La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mardi 14 février 2012

Naufragio en Kuna Yala


Panamá se ha convertido en un destino turístico y comercial de primer orden, sus hoteles de lujo, sus playas paradisíacas, sus centros comerciales y la zona del canal atrae a millones de visitantes del mundo entero que sueñan con pasar unas vacaciones inolvidables. El turista moderno es muy exigente y le gusta gozar de las máximas comodidades como: aire acondicionado, jacuzzi, televisión por cable, computadores, Internet de alta resolución, etc, o de lo contrario se sentirían vacíos y aburridos. Por eso me decía mi mismo mientras veía la gente enloquecida jugando en los casinos o bebiendo whisky en los bares ¿qué se me había perdido a mí en esta ciudad donde el consumo es la única razón de la existencia?

Para colmo el paisaje de la capital se ve invadido de vallas publicitarias que intentan embrujarnos con sus lucecitas de colores. Hasta los personajes más ilustres como el presidente Martín Torrijos hacen parte del negocio. Retratado en un cartel levanta una copa de champagne y aprovechando que es navidad, nos desea ¡Happy christmas! También el artista salsero, Rubén Blades, flamante Ministro de Turismo, vestido de predicador, sonríe y nos da la bienvenida con un “Welcome to Panamá”. Rubén en su época gloriosa defendió la causa de los más pobres y así lo atestiguan las letras de sus composiciones. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida -como dice la letra de “Pedro Navaja” - Hoy nuestro ídolo ha cambiado radicalmente y se comporta como un “chico plástico” y su mayor preocupación es inaugurar campos de golf en honor a los ejecutivos más adinerados.

A mí siempre me han atraído los sitios de difícil acceso donde los accidentes geográficos detengan la llegada masiva de los turistas. Que por cierto son el mayor peligro para la ecología del planeta. Pero yo nunca imaginé que en este país existieran regiones habitadas por indígenas que aún se mantienen en un estado primitivo y gozan de una relativa autonomía, como es el caso de los Kunas, el país de los Tules.

Así que sin perder tiempo me dirigí a la Terminal de autobuses y abordé un bus con destino al Darién. Tras una hora y media de recorrido llegamos al cruce de la carretera el Llano-Cartí donde comienza el camino hacía Kuna Yala, única ruta terrestre conocida para ingresar al archipiélago de San Blas. Con mi mochila al hombro, bien pertrechado de agua y comida y bajo un calor extenuante, emprendí la caminata. En un principio el paisaje se ve marcado por la tala indiscriminada de árboles que ha provocado los siglos de colonización. Pero cuando tras unos veinte kilómetros se ingresa a la comarca de Kuna Yala, todo cambia. Protegido por las montañas el bosque húmedo tropical aún conserva el esplendor de una manigua impenetrable con sus grandes ceibas, helechos, palmeras, orquídeas o heliconias. Un ecosistema refugio del jaguar, el águila arpía, el tapir, los monos aulladores, tucanes y perezosos. No podemos olvidar que en esta región se encuentra la mayor diversidad de fauna y flora del mundo, además de ser el puente biológico entre norte y Suramérica.

La visión desde el mirador del cerro Cartí es extraordinaria: de un lado se observa el océano Pacífico y del otro el mar Caribe donde se distinguen con claridad las incontables islas del archipiélago de San Blas. Después de sortear el alto la ruta se vuelve agreste y cortada por profundos precipicios. De vez en cuando pasan por allí algunos jeeps 4x4 que se atreven a desafiar el mal estado de la carretera que en invierno se transforma en un barrizal de arenas movedizas. Después de pasar la noche en mi tienda de campaña al día siguiente y tras 45 kilómetros de dura caminata llegué en horas de la tarde hasta un improvisado embarcadero a orillas del río Nusagandí. Desde este sitio parten las canoas de motor fuera de borda con dirección a las distintas islas del archipiélago. Abandonamos la tierra firme y luego de una media hora de navegación atracamos en la isla de Cartí Jantupu. Sin duda alguna es un privilegio el encontrarse en esta isla de unos 300 metros cuadrados donde viven unas veinticinco familias Kunas en sus chozas de bambú y techos de palma. No hay luz eléctrica, ni aire acondicionado, no hay televisión ni computadoras ni supermercados.

La vida diaria de los Kunas es muy sencilla pues su rutina desde hace miles de años es siempre la misma: navegan en sus canoas, vienen y van de las islas al continente en procura de leña, frutas o comida, y otras veces cazan o pescan según sus necesidades. Pero las verdaderas protagonistas de esta historia son las mujeres que vestidas a la antigua usanza con trajes de vistosos colores adornados con las típicas molas y tocadas con un pañuelo rojo en la cabeza se muestran altivas y orgullosas. Tienen la piel bronceada y en sus extrañas facciones se destacan los ojos rasgados que revelan su procedencia asiática. Todavía conservan la costumbre de tatuarse con jagua una línea desde la frente hasta la punta de la nariz, aunque en el pasado lo hacían en todo el cuerpo. También les encanta lucir orejeras, pectorales, narigueras, anillos y pendientes de oro y enrollar sus muñecas y los tobillos con pulseras y tobilleras de chaquira de diseños geométricos. Por el contrario los hombres visten a la manera occidental disfrazados con vulgares bermudas, camisetas y gorritas de chicos del Bronx.

La filosofía Kuna se basa en tres pilares : la canoa, la hamaca y la chicha. La canoa es el símbolo de su existencia, el navegar los hace libres y en ella se transportan por las islas o se acercan a tierra firme a sembrar sus cultivos o hacer sus intercambios comerciales. La hamaca representa el regazo de la madre y su constante vaivén es como un péndulo que marca el paso del tiempo. En la hamaca se vive, se descansa, se pare, se hace el amor y se muere. Incluso después de muertos serán enterrados en la hamaca para que sigan acunados en el sueño eterno. La chicha es la savia de la vida y de la fiesta, es el brebaje predilecto para comulgar en comunidad. Antiguamente el maíz era mascado por las abuelas y escupido en unas grandes ollas de barro donde se fermentaba. Pero ahora se utiliza más la caña o el licor importado en las celebraciones donde las borracheras son memorables.

El tiempo pasa sin angustia, nadie corre ni se apresura a cumplir las órdenes de algún jefe o patrón. Sin mayores pretensiones los Kunas siguen en sus canoas remando, las mujeres tejiendo o bordando sus hermosas molas. A ellos les importa un bledo que mañana se acabe el mundo porque no tienen ni idea de lo que pasa más allá del umbral de su choza. Esta actitud desata la envidia de los civilizados que no soportan ese estado de anarquía; no están sujetos a las leyes ni a ningún orden, adoran ídolos paganos y eso no se puede tolerar. Envidiosos de su libertad los manipulan con falsas promesas de redención. Por este motivo muchos Kunas han emigrado a la ciudad de Panamá donde son explotados en los trabajos más despreciables.


La historia nos relata que tras la conquista española los Kunas se aliaron con los piratas ingleses, franceses y holandeses para hacerle frente a su enemigo común. Amenaza a la que la corona española respondió ordenando por una cédula real la completa aniquilación de esta etnia indígena. Al huir de la persecución genocida se desplazaron hacia las márgenes de río Tuira y Atrato hasta alcanzar las islas de San Blas. Pero las agresiones jamás cesaron y a mediados del siglo XIX el gobierno de la Gran Colombia organizó una expedición de militares y misioneros cristianos con el objetivo de civilizarlos. Como opusieron una tenaz resistencia los enfrentamientos dejaron cientos de indígenas muertos y su territorio ocupado por los nuevos invasores. La paz apenas se firmó en el siglo pasado cuando Nele Kantule, su máximo héroe, negoció con el gobierno panameño la independencia de la comarca y el respeto a sus costumbres y tradiciones. Convirtiéndose así los Kunas en el primer pueblo de América indígena en obtener una autonomía política sobre su territorio.

El archipiélago de San Blas está conformado por unas 390 islas en las que muchas están deshabitadas. Sus tibias aguas tropicales son las favoritas de los tiburones y langostas, como también son las favoritas de los cruceros de placer que quieren experimentar una exótica aventura. Visitar sus hermosísimas islas es algo que nos marcará para el resto de nuestra vida. Muchos han buscado el edén y han recorrido medio mundo en pos de ese espejismo. Y nosotros con tan sólo navegar unos cuantos minutos lo encontramos en la primera isla deshabitada. De inmediato nos convertimos en Adán o Eva pues ciertamente aquí la naturaleza no es terrenal sino divina. El mar Caribe es muy complaciente y alivia nuestra esquizofrenia. Entonces ya podemos respirar profundo alejados de la dictadura tecnológica. Tendidos sobre la arena de la playa lentamente recuperamos nuestros instintos más salvajes. Nadar y bucear en sus cristalinas aguas azul turquesa nos devuelve al seno materno. Entre los arrecifes de coral los bancos de peces de colores intentan besarnos al confundirnos con un ídolo marino.

Las islas más atractivas son Pelicano, Anzuelo, los cayos Holandeses, la isla del Diablo o el Perro. En éstas no hay nada aparte de playa, brisa, mar, cocoteros y gaviotas. Eso es lo más emocionante: dependemos de nosotros mismos para sobrevivir. Lo único que tenemos que hacer es encender el fuego, pescar y beber el agua de los cocos. Muchos ciudadanos no aguantan ni cinco minutos en esta isla de 400 metros cuadrados, es el peor castigo que pueden padecer y ansiosos comienzan a dar vueltas y vueltas en busca de un supermercado o un café internet.

Los Kunas son muy dados a las supersticiones y fetiches, viven más en el en el mundo de los espíritus que en el real. Por todas partes, en la selva, en el mar o en el cielo nos rodean espíritus; unos buenos y otros malos. Espíritus de culebras, cocodrilos, jaguares, tiburones o pelícanos que se mezclan con el de los mortales en un panteón incomprensible. Por eso es importante complacerlos a todos para mantener la armonía y el equilibrio cósmico. Los Kunas gozan de un autogobierno refrendado en la constitución panameña y se rigen por un sistema de cacicazgos o sailas. En cada isla hay una gran maloca donde los sailas o ancianos venerables legislan para su pueblo. Sólo los más sabios tienen el derecho a usar las hamacas sagradas donde se entrevistan con los antepasados y emiten los veredictos que se convertirán en leyes. En las noches parece que uno resucitara pues una gran sensación de paz y tranquilidad envuelve el ambiente. Mirando el cielo se diría que es la primera vez que observamos tantas estrellas y constelaciones. En ese gran océano del universo me siento como un náufrago perdido en medio de tamaña inmensidad. Pero lo que más choca es el silencio, un silencio que contrasta con la agitación y el barullo que agobia a nuestra sociedad. Nos despojamos de los temores pues no necesitamos ni puertas ni cerraduras que defiendan nuestra intimidad porque ya hacemos parte de una gran tribu. ¡Al diablo el individualismo que nos vuelve avaros y desconfiados! Echado sobre mí hamaca vuelvo a ser un niño cuando el rezo de un chamán repite un mantra rítmico que arrulla mis dulces sueños.

Pero no todo es oro lo que reluce. Desgraciadamente la identidad Kuna, como suele ocurrir con las cosas más bonitas, se esfuma. Las nuevas generaciones se han entregado sin apenas prestar resistencia. Gracias a los paneles solares instalados hace algunos años, la televisión, esa “cloaca virtual”, ha inundado la isla. Cierta noche fui testigo de su poder: en una choza se habían congregado la mitad de los pobladores para asistir al programa de más audiencia de la televisión panameña. Curioso entré allí y ví a una multitud arrodillada frente a ese ídolo maléfico. Más que una choza parecía un templo sagrado donde se llevaba a cabo un verdadero exorcismo. Los fieles poseídos y con la mirada fija en la pantalla se hallaban paralizados contemplando la telenovela de moda.

A nadie debe sorprender que la juventud reniegue de su cultura pues la civilización los ha humillado hasta el punto de odiar todo lo que represente su pasado primitivo. Eligieron imitar al gran hermano blanco y disfrazarse con sus ropas antes que defender su propia identidad. Para colmo encontré algunas muchachas con lentillas azules en los ojos, el pelo pintado de rubio y maquilladas como meretrices que acariciaban sus teléfonos celulares ilusionadas con escuchar el llamado de los nuevos dioses.

A las islas como es de suponer se comercia con toda clase de productos que los mercaderes distribuyen a través del puerto de Colón o desde Colombia. La dieta ha cambiado y ahora sólo consumen latas o alimentos procesados industrialmente. Y lo peor es que nadie sabe que hacer con tanta basura y la única solución es tirarla al mar que se va sembrando de latas, plástico y chatarra.

Bueno, es la hora de partir, me siento un pecador que ha probado la manzana prohibida y Dios ha expulsado del paraíso. Ojalá el gran Dios Ibeorgun ilumine a los Kunas en esta encrucijada. Pero esto no es más que un pensamiento romántico porque los piratas más poderosos del mundo izan sus banderas de muerte y se aprestan al abordaje. Tal vez cuando regresemos en algunos años encontraremos en las islas letreros como propiedad privada, perros bravos y se levanten murallas protegiendo los dominios del lodge, el resort o los hoteles de lujo. Seguramente veremos a las mujeres Kunas vestidas de mucamas sirviendo el desayuno a los turistas o limpiando las letrinas mientras los hombres uniformados de botones cargarán las maletas de los turistas saludándolos con un: Have a good day, mister! Los más importantes consorcios hoteleros y tour operadores del mundo están deseosos en meter sus sucias manos en la comarca y a nadie le debe sorprender que en un futuro cambien las leyes y los nativos tentados por los millones de dólares que se ofrecen vendan sus tierras a los extranjeros. De peores cosas hemos sido testigos pues la historia no miente y cientos de pueblos indígenas han sido devorados sin compasión por la ferocidad del capitalismo.

Sería muy triste que los Kunas sean engatusados por estos cantos de sirena pues desaparecería otro paraje virgen del planeta dejando a la humanidad todavía más huérfana y desconsolada.

Carlos de Urabá

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