Ya sé que es una forma de
prostituirme pero cuando estamos entre la espada y la pared no queda otra
alternativa. Al menos podré sacar algo dinero por ese papel que voy a echar en
la urna, ¿no? En Colombia el partido del Dr. Uribe ofrecía 50.000 pesos más
almuerzo incluido por el sufragio. El Dr.Santos me brindó mercado familiar
cuando le di la papeleta. Incluso los
del Polo Democrático también me decían que ya me caería algo por colaborar. En
otra ocasión inscribí mi cédula dos veces y voté en Bogotá y en Girardot sacando
paga doble como en el póker.
Ahora que soy español y
colombiano -pues he adquirido mi doble nacionalidad- no sé si por acá en España me darán alguna
propina. Y es que nosotros ya estamos acostumbrados
a que nos corrompan.
Yo juré lealtad a
su majestad el rey y a la constitución española y así que, además de la bandera
nacional amarillo, azul y roja, ya he colgado la rojigualda española en mi
habitación. Dos países por los que hinchar en el fútbol es una ventaja añadida.
Pero esto no son más que vanas ilusiones para subirle a uno la moral. He apostado a la lotería de navidad, a los
ciegos, a los Euromillones, a la Primitiva, las Quinielas y nada de nada que voy rumbo al despeñadero.
Virgencita del Carmen, San Pancracio que estás en los cielos échenme una manita.
Con un sueldo miserable y asfixiado por las deudas de los bancos me mantengo a
punta de antidepresivos.
¡Miren lo que cuesta la
cajetilla de tabaco y la recarga del móvil! De que vale mi voto sino es para
engrasar este sistema corrupto que nos explota y humilla. ¿Yo acaso no tengo derecho
a exigir algo a cambio? Los políticos -ya sea en España o en Colombia- gracias a nuestro aval se sientan en sus
poltronas y luego se dedican a hacer perrerías.
Y sin ningún remordimiento
de conciencia porque sólo hay que ver el tren de vida que llevan. Ellos
predican que tenemos que cumplir disciplinadamente con el sagrado deber de
votar, que es necesario participar en la justa electoral para afianzar la
grandeza de la democracia. ¡el domingo sin falta tenemos una cita (histórica)
en los colegios electorales para elegir a nuestros representantes!
Y encima tenemos que votar
por aquellos charlatanes que nos prometen la redención eterna. Esto es el colmo
pues hasta la Casa Real borbónica se ha dedicado al fraude y al latrocinio. Sin
ética, ni moral, sin dignidad aquí lo único válido es llenarse los bolsillos y esquilmar
las arcas públicas y cubrirse de gloria. Hay demasiados intereses en juego: las
comisiones, recalificaciones, los paraísos fiscales, propiedades inmobiliarias,
pisos de lujo, mansiones, hoteles cinco estrellas, coches fantásticos, restaurantes
de postín y bellas damas de compañía.
Y yo mientras tanto moviendo
cielo y tierra para llegar a fin de mes con los 600 euros líquidos que gano de
repartidor en un supermercado. Así que no me queda otra que echar horas extras
y trabajar a destajo los fines de semana. Intento ahorrar hasta el último céntimo
para que no falte la leche y el pan y pagar
cumplidamente los recibos de agua, la luz, el gas o el arriendo del pisito de
40 metros cuadrados en el que vivo con mi esposa y mis dos hijos. No es fácil
hacer frente a todos los caprichitos: que si las Tablet, el iPad, los teléfonos
celulares (4), que si el cumpleaños de la hija o el aniversario de boda de mis
padres y sigamos sumando a la cuenta: el vestuario, el calzado o las remesas de los abuelos allá en Bogotá que
están con el agua al cuello.
A los electores hay que
estimularlos de alguna manera. Todo en esta vida tiene su precio pues vivimos
inmersos en una sociedad de consumo donde rigen las leyes de la oferta y la demanda. ¡Si
es que por votar habría que pasar por caja!
Me da igual que sea el
PSOE, el PP, Ciudadanos o Podemos, aquí no hay ideología que valga. Vendo mi voto al mejor postor y lo grito bien
alto para que me escuchen. ¡Que comience la subasta!
Carlos de Urabá 2016
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