Dios, debo confesarlo, esto es el
colmo, soy un ateo, un ateo en Tierra Santa, en la tierra de los dioses monoteístas.
Será posible tamaña irreverencia ¡Oh! Desde niño ya empezaba a preguntar a los
maestros ¿dónde está ese Dios del que ustedes me hablan? -calla y pídele perdón al supremo hacedor-
¿allá entre las nubes junto a los gallinazos, quizás?
Me alzo desafiante y lanzo un
alarido rabioso. -Falso, todo es falso, esto es una estafa ¡abrid los
ojos incautos! Mentira, mentira,
como podéis rendirle tributo a esos dioses sanguinarios y destructores, dioses
que sólo piensan en castigarnos con el fuego eterno. Arrebatado abro mis fauces
y enseño mis colmillos retando al altísimo: Señor, si eres omnipresente y
omnipotente dadme una prueba de vuestra existencia. No os escucho, rey de
reyes, ¿sois acaso sordomudo? el sol abrasador quema mis pupilas y un vendaval barre la arena del
desierto ¿Si hemos sido creados a
vuestra imagen y semejanza, entonces, ¿por
qué habéis engendrado a este hereje, a
un incrédulo, a un apostata que os blasfema
e increpa?
Vago por el Mar Muerto muy cerca
de las ciudades benditas de Sodoma y Gomorra. ¡Qué privilegio! Aquí no hay más que montañas áridas y valles
pedregosos donde pululan los alacranes y las serpientes. Es increíble que los
más reverenciados profetas afirmen que en este útero estéril se halle
« la tierra prometida »
Desnudo me arrodillo en el altar de los sacrificios y escupo al cielo. No creo en nada ni en nadie y menos en un
diosecillo castrador que prohíbe el placer. ¿De qué sirve tanto misticismo,
tantas abstracciones, especulaciones, oraciones, plegarias, golpes de pecho,
genuflexiones, flagelaciones y ayunos? Los sumos sacerdotes afirman que los dogmas
de fe son infalibles y no admiten la menor duda. Cobardes pelagatos, ¿tenéis miedo a la muerte? la muerte os acongoja y os sentís desamparados. Necesitáis
un redentor clemente y misericordioso que os premie con la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Ingenuos creéis que esos cuentos
de hadas son verdades irrefutables. Que si los evangelios, los versículos, epístolas,
el antiguo y el nuevo testamento, pergaminos, papeles y papeles que es la
herencia más valiosa que nos ha legado nuestro padre celestial. No son más que versos poéticos que no sirven
sino para embaucar a los mansos, a aquellos que precisan de un mesías que los
redima. Pobres y tristes mortales al final la única certeza es que el
sepulturero cavará vuestras tumbas y envueltos en finas mortajas seréis pasto de los gusanos y
alimañas. Tras el festín vuestro esqueleto brillará reluciente y cautivador.
Si os vale de consuelo vuestra calavera mantendrá perenne su grácil sonrisa.
Pensáis que sois incorruptibles,
que resucitareis a la diestra del padre todopoderoso. Permitid que me sonría ja, ja, ja
simios pretenciosos y arrogantes no sois más que carroña maloliente que
servirá de alimento a los cuervos y los buitres. ¡Vaya soberbia! deseáis
trascender y alcanzar la inmortalidad a la diestra del padre ¿no? Esos no son más que delirios provocados por un
trance alucinógeno.
Al renegar de Dios me siento
libre, un apostata despojado del yugo y las cadenas de la teología y de todas
esas supersticiones ridículas. Vosotros os dejáis engatusar por los clérigos adúlteros, falsos profetas que predican sumisión un Dios invisible engendrado y no
creado. Fornicadores, hipócritas y
mentirosos, que cagan y mean igual que
las mulas y los burros, vuestras hembras
paren igual que las vacas y dan de mamar los críos como las perras a sus
cachorros. Afirmáis que sois seres
superiores, que tenéis alma y uso de razón y eso os hace superiores. Babosos no producís más que basura. Vuestros culos
sucios hieden a estiércol.
Esclavos, pobres y tristes
esclavos de un padrenuestro y un ave María.
¿Nadie me responde, nadie es capaz
de refutar mis palabras? Silencio, sólo hay silencio en el Mar Muerto donde las
estatuas de sal yacen ahogadas en las playas. Y otra vez el viento barre las
dunas del desierto arrastrando el polvo del olvido. ¿Cuántos reinos han quedado sepultados en la
arena?
Esa sí que es una verdad inmutable. En el fondo de vuestra alma sabéis que tengo
razón mamíferos decrépitos, pero preferís seguir consumiendo en los templos
vuestra dosis diaria de cicuta y de opio.
¡Os compadezco! Rezad, pues, pecadores,
daros golpes en el pecho y rogad a vuestro Dios que os perdone y os reserve una
letrina en el paraíso. Habéis renegado
de vuestros instintos, de vuestro origen
y os creéis más divinos que humanos.
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