Con motivo del Año de Colombia en
Francia la artista colombiana Delcy Morelos presenta su obra intitulada: Muros de Sangre-la Sombra Terrestre que
hace parte de la exhibición: “Medellín,
una historia colombiana” Este es el
mejor ejemplo para comprender el por qué muchos artistas plásticos de nuestro
país han sido abducidos por el flagelo
de la violencia. Es una obsesión
constante por el tánatos olvidándose de cualquier aspecto onírico o poético. El
virus de la violencia marca a fuego candente nuestro inconsciente colectivo, parece
que es algo genético que fluye en nuestro ADN y se trasmite de generación en
generación. Y no es para menos pues la
historia colombiana desde la conquista y colonización española ha sido un continuo
volcán en erupción. La última fase de la escalada bélica que va desde 1948
hasta nuestros días se ha caracterizado por ser la más cruenta y destructiva.
La pintora de Tierralta (Córdoba) Delcy Morelos nos explica que el
propósito de su obra es el de rendirle un sentido homenaje a las víctimas del
conflicto armado. (Entre las que ella misma se cuenta como una más). Desde
luego que es un compromiso personal por reivindicar a su propia familia,
parientes, amigos o su comunidad. Por eso la artista ha elegido esta brutal
metáfora de un laberinto de sangre, muros de sangre, sangre derramada, ¿un
paredón de fusilamiento? Todo esto es muy paradójico pues la sangre también es
la savia que mueve el corazón o el pálpito vital. Pero lo que aquí predomina es
la muerte, los asesinatos, las torturas, las masacres. En Tierralta siguen
actuando los paramilitares -hoy denominados el clan Usuga, Águilas Negras y las
Bacrim- Acordémonos que uno de sus corregimientos es Santa Fe de Ralito es donde se desarrolló el proceso de
desmovilización de los paramilitares en el 2005. (Por allí campaban a sus
anchas asesinos como Mancuso, Jorge 40, Don Mario, Don Berna o los hermanos
Castaño) Los principales damnificados son las comunidades indígenas Emberá
Katios y Zenues que han pagado un alto precio en su lucha de resistencia por la
tierra y su cultura ancestral. Uno de los casos más sonados fue el secuestro,
tortura y asesinato del líder indígena Kimy
Pernía a manos de la AUC en el año 2001.
A raíz de los documentos
desclasificados recientemente por el gobierno norteamericano (con relación al
asesinato de Kennedy) aparece una carta secreta de una agente de la CIA que afirma
que Hitler consiguió salir vivo del Führerbunker de Berlín. Y no solo eso sino
que se habría escapado a Colombia. ¡A Colombia! Esto es algo descabellado.
Además, el agente aporta una foto en la que se le ve junto a un amigo en la
ciudad de Tunja. Y yo doy todo el crédito a dicha información porque lo más
seguro es que el Führer engendró una numerosa prole cuyos descendientes ocupan
los puestos más relevantes en la cúpula del gobierno y las FF.AA.
Colombia se desangra, se ha
venido desangrando desde hace siglos y todo porque las clases bajas al servicio
de los oligarcas y terratenientes decidieron levantarse, quitarse el bozal y reclamar
sus derechos ¿Y cuál es la respuesta?
Plomo, bombas y metralla. Esto es algo que narra magistralmente el escritor
colombiano Eduardo Caballero Calderón
en su libro “Siervo sin Tierra”. El
pueblo se ha rebelado no porque quisiera utilizar la fuerza para cometer un
delito sino para asegurar su propia supervivencia.
En esta sala de exposiciones no
hay orquídeas, ni paisajes idílicos, ni amaneceres de ensueño o puestas de sol evocadoras; al contrario, los
muros de sangre reflejan una dantesca alegoría que nos deja estupefactos. Aquí no existe el realismo mágico sino el
hiperrealismo macabro. Algo que el embajador de Colombia en Francia Federico Renjifo intenta obviar declarando
que esta exposición ¡es el mejor
homenaje a la paz! Nos parece algo inaudito que la paz se celebre con un escenario
más propio de una morgue o camposanto. Las contradicciones del gobierno
colombiano no pueden ser más estúpidas y absurdas. En esta exposición palpita
el corazón herido de Colombia, ese es nuestro karma o la ley de causa y efecto de la que no nos podemos librarnos.
Esta generación de artistas ha
sido marcada por unos acontecimientos que les ha desgarrado el alma. Y eso es algo que se reflejan sus obras de
arte, en sus esculturas o pinturas. No es por explotar el morbo o el
amarillismo sino por denunciar al mundo tantas injusticias y arbitrariedades. De la forma más cruda el
espectador va tomando conciencia de la verdadera dimensión de este devastador holocausto.
Las secuelas de la guerra en
Colombia no solo han sido las heridas físicas, las muertes violentas, las masacres,
el exterminio, las torturas, las violaciones o las desapariciones forzadas sino
que es necesario también contar el daño moral,
psicológico y espiritual - Factores que muchas veces no se miden o se mantienen
al margen- La peor parte se la llevan
los supervivientes, lo heridos, los encarcelados, los desplazados, los exiliados.
Al fin y al cabo los muertos muertos están
pero los vivos son los que realmente van a sufrir las consecuencias; sus seres
queridos, sus esposas, sus esposos, sus hijos, sus parientes directos, los
huérfanos y viudas, deudos, amistades o
su propio pueblo. Esto es algo que se
agravó en las zonas donde el conflicto armado se ha recrudecido con fiereza- ¿Cómo
sanar el daño moral, esa herida que corroe el alma? Los creyentes pueden
consolarse con la misericordia de Dios que al menos les devuelve la esperanza. Tras
los acuerdos de paz el gobierno ha prometido que se castigarán a los culpables
(paramilitares y FF.AA) de las masacres y matanzas (que no prescriben) y que se
hará cargo de pagar las debidas indemnizaciones a los deudos. Pero nos tememos que se traten nada más que de
actos meramente simbólicos en el que se
repartan algunas dádivas a cambio del silencio y el olvido. Porque es difícil confiar
en que la justicia colombiana corrupta y
parcializada se incline de lado de los más débiles y desfavorecidos.
Los psicólogos y psiquiatras han venido
estudiado los efectos malignos de esta guerra
interminable y que afecta a varias generaciones de colombianos. Hay infinidad de enfermos mentales que carecen
de tratamiento y cuya situación es prácticamente irreversible. Si hiciéramos una
sesión de psicoanálisis nos daríamos cuenta del deplorable estado mental de muchos
ciudadanos que residen o residían en las zonas de conflicto. Abundan los cuadros
de estrés postraumático, insomnio, delirios de persecución, ataques de pánico, baja
autoestima, depresión, tendencias suicidas, angustia existencial, psicosis,
alcoholismo, drogadicción, marginalidad.
La mayoría de las víctimas en silencio mascullan su desconsuelo, otros
siguen tratamientos a base de pastillas
y barbitúricos para atenuar ese dolor que les taladra el cerebro. Unos cuadros clínicos que afecta desde niños
hasta personas mayores. Y una vez más
nos preguntamos ¿cómo curar las heridas del alma? Son los daños colaterales de
una guerra infame que ahora muta en infinitas variables. Se ha firmado la paz
pero el ejército colombiano sigue armándose sin abandonar un minuto su política
represora.
El gobierno nacional dice que ha
llegado la hora de la justicia y la reparación, ha llegado la hora de la reconciliación
entre todos los colombianos, que Dios todopoderoso nos va a iluminar.
¿Dónde están los más de 200.000 desparecidos
que ha habido a lo largo de estos últimos 50 años de guerra fratricida? Algunos
insinúan perversamente que lo más seguro es que eran cómplices y auxiliadores
de la guerrilla. ¿Dónde están los testigos y el cuerpo del delito o las pruebas
incriminatorias? Es la palabra de las víctimas contra la palabra de los
victimarios y por eso es que sus familiares recurre a organismos internacionales como la Corte
Interamericana de Justicia para que fructifiquen las demandas contra el estado
colombiano.
Menos mal que en Colombia existen
artistas comprometidos y sensibles que no son ajenos a la tragedia que ha sufrido
la población civil. Estas obras son una forma de desahogar su rabia, exorcizar
esos fantasmas que les rondan por sus cabezas. Los muros de sangre, cataratas
de sangre, ciénagas de sangre. Entonces,
como es natural el espectador al meter el dedo en la llaga se interroga ¿qué
habrá acontecido en ese país?, ¿por qué ese pueblo ha merecido un castigo tan bárbaro
y despiadado? Crímenes contra la humanidad que no tienen ninguna explicación
racional.
En todo caso nuestra obligación
es dignificar a las víctimas: a los más humildes, los jornaleros, los
campesinos, indígenas o afrocolombianos que fueron despojados de sus tierras, a
los que fueron esclavizados, embrutecidos por los amos y terratenientes, los
niños explotados, las niñas abusadas y prostituidas, un pueblo condenado al destierro
a las grandes ciudades. El genocidio del mundo rural es una de las tragedias
más abominables y de la que es imposible resucitar. Definitivamente hay unos
agredidos y unos agresores y esos agredidos empuñaron las armas en defensa
propia. ¿Cómo enfrentar al ejército colombiano, a los paramilitares, a las mafias
y sicarios que pretendían exterminarlos? Se utilizaron tácticas y métodos nazis
para acallar a los opositores a los que se les acusaba de guerrilleros, de terroristas,
de subversivos y por ende había que fusilarlos en el paredón. Ahí están esos Muros
de Sangre, la sombra terrestre que como
una mortaja convierte el día en una noche perpetua, una noche enrojecida y
tenebrosa.
Carlos de Urabá 2017