La obra de García Márquez debe
ser definida obligatoriamente como la de un escritor comprometido con su pueblo,
la de un escritor antifascista, antimperialista y anticlerical
que rompió con todos los moldes establecidos
de su época.
Sus libros reivindican a esas
masas condenadas a la exclusión y la ignorancia, denuncia los abusos del poder representado por los políticos,
militares, clérigos o gamonales pertenecientes a una sociedad feudal
ultraconservadora y reaccionaría. El
humanismo liberador en contraposición al egoísmo opresor.
La prosa irreverente de García Márquez
fue calificada en su momento por sus detractores de herética y blasfema, “producto
de un individuo degenerado que predica una ideología contraria a los principios éticos y morales transmitidos
por nuestros ancestros”. Sobre todo,
porque incita al pecado y mancilla los fundamentos
más sagrados de nuestra patria: la
religión, el orden institucional y policíaco, la familia y las tradiciones más
vernáculas.
La aristocracia criolla, la
oligarquía endogámica se rasga las
vestiduras. ¡A la hoguera! Gabo es la cabeza pensante de una conspiración comunista
-según los organismos de seguridad el F2
y el DAS- y para colmo amigo de Fidel Castro y admirador de la
revolución cubana. “La lucha armada contra el poder establecido está más fuerte
y extendida que nunca…” “¡A ese guerrillero hay que pararle las patas!”. Por eso no es de extrañar que durante
el gobierno de Turbay Ayala -artífice
del Estatuto de Seguridad- haya sido
proscrito y perseguido. A tal punto que para salvaguardar su vida se vio
obligado a exiliarse en México.
Ahora todos esos burgueses fariseos que en otros tiempos
lo condenaban a la picota lanzan loas de admiración hacia su excelsa figura. Entre
los
conversos de Macondo debemos resaltar al presidente Santos, Uribe,
los Turbay, los López Michelsen, los Betancur, Gómez Hurtado, Samper... Toda esa manada de hipócritas caraduras lloran
desconsolados “la irreparable pérdida de
un genio universal” “de este colombiano que engalanó los anales de las letras
universales…” Hasta lo quieren santificar, elevarlo a los altares como el
hijo más preclaro de la patria porque gracias a él los colombianos recobramos
el orgullo perdido, porque gracias a él en el mundo se nos respeta y ya no
somos reconocidos como traficantes de cocaína, sino como los hijos de Aureliano Buendía y la Mamá Grande. Si
nos sirve de consuelo al menos aún nos quedan Shakira y Juanes para defender
nuestra honra.
La burguesía colombiana es muy
astuta y perversa pues hasta que la crítica internacional no encumbró a García Márquez
y la Academia Sueca le otorgó en 1982 el
premio Nobel literatura, no se
dignaron a reconocer sus méritos.
El gobierno colombiano de
tendencia derechista y neoliberal no tiene ningún reparo en utilizar al “hereje” García Márquez como un reclamo publicitario más: “Venga a conocer Macondo, la tierra mítica
de Cien Años de Soledad”. Hay que dejarse de prejuicios pues lo fundamental
es promocionar la buena imagen del país y venderles a los turistas extranjeros el
exotismo, la fantasía y la pasión de nuestro deslumbrante paraíso tropical. –En
especial a los clientes de alto poder adquisitivo que son los que
verdaderamente interesan -
La mítica Macondo hoy es McCondo,
un reclamo publicitario, un artículo más de consumo, de consumo en serie igual
que las hamburguesas o perritos calientes. Despojado de su carga subversiva se
vende en los escaparates como un artículo de moda, un fetiche, un souvenir que se compra en las librerías para
colocarlo de adorno en la biblioteca o en la mesilla de noche.
García Márquez acabó siendo el gran empresario de una prestigiosa marca,
de un producto de éxito, de un producto envidiado por todas las editoriales, el
best seller del siglo con millones de libros vendidos y con millones de clientes
potenciales a nivel planetario. Definitivamente la obra supera al autor.
La industria mediática explota con
eficacia el luto y el duelo, su desaparición ha desatado la histeria colectiva
en los titulares de la prensa, la radio, la TV, las revistas o en Internet. Por
fin le ha llegado la hora de ascender al Olimpo
y ocupar el trono junto a los grandes genios Shakespeare, Dante o Cervantes.
García Márquez pasa a la inmortalidad y es
tal el impacto emocional que de la noche
a la mañana se han agotado todas las
ediciones de sus libros. Una bonanza del carajo que va a multiplicar aún
más su incalculable patrimonio.
Su muerte no ha sido nada épica,
más bien vulgar. Él jamás hubiera
escrito algo así como desenlace para una de sus novelas. Esa escena en la
que un anciano aburguesado y decrépito aguarda en el lecho nupcial el último
tranvía al más allá carece de embrujo y sólo inspira tristeza y desconsuelo.
Asistimos a la consagración del
mito y los sabios no se cansan en
resaltar los parabienes de su magnánima obra. Endiosado por la crítica, seducido
por las lisonjas y adulaciones del establishment (Reyes, príncipes, presidentes, ministros y embajadores lo adoptaron cual poeta palaciego) desarmado por completo de su discurso revolucionario que remueve las conciencias
y estimula el pensamiento crítico. Nuestro último refugio es la nostalgia.
El sistema imperante devora su
legado, lo frivoliza hasta convertirlo en un espectáculo folclórico, en un folletín,
en un guion de telenovela o de una mediocre parodia cinematográfica. Esta es
una estafa, es decir, lo importante no es el fondo sino la forma, lo
importante es que ese McCondo alucinado nos emborrache con su fuego fatuo a
ritmo de boleros y vallenatos.
Carlos de Urabá 2014
Amman-Jordania.
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