La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

mardi 1 janvier 2013

El campo urbanizado, ecocidio infame

En los últimos 30 años la transformación del campo en España ha sido verdaderamente espectacular hasta el punto que podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se trata de la mayor sufrida desde el neolítico, superando con creces a la de la revolución industrial. El proceso iniciado hace tres mil años en Mesopotamia con los asentamientos urbanos tiene su culminación en la metrópoli del siglo XXI, paradigma del bienestar y la prosperidad.

El acta de defunción de la cultura popular española se firmó en el año de 1986 con el tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea. Todos apostaban que España alcanzaría en un corto espacio de tiempo un grado de progreso e industrialización sin precedentes. En parte se cumplió este vaticinio pues su economía se vio favorecida por un aumento de la inversión extranjera, la subida de la bolsa y la bonanza de los subsidios de la CEE.

En 1992 y coincidiendo con las celebraciones del V centenario del "descubrimiento de América", el partido Socialista Obrero Español se propuso resucitar ese imperio derrotado tras el desastre del 98. Por tal motivo se destinó un presupuesto multimillonario para organizar la Exposición Universal de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona. España tenían que demostrar que detrás de los Pirineos no comenzaba África sino el mismísimo reino de Jauja.

Como por arte de magia los analistas empezaron a hablar del “milagro español”. El PIB se había multiplicado por cuatro, las cifras macroeconómicas se disparaban imparables, se redujo el déficit fiscal y la deuda externa disminuyó ostensiblemente, la renta per cápita subió hasta los 9.000 dólares,la bolsa mantuvo unos índices favorables y el mercado inmobiliario fue protagonista de una verdadera revolución.

A España no la iba a reconocer ni la madre que la parió” - Embrujados por los delirios de grandeza los planificadores comenzaron a remover millones y millones de toneladas de tierra, a horadar montañas, a secar el curso de los ríos, a pavimentar los mares, a construir autopistas, aeropuertos, trenes de alta velocidad, polígonos industriales, parques eólicos, en fin, obras públicas e infraestructuras imprescindibles para colocar a España en el podium de las naciones más prósperas del planeta.

De la noche a la mañana miles y miles de hectáreas de terrenos baldíos y rústicos adquirieron un valor inusitado. Por arte de magia se desató la fiebre del ladrillo y una jungla de grúas y andamios invadió el paisaje de la península. El metro cuadrado se cotizaba a precio de oro y no se escatimaron esfuerzos para construir más chalets, apartamentos, hoteles, condominios, parques temáticos, clubes de golf o centros comerciales.

El mercado inmobiliario se convirtió en el sostén de la economía española. Hasta el punto que el valor del suelo y los bienes raíces alcanzaron precios exorbitantes. Gran parte del ahorro se destinó a este fin pues los expertos afirmaban que era la inversión más segura y rentable. El costo de la vivienda entre 1995 y 2005 subió un 177%.

En el último lustro se ha superado la cifra de 70.000 viviendas anuales de nueva edificación. Hasta ciudades de mediano y pequeño tamaño han experimentado un crecimiento urbano sin precedentes. -La “exuberancia irracional” la llamaron los sociólogos. Aunque parezca increíble en España existen 8 millones de viviendas vacías no principales(a pesar que unos 5 millones de españoles-según cifras de Cáritas- sobreviven por debajo del umbral de la pobreza).

La actual crisis económica española en buena parte se debió al estallido de la burbuja inmobiliaria. Desde 1985 hasta el 2007 los usureros y especuladores se hincharon de ganancias cuando de repente y sin saber muy bien por qué se produjo el descalabro: el PIB entró en recesión, el déficit fiscal, la deuda pública y privada superaron la cota del 10% y una escalada imparable de los tipos de interés derrumbó los mercados. España es el tercer país más endeudado del mundo, un país hipotecado carente de confianza y de liquidez. El crecimiento sin límites no era más que un espejismo y como no se tomaron a tiempo las medidas correctoras, el sistema colapsó. Antes de que finalice el 2010 estaremos cerca los 5 millones de parados.

La ciudad es un monstruo insaciable que extiende sus tentáculos más allá del horizonte. Los extraradios de Madrid hoy prácticamente llegan hasta Córdoba, Ciudad Real o Valladolid ya que el tren de alta velocidad tiene la capacidad de conectarlas en menos de una hora con la capital. Por encima de todo hay que apostar por la rapidez y la eficacia, no se puede perder ni un minuto pues el tiempo es oro y hay que ganar esa carrera contrareloj que los políticos denominan "convergencia europea".

La crisis de los modos de vida tradicionales de los años 50 y 60 del siglo XX fueron determinantes para que el campo se haya envejecido y despoblado. En los últimos 30 años en España han desaparecido aproximadamente 900 pueblos. Según las estimaciones del INE para el 2050 más del 60% de la población española superará los 60 años. En la actualidad el 40% de la población agraria tiene más de 50 años. Este descenso demográfico supone una tragedia de impredecibles consecuencias pues pone en peligro el sistema de seguridad social y las pensiones.

La racionalidad tecnicista engendró al hombre máquina, el mundo artesanal que utilizaba materiales nobles como la madera, el barro, el esparto o el cuero se extinguió por completo. Sin ninguna esperanza y condenados a la marginación y el olvido los campesinos tuvieron que huir a la ciudad, al ágora civilizadora donde con esfuerzo y dedicación podían adquirir un nuevo estatus y superar el retraso atávico.

El trabajo en el campo es duro y esclavizante, hay que soportar las inclemencias meteorológicas y apenas si queda tiempo para el ocio. Los jóvenes postmodernos pertenecientes a una sociedad altamente tecnificada aspiran a ser funcionarios o a ejercer profesiones liberales. Ellos prefieren sentarse en un escritorio frente a un computador antes que empuñar una asada o conducir un tractor. El mundo rural es una arcaísmo propio de seres primitivos y antidiluvianos que no colma sus expectativas. Nadie está dispuesto a dar un paso atrás aunque con la crisis muchos parados no tendrán más remedio que ocuparse de los oficios agrícolas.

No solamente se ha urbanizado la tierra sino también nuestro cerebro y nuestro pensamiento. Nuestras raíces son los cables y los enchufes de las máquinas y la única relación que tenemos con la naturaleza es en la sección de frutas y verduras del supermercado. Vivimos en la era del plástico donde el ciudadano ha perdido su esencia salvaje transformándose en un parásito consumista que devora, defeca y contamina; no sabe sembrar, ni conoce los ciclos naturales y se limita a cosechar cada fin de mes un salario en el cajero automático.

Tras la firma el día 30 de junio del 2002 del tratado de Maastricht se dio una vuelta de tuerca más en este diabólico proceso pues comenzó a circular la moneda única europea. Acontecimiento que afianzó extraordinariamente el poder de los banqueros y los mercaderes. Si existen recelos y prejuicios históricos sólo el dinero puede cohesionarnos. Los funcionarios fríos y calculadores de Bruselas impusieron la lógica cartesiana y la filosofía calvinista como la doctrina del nacionalismo europeo. La bandera de color púrpura como el manto nazareno y sus doce estrellas, símbolo de los doce apóstoles, o­ndea victoriosa a los cuatro vientos.

La arquitectura contemporánea, quizás como ninguna otra manifestación artística, nos revela cuales son nuestras señas de identidad. Cada época se caracteriza por un patrón o estilo y en el presente el neofascismo domina la estética. Habitamos un mundo frígido y estructurado por un orden matemático donde prima la línea recta y la rigidez cadavérica. Diseños geométricos de cubos, cuadrados o rectángulos, estructuras de acero y hormigón recubiertas con fachadas de cristales polarizados o espejos multidimensionales. Espacios carcelarios de largos pasillos, celdas higiénicas y luminosas carentes por completo de poesía y sensualidad.

La arquitectura popular de casitas de adobes y tejas de barro que se mimetizaban con el paisaje, el símbolo de una vida sencilla y frugal ha dado paso al egocentrismo y la megalomanía. En el último siglo más de la mitad del patrimonio artístico español ha sido demolido por los bulldozer y excavadoras.

Los arquitectos de vanguardia tienen encomendada la misión de prepararnos para que asumamos una actitud servil ante el poder. Ellos deciden y planifican nuestras vidas a su antojo. Nos adocenan en nichos y colmenas de cemento, elevan rascacielos o falos de hormigón para que adoremos a los nuevos dioses, nos convierten en seres pequeñitos, ínfimos, nos roban el espacio público y se lo ceden a las máquinas, nos traen y nos llevan por las grandes autopistas rumbo a ese futuro mitológico donde, se supone, seremos eternamente felices.

Los geógrafos aseguran que para el año 2015 el 70% de la población global se concentrará en las ciudades.En el mundo existen 500 millones de vehículos y para el 2020 serán 1200 millones. Como si todo esto fuera poco más de veinte megalópolis superarán los 30 millones de habitantes. El derroche de energía, los problemas ambientales, la falta de agua y los conflictos provocados por las migraciones presagian un panorama nada halagüeño.

Igual que en la antigua Roma el sistema capitalista subsiste gracias a la explotación de los siervos y los esclavos. En los suburbios de las grandes ciudades se concentra el proletariado,o sea, aquellos mercenarios que van a doblar la espalda y poner en marcha la cadena de producción. En primera línea de fuego se sitúan los inmigrantes, los obreros,los peones, las hormiguitas dóciles y disciplinadas dispuestas a ocuparse de los trabajos más duros y menos calificados en las obras públicas, la industria, el sector servicios, la construcción o la agricultura.

La pobreza es específicamente urbana, la delincuencia es urbana, las cárceles, los manicomios son sin lugar a dudas producto de la urbe. Si queremos mantener el orden y el progreso es imprescindible la represión policial. En un ambiente opresivo y plagado de peligros no hay más remedio que atrincherarnos en nuestras guaridas, conectar la alarma y echarle doble cerrojo a la puerta blindada para protegernos de un mundo cada día más conflictivo y hostil.

En la guerra civil española se produjo una doble derrota; en primer término la del bando republicano y en el segundo la del modo de vida campesino. Este quizás sea el genocidio más espantoso cometido en nuestra historia más reciente. La burguesía urbana venció al mundo rural. Los indígenas españoles, esos seres toscos y dotados de una gran fortaleza física, unos seres genéticamente privilegiados, se extinguieron para siempre víctimas de la barbarie, el despojo y el destierro.

En los años sesentas y setentas como consecuencia del desarrollismo franquista se inició el despoblamiento de muchas regiones del país. El éxodo rural emprendió la larga marcha a los centros industriales como Madrid, Cataluña o el País Vasco -o al extranjero con dirección a Francia, Alemania o Suiza- Un pueblo condenado a la miseria y el analfabetismo buscaba desesperadamente una salida de emergencia y no tuvieron más remedio que apostar por el todo o nada para intentar salvarse de la quema.

A la costa del Mediterráneo se le reservó el triste destino de convertirse en la turismo de sol y playa. Tras la posguerra el régimen franquista necesitaba urgentemente divisas que reflotaran la maltrecha economía. Entre sus planes estaban superar la barrera de los 30.000.000 de turistas anuales. Para ello contaban con una cantera de peones, camareros y mucamas,El resultado ha sido espeluznante pues la practica totalidad litoral fue invadido por urbanizaciones y complejos hoteleros causando uno de los desastres socio-ecológicos más pavorosos de todos los tiempos.

Esa historia romántica de los campesinos y su folklore, las tradiciones y costumbres pasó a mejor vida y hoy los fósiles de los abuelos se exhiben en las vitrinas de los museos. Sin ningún escrúpulo hay que explotar los sentimientos de nostalgia. La gran mutación genética se ha consumado pues el genotipo urbano es el dominante. Con su yunta de bueyes esos campesinos de manos deformes y rostros curtidos por el sol cantaba y creaba poesía. Hoy ya nadie canta en los campos, los cantores igual que muchas especies de pajarillos también han desaparecido.

Después de tantos años de sacrificios sin obtener recompensa alguna los campesinos, los arrieros, los labradores, los hortelanos, aquellos “catetos” decidieron rematar los cortijos, feriar las fincas, subastar las parcelas. Habían fracasado. De nada importaba la herencia de sus ancestros o la memoria de su linaje. Ellos querían disfrutar también de los bienes materiales, deseaban dinero constante y sonante para engordar una buena cuenta corriente en el banco. Su única ilusión era comprarse un Mercedes Benz y un pisito en la capital. Pero en realidad los que hicieron su agosto fueron las inmobiliarias que poseían una cartera de clientes nacionales y extranjeros de alto poder adquisitivo. Sobre todo alemanes, suizos, franceses, ingleses y nórdicos. Esta nueva repoblación la conformaban ciudadanos con una mentalidad individualista, adictos a la tecnología, seres hastiados y aburridos que buscaban resucitar bajo el sol del Mediterráneo. Ellos compraron las tierras e impusieron las nuevas leyes: cercaron sus propiedades con alambre de púas, colgaron letreros de "Prohibido el paso. Propiedad Privada" y adiestraron los perros asesinos para que nadie perturbara su paz y tranquilidad.

España va bien” -fue el lema acuñado por el presidente Aznar en esos años de las vacas gordas que se destacaron por el derroche y la opulencia. La demanda de empleos en el sector servicios, en la construcción o en el agro atrajo a millones de inmigrantes de todos los rincones del planeta que pretendían coronar su sueño dorado. Ellos son los verdaderos artífices del renacimiento económico. El mercado laboral reclamaba más peones y gañanes, obreros, albañiles, camareros, cocineros y sirvientas, más prostitutas sudamericanas o de los países del Este en los clubes de carretera, más negros para el Maresme y más marroquíes en los invernaderos del Ejido o en el campo de Murcia, más rumanos, polacos o ecuatorianos en Huelva.

En Europa tan sólo el 9 % la población pertenece al ámbito agrario y encima los patrones de comportamiento son muy similares a los urbanos. En España, según el EPA, se sitúa en torno al 6%. La agricultura, en una alta proporción, está mecanizada y se ha convertido en una actividad empresarial que cuenta con las millonarias subvenciones de la Unión Europea. Hoy es imposible diferenciar una sociedad urbana de una rural.

Los medios de comunicación nos alertan sobre las graves consecuencias del calentamiento global, nos hablan del efecto invernadero, del deshielo de los glaciares o la destrucción del Amazonas. El despertar de la conciencia ecológica es un producto más de consumo que se ha rentabilizado exitosamente.

Las clases altas no ahorran esfuerzos en buscar el paraíso perdido, hartas de la polución, los ruidos,los embotellamientos, el estrés o la inseguridad comienzan a colonizar el campo instalándose en urbanizaciones, condominios y conjuntos cerrados. El poseer una casa en el campo simplemente obedece a intereses capitalistas y de mercado. Las inmobiliarias se lanzan a la caza de los clientes que demandan aire puro, un jardín, un huerto y otra calidad de vida para sus familias. Se crea, entonces, la "aldea virtual" que cuenta con todas las comodidades y privilegios de la gran ciudad. Los avances tecnológicos nos permiten controlar el mundo desde los teléfonos móviles o un computador.

Por otra parte los intereses urbanísticos son de tal envergadura que la corrupción inmobiliaria se ha infiltrado en los ayuntamientos, comunidades autónomas y hasta en las más altas instancias del gobierno central. Los empresarios del sector, la banca, los proveedores y los políticos, ya sean de izquierdas o de derechas, que van desde concejales, a alcaldes o presidentes de las comunidades autónomas se organizaron en mafias cuyo propósito no es otro que sacar una buen pellizco a las millonadas de euros en juego. Su misión consiste en recalificar los terrenos, cambiar el plan general de ordenación urbana y legalizar los proyectos en terrenos rústicos y no urbanizables o en áreas de un alto valor ecológico. Todo esto sumado a la complicidad social que ha consentido las actividades ilícitas hacen que este aberrante práctica sea uno de los crímenes más descarados de la historia contemporánea.

Los delincuentes de cuello blanco no han tenido ningún pudor en violar las leyes y las ordenanzas, en prevaricar y enriquecerse a costa de sus actuaciones ilícitas. Así se ha demostrado repetidamente a lo largo de décadas en que los jueces e investigadores han destapado los escándalos urbanísticos más espantosos.
El resultado no puede ser más catastrófico: se ha producido un verdadero ecocidio o mejor sería decir un suicidio colectivo. El instinto depredador y autodestructivo ha arrasado los ecosistemas del litoral mediterráneo, las especies endémicas de un valor incalculable, los bosques, las zonas desérticas, los humedales, los acuíferos, las playas y, quizás lo más ruin, el propio hábitat del ser humano. Ya es muy tarde, demasiado tarde para rectificar.

Está de moda vivir en el campo, regresar al campo sí, pero no en una mula o en un burro, sino a bordo de un potente Mercedes Benz o BMW que lo comunique a uno rápidamente por autopista con la capital o los grandes centros comerciales. Los que vuelven al campo no son campesinos sino ciudadanos adinerados con ansias de olvidarse de las tensiones de la gran urbe. Las inmobiliarias no ahorran esfuerzos en publicitar las urbanizaciones privadas: “un chalet con piscina y vistas al mar”tu familia merece la eterna primavera” “un oasis de paz” De ahí el éxito de la "aldea virtual" y el increíble negocio de la urbanización del campo y por ende su agonía y aburguesamiento.

Carlos de Urabá 2010

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