad.
La defenestración de los borbones no ha
sido causada por un factor humano sino
que hay que atribuirla a un fenómeno sobrenatural y casi mágico.
Porque
no ha existido ninguna movilización social, ni manifestaciones, ni huelgas o
multitudinarias protestas. Los súbditos
o los plebeyos se muestran más bien complacientes con estos actos de pillaje y
latrocinio. Esta actitud mansa y sumisa nos deja perplejos pues nunca
hubiéramos podido imaginar lo fácil que es pisotear la dignidad humana. A nivel nacional los índices de aceptación de
la monarquía son mayoritarios con excepción
del País Vasco y Cataluña.
Solamente
algunos grupos antisistema, los independentistas, anarquistas o partidos
políticos de izquierda republicana han reaccionado con contundencia. Aunque dado su carácter minoritario no
revisten mayor peligro para la estabilidad del reino.
El PP-PSOE-Ciudadanos y hasta Podemos
defienden con vehemencia la legitimidad monárquica. Han sido y son
condescendientes con la familia real; los defienden, los protegen, se postran
de rodillas, besan sus manos y sus pies. Constitucionalmente el rey es el garante de la unidad de España
y su figura es inviolable pues pertenece más al ámbito divino que al humano.
Don Juan Carlos I tras abdicar ha sido aforado en el parlamento por el PP-PSOE
ya que se le considera el “paladín” que condujo a España por el camino de la
modernidad y del progreso. Aparte de su “heroica” actuación el día 23 de febrero de 1981 cuando
“valientemente supo conjurar el golpe de estado que amenazaba la recién
recuperada democracia”.
El
martirio de Mitrofán no ha sido en vano como tampoco el del elefante de Botswana al que don Juan Carlos I abatió en
otro de sus gloriosos torneos- Gracias a esa dupla inmortal el espíritu
republicano resucita con inusitado ímpetu. ¡Nos han reivindicado nada menos y
nada más que dos animales salvajes!
Futuros símbolos de la III República. El factor humano deja mucho que
desear en una época donde el compromiso revolucionario se encuentra
desmovilizado y en franca decadencia.
Carlos
de Urabá 2016