¿Estamos entrando en una tercera
intifada? Lo hechos sangrientos de las últimas
semanas así lo confirman. Desde luego que la guerra de baja intensidad con la
que el sionismo somete al pueblo palestino ha sido el detonante de la
sublevación popular. Una violencia que surge como una respuesta lógica
de un pueblo que ejerce su legítimo derecho a la resistencia. Demasiados años
de aguantar el bloqueo y represión, demasiadas masacres y bombardeos, demasiados
abusos e inconcebibles humillaciones.
Palestina ha sido devorada lentamente por la codicia del invasor
sionista.
De nada han valido las conversaciones
de paz o la intervención de los mediadores internacionales para detener la
colonización ni la construcción de los asentamientos. Lo
único que se ha conseguido es que la potencia ocupante se fortalezca y que la agonía
del pueblo palestino sea aún más dramática. Los hechos consumados son los que
prevalecen: ese muro infame que los mantienen encerrados en una jaula, los
controles de seguridad, las garitas, los perros guardianes. La impotencia y el desconsuelo los ha llevado
a convertirse en mártires. La amenaza que se cierne sobre el Domo de la Roca y
la mezquita de Al Aqsa - el tercer lugar más sagrado del Islam- con la
intempestiva invasión de judios ortodoxos y rabinos es una razón suficiente
para se exasperen los ánimos.
La sangre mana a
borbotones en esa tierra santa y no hay nada ni nadie que pueda detener esta espiral de
violencia. Porque la ley del Talión es
la que prevalece. Palestina ocupada a
largo de décadas con cientos miles de muertos, heridos, torturados, presos,
exiliados a cuestas. Entonces no importa nada el
desenfundar el puñal el cuchillo o la daga con tal de mitigar la sed de
odio y venganza.
El sionismo ultra ortodoxo
aplica una política de exterminio, de limpieza étnica como quien fumiga una
plaga de cucarachas ¿a alguien le extraña que estalle una nueva intifada?
Es algo casi comprensible si analizamos la historia de despojo y aniquilación
del pueblo palestino. Después de la “intifada de las piedras” en 1987, de la “intifada de al Aqsa” en el 2000 la última
fase se llama la “Intifada de los
cuchillos” en el 2015.
Cómo presionar al
ocupante israelí en esta guerra desigual cuando no existe el futuro ni
esperanzas. Desde luego que es preferible inmolarse por amor a la madre tierra
palestina, patria usurpada. Cualquier sacrificio es poco. Aquí y la espiral de violencia se va eternizar
hasta que no se haga justicia. Ya pasen 10, 20, 50 o 100 años no van a
rendirse.
Al pueblo palestino no le
gusta al muerte, ni la guerra ni el emplear la violencia, han sido obligado a
ejercerla. Empujados a ir en contra de su propia
naturaleza una vez más se agotó la
paciencia. Los cementerios ya no dan abasto,
los niños, los jóvenes amortajados, una y otra vez se repiten las mismas
imágenes. La libertad tiene un precio,
un alto precio que hay que pagar en una lucha desigual: piedra contra ametralladoras,
bombas molotov contra tanques, cuchillos contra misiles.
“Estoy orgulloso” decía
el padre de Ahmad Jamal Salah en el entierro de su hijo de 20 años celebrado
este sábado en el campo de refugiados de
Shufat “ha luchado hasta el último suspiro por su pueblo
¡viva Palestina libre!
Carlos de Urabá 2015