Al caer derrotados los
ejércitos árabes e la Nakba y de la Naksa millones de palestinos; hombres,
mujeres, niños, ancianos y jóvenes tuvieron que escapar despavoridos con las
pocas pertenencias que podían llevar a cuestas. Presas del pánico se apretujaban
por los caminos hostigados por los bombardeos de la aviación o el fuego de
artillería. Así se fraguó uno de los mayores desastres humanitarios del siglo
XX.
Podríamos hacer un relato
extenso e infinito del drama personal que experimentaron y las terribles consecuencias
que ésto produjo en sus vidas. No era una maldición o un castigo divino ni nada
que se parezca. Lo cierto es que el sionismo
y sus cómplices fueron los directos culpables de esta brutal tragedia. La
ocupación de Palestina es algo que estaba planificado ya desde el siglo XIX cuando
los líderes sionistas meticulosamente prepararon el desembarco en Tierra Santa. Ellos necesitaban fundar
un estado para albergar a la gran diáspora amenazada por el antisemitismo y la
xenofobia que asolaba Europa. El pueblo elegido por Yahvé debía cumplir la sentencia profética y regresar a una tierra
de la que, según las escrituras, fueron expulsados por los romanos hace dos mil
años.
En este éxodo de la Naksa y de la Nakba participaron todas las capas sociales: campesinos, obreros,
trabajadores, estudiantes, intelectuales, políticos o religiosos. Todos fueron víctimas
de la ignominia y el expolio. Sus vidas quedaron truncadas, los sueños rotos,
su futuro hecho añicos.
En un desesperado intento
por ponerse a salvo se dirigieron a los países vecinos: Líbano, Egipto, Jordania, o Siria. Hasta allí llegaron exhaustos,
otros heridos, enfermos, hambrientos, moribundos. A esos miles de refugiados
los hacinaron en campos de concentración como si se trataran de escombros
humanos que se arrojan a un muladar sin mayor remordimiento.
Y sin saber muy bien
porqué se encontraron huérfanos, horriblemente solos y desprotegidos. La ONU no tuvo más remedio que hacerse cargo del desastre humanitario, no
por solidaridad, sino por un sentimiento de culpa puesto que en el año 1947 la Asamblea General dio luz verde
a la partición de Palestina. Una absurda decisión que desencadenó la hecatombe.
Se habla en modo general
de los refugiados pero no se dan sus nombres ni apellidos, ni se conoce el
rostro de las víctimas de este genocidio. Son seres en su inmensa mayoría anónimos.
Se
les ha silenciado, se les ha censurado, se les prohibió hablar en voz alta.
Tenían y tienen coartada la libertad de expresión y sus derechos
ciudadanos y políticos. No pueden manifestar sus reivindicaciones pues por motivos de seguridad nacional Jordania les
exige mantenerse al margen. (Recordemos “el
septiembre negro” en 1970 cuando miles de palestinos de la OLP fueron asesinados por el ejército
jordano) Su estatus es el de “invitados” en el reino hachemita y deben comportarse como tal. El gobierno
jordano se reserva el derecho a administrar buena parte de las ayudas y donaciones
internacionales por intermedio del Departamento
de Asuntos Palestinos y el Ministerio de Relaciones Exteriores. Organismos sospechosos
de tejer una extensa red de corrupción y desfalco. (Las denuncias provienen de
ONGs extranjeras bien informadas)
Si visitamos Amman nos encontraremos
con los palestinos (en Jordania habitan
2 millones) en los barrios populares, en los campos de refugiados, en los
mercados, en los zocos, en los comercios, en los almacenes, en las industrias. En
cualquier parte de la ciudad pululan por las calles y avenidas y son
fáciles de reconocer pues muchos llevan la kufiyya
blanca y negra cubriendo sus cabezas. Además sus miradas tienen un extraño
brillo que denota una amargura infinita. Pero no
vamos a referirnos a aquellos que han logrado por diversos motivos acomodarse a
la sociedad jordana con relativo éxito sino de aquellos que permanecen en la
marginación o en el olvido. (El 65% de
los palestinos viven por debajo del umbral de la pobreza) A esos perdedores,
a los derrotados nadie los visibiliza y tampoco los toman en cuenta. Ineluctablemente
están condenados a la indigencia y el abandono.
El
reino hachemita de Jordania los acogió no como hermanos sino como unos intrusos. En
cierto modo no eran bienvenidos y los discriminaron por su condición de pobres
y menesterosos. Los refugiados suponían una carga social más en un
país sin recursos cuya situación económica no es la más boyante. (EE.UU y la Unión Europea y Arabia Saudita
son sus principales valedores). En Jordania rige el sistema capitalista de
corte neoliberal donde la mayoría de los
servicios públicos han sido privatizados. Y encima el costo de la vida y el
desempleo acentúan aún más la crisis social.
Los palestinos pertenecen
a esa casta de parias dependientes por completo de la ayuda humanitaria que les
entrega la UNRWA, la Media Luna Roja o las cofradías islámicas. La mayoría tienen inventarse un oficio, es
decir, dedicarse al trabajo informal ya
sea de vendedores ambulantes, obreros, verduleros, fruteros, taxistas,
panaderos o mecánicos.
Muchas familias
palestinas que pertenecían a la clase media y hasta la alta de repente a partir
de la Nakba y de la Naksa pasaron a
ocupar el escalafón más bajo de la sociedad. Algunos lo atribuyeron a la
fatalidad el destino, otros a los designios de Allah.
Si a los refugiados se
les pregunta ¿de dónde es usted? -aunque cuenten con un documento de identidad
jordano- siempre contestarán orgullosos: -somos
palestinos- y a continuación añadirán el lugar de procedencia: Ramallah, al
Quds, Jaffa, de Haifa, del Jalil, de Nablus, de Jenin o Beisan.
Según las estadísticas
actualmente hay más de 5 millones de palestinos
repartidos por los cinco continentes.
A pesar de la distancia y el
desarraigo que esto supone defienden a muerte la herencia de sus ancestros. Su
máximo tesoro sus raíces y señas de
identidad.
En todo caso las
autoridades jordanas desde hace décadas que desarrollan un programa de
asimilación con la finalidad de desmovilizar la rebeldía de unas nuevas
generaciones que se muestran contrarias a los tratos de favor de la monarquía
hachemí con el sionismo.
A pesar de que han pasado
67 años de la Naksa los palestinos no se cansan en exigir que se cumplan las resoluciones de la ONU. Quizás la
más importante sea el derecho al retorno y a una justa reparación. Pero el
gobierno israelí no se da por aludido. Nada ha cambiado y las cosas van de mal
en peor. El proceso de paz no avanza y
los sionistas continúan construyendo
nuevos asentamientos en Cisjordania.
En los últimos veinte años el número de colonos ha crecido desproporcionadamente.
Se calcula que se elevan por encima de los 500.000.
Pero poco se puede hacer
cuando los EE.UU y Europa respaldan al gobierno de Israel. Ante tamaña injusticia no queda más que resignarse o ejercer el legítimo
derecho a la resistencia. Porque no todo van a ser orar en las mezquitas para
que Allah, el clemente y el misericordioso, venga a socorrerlos.
No es de extrañar que
entre los refugiados tanta tensión e
incertidumbre causen graves traumas físicos y también psicológicos. Las enfermedades mentales; la depresión, la
ansiedad, la esquizofrenia, el insomnio es una plaga que los atenaza. Eso sin
contar el alto índice de suicidios.
Han
perdido la fe y no se sienten
representados por nadie porque su tragedia nada más que ha servido para
enriquecer a unas élites o líderes políticos.
Evidentemente el tiempo
no pasa en vano y aquellos niños que llegaron en la Nakba han envejecido convirtiéndose en la población más
vulnerable. Carecen de seguridad social, y dependen de las instituciones de
caridad, las ONGs, o de la UNRWA. No reciben ayudas económicas de ninguna clase
y subsisten gracias a la solidaridad de sus familiares Por allí se les ve sentados en el portal de
sus casas hundidos en la melancolía o paseando con la cabeza gacha por las calles.
Su última voluntad es que cuando mueran
al menos sus cuerpos puedan ser enterrados en la tierra que los vio nacer. Pero
los muertos también necesitan un pasaporte y una visa de la embajada de Israel si quieren entrar en
la “tierra prometida”
En Jordania los
campamentos de refugiados hoy se han convertido en barriadas. Los pobladores improvisaron todo
tipo de casas y edificaciones sin ninguna planificación o diseño urbano. El caos y el desorden reinan por doquier. Un
hecho que nos revela que aquí todo es provisional, que aquí nadie quiere quedarse y que lo único que
piensan es en volver lo más pronto posible a la madre tierra palestina.
Mientras tanto deben
luchar día a día por su supervivencia. Amman, es una urbe enloquecedora y alienante
donde reina un tráfico infernal, los
embotellamientos son kilométricos y el medio ambiente opresivo. En esta ciudad rigen unas fronteras que
delimitan los distintos estratos sociales y donde al refugiado palestino es
simplemente un inquilino de los guetos.
Es por esta razón que hemos intentado hacer visibles a los
protagonistas de este drama, individualizar sus casos para que sirvan de
ejemplo y se comprendan mejor su penosa situación. Cada uno tiene sus propias historias que, a veces, por vergüenza y
humillación, no se atreven a confesar. Por eso prefieren rumiar su desdicha
en silencio. El veneno del el odio y el rencor les corroe sus entrañas. La rabia
bulle en su sangre como un río embravecido que se desborda.
Seguramente su memoria
histórica se perderá para siempre en el momento en que por ley de vida
desaparezcan.
1-Musa de Belén
Acaba de cumplir 65 años.
A partir de la Naksa tuvo que exiliarse en Jordania y nunca más pudo regresar a
su tierra. Pertenece a una familia de reconocido prestigio que posee tierras y
propiedades inmobiliarias en la zona de Beit Jala en Belén. Varias veces han
venido a visitarlo intermediarios y testaferros de origen saudita para que
firme la venta de unos lotes (herencia de sus padres) a cambio de una
importante suma de dólares. Pero él se niega a hacerlo pues sospecha a que pasarán a manos de algún
colono judío perjudicando a sus hermanos. Hoy vive acompañado por sus gatos en
una bodega donde se apilan mercancías. Se dedica a vender lotería por la calles
del barrio de Jabel Amman. Desgraciadamente ha caído en el alcoholismo.
2-Amal de Nablus
Esta mujer de 57 años es originaria de Nablus pero
nacida en Amman. Hija de una familia de clase media que se dedicaba a la
comercio de aceite de oliva. En la Nakba
tuvieron que partir con lo puesto hacia Jordania pues les pisaban los talones
el Irgun (milicia paramilitar sionista). Quedaron en la ruina y debieron asumir
una nueva existencia en el campo de refugiados de Baqaa. Desde hace unos años se dedica a recoger
latas en los contenedores de basura para luego venderlas en las recicladoras.
3-Mohamed de Tulkarem.
Este hombre de 45 años es
hijo de una familia originaria de Tulkarem que se dedicaban a la agricultura.
Desplazados en la Naksa cuando el ejército sionista tomó Tulkarem en 1967. Apenas
tenía ocho meses cuando partió al exilio junto sus padres. Hoy vive en la
indigencia y se dedica a recoger chatarra por los basureros.
4-Fairuz de Beisan.
Su familia es de la
ciudad de Beisan -hoy llamada Beith Shean por los judíos-Salió de allí en la
Nakba con unos ocho años de edad. En la actualidad reside con su familia en el
campo de refugiados de Zarqa. Ha enviudado y su última voluntad es morir en
Beisan.
5-Abu Ali de Hebrón
Originario de Hebrón tuvo
que huir de allí junto a su familia cuando los sionistas tomaron la ciudad en
el año 1967 (Naksa) Está cojo y usa una pierna ortopédica. Además sufre graves
dolencias en el corazón. Su única ilusión es morir en Palestina pues el
comprende que a los ochenta años poco más puede pedir. Hoy reside en el campo de
refugiados de Irbid.
6-Hussein de Afula
Este hombre es hijo de
una familia de Afula exiliada en la Nakba.
No responde a ninguna pregunta pero algunos conocidos confiesan que su padre
ocupaba un importante cargo político en dicha ciudad. Pulula por las calles de
Amman dedicado a la mendicidad.
7-Muna de Jenin.
Esta señora originaria de
Jenin es una víctima más de la Nakba. Llegó
de adolescente a Jordania junto a toda su familia. Fueron conducidos por las autoridades hasta el
campo de refugiados de Irbid donde residen desde entonces. Su actividad diaria
es recorrer los mercados en busca de comida.
8-Osama de al Quds.
Este hombre llegó con sus
padres en la Naksa 1967 procedentes de Jerusalén. Se les asignó el campo de
refugiados de Baqaa. Cuando era niño perdió la visión. Hoy se dedica a vender chicles
y caramelos en el wasat el balad (mercado) de Amman.
9-Farah de Jericó.
A partir de la toma de
Jericó por el ejército sionista en la guerra de los Seis Día en 1967 muchos
habitantes tuvieron que huir hacia Jordania al correr el rumor que iban a ser
asesinados. Una de estas familias es el de Farah que nació en Amman. Hoy vive
junto a su esposo y sus hijos en el antiguo campo de refugiados de Al- Wahdat.
Por falta de recursos tienen que pedir limosna en las calles del wasat al balad
de Amman. Al llevar el niqab no puede hablar con desconocidos.
10-Abu Mohamed de al Quds
Fue expulsado junto a su
familia de al Quds en la Naksa. Él era un comerciante que tenía varias tiendas
de ropa en la parte vieja de Jerusalén. En Amman no pudo rehacer su vida y ahora
lo podemos ver todos los días vendiendo zapatos en las calles del wasat
al balad. De carácter hosco y antipático se niega a responder preguntas.
11-Leyla de Belén
Esta anciana es una
víctima más de la Naksa y junto a su esposo e hijos tuvo que exiliarse en
Jordania. Su familia tenía propiedades donde los colonos judíos han construido
el asentamiento de Gilo. Actualmente reside en el campo de refugiados de
Al-Wahdat donde se dedica a vender especias en el mercado.
12-Omar de Jaffa.
Hijo de una familia de
notables del puerto de Jaffa. Nacido en Amman en el campo de refugiados de
Baqaa. Hoy vive en la indigencia recogiendo chatarra que vende en las
recicladoras. Es un ferviente recitador del Corán.
13-Abu Ali de Jaffa.
Este anciano llegó
exiliado a Amman de muy niño junto a su familia tras el desastre de la Nakba.
Se instalaron en el en el campo de refugiados de Baqaa donde hoy reside con su
esposa y cuatro hijos. Trabaja de cartonero en le wasat al-balad. Es un hombre
muy piadoso que cumple a rajatabla las cinco oraciones diarias en la mezquita
de Husseini. Se le puede ver regularmente el día del salat yuma colocando cartones en el exterior de la misma
para que los fieles realicen sus oraciones con toda comodidad.
14-Aisha de Ramallah.
Esta anciana perteneciente
a una familia de agricultores proviene del éxodo de la Naksa en 1967. Las
autoridades jordanas los instalaron en el campo de Al-Wahdat. Vivieron en una
jaima durante tres años hasta que comprendieron que era inútil seguir esperando
el retorno. Entonces construyeron una
casa con ladrillos en donde habitan desde hace 47 años junt o a su esposo y cinco hijos.
15-Abu Abdallah de Jenin.
Otro hijo de la Naksa que
llegó siendo un bebé a Jordania. Reside en el campo de refugiados de Jabal-Hussein.
Tiene seis hijos y ante el creciente desempleo se ha visto obligado a trabajar
cargando mercancías en el wasat al balad. Se niega a responder preguntas acerca
de su pasado.
16-Abdel Aziz de Afula
Este anciano es hijo de
una familia de agricultores que vivían en los fértiles campos de Afula. En la
guerra árabe israelí del 1948 tuvieron que escapar hacia Jenin y luego en 1967 con
la Naksa, se exiliaron en Jordania. Hoy reside junto a su familia en el campo
de refugiados de Irbid. Sufre una enfermedad incurable en los huesos que lo mantiene
postrado en una silla de ruedas.
17-Abu Bilal de Ein
Karem.
Ein Karem era un precioso
pueblo palestino situado muy cerca de Jerusalén donde los pobladores se
dedicaban por entero a la agricultura. En la Nakba sufrió la agresión de las
tropas sionistas que lo desalojaron por completo. Aquí se aplicó una política
de limpieza étnica para limpiar de palestinos toda la comarca. Una de las
víctimas de este genocidio es la familia de Abu Bilal que perdió sus propiedades
y tierras de cultivo. Él sabe que su casa
hoy la posee un colono judío que la ha convertido en una lujosa villa.
Desde hace 67 años que malvive junto a su familia en el campo de refugiados de
Zarqa.
18- Abu Mustafá de
Beersheva
Cuando en la Nakba las
tropas sionistas vencieron al ejército egipcio del Néguev buena parte de los
palestinos que habitaban en Beersheba fueron obligados a exiliarse en Jordania.
Abu Mustafá es hijo de una familia de comerciantes que tenía tiendas en el zoco
de dicha ciudad. En la actualidad vive junto a su familia en un pueblecito
llamado Ghor Safi que se encuentra a escasos dos kilómetros de la frontera
jordano israelita.
19-Abu Yuma de Ramla.
Perteneciente a la
diáspora Palestina de la Nakba. Su familia se dedicaba a la agricultura y fue desalojada
a la fuerza del pueblo de Ramla situado
en la carretera que une Jaffa con Jerusalén. Nacido en el campo de refugiados
de al-Wahdat hoy trabaja en el mercado del wasat al balad trasportando
mercancías en un carrito.
20-Mohamed de Hebrón.
Su familia fue expulsada
por el ejército sionista en los primeros días de la Naksa en 1967. No tuvieron
más remedio que escapar en dirección al valle del Jordán y cruzar el puente de
Allemby en dirección a Amman. Allí se refugiaron en le campo de Baqaa donde nació.
Se dedica a tiempo completo a trabajar en una chatarrería para ayudar al sostenimiento
de su familia.
21-Faisal y Omar de
Jericó.
Pertenecientes a una
familia campesina que tuvieron que huir de Jericó en la Naksa de 1967. Los
padres de Faisal y Omar buscaron asilo en Amman y las autoridades los trasladaron
al campo de refugiados de Baqaa donde residen. Ambos hermanos trabajan en un
taller mecánico.
22-Familia Habib de
Nablus.
Expulsados de Nablus en
la Naksa de 1967 se vieron obligados a huir hacia Jordania. Allá dejaron sus
propiedades que hoy están en manos de sus parientes. Esta es una familia
dividida por la guerra y a la cual el gobierno israelí le ha negado el derecho
a reagruparse. En la actualidad viven el campo de refugiados de Baqaa donde
trabajan en la recolección de plásticos y chatarra.
23-Abdallah de Battir.
Era aún muy joven cuando
por culpa de la Naksa tuvo que escapar junto a su familia de Battir, un idílico
pueblecito situado justo en la línea verde. En las terrazas construidas en la
ladera de un monte se dedicaban al cultivo de árboles frutales. Pero a partir
de su exilio en Jordania las cosas fueron de mal en peor. Se quedó huérfano y ahora vive en un edificio
abandonado donde se dedica a amontonar la chatarra que recoge por las calles
para luego venderla en las recicladoras.
24-Familia Naim de Gaza.
Tras la Naksa de 1967 la
familia Naim, que residían en el pueblo de Rafah, fueron expulsados por el ejército
de ocupación sionista. A estos campesinos les expropiaron sus tierras pues
estaba situadas justo en la frontera. Primero estuvieron en Ramallah y luego cruzaron por el puente Allemby con la
intención de asilarse en Jordania. En la actualidad viven en unas chozas que
ellos mismos han construido con materiales de desecho. Su situación es crítica
y sobreviven gracias a la solidaridad de sus vecinos. Su más ferviente deseo es
volver a Gaza pero el gobierno de Israel y el de Egipto les prohíben la
entrada.
25-Abu Tarek Kalil de
Betunia
Perteneciente a una
familia de campesinos que tenían sus tierras en donde hoy está situada la
prisión de Ofer. A partir de la guerra de los Seis Días o Naksa huyeron a
Jordania. Ha enviudado y carece de jubilación ni ayudas gubernamentales. Para subsistir
depende por completo de la buena voluntad de sus hijos. Lo único que pide es
morir en su tierra.
26-Yusuf al-Khatib de
Beit Sahour
Nacido en esta población
cercana a Belén donde junto a su padre fue pastor de cabras y ovejas. Durante
la guerra de los Seis Días toda la familia huyó atemorizada a la ciudad de
Jericó en el valle del Jordán. Luego se exiliaron en Jordania y vinieron a
parar al campo de refugiados de al Wahdat en Amman. Lamentablemente hoy va de
casa en casa pidiendo comida para poder sobrevivir.
27-Ramzie de Salama-Jaffa
Ramzie era una joven
alegre y descomplicada que vivía con sus padres y hermanos en el pueblo de
Salama, cerca de Jaffa. Ellos eran propietarios de casas y extensos terrenos
donde cultivaban árboles frutales y criaban ganado. En la Nakba sufrieron las
arremetidas del ejército sionista que
atacó la población civil con tanques y aviones. Lograron escapar a pie hasta
Jerusalén junto a miles de desplazados para luego continuar la ruta hacia Jordania.
Salama fue completamente demolida por los bulldozers del ejército de ocupación
pues el nuevo estado de Israel necesitaba imperiosamente construir viviendas para
los colonos de la diáspora. El largo exilio de 67 años le ha desgarrado el
alma.
Carlos de Urabá 2015.
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