La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

vendredi 21 mars 2014

Una estrella roja para la bandera verde, blanca y verde. El martirio de Caparros. ¡Viva Andalucía libre!


En el mes de noviembre año 1977 llegué procedente de Bogotá, Colombia a visitar por primera vez a la familia por parte de mi madre que vivía en Pedregalejo, una barriada cercana a la capital malagueña. En el aeropuerto mi abuela doña Maria Muñoz, de origen sevillano, mi abuelo don Manuel García un relojero del Perchel junto a otros tíos y primos llenos de felicidad me dieron la bienvenida.
Lentamente comencé a descubrir mis raíces andaluzas; el mar mediterráneo, su paisaje sus comidas y costumbres y ese acento tan cerrado que tienen los malagueños que a veces me costaba entender. Por esos días el debate político estaba en plena efervescencia y en la casa de mis abuelos no se hablaba de otra cosa. La tertulia giraba entorno a la autonomía andaluza, aunque la mayoría de mi familia defendía la españolidad -no hay que ser tan majaras y fulleros España es España.- La única que no estaba de acuerdo era mi abuela que les reprochaba su ingratitud al no sacar la cara por la tierra que los vio nacer. En la televisión, la radio o los periódicos se repetía más de lo mismo, que si el estatuto andaluz, las reclamaciones de los vascos, los catalanes y gallegos. En la recién estrenada libertad y después de 40 años de dictadura franquista la gente presa de un gran entusiasmo quería comerse el mundo y hacer la revolución al instante.
Por supuesto que yo no entendía nada, no era más que un mero espectador, un extraterrestre acabado de llegar de Latinoamérica. Apenas tenía 17 años, un chaval tímido y con muchos pájaros en la cabeza. Sólo me interesaba jugar fútbol, ir al cine con mis primos o pasear por la playa en bicicleta. Mis padres emigraron a Colombia en aquella macabra época de los años cincuentas y ahora yo comenzaba un capitulo más en la historia que ellos iniciaron. Aunque me sentía un poco perplejo y algo desubicado. Lo cierto es que mi abuela me puso a caldo y se convirtió en la voz de mi conciencia. Doña Maria Muñoz era una mujer de armas tomar muy distinta al resto de la familia. Ella realmente me adoctrinó convirtiéndose en mi camarada y confidente. Me habló sobre el sufrimiento de España y del pueblo andaluz durante la guerra civil, tantos muertos, desaparecidos o encarcelados. Y lo peor el silencio y la complicidad con los verdugos. Instaurada la dictadura franquista más hambre, miseria y lustros de oscurantismo. Sin contar las familias rotas y los millones de criaturas condenadas a la emigración o el exilio. Mi abuela me bajó de las nubes: como andaluz debía tener orgullo y levantar la cabeza.- sentenció.
A menudo nos sentábamos a conversar con toda la familia en el patio de la casa aprovechando la buena temperatura del invierno malagueño. A la sombra de un limonero tomábamos café con tortas de algarrobo mientras mis tías más beatas preferían ver la televisión y mi abuelo aún más indiferente se pasaba el día entero reparando relojes en su taller. Yo tenía que adaptarme a la fuerza a una nueva realidad, me sentía un intruso con ese acento colombiano y aire de sudaca, un oriundo, el hijo de doña Consuelo. Los fines de semana para ambientarme un poco me iba a vagabundear por las calles de Málaga reflexionando acerca de mi futuro pues pensaba quedarme a estudiar en España.
Una tarde caminando por el centro de la ciudad vi un montón de carteles pegados en las paredes que anunciaban un acto político para el día 4 de diciembre:”manifestación por la autonomía andaluza” Por la noche cuando regresé a mi casa le comenté a mi abuela sobre este asunto. Andalucía había tenido un estatuto autonómico y era una de las nacionalidades históricas de los pueblos de España. Blas Infante fue el autor del primer estatuto, que más tarde quedó proscrito por la dictadura. El franquismo identificó a España con todo lo andaluz; los toros, la juerga y la playa. Una estrategia urdida por el movimiento nacional para atraer los turistas y levantar la maltrecha economía. La una, grande y libre impuso sus principios y el pueblo por huevos tuvo que acatarlos. Recuerdo que fue mi abuela la que prácticamente me obligó a ira esa manifestación. -Tú también perteneces a este pueblo y ya es hora que vayas comprometiéndote, coño-. Yo no tenía ganas de meterme en líos pues esa no era mi guerra. Aunque mi madre fuera andaluza yo era un bogotano más, nunca había tenido ideas políticas claras y menos me interesaba lo que ocurriera por estos lares. Pero ante la insistencia de la vieja le prometí que me haría presente en su nombre ya que ella no podía acudir por encontrarse enferma.
Ese día 4 de diciembre salí en autobús desde Pedregalejo al centro de Málaga. Llovía con parsimonia cuando me bajé en la alameda de Colón para unirme a la marcha. Eran como la una de la tarde y codo con codo el pueblo caminaba con firmeza en un ambiente festivo dando vivas a Andalucía, a Blas Infante. Otros agitaban banderas blanca y verdes o portaban pancartas con distintos lemas alusivos, siempre repitiendo las consignas de -Andalucía es una nación- -¡viva Andalucía libre!- -amnistía y estatuto de autonomía-. Miles de personas de todas las clases sociales, jóvenes, estudiantes, sindicalistas, políticos, ancianos, madres y hasta niños. Me impresionó la fe y elfervor que contagiaban. De alguna manera el pueblo después de cuarenta años de franquismo tenía que saciar sus ansias de libertad. Y encima, por ese entonces, la marginación, el paro y la precariedad amenazaban a buena parte de la sociedad andaluza. Yo me dejé llevar por la corriente, por inercia iba ahí detrás de la muchedumbre. No pregunté nada, no hablé con nadie, ni siquiera sabía a dónde íbamos.Ni tampoco sé con exactitud el tiempo que trascurrió hasta que pasamos frente a la diputación donde apareció lapolicía armada.
Inesperadamente se escuchó el estallido de fuegos artificiales, que yo pensé hacía parte del espectáculo. Alguien dijo que estaban disparando y bajo un griterío ensordecedor se desató la estampida de los manifestantes No entendía nada, una balacera ¡no puede ser! está bien que pasen esas cosas en Colombia, pero aquí en un país civilizado, no. Ese iba a ser mi bautizo de fuego y el hecho que cambiaría la historia de mi vida. Al parecer una persona se subió al balcón del edificio de la Diputación agitando una bandera blanca y verde. Entonces de no se sabe dónde le dispararon, le pegaron un tiro por la espalda- declararían luego los testigos. El pueblo enfurecido y lleno de rabia acorraló a la policía y éstos al verse cercados desenfundaron sus armas e hicieron varios tiros al aire. Pero como no surtió efecto su amenaza, apuntaron al cuerpo de los manifestantes. El caos se apoderó del centro de la ciudad, un auténtico terremoto estremeció Málaga. Todo eran carreras, tropezones, llantos, alaridos y nubes de humo y gases lacrimógenos. Se me secó la boca y no podía ni respirar. Al parecer había alguien herido por un disparo, la gente murmuraba. Unos jóvenes alzaban en andas a un cuerpo inerte para trasladarlo tal vez a una ambulancia. El pánico alcanzó su punto más álgido. El ulular de las sirenas golpeaba mi cerebro, por todos lados se aproximaban los carros de policía y los antimotines prestos a detener a los exaltados. Y yo cual inocente corderito que en medio de esa trifulca corría despavorido hacía ninguna parte. ¿Quién podría aplacar los deseos de venganza? Imposible. Con piedras y palos los primeros piquetes se enfrentaron a los guardias, les gritaban cobardes, asesinos, cabrones, hijos de puta. La noticia se regó como pólvora: “¡lo han matado, lo han matado, lo mató la policía!” La cosa pasó de castaño a oscuro y la gente fuera de si empezó a romper los cristales de los negocios y a destruir farolas, papeleras o lo que se atravesara en el camino. Los piquetes levantaban las primeras barricadas para hacerle frente a los “grises” en ese improvisado campo de batalla. Me dio mucho miedo y yo ya no corría sino volaba en dirección al puerto, la única vía de escape.
Alejado de la zona de combate recobré el aliento y me fui al trote por el paseo marítimo rumbo a Pedregalejo. En el portal de la casa me esperaba mi abuela quien al verme me abrazó muy preocupada, mi abuelo le reprochó que me hubiera enviado a ese motín de “rojos enemigos de España”, mis tías más de lo mismo, imploraban el regreso del caudillo. En la radio y la televisión ya habían dado la noticia sobre los enfrentamientos. Además anunciaron la muerte de un joven manifestante, Manuel José García Caparros, trabajador malagueño y comunista. No decían ni quién los mató, ni cómo lo mataron.
Hubo que esperar un tiempo para que se confirmara extraoficialmente que un policía le había disparado por la espalda. El gobierno dela UCD censuró la información en un intento por aplacar la revuelta que tardó varios días en disiparse. Poco a poco me di cuenta que Málaga era un nido de falangistas y de fascistas de mucho cuidado y que éstos actuaron como provocadores en la manifestación Me quedé mudo y no tenía ni una palabra de respuesta ante las preguntas de mi abuela, mi abuelo o de mis tíos. Aunque con el paso del tiempo lo comprendí todo; la muerte del mártir del patria andaluza, un joven que hubiera podido ser yo, los propósitos de la marcha, los anhelos del pueblo al exigir libertad y autonomía, germen inalienable de la autodeterminación y la independencia.
Esta bofetada me cambió radicalmente. Hasta el punto que mis amigos de Pedregalejo me pusieron el apodo de andaluz de los Andes porque solía ir vestido de poncho andino y sombrero cordobés.
A partir de entonces me quedé a estudiar en Málaga y con el paso de los años fui testigo de la resaca y el desencanto y de cómo se extinguió aquel espíritu revolucionario que se forjó aquel día 4 de diciembre de 1977. El pueblo fue castrado por los caporales del partido socialista,esos traidores con “cuatro palabritas finas” engatusaron al pueblo: que si los subsidios del paro, el dinero fácil, el porro, el cubata y la cerveza. Necesitaban payasos para el circo mediático y dieron en el clavo. Los mafiosos socialistas impusieron una eficaz dictadura televisiva que desmovilizó la rebeldía. Los caciques de la Borbolla yManuel Chávez se arrodillaron ante los reyes ylos grandes de España y vendieron nuestra tierra al mejor postor. Lograron convencernos de que éramos ciudadanos europeos, una raza superior elegida por el imperio hacia Dios. Los catetos y paniaguados se comieron el cuento y renegaron hasta de sus propios ancestros despreciando su cultura e identidad.
Hoy Andalucía no es más que un vulgar condominio, en un club privado, concampo de golf y piscina. “La puta del sur” o la reserva india de Europa, una canterade meseros, camareros, y mucamas prestos a complacer los caprichos de los extranjeros. ¡Qué remedio! Más cornadas da el hambre. Nuestra naturaleza expoliada sin escrúpulos, un erial donde se arrojan los deshechos nucleares, dondela especulación inmobiliaria destruyó la costa del Mediterráneo sin dejar una sola playa virgen. El consumo se convirtió en la nueva religión y los conversos santificaron el trabajo como el único Dios verdadero. Como dijera una vez Carlos Cano: “yo no le puedo cantar a un pueblo que no sabe soñar”. El creador de temas como la “miseria” o “la murga de los currelantes” dejó a un lado sus letras revolucionarias para dedicarse a la copla y complacer a las marujas y las monjas de los conventos. Han triunfado los capillitas, los señoriítos del Opus Dei que cabalgan en sus jacas tras de los siervos.
Se ha instaurado una sociedad pequeño burguesa y decadente donde el valor supremo es la mediocridad. Alfabetizados por los famosillos de charanga y pandereta, la lotería primitiva, el fútbol, los toros y el gordo de navidad. Gobernados por un sistema feudal en el que unos cuantosprivilegiados son los propietarios del 80% de la tierra mientras los siervos tenemos que hipotecar nuestra vida para intentar sobrevivir en un nicho de 30 metros cuadrados. Ni siquiera nospertenecemos, hemos claudicado y nuestra soberanía vale menos que un pepino. Somos una colonia más a órdenes del imperialismo, con bases militares y un ejército de ocupación.

La izquierda ya no levanta el puño en alto, sentados en sus poltronas los camaradas se limitan a engordar sus cuentas corrientes y a disfrutar las noches de bohemia en algún cabaret de Marbella. La utopía andaluza se fue al carajo. Ya no hay necesidad de reivindicar un autogobierno pues entregados y cautivos nos bajamos los pantalones para que la monarquía nos pase por las armas.
Había que desactivar el nacionalismo andaluz, había que robarle la calle al pueblo a cambio del voto en las urnas. -Es lo más civilizado, ¿no? guillo, el estado de derecho y la democracia, cojones. –cantan a coro los eunucos.- Y vilmente nos taparon la boca y tuvimos que claudicar. Sólo nos quedan los recuerdos y la frustración de lo que pudo ser y no fue. En todo caso los últimos mohicanos siguiendo el ejemplo de los maquis aún resistimos en nuestras trincheras aguardando la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Ese día 4 de diciembre de 1977 Manuel José García Caparros al caer asesinado escribió un poema con su sangre sobre la bandera verde blanca y verde,  donde se  dibujó una estrella roja que brillará para siempre con luz propia. ¡Viva Andalucía libre!
Carlos de Urabá 2009
Investigador de Colombia

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