La jaula

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por la emancipación de los pueblos

dimanche 16 décembre 2012

Anoche vi a Ingrid Betancourt en la Carrera Séptima



Esto nadie me lo va a creer. Anoche mientras caminaba por la Carrera Séptima de Bogotá vi. a Ingrid, a ¡Ingrid Betancourt! Hasta me froté los ojos para comprobar que no era una alucinación.

Estaba allí tirada en la acera con la misma cara de afligida de las fotos; el rostro pálido, la mirada gacha, ese pelo larguísimo que le caía hasta la cintura y, lo más brutal, una delgadez extrema que casi la hacía invisible. ¡Es Ingrid! -grité, pero la gente que pasaba a mi lado ni se inmutó.- Es Ingrid la secuestrada por las FARC. Por favor, hagamos algo. Envuelta en una raída manta estiraba la mano pidiendo limosna. Pobre mujer, cuánto ha sufrido en su cautiverio, años de penalidades que la han dejado muy enferma. Es urgente llevarla a un hospital. Pero nadie me hacía caso. Los honorables ciudadanos después de una ardua jornada de trabajo lo único que querían era volver a sus casas y sentarse frente al televisor a descansar.

De repente pasó un policía al que desesperado paré para advertirle que Ingrid Betancourt se encontraba ahí tirada en el suelo. El agente frunció el ceño y con un gesto de malas pulgas me apartó de su camino. Ahora las personas no caminaban sino corrían pues comenzó a llover. Para colmo a las siete de la tarde el tráfico por la Carrera Séptima es infernal, los trancones no cesan, los carros y los buses luchan por llegar primeros a ninguna parte. En medio de ese caos Ingrid agonizaba sin que nadie se compadeciera de su suerte. ¡Qué humillación más grande! De qué vale que sea tan famosa, de qué vale que haya sido candidata a la Presidencia de la República.
Ingrid aguanta, resiste que pronto se acabará tu suplicio”.
Eres una ganadora, una ganadora, Ingrid”.

No hay un día que su foto no salga en televisión, no hay día en que no se la nombre en las noticias de la prensa o en la radio.
Ingrid, la Juana de Arco francesa
¡Te queremos, te adoramos, Dios te bendiga!
¡Libérenla ya!

Encadenada, esclava de una horrible guerra, de un estado indolente que le importa un pito la suerte de sus compatriotas.

La gente es muy cruel y no tolera a esos pobres apestados. Lo que realmente desean es que desaparezcan en el fondo de cualquier fosa común. Esa sarta de hipócritas son los que pregonan que hay que ser solidarios, son los que pregonan que hay que entregarlo todo por el bien del prójimo. .

Ingrid, una pordiosera más abandonada en la calle, otro espectro sucio y piojoso que afea el centro de la capital. ¡Qué injusta es la vida! Y mientras ella gruñía y masticaba las sobras que había recogido de la basura el aguacero arreció con inusitada fiereza hasta que los torrentes de agua se desbordaron por las calles y avenidas.
Qué más podía hacer ¿no? Tal vez si por caridad le dejaba unas cuantas moneditas. Pero Ingrid se dio cuenta de mis intenciones y casi me mata con la mirada. Y qué mirada, solo comparable a la de un perro rabioso lleno de odio y de rencor.
Ingrid, empapada tiritaba de frío y acurrucada contra la pared trató de protegerse con una bolsa de plástico.
Quise disculparme y le pregunté si necesitaba algo, si podía hacer algo por ella.
A lo que me contestó con un gesto obsceno apartándome con sus manos.
En el fondo ella tenía razón.
Sobraban las palabras y las buenas intenciones.
Resignado lo único que podía hacer era implorarle a Dios para que como a Lázaro la levantara de su lecho de muerte, implorarle a Dios para que se compadeciera de su alma. Yo también me eché a correr.¡sálvese quien pueda! -me dije a mi mismo mientras la ciudad se iba a pique y el trafico infernal se ahogaba en medio de ese río caudaloso en que se había convertido la Carrera Séptima.


Carlos de Urabá.
Bogotá, 5 de abril del 2008.

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