Según Freud la sexualidad es un
factor determinante en las conductas del homo sapiens. Sin embargo estoy seguro
que él nunca imaginó que la tecnología influyera de tal manera en la psiquis de
los seres humanos. Se han escrito extensos tratados sobre la zoofilia, el
sadomasoquismo, el incesto, la pedofilia y demás perversiones, pero, ¿es
posible tener sexo con una máquina o con un robot? y no es ciencia ficción. Sin
lugar a dudas que sí porque la máquina trasmite impulsos eléctricos que en
nuestro cerebro se convierten en estímulos. Una persona enchufada al computador
es capaz de creerse el protagonista de un romance virtual e incluso alcanzar
orgasmos. Definitivamente los órganos sexuales se han trasladado de la zona
genital al cerebro. Nuestra animalidad
ha sido castrada por la lógica y la matemática aunque el Eros y el Tánatos
aún dominen nuestros instintos básicos.
En el campo científico no existen dogmas de fe, de ahí que haya que
demostrar las teorías con hechos constantes y sonantes.
-Si el hombre
desciende del mono, la máquina desciende del hombre.
Sin las máquinas la civilización occidental jamás hubiera podido alcanzar
tan altos niveles de desarrollo. Por lo tanto la dependencia tecnológica es
indiscutible y no se limita al mero aspecto material sino que la dependencia
afectiva es todavía mayor. El homo sapiens como todo primate es esencialmente
gremial aunque la modernidad nos haya trasformado en unos individuos urbanos sin
tribu, sedentarios y atrofiados.
Lo paradójico del caso es que los millones de ciudadanos que habitan en las
grandes urbes, se sienten solos. La soledad es un monstruo que hay que aplacar
porque de lo contrario te devora el alma. Y si la soledad va acompañada del
aburrimiento, la catástrofe es devastadora. Este es un verdadero drama pues
muchos homínidos no conocen ni al vecino de enfrente. Ajenos a la naturaleza no nos queda otra que adaptarnos a un medio
artificial donde nuestras raíces son los cables y enchufes sembrados al cemento
y el asfalto. ¿Cómo llenar ese inmenso vacío que nos acongoja? La
esquizofrenia y las enfermedades mentales nos amenazan y necesitamos
embucharnos de píldoras y barbitúricos para soportar ese entorno tan opresivo.
Hemos perdido el gusto por la vida y la rutina diaria es tan insoportable que
elegimos el suicidio como único camino de salvación.
Por supuesto que la tecnología nos alivia esa falta de amor y de cariño.
Apretamos un botón y de repente suena una musiquita celestial y emocionados nos
da un vuelco el corazón. ¡Tenemos un
mensaje, alguien nos corresponde! Gracias a los computadores, teléfonos móviles,
televisores, iPod, Smartphone estamos comunicados y en armonía con el universo.
Este es el verdadero opio del pueblo o el fuego fatuo de una realidad virtual
que nos engatusa con sus cantos de sirena.
En resumen pasamos junto a las máquinas y los electrodomésticos la mayor
parte de nuestra existencia, pasamos mucho más tiempo con esos inventos
tecnológicos que con nuestra mujer, nuestros hijos, nuestros padres o
amistades. Horas y horas tecleando un computador, horas y horas conversando a
través del teléfono móvil, horas y horas frente al televisor o cautivos de los
benditos videojuegos Tenemos una relación directa piel con piel o, mejor dicho,
piel con plástico con todos estos artilugios. Sin duda los computadores se han
convertido en nuestros inseparables compañeros, yo juraría que están vivos y
hasta tienen alma aunque en el fondo no sean más que discos duros, memorias y
procesadores informáticos o diminutos microchips capaces de consolar nuestro
desasosiego.
La inteligencia
artificial es una extensión más de nuestro cerebro pues necesitamos procesar la
mayor información posible. Inmersos en una sociedad tan competitiva el engranaje
productivo no puede detenerse. Como la globalización cruel y asesina no tolera
la disidencia todos aquellos que no se integren en el sistema, serán condenados
a las mazmorras del olvido.
No me fue muy difícil conseguir algunas cobayas de homo sapiens para
confirmar mis teorías. Sin ir más lejos en la sala de computación de la
universidad Distrital de Bogotá, en la
que realizó mis investigaciones, hallé varios ejemplares típicos de este síndrome de tecnofilia.
A mi diestra un muchacho que no pasa de los veinte años se encuentra
concentrado frente al computador. Ni siquiera parpadea y mantiene la mirada
fija en la pantalla para colmo enchufado a su audífono inalámbrico. Cualquiera
pensaría que prepara su examen de fin de curso o estudia alguna materia propia
de su carrera. Pero, ¡oh sorpresa! ni lo uno, ni lo otro; el joven bucea en las
profundidades del ciberespacio explorando “XVídeos”,
una página porno de las más visitadas en la red. Gracias a esa autopista de la
información que construyó tío Billy
Gates el joven contempla a una pícara mulata que se baja provocativamente
las bragas. Excitado pasa la página y aparece una trigueña despampanante que se
acaricia sus partes íntimas, ¡tremendo! hace click y en la página web destellan
por doquier las ofertas sexuales más apetitosas hasta que por fin el joven
pincha la ventana donde un efebo negro penetra a una rubia platino que aúlla
como una loba en celo.
Los ojos del muchacho parecen salirse de las órbitas; se pone lívido como
una de esas estampitas de santa Teresa de Jesús, en un vivo sin vivir en mí, y
lanza un suspiro de éxtasis. A bordo de esa muñeca hinchable en que se ha
transformado su ordenador se pasa las horas, los días, las semanas o los años
sediento de imágenes eróticas que le produzcan placer. Porque vivimos en una civilización del placer, del vicio y la ausencia
de dolor.
El joven vuelve a teclear una nueva dirección en el buscador; mueve con
agilidad el ratón y click acaricia el clítoris de su amante y por arte de magia
descorre un tupido velo donde una preciosa ninfómana se magrea con un musculoso
pura sangre; y sigue masturbándose y masturbándose, necesita una vagina virtual
donde descargar su libido, se sonroja, se encuentra caliente, calientísimo y
por fin se desata el orgasmo cósmico.
A mi siniestra una atractiva universitaria chatea en su computador; son
diálogos en un lenguaje cifrado prácticamente incomprensible, saltan los
renglones, y las preguntas y respuestas se suceden a un ritmo frenético. Se
alisa el pelo y desenfunda su teléfono móvil. Toma en su mano ese pene
cibernético al que masturba con delicadeza tecleando un mensaje de texto WhatsApp
o Twitter. Finaliza su misión y tras una pausa su semblante se ilumina ring,
ring ¡alguien le responde! Aprieta con todas sus fuerzas el teléfono y lo lleva
al borde de sus carnosos labios para hacerle una felación. El teléfono no es
más que un consolador con vibrador incluido. La joven habla y habla y tras una
media hora cuelga y al instante vuelve a marcar otro número mientras sigue
chateando con sus amiguitos secretos. ¿No quedamos en que el don de la
ubicuidad estaba sólo reservado a Dios todopoderoso?
El concepto del amor se ha tergiversado, ya no es necesario declarase
frente a frente pues los defectos de los mortales son imperdonables. Es preferible
tomar distancia, crear personajes ficticios, o sea, lo que uno quisiera ser
pero no puede. En este juego todo es válido con tal de conquistar a la pareja
virtual. Se acabaron las flores, las serenatas con violines o la cena romántica
con dos velitas a la luz de la luna o el juglar que llegaba al balcón de su
prometida a recitarle poemas de amor. Ahora los primates se enamoran en el
Chat, a través del Internet, del WhatsApp, y piden la mano de la novia o el
novio por Twitter.
Vivimos una era de masturbadores, masturbadores mentales, de androides de
una egolatría inconcebible, el yo ha triunfado, el mío ha triunfado. El hedonismo es el valor supremo, se
rinde culto al cuerpo porque la gente necesita verse reflejada en el espejo de Narciso a ver si sus sueños
se hacen realidad. Un selfie, dos selfies, tres selfies y a enviar de inmediato
las imágenes a mis amigos de WhatsApp o mis grupos de Facebook para que vean
que soy el más guapo o la más guapa. Sobran
las palabras, lo primordial es la imagen cuyo bombardeo diario es vital para
engordar el ego de la masa y consentir sus caprichos más estrafalarios.
Esclavizados por los mensajes subliminales, sin un minuto de tiempo para
reflexionar hemos caído en las garras de la alienación más burda y miserable.
La diversidad, que es una de las características fundamentales de la especie
humana, se extingue para dar paso al pensamiento único y a la clonación
planetaria.
Encerrados en nuestro cascaron, en nuestra burbuja o vientre materno no
necesitamos de nada ni de nadie, ni de dioses ni de redentores. Si quiero comer
algo hago mis pedidos a mi restaurante favorito a través de una aplicación
(app) Deliveroo; si quiero un vestido hago el pedido a Milanoo; si quiero una amante la consigo en Meetic, si quiero lo que se me dé la gana lo
pido a Amazon que concede todos los deseos como quien frota la lámpara
maravillosa de Aladino. Se ha
sacralizado la tecnología que es el nuevo ídolo ante el cual millones de
autómatas se arrodillan sumisos. El mito
de Prometeo o las ansias de los mortales por poseer el poder divino, se ha
cumplido.
No hay vuelta de hoja, el síndrome de tecnofilia que se define como una
atracción o adicción desmedida por la tecnología, va a marcar el recién
inaugurado siglo XXI. Aunque esta atracción fatal puede llegar al enamoramiento
y a nadie debe sorprender que algún lunático cabalgue sobre el computador
meneando la cadera a ritmo de samba.
Internet se ha
convertido en una burda “madame” (15% -24.000.100 -de las websites son
pornográficas, 35% las descargas y el 25% de las búsquedas) que nos ofrece una
variada oferta de prostíbulos virtuales, whiskerías, clubes y casinos, citas
clandestinas, proxenetas o furcias que hacen su agosto a costa de una humanidad
sedienta de lujuria y de pasión. Con todas las tentaciones a la carta, con
todos los pecados en vivo y en directo, los cinco continentes en la pantalla
del computador o del celular que es como una teta de la que maman millones de
cachorros en celo. El morbo, el masoquismo y el fetichismo nos arrebatan. Ni
que decir las orgías con niños tiernos y hasta un harén de vírgenes para que
los violadores y pedófilos se den el festín; un gran supermercado de hembras,
burras y yeguas sodomizadas en nombre de la libertad de expresión. Sin
olvidarnos del voyerismo, esa manía de observar las cosas prohibidas: mirar a
través de la cerradura y ver como una lesbiana le lame la vagina a su querida o
como un homosexual cabalga sobre el pene erecto de un macho cabrío y si enfocas
bien la cámara web te saludo desde lo más profundo de mi bragueta.
Somos los simios domesticados de este zoológico así que a fornicar se ha
dicho sátiros y lascivos, a navegar entre los mares y ríos de pornografía y
toda suerte de páginas webs donde se patrocinan las mayores aberraciones,
siempre guardando el anonimato, por supuesto, y sin restricciones ni censura. Aunque
primero eso si hay que pagar con la tarjeta de crédito una buena suma de euros
para poder disfrutar del paraíso perdido. Porque este es un negocio más del
capitalismo, tal vez el más grande, con millones de clientes alrededor del
mundo cuya calentura genera incalculables ganancias (en EEUU el porno mueve 2.500 millones al año y a nivel mundial 4.500 millones
de euros)
Seguramente en los próximos decenios la psicología y la psiquiatría no van
a dar abasto para atender a esa creciente fauna
de ciberadictos. Es el precio que hay que pagar como consecuencia de la
manipulación sistemática a la que nos han sometido. ¿Qué tratamientos
aplicaremos? ¿Habrá una nueva gama de fármacos milagrosos? Seguro se
desarrollarán nuevas terapias en un intento por desprogramar a esos millones de
autómatas que poblarán la tierra. Lo que nos faltaba como si no tuviéramos
suficiente con las adicciones a las drogas, al alcohol o a la ludopatía, ahora
atrapados como mosquitas en las redes del ciberespacio.
El imperio capitalista y su eterno big bang de crecimiento se alimenta de
consumidores, o sea, de individuos dispuestos a venderle su alma al diablo con
tal de satisfacer sus caprichos. Su gula es de tal magnitud que no tiene ningún
escrúpulo en destruir pueblos, naciones, culturas o vampirizar y prostituir
mentes de bebés, de niños, de jóvenes, de adultos o de viejos con tal de saciar
su codicia.
Para la democracia
burguesa occidental la libertad de expresión es un dogma de fe inamovible. Libertad de expresión
que sólo disfrutan quienes detentan el poder económico, claro. Porque
cualquiera no puede abrir un canal de televisión, una radio o un periódico sino
tiene un capital que lo respalde. El monopolio tecnológico es un patrimonio de
las grandes multinacionales y su transferencia está sujeta a factores puramente
especulativos.
Son las tres de la mañana y la sala de computación de la universidad como
de costumbre sigue abarrotada. Abstraídos en sus pajas mentales, el redil
continúa rumiando sus fantasías frente a la pantalla de los computadores, de
los teléfonos móviles y sus tabletas. Se nota que los primates están bien
alimentados con el pienso cibernético.
Parece mentira que el cerebro humano sea tan manipulable y se deje embaucar por
esas lucecitas de colores que les conduce al nirvana.
La ciencia ha conseguido descifrar los secretos del inconsciente colectivo
suplantando el lenguaje simbólico en el que se expresa la psiquis. Este es
apenas el principio de la gran bacanal pues entramos en una etapa insólita de
la evolución humana, la edad de los
autistas, en la que el nihilismo o la doctrina de la nada dominarán la faz
de la tierra.
Carlos de Urabá 2018
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