La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mardi 14 février 2012

¡Toubab! la maldición del dios blanco



Gracias a mi inmejorable curriculum académico me gané una beca para estudiar biología en la universidad de Mirail en Toulouse. Por fin mi sueño dorado se cumplía Francia, el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad ¡increíble!

Pero poco duró mi euforia porque tras mis primeras semanas de residencia bien pronto me di cuenta que no todo lo que brilla es oro. Tenía que apretarme el cinturón y ahorrar dinero pues las circunstancias así lo exigían. No me quedó otra alternativa que irme a vivir al barrio de Bagatelle, un gueto de inmigrantes procedentes de Marruecos, Argelia y el centro de África, es decir, de las antiguas colonias. Como colombiano de estrato humilde me pareció hasta divertido. Yo carecía de prejuicios sociales y en el fondo deseaba codearme con el proletariado.
La vida estudiantil lejos de ser relajada era bastante rigurosa. Encima no dominaba bien el francés y debía tomar cursos extras que no me dejaban un minuto de tiempo libre. Apenas los fines de semana aprovechaba la ocasión para dedicarme a la farra y la bohemia. De alguna manera tenía que desahogarme y mitigar un poco la nostalgía.

En el vecindario el bullicio jamás se detenía, a cualquier hora las tiendas y los almacenes se encontraban abiertos mientras una multitud de de gentes de todas las lenguas y colores hacian de la calle su propia casa. El barrio de Bagatelle no podía compararse con ningún otro de la ciudad de Toulouse donde por lo general reinaba el tedio y el aburrimiento.

Frente al piso que alquilaba junto a varios argelinos existía un negocio donde la gente iba y venía en un continuo trajinar me llenó de intriga. Hasta que una tarde muerto de la curiosidad miré a través de los cristales del local tratando de descifrar el enigma. Dentro, un enjambre de mujeres se apretujaban en una pequeña sala; unas miraban la televisión, otras leían revistas de moda, otras nerviosas se mordían las uñas o jugaban con sus teléfonos móviles. Pero ¡qué casualidad! Todas eran de raza negra. Al fondo en un letrero de neón colgado en la pared se leía: Salón de beauté Aphrodite.

Los peluqueros del Salón Aphrodite se desvivían por complacer a la clientela, con gestos amanerados les prometían a sus pacientes un cambio revolucionario en sus vidas.

- Con el "Beauté Éternelle" tu novio o amante ya no volverá a acariciar ese pelo de estropajo, ¿comprendes?- y las negras ilusionadas asentían con la cabeza, desde luego estaban decididas a transfigurarse e imitar a esos ídolos negros que acaparan los titulares de la prensa y la televisión ¿cómo adquirir la figura de Whitney Houston? ¿ cuál es el secreto de Beyonce? ¿y la revolución estética de Michel Jackson ? ¿es posible alcanzar la altura de Condolezza Rice? o ¿la exhuberante belleza de Naomi Campbell?

Pero no sólo el pelo es su único complejo pues la paranoia les lleva a blanquearse la piel con cremas milagrosas o someterse a costosas operaciones de cirugía estética desesperadas por alcanzar la perfección de la raza aria.

La intervención milagrosa comenzaba untando el pelo con la crema desrizadora para luego cepillarlo y pasarle de inmediato la plancha alisadora de cerámica. Después de estirar la briosa cabellera con firmeza se deja reposar unos minutos para más tarde aplicarle un shampoo vitaminado y neutralizarla con el anti frizz. Tras una última remojada la obra maestra queda lista para deleitar los espectadores. Cueste lo que cueste la doma capilar no tiene precio pues renacer de las cenizas vale más que todo el oro del mundo.

Por su forma de ser alegre y descomplicada yo me sentía más próximo a los africanos que a los propios franceses. Por eso nunca faltaba a las reuniones organizadas por la comunidad negra de Toulouse. En una de tantas fiestas fue donde conocí a Sabrina, una bella negra de Burkina Faso, que para no desentonar con la moda imperante lucía una peluca de color rubio platino. Nos pusimos a conversar sobre temas intrascendentes pero después de un rato entramos en confianza. Hablamos sobre nuestras familias y le pregunté muchas cosas sobre su país y el por qué había decidido venirse a Francia. Ella me dijo que sus padres, que al parecer tenían bastante billete, la enviaron a estudiar comercio internacional, aunque la verdad ellos lo que pretendían es que su hija se hechara un novio blanco. Porque desde luego la raza había que mejorarla o dignificarla, ¿no?. Le lancé una mirada acusadora criticando su insolencia pero ella apenas si se dio por aludida. Luego le pregunté si su pelo lo llevaba así por moda o por pura rebeldía. Sabrina me confesó que para la inmensa mayoría de las africanas alisar el pelo hacía parte de un ritual iniciático.

Las niñas negras hasta cierta edad usamos trencitas y nos hacemos preciosos adornos con el cabello, pero al entrar en la pubertad todo cambia. Es el momento de alisarse el pelo y la madre, la abuela o las hermanas mayores se encargan de oficiar la ceremonia: la novicia mete su cabeza en un balde para recibir el la crema milagrosa Matrix o, si son muy pobres, les echan una mezcla de plátano machacado con formol. Tras horas de duro bregar el resultado salta a la vista. La niña ya puede salir a la calle para que el mundo entero admire su extraordinaria metamorfosis.

Con el correr del tiempo el salón Aphrodite se volvió el más famoso pues allí aplicaban el mejor “tratamiento de choque” de toda la ciudad. Las negras y mulatas, o mejor dicho, las "black", -como las llaman por “respeto” los franceses-salían más que satisfechas al deshacerse de ese maldito estigma.

Me di cuenta que las negras afrancesadas eran bien vanidosas; que si los tintes, las mechas falsas, las extensiones, el pedicure o el manicure, las lentillas de color verde y azul. Y cuando alguien les preguntaba -¿qué te has hecho? ¡te ves divina!- enseguida se les sube el ego por las nubes y sacan pecho pronunciando: espejito mágico, espejito de oro ¿quién es la más linda? dímelo tesoro. Infructuosamente intentaban borrar ese pasado de esclavos, borrar la marca de hierro candente, borrar hasta el olor, el color, el sabor. Adquirir una nueva identidad, un balsamo que les devuelva a autoestima y neutralice el complejo de inferioridad que las atenaza. El despreciarse a si mismas es una actitud autodestructiva que no se puede explicar. Y todo por imitar al amo blanco, adorar al dios blanco que representaba la pureza y, claro, ellas se creían sucias e indignas. No podían disimular la envidia que les entraba al contemplar a las chicas francesas con ese pelo liso ondeando al viento cual bandera de libertad.


Aunque mi piel no fuera negra mi corazón latía al ritmo africano. El fuego trópical me conducía a mi amado país y en esos momentos tan sentidos se me venían las lágrimas. La fiesta tomó un cariz apoteósico gracías al consumo desmesurado de hachís y alcohol. Poco a poco a Sabrina se le soltó la lengua desahogando todas sus frustraciones y complejos.

-Esto es una humillación, los machos negros no hacen más que  buscar a las mujeres blancas. Ellos lo que desean acariciar una cabellera sedosa mientras hacen el amor y no un estropajo pegado con engrudo.-Odio a mis padres y detesto mi nariz ñata de chimpancé.

La pobre había perdido los papeles y yo no sabía que decirle. Me quedé mudo y de un sorbo me bebí el vaso de vino que tenía entre mis manos.

Los efluvios etílicos y alucinogénos surtieron el efecto deseado y al filo de la madrugada la fiesta se trasformó en un fantástico vudú. Sabrina danzaba siguiendo el ritmo frénetico que marcaban los tambores interpretados por una comparsa de rastafaris. De improviso, ella cerró los ojos y se echó a llorar, lloraba rabiosa a tal punto que sus lágrimas bañaron su rostro estropeando el estrafalario maquillaje Christian Dior que reemplazaba sus pinturas tribales. La temperatura inesperadamente subió y un sudor selvático la empapó por completo. Jadeante se despojó de sus joyas, del reloj Cartier y del costoso traje de seda rojo que lucía. En el instante que  recuperó su primitiva desnudez comenzó a danzar con mayor ímpetu; danzaba completamente deshinibida dando vueltas sobre si misma hasta que extasiada se arrodilló levantando sus brazos al cielo.

Presa de una fuerza extraña se levantó y de un manotazo se arrancó la peluca que como una cometa de oro cayó a sus pies. Histérica la pisoteo una y mil veces maldiciendo su cruel destino. En su cabeza calva apenas se distinguían algunos marchitos cabellos. ¡qué horror! Su corazón palpitaba aún más fuerte que los tambores y sus venas se marcaban en la piel cual ríos incontenibles a punto de desbordarse. Parecía una fiera en celo que corría detrás de su presa. De repente se echó a reír a carcajadas enseñando sus fauces donde unos dientes blanquisismos casi iluminaban la estancia. Cuando alcanzó el clímax pronunció unas palabras incomprensibles, palabras que repetía enloquecida hasta la extenuación:¡ toubab, toubab, toubab! Cuando los primeros rayos de sol acariciaron su piel de ébano el fuego purificador consumió el espíritu maligno que la poseía.

Carlos de Urabá
Mar Muerto


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