En el Líbano existen
aproximadamente 450.000 Refugiados
palestinos pertenecientes la mayoría al exilio originado por el desastre de la Nakba en 1948. Desastre que
contó con la complicidad de la ONU después de que se aprobara su plan de
partición.
Durante el desarrollo de la guerra árabe-israelí de 1948 miles y miles de pobladores
palestinos tuvieron que escapar de sus hogares ante el avance del ejército de
ocupación sionista. Las propias naciones árabes implicadas en el conflicto
bélico, los abandonaron. La única salida fue
buscar asilo en los países
limítrofes o de lo contrario hubieran perecido víctimas de la barbarie y
limpieza étnica. Los habitantes del norte de Palestina originarios de Akka,
Haifa, Tiberíades, Nazareth, Sheikh Danun, Al Ghabissiye, Dir Alqasi, Ikrit,
Biram, Shaab, Naharia, Deir Al Asad, Biina, Safed, principalmente campesinos, labradores,
obreros, pescadores, artesanos se vieron obligados a refugiarse en el Líbano.
La ONU, con el visto bueno del gobierno libanés, se hizo cargo de la
emergencia humanitaria improvisando unos
campamentos con tiendas y barracones
para brindarles asilo providencial a la
espera de encontrar una pronta solución política que hiciera viable su retorno-. Pero el asunto se fue alargando en el tiempo; caían las
hojas del calendario, pasaban los años y
la desesperanza se fue apoderando de sus espíritus. Entonces, no tuvieron más
remedio que echar raíces en una tierra inhóspita, rehacer sus vidas en un país
hostil que los consideraba y considera poco menos que apestados. Y ahí en esos
terrenos baldíos construyeron sus infames madrigueras; sin espacio vital, hacinados,
carente de servicios públicos y a expensas de la caridad de los organismos de
ayuda humanitaria. El gobierno libanés
los calificó de “intrusos indeseables”
que con su presencia desestabilizaban el país. –Más adelante los acusó de “terroristas”-Los
propios cristianos o chiítas y hasta sus hermanos sunitas los miraban con recelo.
(Amal apoyado por Siria, el Hadad, el Kataeb) La paradoja es que se convirtieron en sus más enconados enemigos,
quizás peores que los propios sionistas.
Estuvimos visitado los campos de refugiados de Sabra y Chatila, Nahr al
Bared, Badawi, Ein al Hilwe, o Gouraud
en el Líbano y, aunque ya han pasado 66 años de exilio, pocas cosas han
cambiado. En esos malditos guetos el 65% de la población se encuentra en una
situación de extrema pobreza y carecen de los más elementales derechos
sociales y civiles.
Ellos son conscientes que es casi imposible que puedan regresar a su
tierra pues Israel se ha fundado sobre las ruinas de sus pueblos y
ciudades. No existe negociación posible mientras no se respete el derecho al
retorno de los refugiados. De nada valen los diálogos, las cumbres y toda esa
inútil demagogia. Sólo con el poder de las armas podrán reconquistar su patria.
Es una injusticia que a estas
alturas del siglo XXI todavía estemos hablando de este drama. Y encima, por
culpa de la guerra civil que asola Siria,
a los refugiados palestinos en ese país (se contabilizan 600.000 mil) les ha tocado
padecer una segunda Nakba pues para
poner a salvo sus vidas no les ha quedado otra alternativa que huir al Líbano.
Durante estos terribles años de
exilio han soportado demasiadas humillaciones, demasiado dolor y sufrimiento.
Han padecido lo indecible; mil y una agresiones, ensañamiento hasta casi
el exterminio. Han perdido
familiares, seres queridos, amigos, han
sido asesinados, martirizados, violados, torturados en las incontables batallas
contra judíos, falangistas cristianos o chiítas. Condenados a la más despiadada
persecución el único consuelo que les queda es empuñar un fusil kaláshnikov y
vender caro su pellejo. Como desahuciados
su principal objetivo es que Israel no descanse en paz. Porque la
economía israelí no está en capacidad de soportar el estado de guerra
permanente y tal desgaste hará que irremediablemente colapse.
Los refugiados palestinos con
templanza han sabido resistir y mantenerse firmes. Su filosofía es muy clara: si alguien muere nacerán diez o veinte para reemplazarlo. Los más viejos saben que les va a llegar
pronto la hora y morirán en el exilio. Sus
hijos deben cumplir la sagrada promesa de regresar a su patria. Así hayan sido borrados del mapa sus ciudades
y pueblos, los reconstruirán, aunque el
sionismo les hayan cambiado los nombres,
los refundarán, aunque sus campos hayan sido arrasados volverán a reverdecer los
olivos y a echar sus flores los almendros. El amor por la madre patria
palestina es algo que se transmite genéticamente de padres a hijos. Los
refugiados no admiten chantajes ni recompensas monetarias o indemnizaciones. No
importa, si no es hoy será mañana, los nietos, los biznieto, los tataranietos harán
realidad este sueño así pasen 100 años, 200 años o 300 años. Aunque sea convertidos en esqueletos,
regresarán.
En las casas de los refugiados cuelgan
en las paredes las fotos de sus familiares, de sus hijos, de sus hermanos, de
sus abuelos -muchos de ellos martirizados en esta desigual lucha contra un
enemigo implacable. No hay llanto porque se han vertido ya todas las lágrimas,
no hay palabras porque se acabaron las quejas y los reproches.
En el Líbano la situación es muy crítica
pues la guerra civil Siria ha provocado tal avalancha de refugiados (ya superan
la cifra de 600.000) que el gobierno libanés intenta frenarlos a base de leyes xenófobas y restrictivas.
Los enfrentamientos entre chiítas
y sunitas se han recrudecido implicado también
a los palestinos, pues por ser sunníes el precepto religioso les obliga a enfrentarse
a los chiíes y el ejército libanés. Ante una situación tan grave el presidente de la ANP Abu Mazen y Meshal, líder de Hamas han declarado que
ellos se mantienen neutrales en este conflicto.
En todo caso el frente de guerra
en la frontera con Israel sigue abierto. Las milicias de Hezbollah,
como también los grupos palestinos del FPLP, de Al Fatah Abu Ammar, la OLP, Hamas,
o la Yihad Islámica continúan en guardia. El alto el fuego supervisado por
las fuerzas de interposición de la ONU puede romperse en cualquier momento. Últimamente
y, a raíz del genocidio en Gaza, Hamas ha pedido a Hezbollah solidaridad para
su causa. El gran muftí del Líbano Mohamed
Rashid Qabbani (el 29-07-2014) ha lanzado un llamamiento a la yihad para
liberar a la tierra sagrada Palestina de las garras del sionismo.
No existe ninguna posibilidad de paz
ni de reconciliación pues los recuerdos de tantas matanzas y masacres los han
envenenado de odio y de venganza. En difícil olvidar a Nabatieh,
Tel Zaatar o Sabra y Chatila. http://youtu.be/0LKaNpm06EI Además esta
historia aún no ha terminado y quién sabe cuál será el próximo capítulo sangriento.
Los niños quieren emular a los valientes guerrilleros o fedayines a los que la
opinión pública mundial llama “terroristas”
y que ellos consideran héroes que
defienden su identidad, sus raíces, su religión, su tierra madre. El ejemplo de los mártires los llena de
orgullo y por todas partes se le rinde tributo a su memoria.
“mi
tierra perdida, la tierra de mis ancestros. Con determinación lucharé por ella.
Palestina es mi patria, ¡fedayín, fedayín!”
Los refugiados no desean inspirar
sentimientos de pesar o de compasión, ni mucho menos explotar el victimismo. Uno
de los hechos más humillantes es la dependencia de los organismos de ayuda
humanitaria de la ONU, UNRWA,
Cruz Roja o Media Luna Roja. Ya no aguantan más arbitrariedades
e imposiciones. La impunidad y el
confinamiento hacen que pierdan la confianza en el futuro. Psicológicamente
están al límite y en la desesperación muchos prefieren el martirio o el suicidio
antes que seguir soportando esta lenta agonía. Incluso el yihadismo gana
adeptos pues sus dirigentes aburguesados se dedican al desfalco y las
corruptelas.
Se sienten extranjeros, desarraigados,
perseguidos y hasta malditos. Podríamos decir
que su historia se parece a la de otros pueblos del mundo víctimas del
genocidio como los indígenas americanos, las tribus africanas, y tantas otras etnias extintas de las que no nos quedan más que unos vagos recuerdos en los
libros, los tratados, o los museos. Israel espera que pase lo mismo con los
palestinos, es decir, convertirlos en objetos
folclóricos, materia de estudio o inspiración para los investigadores, antropólogos y escritores. Como bien los
expresaran reiteradamente los líderes sionistas con la conocida sentencia de: “los viejos morirán y los jóvenes olvidarán”
Carlos
de Urabá 2014
Túnez.
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