Ningún candidato se ha
atrevido a nombrar al rey Felipe VI, ni a la reina doña Letizia. Todos cierran filas en torno a sus majestades
a pesar de los incontables casos de corrupción en los que se han visto
implicada la familia real. ¡Benditos sean! Gracias a los monarcas España es
respetada y querida en el mundo entero y ese es el precio que hay que pagar. Para colmo los reyes
eméritos don Juan Carlos y doña Sofía con toda la desfachatez y el descaro siguen
activos y ejerciendo sus funciones. En España hoy existen nada menos y nada más
que cuatro reyes sin importar los gastos suntuarios que esto representa para
las arcas públicas. En todo caso sus majestades son tan glamurosos, gentiles y
fantásticos que no hay reprocharles nada, al contario, sólo merecen elogios y
salutaciones. En especial la reina doña Letizia que con sus modelitos se ha
convertido en la máxima estrella de la moda universal.
Los súbditos en un acto
de generosidad sin límites consienten todos sus caprichos. Esta es la demostración
más clara del buen funcionamiento del sistema democrático.
Los candidatos saben de
antemano que cualquier crítica a la monarquía les puede salir muy cara. Por eso prefieren callar y pasar de largo en
este asunto tan espinoso vaya a ser que se hundan en las encuestas. ¿Y al respecto del referéndum entre monarquía
o república? Insinuarlo siquiera sería una afrenta imperdonable. La sociedad
española aún no está madura para afrontar tamaño dilema. Este es un dogma de fe inamovible. ¿Es lícito
cambiar el sistema de gobierno? No, por
favor, eso sí que es una blasfemia. La monarquía es algo intrínseco a nuestra
forma de ser, a nuestro carácter. La tutela de un ser superior que guie
nuestras vidas es algo que nos enaltece. Los ideales republicanos, la soberanía
popular, el derecho a decidir, la dignidad humana son conceptos subversivos que
es mejor obviarlos.
Los bufones palaciegos se
baten en duelo ilusionados por alzarse con el cetro de gran Chambelán (ayudante
de cámara real). A los monarcas les debemos pleitesía porque ellos representan
la flor y nata de la nobleza, la aristocracia y los grandes de España. El poder
omnímodo de la iglesia católica tampoco es muy conveniente poner en tela de
juicio. Sus eminencias son como sus
majestades más divinos que humanos. ¿Y los jueces de la Audiencia Nacional, ese
tribunal de orden público franquista que ejerce la represión y el castigo? Ni por
asomo se les nombra. Por extraño que parezca nadie está en contra de la ley
antiterrorista, las detenciones arbitrarias, las torturas en comisaría, o la
Ley Mordaza. Se ha de imponer el estado
de derecho y el imperio de la ley. Materias tan comprometedoras no admiten el
más mínimo desliz.
Tal y como están las
cosas los monarcas ni siquiera necesita presentarse a unas elecciones. La democracia es un asunto terrenal y ellos habitan
en el séptimo cielo. Todos los partidos
políticos desde el PP, Cs, PSOE y también Podemos besan sus manos y hasta sus
pies porque son la garantía de la unidad de España y la estabilidad del reino.
¿Y la memoria histórica? ¿Alguien ha reclamado por los 130.000 muertos
que están enterrados en las cunetas? ¿Quién se atreve a sacar la cara por las
víctimas del holocausto nazi-franquista? A Callar, a callar que esto también
resta votos. Es mejor que cicatricen las
heridas en pro de la paz y la reconciliación entre los españoles. ¿Alguien ha interrogado a don Juan Carlos de Borbón
sobre el por qué juró como legítimo heredero del caudillo conociendo su
prontuario criminal? Silencio, absoluto silencio.
Los candidatos de esta
mascarada bufonesca deben hacer gala de inteligencia y carisma; las frases hechas, las poses y gestos una y
mil veces estudiados. De memoria recitan los datos, las cifras de la
recuperación económica, la prima de riesgo, el Ibex 35 o el índice de precios
al consumo demostrando su conocimiento y sapiencia.
La economía es los que realmente
preocupa a los súbditos. Sólo hay que ver las colas que se forman para adquirir
la lotería de navidad. Porque sea como
sea hay que salir de la crisis. Los candidatos sacan pecho y con voz impostada prometen
que van a crear millones de puestos de trabajo, contratos indefinidos y bien remunerados.
Se acabó la precariedad laboral y el paro endémico. Es prioritario levantar la
moral de los súbditos: el alza de los sueldos y de las pensiones, la rebaja de impuestos, el IVA,
el IRPF, los intereses bancarios, las hipotecas, las ayudas familiares.
Esta es la mejor
oportunidad para autoproclamarse adalides de la lucha contra la corrupción, el
clientelismo, la prevaricación y el desfalco. Aunque no son más que palabras estériles
pues esta es una práctica generalizada casi imposible de erradicar.
Ni siquiera se ha abierto
un debate sobre política exterior: las relaciones con EE.UU, el papel en la
OTAN o la participación guerra contra el terrorismo islámico. Ningún candidato
se ha referido a la industria armamentística y menos a las multinacionales que
participan expolio de las materias primas de los países del Tercer Mundo. Además de las compañías y
empresas españolas ganan jugosos dividendos vampirizando la marginación y la
pobreza. Poco importan las relaciones con los países latinoamericanos ni el futuro del pueblo saharaui que agoniza abandonado
en el desierto. Son un ejemplo más de la soberbia del reino de España que se
jacta de pertenecer a los países más ricos del planeta.
Ni mucho menos se han referido
a temas tan trascendentales como la
ecología, la energía nuclear, los inmigrantes o los refugiados. Incluso han pasado
por alto la educación, la cultura, las artes, las letras o la
poesía. Seguramente porque son cosas banales y superfluas que no se
traducen en votos o movilizan al electorado.
En resumen: la Casa Real es
intocable. Sus majestades son inmunes e inviolables ante la ley tal y como reza
la constitución del año 1978. Nadie se ha atrevido a indagar sobre cuál es la verdadera
dimensión de su patrimonio, sus
inversiones, sus cuentas secretas o los testaferros que se encargan de administrar
su fortuna en los paraísos fiscales. Aparentemente la corrupción, el tráfico de
influencias, o el enriquecimiento ilícito es algo que no les atañe pues sólo le
rinden cuentas a Dios todopoderoso.
Las clases populares, el
proletariado, los obreros, los campesinos tienen un valor meramente sentimental y fuente
de inspiración de las consignas más apasionadas. Poco cuentan esos súbditos empobrecidos por las políticas
neoliberales, esas víctimas de la emergencia
social que humillados tienen que rogarle una limosna a Cáritas, al Banco de
Alimentos o las ONGs. Existen millones de familias desahuciadas, en el paro y
la marginalidad mientras la casa real
dilapida sin remordimiento millones de euros en satisfacer el fuego fatuo de
sus vanidades.
A estas alturas de la
historia poco importa el debate ideológico. El socialismo, el comunismo o el
marxismo son teorías fracasadas y caducas. Las banderas rojas con la hoz y el martillo hacen parte de un pasado
remoto y deben esconderse en el trastero. La derechización es el signo de los
tiempos y cada día que pasa se acentúa su vigor. Estamos en la Europa del siglo XXI, en la era
del consumismo más voraz y depredador, dominados por la dictadura tecnológica globalizada:
el Internet, el iPod, el Smartphone, el Twitter, el WhatsApp, el Instagram o
Facebook. No hay sitio para la nostalgia ni las aventuras revolucionarias pues
el capitalismo ruin y despótico es el que manda.
Este domingo millones de
súbditos avalarán con sus votos la legitimidad del feudalismo monárquico. Son
votos que perpetuarán el poder a la dinastía borbónica y sus descendientes. No
hay nada ni nadie que lo ponga en entredicho. Sólo una minoría antisistema es
capaz de mantener el pulso pero se ve impotente para enfrentar una fuerza tan
descomunal. La sociedad burguesa y reaccionaria ha expresado contundentemente
su voluntad en las urnas. ¡Gloria al nacionalismo español! ¡Loadas sean sus
majestades!
Carlos de Urabá 2015
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