Uribe Noguera junto a Martín Santos, hijo del premio Nobel de la Paz Juan Manuel Santos
“Por sus obras los conoceréis” reza una
sentencia bíblica y desde luego que se ha cumplido su palabra.
En Colombia los oligarcas, los
aristócratas pertenecientes a las familias más acomodadas y de rancio abolengo
manejan por mandato divino las riendas del poder. Son dinastías de apellidos
ilustres que han amasado inmensas fortunas
durante generaciones gracias a la esclavitud, el expolio, el latrocinio
y la corrupción. Sus cuentas secretas en Suiza, Miami, New York y mil y un
paraísos fiscales más así los delatan. ¿Cómo sospechar de estos respetables
señores doctores tan católicos, apostólicos y romanos? Unos santos varones por
tradición de misa, confesión y comunión diarias protegidos por el Sagrado
Corazón y la Virgen del Carmen. Pero en
lo profundo de sus letrinosas almas: clasistas, racistas y despreciativos de la
dignidad humana.
Colombia no es una república sino una
monarquía criolla construida en base de castas, de dinastías, logias secretas y
mafias de carácter hereditario. Todo se esconde tras un tupido velo en ese
inframundo de ratas de alcantarilla que jamás podremos traspasar.
Es muy fácil elevar a los altares a estos
individuos que hacen gala de una depravación extrema. No vamos a hacer un curso
de psicología para que se comprenda la magnitud del problema que nos atañe:
peligrosos psicópatas, emponzoñados por el narcisismo maligno, la megalomanía y
los delirios de grandeza. Cleptómanos de reconocido prestigio, mentirosos patológicos que saben actuar con genialidad
sacándole todo el partido al juego de las apariencias.
Y el pueblo inocente se rinde a los pies y
venera a esos simpáticos excelentísimos doctores que llenos de arrogancia condenan a la servidumbre a las
masas alienadas y cautivas del miedo y
el terror.
El luctuoso hecho acaecido los pasados
días en Bogotá con el cruel rapto, violación
asesinato de la niña Yuliana Samboni de tan solo 7 años es el mejor
ejemplo para explicar esa secular guerra de los ricos contra los pobres que ha
asolado Colombia. La lucha de clases en su verdadera su dimensión: los de
arriba contra los de abajo, los propietarios y gamonales contra los
trabajadores y obreros, los negreros contra los esclavos.
Parece increíble que a esos prestigiosos
doctores que se ponen como ejemplo de honradez y rectitud en el momento menos
pensado se conviertan en monstruos insaciables. Esa burguesía con sus cadáveres
escondidos en los sótanos y las buhardillas hiede y apesta. Lo cierto es que
estamos en manos de delincuentes que se creen por encima del bien y el mal. En
nuestra educación nos han inculcado el respeto
a la jerarquía; al presidente, los ministros, los generales y obispos. Y
no hay más remedio que obedecerlos pues un halo de beatitud corona sus crismas.
Esta niña de origen indígena fue raptada
violada y asesinada por un doctor, un arquitecto perteneciente a una familia de
reconocido prestigio de la santa sociedad cachaca capitalina. Criado en el seno
de un hogar de padres modélicos que educan a sus cachorros en los mejores
centros educativos. Estirpe maldita que sufre taras genéticas incurables
transmitidas de padres a hijos durante generaciones. Desde el vientre de la madre
están predestinados a sembrar la cizaña y a gozar con el sufrimiento del pueblo
y su inmemorial tragedia. Un claro síndrome sadomasoquista que es parte
inherente de nuestra identidad.La inmaculada perversión de la oprobiosa
oligarquía en buscan de víctimas propiciatorias parar ser ofrendadas en el altar de los sacrificios. Prácticas de
rituales satánicos y hasta cuadros de sadismo extremo que nos remueven las
tripas y nos hacen trasbocar.
Doctores arquitectos que tanto bien hacen
por Colombia construyendo el orden y el progreso. Una familia socialmente
triunfadora, propietaria de edificios,
fincas y haciendas. En esos hogares inmaculados se engendran
paradójicamente estos peligrosos depredadores, chacales que al menor descuido
se lanzan a la caza de los más inocentes corderitos. Siempre en busca de las
presas más apetecibles, sobre todo, los más débiles y desprotegidos. No se descubre nada nuevo pues esto es algo
que viene sucediendo en nuestro país desde épocas remotas. Nuestra historia se ha escrito en base al
perjurio y la mentira.
Este macabro crimen es obra de un joven
bien parecido y de buenos modales, vestido con traje de paño, chaleco y
corbata; un galán muy gentil y bien perfumadito experto en las artes de la
pedofilia, el estupro, el martirio y la tortura.
Un doctor honorable-amigo de la familia
del presidente Santos- un cachaco de pedigrí de esos que hablan el mejor
español del mundo según los más consagrados gramáticos y lingüistas.
Rafael Uribe Noguera hijo de una prestante
familia de la alta sociedad bogotana, un niño consentido por papi y mami de 38
años cometió este execrable crimen. Aunque en un principio se ha declarado
inocente. Evidentemente, todo hace parte de una conspiración en su contra,
-argumentan sus abogados. Cómo se puede sospechar de una persona tan noble y
distinguida. No es de extrañarnos tan cínica actitud pues esto es lo que
siempre aducen los más sanguinarios verdugos del pueblo colombiano.
Seres adictos a la pornografía, la
pedofilia, la prostitución, involucrados en las redes del proxenetismo y el
abuso infantil. Un hombre obseso por las morbosidades más repugnantes hasta el
punto de transformarse en un libidinoso caníbal que devora a sus víctimas. Quien perpetró tan execrable crimen había
estudiado de los mejores colegios y universidades del país. Este depravado tenía que satisfacer sus bajas
pasiones y para ello el muy cobarde eligió a una niña indígena del Cauca. Del
mismo modo que hicieron los desalmados conquistadores españoles cuando llegaron
a la sabana de Bogotá hace ya casi 500 años. Los señores feudales se piensan
que todavía puede ejercer el derecho a pernada y hacen y deshacen a su antojo.
Fiesteros, bohemios alcohólicos,
cocainómanos, ansiosos con fornicar con las más cotizadas rameras en sus orgiásticas
bacanales. No hay límites para quien tiene dinero y poder. Los lacayos y
súbditos o siervos les hacen venias: “lo que su merced ordene, doctor, ni más
faltaba”
Los magistrados la Corte Suprema de
Justicia ante la alarma social que ha despertado este diabólico caso enviaron
al criminal a la prisión. Pero para
nadie es un secreto que este es un país de abogados, tinterillos y leguleyos
que conocen al pie de la letra los resquicios e imperfecciones del código penal. -El doctor Rafael fue
víctima de un ataque de locura transitoria, él no distingue entre el bien del
mal, es un enfermo mental que requiere un tratamiento especializado y por lo
tanto no es imputable. Donde tiene que
estar es en una clínica de reposo con grandes jardines, piscina, jacuzzi,
televisión, Internet y restaurante a la
carta (por la noche se podrá dar algunos paseítos por la capital de forma
anónima acompañado por sus guardaespaldas)
Allá en la ladera de los cerros de Bogotá
sobreviven en medio de la exclusión y el abandono los parias, las clases más
bajas y rastreras de nuestra sociedad. La mayoría campesinos desplazados
víctimas de La política de Seguridad
Democrática aplicada por el gobierno colombiano en connivencia con los EE.UU –
Sometidos a la tiranía de los patrones y terratenientes, y la barbarie de las
Fuerzas Armadas, los grupos paramilitares o la delincuenciales. La violencia
extrema, el hambre y la falta de recursos los ha empujado a huir a las grandes ciudades en busca de la
redención. Son los “líchigos” o los “guaches”-como les llaman despectivamente
los oligarcas- que sobreviven en esos apestosos tugurios soportando la
exclusión social y el apartheid.
Su destino no es otro que el convertirse
en carne de cañón o mano de obra barata que explotan los grandes empresarios y
patrones capitalistas. Fuerza laboral de la que extraen la plusvalía que
engordará sus arcas por los siglos de los siglos.
Este abominable crimen no puede ser más
clarificador de lo que sucede realmente en Colombia. Es el caso perfecto para
comprender cuál ha sido y es el comportamiento de la oligarquía y la
aristocracia.
La familia Uribe Noguera está acusada del despojo de tierras a
indígenas en el Vichada. Es una dinastía que ha amasado su fortuna
delinquiendo, estafando en la complicidad de los poderes facticos (jueces, militares,
el clero, banqueros o políticos, paramilitares y narcotraficantes)
En Colombia el aparato judicial es
ineficiente y siempre beneficia a las clases privilegiadas. Históricamente ha prevalecido la impunidad.
La clave es dilatar los procesos, que pasen
los años hasta que al final prescriban
los delitos.
De este modo es muy difícil que se pueda
alcanzar la paz en Colombia. No bastan premios Nobel, ni palomitas de la paz o
encíclicas papales en un teatro estúpido que solo sirve para elevar el ego y el
narcisismo de sus protagonistas. ¿Qué merece un país donde se secuestra,
tortura y matan a una niña de la amanera más zafia y ruin? No es la paz sino la guerra. El legítimo
derecho a la defensa ¿Por qué tu hijo
tiene que morir destripado como un perro chandoso en manos de torturador
fascista? No es el primer caso ni será el último. El único consuelo que le queda a la
plebe es rezar al Dios del cielo para que los ampare y los
favorezca. Dicen que todas las iglesias
y las parroquias de Colombia están unidas en cadena de oración para rogar por
el descanso eterno del alma de la niña Yuliana Samboni. Menos mal que ya está en el cielo jugando
entre las nubes lejos de la tierra que la vio nacer y en donde fue condenada al
altar de los sacrificios.
Carlos de Urabá 2016
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