La jaula

La jaula
por la emancipación de los pueblos

vendredi 17 janvier 2014

Duelo en el Annapurna.


No hay duda que al hombre occidental lo mueve el afán de la conquista, el conquistar lo lleva en sus genes, conquistar los cinco continentes, poseer, dominar los mares, las selvas, las montañas, los desiertos, el polo sur, el polo norte y hasta el espacio interestelar. Su voraz ambición es insaciable.
Siempre buscan superar el listón, imponer nuevas marcas y alzarse con todos los trofeos y medallas.
Tal y como lo sentenció Nietzche en su libro «Así habló Zaratrustra»: «Dios ha muerto, ahora queremos que viva el superhombre»
 
¡Ya está aquí el superhombre que reinará sobre la faz de la tierra!
 
Igual que Colón fue patrocinado por los Reyes Católicos, los escaladores profesionales si desean hacer sus sueños realidad necesitan el patrocinio de las multinacionales, los bancos, los ayuntamientos o comunidades autónomas. Estas aventuritas sin una logística e infraestructuras complejas no llegarían a feliz término pues requieren un equipamiento especial, las telecomunicaciones, los sherpas, los médicos, los seguros, los helicópteros, los permisos y un sin fin de detalles que precisan de un presupuesto millonario.
 
Sólo el que paga un costoso peaje tiene derecho a disfrutar de las bellezas naturales.
 
El objetivo de los expedicionarios es demostrar su capacidad de resistencia, el espíritu de superación y la valentía. Entre mayores sean los obstáculos, mayor el goce y el placer. Los atletas de alto rendimiento no conocen límites y están dispuestos a enfrentar los más increíbles peligros.
Las grandiosa cordillera del Himalaya es el escenario perfecto para consagrarse. Retar a duelo al Annapurna, domar a un coloso de hielo y colocarle en la coronilla una banderita produce un orgasmo cósmico incomparable.

Por supuesto, cada alpinista es responsable de sus actos, son personas adultas que han elegido libremente jugarse la vida a cambio de compartir la gloria con los dioses del Olimpo. De antemano conocen los riesgos y si se produjera un fatal desenlace, que asuman las consecuencias.
 
El día 29 de abril del 2010 la expedición española «Himalaya 2X14x8000» integrada por Oiarzabal, Pauner y Calafat más los Sherpas Sonam y Dawa, salieron muy temprano del campamento número 4 con la intención de coronar el Annapurna de 8091 metros, considerada la joya más preciosa de la alta montaña. Las condiciones metereológicas se presentaban favorables y todo hacía presagiar que realizarían una ascención sin mayores inconvenientes. Pero un tropiezo inesperado al sortear la arista este frenó el buen ritmo de la cordada. Era la 1 de la tarde, es decir, tenían un retraso de más de dos horas sobre el horario previsto.
 
La cima es como un imán que te atrae y ya no se puede dar marcha atrás. Contemplaban el paisaje sublime del Himalaya bañado por un sol primaveral, una auténtica alucinación. Además existen compromisos ineludibles con los patrocinadores y el presupuesto invertido en la empresa no admite discusiones. Teniendo la cumbre al alcance de la mano es difícil tirar la toalla. -Oye, tío, ahora no nos vamos a rajar, ¿no? Maricón el último-. En una encrucijada de tal envergadura se necesita alguien con cabeza fría y liderazgo que ordene regresar al campamento 4. Pero se optó por continuar a sabiendas que probablemente les pillaría la noche, como así ocurrió.
 
Realizaron una escalada contrareloj que los dejó muy mermados físicamente y a las cuatro de la tarde hollaron la cumbre del Annapurna. Eufóricos clavaron la banderita, se hicieron las fotos de rigor y sin perder ni un minuto emprendieron la bajada. Aparentemente les quedaba lo más fácil, aunque a esa altura el cuerpo humano se deteriora de forma vertiginosa: el corazón late a mil revoluciones por minuto, escasea el oxígeno, fallan los reflejos, el cerebro no reacciona, bulle la adrenalina, sin contar con el estrés, el agotamiento, en fin, dar un paso supone un esfuerzo sobrehumano. Te hundes en la nieve, luchas contra los elementos y es muy posible que se desate una avalancha o una tormenta. El frío es tan brutal que corta la piel a latigazos. Nadie puede quedarse atrás pues al último de la fila siempre se lo comen los lobos. Cae la noche y los invade el pánico. A 7600 metros extraviarse sería mortal de necesidad. Los azota una ventisca y no hay otra alternativa que soltar el lastre. El más débil tiene que abandonar la cordada.
 
-Tranquilo, volveremos pronto- Fue la postrer despedida.
 
Calafat víctima de la fatiga o de un edema cerebral agonizó durante 48 horas sin que nadie pudiera hacer algo por él.
 
El duelo con el Annapurna ha terminado en tragedia. Las hormiguitas osaron enfrentarse a la diosa de la abundancia y esta no tuvo compasión de ellos.

-Tío, por favor, sacadme de aquí, mis hijos, mi familia-.
 
De nada valieron los ruegos, ni los llantos pues a veces se gana y otras veces se pierde y ese día les tocó las de perder.
 
La muerte del escalador ha sido causada por una clara negligencia, por un exceso de confianza. Aunque en la montaña existen unas leyes que sin estar escritas hay que acatarlas. Aquí no hay justicia que valga ni nadie va asumir responsabilidades. Este es el típico caso de imprudencia temeraria y al menos la federación española debería suspender de por vida a Pauner, el jefe de la expedición y a Juan Oiarzabal, que para colmo tiene más de cincuenta años y varios dedos de los pies amputados.
 
Cómo es posible que un montañero tan veterano como Oiarzabal con 14 ochomiles a cuestas cometa tan craso error. Él con toda su experiencia debió imponer su autoridad y abortar la escalada. Pero se actúo más con los genitales que con el cerebro. Incluso ellos también hubieran podido correr la misma suerte de su compañero pues una ceguera temporal y congelaciones en las extremidades les impedía llegar al campamento base. Sobrevivieron gracias a la arriesgada maniobra del piloto de un helicóptero que compadecido de su drama los sacó de ese infierno de hielo.
 
-Oiarzabal declaró arrebatado-«los sherpas son unos cabrones. La expedición de la koreana tampoco ayudó en nada. ¡como la coja le corto la cabeza!» Esta reprobable actitud deja al descubierto la bajeza ética y moral del individuo. Ahora quieren descargar la culpa en los sherpas ¿acaso son esclavos de su propiedad para exigirles tamaño sacrificio? Allí no se responde ni por uno mismo, menos por los demás. -En una macabra puja les ofrecieron 6000 euros por rescatar a su compañero.
 
Ni por todo el oro del mundo pues ellos también son humanos y les esperan sus familias, sus mujeres y sus hijos. -Ya no hay solidaridad en la montaña- se quejaban amargos- Entonces, haberlo esperado o haberse quedado allí con él convertidos en témpanos de hielo. Ante este dilema prefirieron salvar el pellejo.
 
Oiarzabal, todo un mito de la montaña en el País Vasco, se ha caído del pedestal.
Los aventureros están allí arriba  por placer, los sherpas por trabajo, porque son unos mercenarios y no les queda más remedio que poner el pecho y doblar la espalda.

¿Cuánto vale la vida de un blanquito español? ¿10 sherpas, 20 sherpas o 50 sherpas?
 
En realidad los sherpas son los héroes anónimos del Himalaya, los verdaderos protagonistas de las escaladas, los ángeles de la guarda, las bestias de carga que conducen a las expediciones a buen puerto. Sin su presencia sería imposible que figuras como Oiarzabal consigan esas míticas ascensiones. Ellos los traen, los llevan y los suben a lo alto del pódium de la soberbia y el egocentrismo.
 
Desde luego que arriesgar la vida por llegar a la cumbre del Everest, del K2 o del Annapurna no tiene ningún sentido. Ésto no nos hace más grandes ni mejores. Sólo se persigue la gloria personal, el clavar la banderita y tomarse la foto. -con un primer plano en el que salga el logotipo de los patrocinadores, claro-. Tras la epopeya les aguarda el descanso del guerrero: el salón de la fama, los aplausos, los premios, los reportajes en la radio, las entrevistas en la televisión, los titulares en la prensa, las conferencias, las peliculitas...
 
Tal vez si al llegar a la cumbre encontraran algún tesoro, la piedra filosofal, el arca de la alianza o el eslabón perdido, tal vez si descubrieran algo trascendental para la humanidad como la vacuna contra el Sida o la malaria, tal vez eso justificaría tamaño esfuerzo. Pero sólo por el hecho de experimentar emociones fuertes y satisfacer su ego. No lo comprendo.
 
Este dramático episodio nos ha dejado algo positivo y es descubrir  las miserias que se esconden detrás  de ese  tinglado: la explotación indiscriminada de los sherpas, la prepotencia con que se les trata, la falta de escrúpulos, el que todo vale con tal de alcanzar el triunfo. Sin contar las rencillas y disputas que se provocan entre los escaladores de élite, superatletas dispuestos a dejar en alto el pabellón patrio y batir a los contendientes. Se acabo el romanticismo y la poesía, en la alta montaña hay demasiada competencia. Entonces, surgen las disputas y las envidias, se ponen zancadillas e incluso hay casos de alpinistas que han sufrido accidentes y se les ha denegado el auxilio. Existen rivalidades y pugnas irreconciliables entre franceses y españoles; italianos y japoneses; americanos y alemanes y así sucesivamente. Parece que allí arriba no sólo se te hielan los huesos sino también el corazón.
 
Los miembros de la expedición pronto regresarán a España y no les quedará más remedio que dar la cara. Para algunos continuarán siendo unos héroes para otros, unos villanos. En todo caso las pruebas son irrefutables y la opinión pública ya ha emitido su veredicto. No existe ningún argumento a su favor aparte de las palabras emocionadas, los discursos conmovedores, que si Calafat ahora nos cuida desde los cielos, que se ha convertido en una estrella. El respectivo minuto de silencio, las velitas y darse golpes en el pecho intentando encontrar una respuesta o las condolencias. Un paso en falso, una decisión mal tomada y una cruz más que adorna las faldas del Annapurna.
 
La montaña siempre ha sido sinónimo de amistad, de encuentro y solidaridad, es el sitio donde se puede respirar profundo, donde experimentamos en carne propia lo que significa la libertad. No podemos tolerar que la sociedad de consumo prostituya uno de los últimos refugios de un planeta cada día más contaminado y decadente.
 
Carlos de Urabá 2010
Investigador de Colombia.

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