Es lo que se merece
Francia, un banquero en el poder, un banquero presidente acorde a los dictados
del neoliberalismo dominante. Macron, el filósofo clasista, el matemático frío
y calculador, el ultranacionalista europeo fiel a los designios de Bruselas,
Alemania y la Troika, es el triunfador. Este tecnócrata educado por los
jesuitas y bendecido por los sionistas de la banca Rothschild afirma que no es
de derechas ni de izquierdas, que es neutral y equidistante de los fanatismos.
La fórmula más astuta para engatusar a un populacho cada día más alienado y
sumiso.
En las mesas de votación reina
un ambiente sepulcral; nadie pronuncia una palabra, ni un suspiro, es como si estuviéramos
en un templo sagrado y según las leyes de la laicidad debemos mantener la
compostura. El desencanto es mayúsculo. Las caras largas del redil manifiestan su aburrimiento y hastío; las
ovejitas que conducen al matadero van haciendo cola y mansas depositan sus
votos en las urnas obligadas por las circunstancias. Es una obligación patriótica
frenar a la ultraderecha reaccionaria y resignados deben asumir tamaño reto.
Los franceses han tenido
que elegir entre la guillotina o la silla eléctrica; entre Le Pen y Macron. Y han elegido la silla eléctrica como la
opción más dulce y tierna. Solo un plan de choque y austeridad podrá redimir a
la república burguesa, un ajuste económico que como siempre soportarán sobre
sus espaldas los obreros y trabajadores. Menos sueldos, más precariedad y desamparo.
Todo sea por la grandeza de Francia. Macron, el presidente de los banqueros y
el patrón, el ídolo de la nueva revolución.
Carlos
de Urabá 2017
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