La propaganda del
califato reclama combatientes dispuestos a entregar sus vidas por el martirio profético de la yihad universal.
En un pasaje del libro “el corazón de las tinieblas” Joseph Conrad narra cómo mientras
navegaba por la costa del Congo fue
testigo del ataque de un barco de guerra francés contra un poblado de indómitos
aborígenes. Los marinos franceses sin remordimiento alguno cañoneaban a esos
forajidos que se resistían a aceptar la “luz
de la civilización”. Al final del
siglo XIX el colonialismo europeo cometió en África uno de los más bárbaros genocidios
que recuerde la historia de la humanidad. Se calcula que más de 10.000.000 nativos fueron exterminados
a sangre y fuego.
De otro lado el psicólogo
Frantz Fanon en su libro Piel Negra Máscara Blanca nos habla sobre
la psicología de la colonización. Especialmente
analiza el complejo de dependencia y de inferioridad. Por ejemplo, en Sudáfrica
el indígena era considerado un bárbaro salvaje que inspiraba repugnancia y
desprecio. Por esta razón los blancos invasores instituyeron el apartheid para no mezclarse con las
razas inferiores. Además de confinarlos en los bastuntanes o reservas para ejercer sobre ellos un mejor control
policial y explotar su mano de obra barata. Si por algún motivo los “cafres” se sublevaban eran reprimidos
sin piedad aplicándoles la ley antiterrorista.
En Oriente Medio sucedió algo muy parecido. Esos salvajes de los desiertos incapaces de
gobernarse por sí mismos necesitaban de un institutor que los redimiera. De ahí
que al término de la Primera Guerra Mundial se crearan los mandatos coloniales. Potencias como Inglaterra y Francia se
repartieron equitativamente las inmensas reservas petrolíferas vitales para
mantener el crecimiento de la civilización capitalista.
La historia es cíclica y
si ayer fueron los cruzados hoy es el presidente de EE.UU Barak
Obama quien tomó la decisión de lanzar junto a sus aliados una campaña militar en Siria e Irak para
frenar la amenaza del “terrorismo yihadista”
Actualmente 60 países del
mundo entero participan la ofensiva que persigue la completa aniquilación de
esas “sanguinarias bestias”. Con
todos los avales y sin ninguna objeción se
disponen a extirpar el mal bendecidos por el Papa, presidentes, reyes, reinas,
primeros ministros, emires, califas (musulmanes, pero buenos, es decir,
moderados) Porque los valores más nobles
de la democracia y la libertad deben ser defendidos hasta las últimas
consecuencias.
Se enfrentan los buenos
contra los malos igual a lo que sucede en los cuentos infantiles o las películas
de Hollywood. El malo es feo, moreno, barbudo; el bueno hermoso,
blanco y gentil. Sus símbolos la estatua de la libertad, el tío Sam y Columbia;
el de los otros la media luna, el sable y el burka. El bien y el mal; el héroe y villano, o sea, la
clásica dicotomía esquizoide que rige nuestra conciencia colectiva y que se ha
forjado a través del cine, la literatura, la radio, la televisión o la prensa. El
bien es occidente: su civilización industrializada, los adelantos tecnológicos y
el mal, por el contrario, es el retraso
de los países pobres del Tercer Mundo, sus habitantes perezosos que permanecen
cegados por las supersticiones y absurdos arcaísmos. Se impone la superioridad del
blanco laborioso e inteligente sobre el musulmán necio, retrasado y primitivo. Occidente es la
lógica, la razón, la ilustración, o sea, la luz que alumbra la oscuridad o el
corazón de las tinieblas.
La orden es eliminar la
estirpe maldita del Estado Islámico sin importar lo que le suceda a la
población civil; mujeres, ancianos, niños pues, por añadidura, también son
culpables. Sobre todo, los niños que serán
los futuros terroristas. Las escuadrillas de aviones surcan los cielos llevando
en sus panzas la carga letal que lanzan sobre los objetivos con una precisión
matemática. Heroicos actos de servicio que merecen ser premiados con trofeos y
medallas.
Occidente afirma que la ofensiva
no es contra los musulmanes sino contra los
malos musulmanes. Porque, claro, existen musulmanes buenos y malos; los
buenos son los colaboracionistas, sumisos, respetuosos que se han asimilado;
hablan inglés, beben alcohol, van a discotecas, no hacen el ramadán y visten a
la manera occidental. En resumen las élites gobernantes, los regímenes
dictatoriales, la monarquías absolutas
son una garantía para la paz y estabilidad de la región. La democracia es
incompatible con esos pueblos que por su naturaleza necesitan mano dura. Por
ejemplo, el pasado mes de abril el general golpista egipcio Abdel
Fatah Al Sisi viajó de visita oficial a Madrid donde fue recibido por el rey de España quien los felicitó
por su exitosa campaña contra el terrorismo islámico. A pesar de que el pueblo
egipcio vive una situación de penuria extrema España le ofreció ventajoso
contrato de venta de armamento.
Por ahora nadie se opone
a la lucha contra el terrorismo ¿quién se puede oponer a la lucha contra el
terrorismo? En la guerra entre el islam
y occidente, mejor dicho, entre el islam y los cristianos o el judeo-cristianismo
(porque ahora son aliados) todas las medidas que haya que tomar, por más
dolorosas que sean, contarán con la
aprobación unánime de nuestros dirigentes y la opinión pública. Ni siquiera los
pacifistas se han manifestado en contra. Al fin y al cabo como dice el vulgo “a esas ratas hay que aplastarlas sin
remordimiento alguno” Lo cierto es que vivimos en estado de emergencia
permanente y bajo un estricto control policial que vulnera los más mínimos derechos
ciudadanos y de libertad de expresión. Porque la guerra no sólo se libra en Oriente
Medio sino a nivel global y eso significa que nos la podemos encontrar a la
vuelta de la esquina.
Primero habría que
analizar los antecedentes que han desencadenado la hecatombe. El caso de Abu Bakr Al-Baghdadi es bastante revelador. El autoproclamado
califa del Estado Islámico ha elegido el alias de Abu Bakr en honor al suegro
de Mohamed, el primer califa del Islam.
Lo que ya nos da una pista sobre sus pretensiones.
Nacido en Samarra, Irak, en 1971 en el seno de una
familia religiosa de origen sunita estudió
ciencias islámicas en la universidad de Bagdad.
En el 2003 la invasión de EEUU a Irak
supuso para él un golpe durísimo que cambió por completo el rumbo de su vida.
En el 2004 Ibrahim al-Badri (Abu Bakr Al-Baghdadi)
es detenido por las fuerzas estadounidenses acusado de pertenecer -según los organismos de inteligencia- al grupo islámico sunita Jeish al Sunnah al Jamaah en Samarra. El futuro califa pasa casi un año en la cárcel de Camp Bucca cerca de Basora. Una prisión donde trataban de rehabilitar
a los reos más peligrosos por medio de torturas, coacciones y atroces castigos.
Métodos aplicados por militares y agentes de la CIA en connivencia con las fuerzas de seguridad locales. Despreciables violaciones de los
derechos humanos que contaron con el beneplácito del vicepresidente Dick
Cheney y el secretario de Defensa Donald
Rumsfeld. Ambos funcionarios, por supuesto, obedecían las consignas del
presidente de los EE.UU George Bush.
En la prisión de camp
Bucca – que llegó a albergar a más de 30.000 detenidos- Abu Bakr y sus
correligionarios estrecharon lazos de amistad con los antiguos mandos del ejército
de Sadam Hussein pertenecientes al
partido laico y panarabista Baaz. De
este modo Camp Bucca se transformó en la mejor escuela de yihadismo y germen fundacional del Estado Islámico.
La ocupación
norteamericana que pretendía devolver la paz y la libertad al pueblo iraquí
tras el derrocamiento de Sadam Hussein
-acusado por EE.UU de poseer armas de destrucción masiva- surtió el efecto
contrario. George Bush nombró al diplomático Paul Bremer para que se
hiciera cargo del Ministerio para la Reconstrucción
y la Ayuda Humanitaria siguiendo el clásico guion de “cañones y
mantequilla”. “el virrey” Bremer, por sarcástico que parezca, estaba decidido a
implantar una democracia al estilo americano en Irak. Para empezar prohibió el
partido Baaz persiguiendo a todos los responsables del antiguo régimen. La Autoridad Provisional de la Coalición
fundó el Consejo Gubernamental compuesto
por trece chiíes, cinco sunníes, cinco kurdos (sunníes), un turcomano, un
asirio (cristiano). Es a partir de ese
momento que comienzan a desencadenarse las tensiones entre sunitas y chiítas. Acordémonos
que antes del 2003 no se habían producido tales enfrentamientos. En la guerra entre Irán e Irak gran cantidad
de soldados de origen chiíta lucharon en el ejército de Sadam Hussein -de
extracción sunita- Los sunitas iraquíes quedaron excluidos por completo en la
toma de decisiones lo que los llevó a abrazar ideas integristas. Esa
marginación se fue acrecentando durante el gobierno del primer ministro chiíta Nouri al Maliki que asumió una alianza
estratégica con Irán y el régimen Alawita de Bashar Al Assad en Siria. La
guerra sectaria entre ambas comunidades deja hasta el momento más de 30.000
muertos.
Los presos iraquíes sistemáticamente
fueron torturados para sacarles información sobre el modus operandi de sus células
clandestinas, la identidad de los cabecillas y los golpes que planificaban. Sometidos a brutales interrogatorios y
vejámenes de todo tipo: golpizas, ahogamiento por inmersión, choques eléctricos,
latigazos, los ataban como perros con un
bozal, los violaban con palos, los bañaban en fósforo, los cubrían de mierda,
desnudos los escupían. Y no era
solamente en camp Bucca sino también en Abu Ghraib o Camp Redention, o las cárceles secretas como Muthanna o Al Tayi, o cárcel de mujeres de Tasfirat.
En un principio la
resistencia armada iraquí se adhiere a la estructura de al Qaeda que dirige el jeque
Osama Ben Laden. El mando de Al Qaeda Mesopotamia recae sobre el
jordano al- Zarqawi formado en los campos de entrenamiento de Afganistán y
que aplica al pie de la letra las tácticas del ideólogo sirio Setmarian expresadas en su libro: “Llamada a la Resistencia Islámica Global”. Él será el encargado de organizar los golpes
de mano, atentados suicidas, secuestros y las ejecuciones de extranjeros. Al- Zarqawi, antes de caer abatido por un F16
americano en las afueras de Bakouba,
profetizó: “las armadas de los cruzados
serán quemadas en Daquib” -tal y como lo trasmite el Hadiz-
La
evolución estratégica de al Qaeda se llama EI. A diferencia de Al Qaeda que es una
organización clandestina que se oculta en el desierto o las montañas y cuyas bases están dispersas por distintos enclaves
de Asia, Oriente Medio o el norte de África el EI ha conquistado un extenso
territorio en Irak y Siria. Casi cien años después de la caída del imperio Otomano
el 29 de junio del 2014 Abu Bakr Al-Baghdadi es proclamado califa
de los musulmanes. Se le otorga el título de jerife o descendiente de la familia
del profeta (tribu de Quarich y el clan de banu Hashim). El califa o esclavo de Allah designa el consejo de la Shura y nombra gobernadores o walis
instaurado la Sharia, la ley
terrenal y divina. Se decreta la yizia el impuesto que deben pagar los no musulmanes – Hoy
se les exige su total conversión- mejor dicho, abrazar el Islam o padecer su espada. El deber de todo buen musulmán es jurar
obediencia y lealtad al califa y
reconocer la bandera negra de la shahada
“la ilaha illa Allah”.
El EI aplica el takfir de al Qutb según el cual el
musulmán que no siga los preceptos del Corán al pie de la letra no es musulmán.
Y si no se arrepiente debe ser excomulgado. Lo que puede significar su condena
a muerte. Estas medidas son necesarias para no dejarse contaminar por las
influencias de la democracia, el nacionalismo o el laicismo.
El califa Abu Bakr
Al-Baghdadi lanza un llamado a la hégira
o la migración igual a lo que aconteciera con el año 622 de la era cristiana cuando el profeta Mohamed huyó de Meca a
Medina. Hoy el adhan del mohecín tiene una amplitud jamás soñada
pues los minaretes se convierten en antenas que trasmiten la señal divina a los
cuatro puntos cardinales del globo terráqueo. “¡Venid hijos de Allah que el nuevo califato os espera con los brazos
abiertos!” “¡Somos el pueblo elegido!” “¡aquí es donde se vive el verdadero
predicamento del profeta Mohamed!”
La propaganda del califato
reclama combatientes dispuestos a entregar sus vidas por el martirio profético de la yihad universal. Es
la hora de volver a la época del gran esplendor, del renacimiento Omeya de Damasco y la expansión islámica que alcanzó a extenderse
desde la India hasta al Andalus. Porque para ser fuertes y respetados es
necesario recuperar el orgullo y la dignidad.
“Es un placer morir en la
yihad con un arma en la mano o cargados explosivos” La muerte es atractiva, sensual, enamoradiza. Es tal la cantidad de voluntarios dispuestos a inmolarse en nombre de
Allah que hasta existe una lista de espera.
El EI ha demolido las
fronteras trazadas caprichosamente por los imperios y ahora surge una nueva cartografía
completamente anárquica dominada por grupos y facciones de diverso signo que
luchan por sus parcelas de poder. Siria se desintegra, Irak se desintegra, Libia
se desintegra, el Yemen se desintegra. Definitivamente estamos ante la irrupción
de un nuevo orden que va a marcar un antes y un después en la historia
contemporánea.
El islam debe volver a su
esencia, a su rigor y los valores ancestrales. Es el momento de reafirmarse en
la fe, en el din y el mensaje primigenio
del Corán. Por eso hay que cumplir la palabra revelada en las 114 suras sin
variar ni una coma. El Corán no se puede
modernizar, ni alterarse en lo más
mínimo. El profeta Mohamed es el jataman nabiyin o sello de los profetas;
autenticidad, perfección y validez del último enviado de Allah. Los dogmas de fe son inmutables.
El
Corán no es moderado, como tampoco lo es la Biblia o la Torá.
Occidente exige que su mensaje se transforme en una balada dulce que pregone la
fraternidad universal. Es decir, acomodarlo a los tiempos que corren. Según los
críticos las interpretaciones erradas del libro sagrado contribuyen a fomentar
tensiones y enfrentamientos. Los creyentes deben limitarse a la adoración
de Allah desentendiéndose por completo del mundo terrenal. El verdadero peligro
es mezclar la espiritualidad con las demandas políticas.
En todo caso la mayoría
de los imanes de las mezquitas, especialmente en Europa y EE.UU, están
controlados por las autoridades que se reservan el derecho a censurar cualquier
mensaje que se exceda de los límites en la Khutba
o predica de los viernes. En aplicación de las leyes antiterroristas el imam puede ser detenido y encarcelado si sus
palabras incitan al odio. En cambio hay muchos sacerdotes cristianos que desde
el púlpito reclaman la opción preferencial por los pobres inspirados en la Teología de la Liberación sin mayores
sobresaltos.
Las disposiciones legales
del EI obligan a ceñirse al puritanismo o wahabismo e imitar al profeta y a los
grandes sabios, ulemas, muftis. Recitar
de memoria los suras y hadices, caminar rezando
con el misbah en la mano. Se considera sunna -costumbre del profeta- maquillarse los ojos con el Khol, perfumarse con misk (almizcle), lavarse los dientes
con el palillo meswak, dejarse las
barbas largas y acudir puntualmente a cumplir las cinco oraciones diarias en la
mezquita.
La sharia o la ley sagrada del Islam marca el camino recto que debe
regir la vida social económica y política. Como parte inherente a la dictadura mística prima el sistema
punitivo. A pesar de que Allah es clemente y misericordioso se ha de castigar ejemplarmente
a los pecadores, a los infieles o apóstatas con la amputación de manos,
degollamientos, decapitaciones, cremaciones, crucifixiones, lapidaciones con el
propósito de aterrorizar a la población y sembrar el pánico. La estrategia del terror es la mejor arma
para abrir el camino a sus nuevas conquistas. Especialmente se ha de
perseguir a los herejes chiítas, a los
kufares cristianos, a los kurdos, y a
los musulmanes sunitas apóstatas o cualquiera que cometa un crimen hadd (la tradición de los hadices).
“La
sangre de los infieles debe correr para purificar la tierra de los pecados,
una tierra sagrada que exige el holocausto ritual, los sacrificios humanos para
deshacerse así de los seres corrompidos”
El EI considera pecado
todo arte o arquitectura preislámica pues pertenece a la época de la ignorancia
o yahilia La iconoclastia es una manera de extirpar la
idolatría y el politeísmo. El propio profeta Mohamed actuó de una manera
violenta destruyendo los ídolos que se hallaban en el interior de la Kaaba, en Meca, para restaurar la
antigua fe de Abraham. Occidente se
indigna ante este flagrante atentado contra el patrimonio cultural de la
humanidad. Aparentemente le da más importancia a la destrucción de unas piedras
milenarias que al sanguinario genocidio que padece la población civil en Siria
e Irak.
El Estado Islámico cuenta
en sus filas -según fuentes extraoficiales- con más de 50.000 combatientes, de los cuales 25.000 son voluntarios extranjeros originarios de 100 países. La
mayoría captados a través de la propaganda transmitida por Internet o los
teléfonos móviles. El califa Abu Bakr
Al-Baghdadi publicó una fatwa que
obliga a los musulmanes de cualquier parte del mundo a tomar las armas y unirse
a la Guerra Santa. Sobre todo se necesitan mujeres, novias, huríes terrenales
para elevar la curva demográfica del califato. Los guerreros que capturen
mujeres paganas (chiítas, yazidies, mandeas, caldeas, shabak, kakais o kurdas)
en el campo de batalla están autorizados a hacerlas sus esclavas o sabayas.
El autoproclamado califa
Abu Bakr Al-Baghdadi aspirar a construir una sociedad donde reine superhombre islámico. Con unos rasgos
característicos especiales en los que se mezclen las raíces del pasado con las
del mundo moderno. Puesto que una de las armas más poderosas del Califato es el
Internet, los teléfonos móviles, las revistas, los diarios, o la televisión.
Se calcula que el EI
posee en sus arcas más de 3.000 millones
de dólares procedentes del asalto a los bancos, la venta de petróleo, de
gas, la extorsión, el secuestro, los impuestos, y el contrabando de objetos de
arte.
El dawa o adoctrinamiento de los no creyentes ha surtido efecto deseado.
Hoy miles de conversos occidentales hartos
de la crisis económica, la crisis de valores, el ateísmo y el sin sentido de la sociedad de consumo han
abrazado la fe islámica. Las mezquitas y madrasas se multiplican por Europa,
América, Asia, África u Oceanía en este magno proyecto de la islamización
global. La misión del Islam, según el Corán, es dominar el mundo y limpiarlo de
pecadores y paganos. Es licito la práctica de la “taqiyya” o el disimulo tan necesario no sólo para preservar la fe
islámica sino que también para infiltrarse y preparar el terreno a la “colonización mística”
El Corán y los hadices de
la profecía nos previenen sobre el fin de los tiempos: el rio Éufrates se seca
y en su lecho brota una montaña de oro, se anuncian desastres naturales, inundaciones,
cataclismos, el fuego de Hiyaz, el humo
que envolverá a los hombres, el
signo de la bestia y la venida del falso mesías (el tuerto), -como lo revela la fitnah
Ad Dayyal- seguido de 70.000 judíos
de Isfahán, cuando el sol salga por el oeste y los astros se
desprendan del firmamento. Entonces sonará la trompeta de Israfil y los cruzados y sus 80 estandartes atacarán en la batalla
de malahim o el Armagedón donde los
muyahidines se alzarán con la victoria. Estas señales nos advierten que se
aproxima el Yaum al-quiyamah, el día
del juicio, en el que resucitarán los muertos y se destruirá el mundo. Por tal
motivo hay que cumplir a rajatabla con
los 5 mandamientos del islam: solo hay un Dios y ese es Allah, el ramadán, la
peregrinación a la Meca, las cinco oraciones diarias, la limosna solidaria del sakat. Los kufir o infieles, incrédulos e hipócritas deben
arrepentirse o de lo contrario se quemarán en el nar (fuego eterno). Como
reflejan las escrituras esta vida no es más que una prueba para lo que nos
espera en el más allá. La recompensa la
hallaremos en el jardín divino del yenna
donde alcanzaremos la felicidad eterna.
Según los ulemas y los
sabios estudiosos de la metodología profética del Corán estamos entrando en el tiempo mesiánico. Todo hace presagiar
la venida del mahdi (el guía o el
que allana el terreno) ¿Abu Bakar? que se colocará al frente de los ejércitos místicos
que anunciarán la segunda venida de Jesús,
hijo de María. Porque Cristo o Isa
no murió en la cruz sino que subió a los cielos y está sentado a la derecha de
Allah. Isa es inmortal y jamás fue
crucificado y según los hadices matará al falso profeta e instaurará la
sociedad islámica perfecta. Verdad, justicia y redención.
El EI combate contra ese
mundo occidental donde gobierna el shaitán
(demonio), una sociedad degenerada y corrupta que con su maléfico poder ha poseído a los musulmanes. Occidente ha
causado la división de las familias, la división de la umma. Esclavos del vicio, el alcohol, el libertinaje y la lujuria y
el placer, la prostitución, amantes del
dinero y el lujo. Seres que renegaron del din cambiado su forma de vestir, de
comer a imitación de los cruzados cristianos o de los judíos.
Así lo denuncia la última
sura del Corán, la surat An- Nas que
los yihadistas interpretan señalando que
el shaitan o el demonio no es otro que occidente. “El shaitan devora el corazón de los musulmanes y los
conduce a la perdición. ¿Quién los va a proteger entonces? Solo en Allah
encontraremos refugio ante el más perverso de nuestros enemigos”
El haber sido capaces de
enfrentar a occidente es una gran prueba de fortaleza que les ha hecho ganar
fama y admiración entre los musulmanes sunitas de la Umma y del mundo entero. Algo
que repercute en el desproporcionado aumento del número de voluntarios que se
suman a sus filas.
Los Hadices profetizan
que en Daqib, una ciudad de Siria
situada muy cerca de Alepo -que cayó
en manos del EI el año pasado- se
librará la gran batalla apocalíptica entre los muyahidines y los cruzados (los romanos) y judíos. Una batalla entre el bien y el mal que anuncia
la destrucción del universo.
El mal está representado por
un mundo occidental decadente que promueve los vicios: la droga, la
prostitución, la homosexualidad, la lujuria, la inmoralidad, la mentira. La
opresión tecnológica y los medios de comunicación ensucian el alma con tentaciones
prohibidas: la pornografía, el juego, el
culto al dinero, la usura, el adulterio,
la fornicación. El pecado provoca
luchas y guerras por posesiones materiales. El EI es antiimperialista, anti modernista,
y no admite quien piense diferente. O
te conviertes o te mato. Las demás religiones son falsas y deben ser extirpadas.
De ahí a que la limpieza étnica sea una de las primeras medidas que se toman en
los territorios ocupados.
En Raqqa capital del califato se ven paseando por las calles a extranjeros
de rasgos asiáticos, negros, morenos, otros blancos, rubios de ojos azules,
atraídos por la ilusión de vivir bajo la
ley islámica. Quien abandone Raqqa sabe
que sus propiedades pasarán a manos de un yihadista internacional. En todo el califato está prohibido el consumo de tabaco y narguilé, igualmente los libros apóstatas,
la televisión occidental y los partidos de fútbol. Es un delito afeitarse la barba o utilizar vestimentas
occidentales indecentes. Las mujeres están obligadas a comportarse con
discreción, llevar el niqab y a salir acompañadas de un hombre. La policía de
la moral hisbah y la jansa, agentes femeninas, patrullan las
calles noche y día para que se cumplan las ordenanzas. A los infractores les
espera como castigo latigazos y flagelaciones en plena plaza pública para que
sirva de escarmiento.
El EI está obligado a exhibir
firmeza, actuar con rigor y autoridad contra aquellos que han transigido las
leyes divinas. Fieles a sublimar esa teología sangrienta cuyo único propósito
es santificar el terror.
Desde hace 9 meses que la
coalición internacional bombardea las posiciones del EI en Siria e Irak
empeñada en extirpar el cáncer del yihadismo. Al parecer – según el
subsecretario de Estado Antony Blinken-
ya han causado más de 10.000 bajas
en sus filas. O sea, 10.000 mártires que gozan de la gloria de Allah. El gasto total de la campaña se eleva a los 24.000.000 euros. Una cifra desmesurada
aunque indispensable para que prevalezca la paz y el amor en el mundo. Porque
esta es una guerra justa y humanitaria en la que intervienen ejércitos
humanitarios, soldados humanitarios y dirigida por el premio Nobel de la Paz, Barak Obama.
Los miembros más radicales
de la coalición exigen que se dé luz verde a la “solución
final”. Es decir, el bombardeo continuo -tipo guerra de Vietnam- las 24
horas del día y los siete días de la semana.
Que no quede piedra sobre
piedra.
La guerra civil en Siria
a estas alturas ya ha causado más de 250.000
muertos, 5 millones de refugiados y 4
millones de desplazados internos; la guerra en Irak deja aproximadamente 50.000 muertos y 3.500.000 refugiados y 1.000.000
de desplazados internos. Todo esto sin contar los heridos, los desaparecidos,
los huérfanos, las viudas, la destrucción de pueblos y ciudades, el colapso de las
infraestructuras, la producción industrial y agrícola. Estamos ante la crisis humanitaria más grande después de la Segunda
Guerra Mundial. Millones de personas se han quedado sin hogar, sin trabajo
y sin tierra. Y para colmo sino fuera por la ayuda humanitaria que les suministra la ONU, la Unión Europea o EE.UU ya habrían
muerto de inanición. Parece que estas cifras y datos ya no escandalizan a la
opinión pública que se muestra cada vez más indiferente y hastiada.
En esta inconmensurable
tragedia hay unos perdedores -que no son otros que la población civil- y
también unos ganadores que como no puede ser de otra manera son la industria armamentística y los traficantes
de armas.
A raíz de las
revoluciones árabes del 2011 y a la violenta represión desatada por los
regímenes dictatoriales el yihadismo se ha disparado espectacularmente. Desde Libia,
Siria, Irak, Líbano, Somalia, Egipto, Yemen, Mali, Kenia, Nigeria, Paquistán,
Afganistán, Filipinas, Indonesia, el Sahel o el Cáucaso se multiplican las
células, grupos y batallones – muchos
pertenecientes a la estructura de al Qaeda-
que juran lealtad o baya al
califa Abu Bakr Al-Baghdadi.
El islam ha sido
criminalizado a nivel planetario y se le señala como el enemigo público número
uno. Un estigma se traduce en un considerable aumento del racismo y la
xenofobia.
En Oriente Medio la
situación sobre el terreno se complica cada día más y más. El ejército Bachar Al Assad ha logrado mantenerse en el poder gracias a la ayuda de
Irán, Irak, Hezbollah, Rusia y China. A pesar de todo las distintas facciones
rebeldes sunitas llámense Al Qaeda, el Estado Islámico, El Ejército Sirio Libre,
los Peshmergas kurdos han logrado
arrebatarle al gobierno más de la mitad del país. La presencia en el campo de batalla de la Coalición
Internacional liderada por EE.UU y la OTAN abre una nueva variante que hace prever
una intervención terrestre en la zona. Arabia
Saudita y los países del Golfo Pérsico se muestran preocupados por el
expansionismo iraní que ha tomado las posiciones de vanguardia en Irak, Siria y el Yemen. Un hecho que supone elevar
aún más la tensión entre chiítas y sunitas. Rusia
como imperio emergente no está dispuesta a perder la base naval de Tartus en
Siria que le brinda una posición privilegiada en el Mediterráneo
Oriental. Algo fundamental para
consolidar su poderío y lanzar un mensaje a occidente para que se desentienda
del conflicto ucraniano. Estos
nuevos bloques en litigio reactivan el fantasma de la Guerra Fría.
No hay duda que el mayor
interés de occidente es mantener su dominio geoestratégico en la zona. Sobre
todo el control de las reservas de hidrocarburos y las rutas comerciales que le
suministran las materias primas.
Otra de las
preocupaciones es la seguridad de su fiel aliado Israel. Los sionistas, que son
el máximo foco desestabilizador en la zona, se limitan a contemplar cómo sus
más enconados rivales se despedazan entre sí. Además han conseguido congelar el
proceso de paz con los palestinos y sin mayores obstáculos continúan con sus
planes de colonización de Cisjordania y las matanzas en Gaza.
¿Se podrá hablar algún
día de paz o de reconciliación? Porque esta guerra no puede ser interminable y
algún día tendrán que callar las armas y
sentarse a dialogar. En todo caso hay que tener en cuenta que las Cruzadas se
extendieron por más de 200 años. Habrá que ir pensando en diseñar un gigantesco
plan de reconstrucción para la zona -al estilo del plan Marshall- que permita devolverles la esperanza a una población
civil completamente exhausta y devastada. El problema será el conjurar los
sentimientos de odio y venganza ciega
después de esta voraz orgía de sangre.
“Los
leones del islam” siguen velando armas en Daquib convencidos de que allí se
librará la gran batalla contra el ejército de la coalición internacional (para
que se cumpla la profecía faltan 20 estandartes). Ansiosos porque comience la
invasión terrestre de los cruzados a órdenes del “perro romano” Obama y blandiendo la espada justiciera del islam consumar
su derrota.
Carlos de Urabá 2015