Se cumplen cuatro años desde
que se inmolara en el pueblo de Sidi
Bouzid en Túnez el joven Mohamed Bouazizi iniciando de esta
manera el cataclismo revolucionario que azotó los países árabes. Un hecho
histórico excepcional que en occidente se le bautizó con el nombre de “primavera árabe” en un intento por
compararla con la “primavera de Praga”
y el suicidio del estudiante Jan Palach
que se quemó a lo bonzo en la plaza de Wenceslao
de Praga.
Pero la verdad es difícil
encontrar una palabra precisa para definir este levantamiento popular tan
insólito. Algunos analistas dicen que es una zaura (revolución), otros que una fauda (caos) y otros, quizás los más ingeniosos, de faura-
palabra que describe la acción cuando el café se pone a calentar y se rebosa
porque alguien ha olvidado de apagar el fuego.
Y por caprichos del destino el epicentro de esta
hecatombe se situó en Túnez, un país del
Magreb víctima de una oprobiosa
dictadura que condenaba a la mayor parte de la población a la marginalidad y la
pobreza.
En ese pequeño país de 165.000 kilómetros cuadrados (50% del
cual es un desierto) sucedió un hecho que raya con lo sobrenatural. Pocas veces en la historia seremos testigos de
una rebelión popular de tales dimensiones.
En occidente se piensa que
todos los países árabes son iguales y se rigen un mismo patrón, pero se
equivocan porque existe una gran diversidad de pueblos, de etnias de lenguas o
dialectos. No es lo mismo una persona del Magreb, que otra del Shams o una de
la península arábiga. Sin embargo, la característica que si tienen todos en
común es una historia marcada por el colonialismo, el imperialismo.
En 1881 el colonialismo francés -aprovechándose de la decadencia del imperio
otomano- ocupó Túnez (su cuota en el reparto de África) preocupados por neutralizar
los ataques de las tribus indígenas que pretendían desafiar su dominio sobre Argelia. Dicho “protectorado” contó con el beneplácito
de la burguesía y realeza tunecina que se plegó por completo a las exigencias
de los invasores. Tan sólo fue hasta 1956
que, tras una sangrienta lucha por la autodeterminación, Francia les otorgó la “independencia”.
Pero eso si una independencia tutelada
pues la metrópoli se reservaba el derecho a intervenir conservando la base
militar de Bizerta.
Las autoridades francesas
decidieron que el mejor sistema de gobierno para unos súbditos acostumbrados al
vasallaje era la de una monarquía constitucional. Por esta razón coronaron al bey Mohamed VIII al Amin rey de Túnez. Aunque para calmar el
malestar de las fuerzas independentistas se vieron obligados a cederle el cargo
de primer ministro al prestigioso abogado Habib
Bourguiba. En 1957 un movimiento cívico militar afín al partido Neo-Destour derroca al rey y proclama
la república. Bourguiba es elevado al cargo de presidente y líder supremo. (en
el que permanecerá 30 años) El nuevo rais se empeñó en conducir a Túnez por “el
camino del desarrollo y el progreso” aplicando una política de corte socialista
con la intención de modernizar esa sociedad arcaica y rural. Entre sus
prioridades se contaba el combatir el
islam y afianzar el secularismo como vía de integración en el “mundo
civilizado”. Bourguiba fue el primer mandatario árabe en declarar públicamente
que la OLP debería reconocer al
estado de Israel.
De repente surgió la
figura de Ben Ali, un personaje sórdido y oscuro y que tras ocupar con éxito diferentes
puestos en la Dirección de Seguridad
Militar fue ascendido a jefe de la
policía secreta. En este cargo desempeñó eficaces campañas represivas
contra los miembros de la oposición, los
sindicatos o la hermandad musulmana. De
esta manera se ganó el aprecio de Bourghiba que lo nombró primero Ministro de Seguridad y, más adelante, Primer Ministro.
En 1987 Ben Ali con el
apoyo del Partido Socialista Desturiano
dio un golpe de estado acusando a Bourguiba
de incapacidad física y mental por su avanzada edad. El nuevo hombre fuerte no
tenía ninguna intención de cambiar el sistema y muy por el contrario perfeccionó el régimen despótico que había heredado. Aplicando los métodos de terror que aprendió
durante el desempeño de su carrera policial reprimió con brutalidad la disidencia
o los grupos islamistas del partido Ennahda.
Una “operación de limpieza” que dejó miles de muertos, torturados,
desaparecidos, presos y exiliados. Como
los países occidentales le exigían una cierta fachada democrática para guardar
las apariencias periódicamente convocaba elecciones donde el nuevo partido
oficialista -fundado por él- Reagrupamiento
Constitucional Democrático era el único que podía participar puesto que las
fuerzas izquierdistas o islámicas estaban prohibidas.
Como es de suponer en
esta farsa electoral Ben Ali salía elegido con el 99% de los votos.
Ben Ali será recordado
como el genial organizador de un clan
mafioso constituido por familiares y amigos a los que les otorgaba puestos claves en el
gobierno o las compañías estatales. Cualquier empresario o sociedad que deseara
invertir en el país debía pagar unos sustanciosos sobornos a la élite
gubernamental.
Ben Ali se distinguió por ser un fiel defensor de los
intereses occidentales, principalmente e Francia y Estados Unidos, que lo
respaldaban sin mayores objeciones. Durante su mandato aplicó políticas
neoliberales privatizando las empresas públicas y cediendo la soberanía
nacional a los bancos y multinacionales extranjeras. Este déspota, maquiavélico y megalómano se unió en segundas nupcias con la peluquera Leila Trabelsi con la que supo amasar
una incalculable fortuna que todavía está aún por cuantificar. No era ningún
secreto que la primera dama tenía más
poder que el propio Ben Ali y sin su firma no se cerraba ningún trato o negocio. Con todo el descaro la pareja convirtió a Túnez
en una empresa particular donde reinaba a sus anchas la corrupción y el desfalco. Es increíble la metamorfosis
de este agente secreto gris y anodino que
por arte de magia se trasformó en un monarca endiosado y caprichoso que impuso como
dogma de fe el culto a la personalidad.
En la primera década del
siglo XXI la situación social en Túnez no podía ser más desastrosa por culpa del
creciente desempleo y la pérdida del poder adquisitivo. La economía entró en
recesión mientras el precio de los productos básicos se disparaba imparable. Desde luego que sobraban razones para que
estallara un levantamiento popular pero nadie se atrevía a levantar la cabeza
por temor a las represalias. Resignados a invocar como único consuelo la
misericordia de Allah.
Y de esta forma y sin
saber muy bien porqué caprichos del destino el día 17 de diciembre del 2010 se desata el cataclismo. El
epicentro se localizó en la ciudad de Sidi
Bouzid, cabecera municipal de una región eminentemente agrícola y con una altísima
tasa de marginalidad y desempleo. El vivo retrato de ese mundo rural tunecino
relegado al abandono y el olvido.
¿El
azar y la casualidad? Gran parte de nuestras acciones depende
de circunstancias ajenas a nuestro control, la suerte está destinada a
desempeñar un papel decisivo en el drama humano.
Cuatro años después del
derrocamiento del dictador Ben Ali ¿puede decirse que hayan cambiado en algo las
cosas? ¿Las estructuras de la dictadura
han sido demolidas, quizás? Lamentablemente ambas respuestas son negativas pues apenas se está
iniciando un proceso democrático que tardara años en consolidarse. Por ahora
las conquistas son más simbólicas o abstractas que concretas pues sigue imperando el inmovilismo y la exclusión
social. La economía está paralizada por el endeudamiento crónico y la falta
de liquidez. Las recetas del FMI no funcionan
ya que no se le puede exigir mayores sacrificios a una población que en un gran
porcentaje sobrevive con menos de cinco
dólares diarios. Si no fuera por las ayudas de la Unión Europea o EE.UU que
mantienen el endeble sistema financiero
el país ya se hubiera ido a pique. En todo caso la élite dominante afrancesada
y pro-occidental, aunque hayan sido cómplices del expolio y el latrocinio de la
dictadura, aun manejan los hilos del poder e imponen sus condiciones.
Mientras tanto Ben Ali
goza junto a su esposa Leila y su familia de un exilio dorado en Arabia
Saudita. El rey Abdallah lo considera
víctima de una oscura “conspiración”. Sus millonarias inversiones y cuentas
secretas en diversos paraísos fiscales están a buen recaudo gracias a una
intrincada red de testaferros.
Se calcula que clan
familiar de Ben Ali a lo largo de todos estos años ha robado de las arcas
públicas más de 5.000 millones de euros.
Tan sólo unos días después de su partida se encontraron escondidos en el
Palacio Presidencial 175 millones de euros, oro y diamantes.
En los distintos juicios
celebrados en su contra un tribunal militar de Túnez lo ha condenado “in
abstemia” a 20 años de cárcel por incitar al desorden, asesinato y saqueo del
territorio tunecino. En otro posterior se le impuso la pena de 35 años de
cárcel por malversación de fondos públicos, posesión de armas y drogas. Y finalmente
este año 2014 un tribunal militar lo condenó a cadena perpetua por la muerte de
manifestantes. Sin embargo no se podrán
aplicar dichas sentencias pues entre
Arabia Saudita y Túnez no existe un tratado
de extradición.
Y lo más trágico del caso
es que sus secuaces ahora disfrazados de demócratas siguen ocupando los
principales cargos en la política, la justicia, las finanzas, la policía o las
fuerzas armadas.
Es tal la frustración y
la impotencia que el pueblo prefiere callar. Tras la euforia inicial han caído presas de
una profunda depresión decepcionados por los cuatro años de falsas promesas y
vanas ilusiones. El fatalismo pasivo
es la tónica dominante. ¿De qué ha
valido el sacrificio de los 338 asesinados y 2.147 heridos en las protestas?
Hay que esperar –los dirigentes y los líderes de los partidos repiten una y
otra vez- No se puede perder la esperanza. ¿Esperar como lo han hecho en los
últimos siglos? serenidad y paciencia que pronto va a despuntar el nuevo amanecer.
O tal vez no será mejor resignarse y olvidar ese hermoso sueño de justicia y
libertad.
Los agentes del Muhabarat hoy más que nunca continúan
en guardia pues existe un alto riesgo a que se produzca un nuevo levantamiento
popular. La crisis económica es devastadora y las perspectivas a corto plazo
muy pesimistas.
Mohamed Bouazizi de 26
años se dedicaba como muchos otros
jóvenes de Sidi Bouzid al oficio de vendedor ambulante. Diariamente se le podía
ver por las calles de la ciudad empujando su carreta o “araba” cargada de
frutas y verduras. Él era el sostén de su familia (dos hermanos y cuatro
hermanastros) que vivían hacinados en una humilde vivienda en el barrio de Hainur.
Pero
ese fatídico día 17 de diciembre fue detenido por los
guardias municipales en la plaza central de la ciudad al carecer del permiso
oficial correspondiente. Los guardias iban a
confiscarle la carreta y la
balanza pero él opuso resistencia y tuvieron que reducirlo a golpes. No era la
primera vez que tenía problemas con las autoridades pues en otras ocasiones
también sufrió idénticos ultrajes.
Cuenta la leyenda que una
mujer policía de nombre Fayda Hamdi
intervino en este altercado y que fue agredida e insultada por Bouazizi En el forcejeo aparentemente ella le propinó
una bofetada. Sea como sea este episodio
confuso y delirante provocó la erupción
del volcán humano más poderoso de la tierra. ¿De veras se produjo la famosa
bofetada? Algunos testigos afirman que sí, mientras que la policía Hamdi lo
niega con rotundidad. Bouazizi ante
tamaña humillación y herido en el
orgullo propio se dirigió al ayuntamiento a reclamar por sus pertenencias. Por
su actitud insolente los funcionarios lo expulsaron al grito de “kalb” (perro). Entonces el joven
furioso compró un galón de gasolina y se fue a la puerta de la gobernación donde se vertió el
líquido inflamable en su cuerpo prendiéndose fuego. Lo hizo en señal de protesta
contra las injusticias que se ensañaban con los más pobres y marginados, una venganza contra las autoridades con la única
arma que tenía a mano, es decir, su propio cuerpo.
Mohamed Bouazizi lanzaba
alaridos de dolor y se retorcía abrasado por las llamas hasta que algunos transeúntes lograron apagar
el fuego que lo consumía. Estuvo casi un mes agonizando hasta que el 4 de
enero de 2011 murió a causa de las graves quemaduras en el hospital de Ben Arus. (Sfax)
Una de las fotos
publicadas por la prensa tunecina muestra al dictador Ben Ali rindiéndole una visita en su lecho de enfermo el día 28 de diciembre del 2010 en un postrer
intento por calmar los ánimos exaltados de los manifestantes. Además, ordenó la detención de la supuesta única
culpable del incidente la mujer policía Fayda Hamdi. Pero todo fue en vano, ya era demasiado tarde para
detener la ira de un pueblo decidido a cambiar el rumbo de la historia.
Ben Ali no quería dar su
brazo a torcer, tenía que recuperar la iniciativa y pronunció un vibrante discurso
transmitido por radio y televisión en el que prometió la creación de 300.000
puestos de trabajo, un alza generalizada de salarios, la legalización de los partidos políticos,
libertad de prensa y su renuncia a una nueva reelección. Acto seguido recibió
en el Palacio Presidencial de Cartago
a Manoubia, la madre de Bouazizi acompañada por su familia a quienes entregó 20.000
dinares para recompensar la perdida de su hijo.
El “complot terrorista”
que amenazaba la seguridad del país debía ser reprimido a sangre y fuego.
El 14 de enero la cúpula
militar le comunicó a Ben Ali que ya no contaba con su apoyo pues la situación se había tornado
insostenible. Así que no le quedó más remedio que huir apresuradamente del país
en compañía de su esposa Leila y de otros familiares a bordo de un avión que lo
condujo a Arabia Saudita.
El joven Bouazizi no era
un intelectual, ni un ideólogo ni nada que se le parezca. Ni siquiera pudo
terminar sus estudios de bachillerato por falta de recursos económicos. Él
pertenecía a la plebe y su único desvelo consistía en trabajar con denuedo para
sacar adelante a su familia.
Hay que reconocer que Bouazizi
no fue el único en suicidarse pues por aquella época ya se habían presentado
otros casos de jóvenes que optaron por quitarse la vida ante las nulas
perspectivas de futuro. Pero la pregunta se vuelve a repetir ¿por qué fue él y no los
otros? Este es un enigma casi imposible
de resolver.
Es necesario remitirnos a
los anales de la historia para comprender mejor lo que acontece en el mundo
contemporáneo. Si estudiamos, por ejemplo, la obra pictórica del orientalista
francés Benjamín Constant (1845-1902)
comprobaremos que en las sociedades árabes está profundamente arraigado el
culto al guía o padre protector cuyo mandato asume por gracia divina. Y ese fue
uno de los aspectos que el artista quiso reflejar en sus pinturas: la magnificencia
de la que hacían gala los reyes, emires, sultanes, visires o cadis, el lujo
exagerado, el esplendor de sus palacios y castillos, sus harenes y, del otro
lado, la tragedia de los siervos o esclavos que eran considerados nada más que bestias de
carga. En su famoso cuadro Derniers
Rebelles (1880) nos ilustra con toda crudeza y realismo los castigos que
infligían a aquellos sediciosos que osaban levantarse en contra de la voluntad
del soberano: decapitaciones, mutilaciones, torturas y los más viles ultrajes. Sólo
a base del terror se impone el respeto a las autoridades.
¿Acaso el creador del
universo no había dispuesto que una casta de elegidos se hiciera cargo del
orden terrenal?
La intifada tunecina se
fue extendiendo por Libia, Egipto, Yemen, Siria, Bahrein, Jordania e incluso a
nivel planetario. El pueblo enfurecido se lanzaba por las calles al grito de justicia y libertad. Sin el protagonismo
de los medios de comunicación de masas: la
radio, prensa, TV, los teléfonos móviles o Internet jamás se hubieran
podido generar la capacidad de movilización de las protestas. La tecnología reemplazó
con creces la falta de un liderazgo o de un discurso teórico. Esa fue la clave
del éxito.
Las clases privilegiadas
se negaban a aceptar lo que estaba sucediendo, era imposible que esa chusma maloliente
pusiera en jaque el orden establecido. Esos
seres inferiores, perros humanos, mulas humanas deberían resignarse a su
destino.
Pero las leyes coránicas
son muy estrictas con aquellas personas que cometen un suicidio pues el único que puede disponer de la vida del
ser humano es Allah. O sea que el mártir Bouazizi –según la Sharia-es considerado un apóstata
merecedor del Yahannam (el infierno).
“Allah ejerce su cólera contra él y le
maldice”
En Túnez las aguas han
vuelto a su cauce. El Muhabarat (el servicio secreto) sigue infiltrado en la vida cotidiana, siempre
a la escucha en las calles, en los barrios, las
universidades o los centros de trabajo. Las fuerzas armadas como
garantes de la soberanía patria la patria tienen que asumir el desafío de enfrentar
la amenaza terrorista de al Qaeda al
Magreb Islámico que cuenta con bases estables en el sur del país. Esta es
la mejor disculpa para criminalizar al Islam y restarle legitimidad al proceso
revolucionario. Túnez debe ser un dique que contenga la amenaza yihadista porque la prioridad es hacerlo un país seguro
para los inversores extranjeros y la industria del turismo.
A tal punto ha llegado el
delirio de persecución que hasta la
figura del mártir Bouazizi ha sido
proscrita. Evidentemente su ejemplo es un peligro pues induce a rebelarse
contra las autoridades. Lo mejor es borrar su recuerdo, despojarlo de su
contenido político y convertirlo en un personaje folclórico. Ahora ha salido una
nueva versión de los hechos que acontecieron ese día 17 de diciembre del 2010: “todo fue un accidente que algunos grupos
de exaltados intentaron manipular a su favor”. Por eso
no nos debe extrañar que su tumba se encuentre perdida en medio de una árida estepa
a más de 20 kilómetros de Sidi Bouzid. Es imprescindible evitar las peregrinaciones, los homenajes
populares o las ceremonias que lo mitifiquen. Lo importante es que Túnez
recobre la paz y la estabilidad que es la garantía de progreso. De la libertad no se come. ¡Que vuelvan los
turistas!
El gobierno mientras
tanto presiona a la familia de Bouazizi para que guarde silencio. Su madre
Manoubia fue arrestada por insultar a un juez que lleva el caso de las
indemnizaciones a los mártires de la revolución. Los vecinos envidiosos al observar como habían
cobrado protagonismo los acusaron de enriquecerse a costa de la tragedia de su
hijo. Como les hacían la vida imposible tuvieron que abandonar Sidi Bouzid y trasladarse a Túnez capital.
Túnez en el contexto
internacional tiene poca relevancia, no hay grandes recursos naturales ni
materias primas que explotar y de ahí que se le haya reservado el papel de destino turístico barato. La mejor
oferta para disfrutar de hoteles, playas y paisajes exóticos.
Los más jóvenes ya saben que
han nacido perdedores y la única salida que les queda es emigrar a Europa o
quizás a América o el Golfo Pérsico. Porque en su propia patria sólo les
aguarda la marginalidad, el desempleo o los sueldos de hambre. Pero es difícil obtener un visado para
cualquier país europeo y menos para EE.UU si no se cuenta con un aval financiero respetable. Así que si
quieren redimirse tienen que arriesgarse a cruzar el Mediterráneo
clandestinamente.
El régimen de Ben Ali
cayó pero sus cómplices continúan en los puestos claves del gobierno. Así lo
confirman los resultados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el
pasado 23 de noviembre y en las que se proclamó vencedor con el 39 % de los votos
al laico Caíd Essebsi del partido Nidaa Túnez. Este anciano de 88 años
fue el antiguo Presidente de la Cámara de Diputados durante la dictadura de Ben
Ali. Estos comicios son una prueba más de la confrontación que existe entre el Túnez laico-urbano y el Túnez islamista- rural. Estamos ante dos tendencias totalmente antagónicas; por una
parte los pro-occidentales o afrancesados y, por el otro, los defensores de una
sociedad tradicional y religiosa fundamentada en el Corán. La modernidad
impuesta por el imperialismo es la premisa que defienden las fuerzas
progresistas. Las demás opciones están enraizadas con el “fanatismo medieval”
que sólo conduce a la guerra y el caos como se ha demostrado en Egipto, Libia, Siria
o Irak. Según este concepto “La laicidad
y la democracia son incompatibles con el
Islam que es sinónimo de violencia y
terrorismo”.
Carlos de Urabá 2014.